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El séptimo día y la iglesia (Día de reposo)

El Séptimo Día y la Iglesia: ¿Cuál es el día de reposo según la Biblia?

Un Análisis Bíblico Profundo Sobre el Sábado y Su Vigencia Para el Creyente

El debate sobre el sábado ha regresado con fuerza en el mundo cristiano contemporáneo. Lo que antes parecía una doctrina limitada a grupos específicos como los Adventistas del Séptimo Día, hoy aparece en comunidades mesiánicas, círculos evangélicos independientes e incluso entre creyentes pentecostales que, buscando un retorno a las “raíces hebreas”, han comenzado a adoptar prácticas del judaísmo mosaico que nunca fueron destinadas a la Iglesia. En medio de ese resurgimiento, surge una pregunta honesta que muchos creyentes se están haciendo: ¿Debe la iglesia guardar el sábado (Séptimo día o día de reposo? ¿Es el séptimo día un mandamiento universal y perpetuo? ¿Forma parte del diseño original de la creación o fue una institución exclusiva del pacto hecho con Israel en el Sinaí?

Responder estas preguntas no es un ejercicio superficial. Implica sumergirse profundamente en las Escrituras, considerar la naturaleza del Antiguo Pacto, comprender la obra consumada de Cristo y, sobre todo, reconocer la diferencia entre sombra y realidad. Quien se acerca a este tema con la intención sincera de conocer la verdad, sin importar cuán incómoda sea esa verdad para sistemas tradicionales o pensamientos heredados, descubrirá que el sábado es un tema mucho más complejo de lo que algunos presentan, pero también mucho más claro cuando se entiende a la luz del Nuevo Pacto.

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El sábado en su contexto original: Un pacto entre Dios e Israel

Para comenzar, es fundamental establecer que el sábado no puede separarse del pacto donde fue introducido. No aparece originalmente como una institución universal para toda la humanidad, ni surge como una práctica conocida u observada por los patriarcas antes de Moisés. Por el contrario, nace como uno de los distintivos principales del Pacto Mosaico, un pacto nacional entre Dios e Israel. Esta afirmación no es una interpretación teológica moderna: es lo que las Escrituras enseñan explícitamente.

El libro de Nehemías registra que Dios hizo conocer el sábado a Israel por medio de Moisés. Esta expresión es poderosa porque indica no solamente que Israel no lo estaba practicando antes del Sinaí, sino que ni siquiera tenía conocimiento de su existencia como mandamiento o institución divina. Es Dios mismo quien “les hace conocer” algo que permanece oculto hasta ese momento. Un mandamiento universal, supuestamente establecido desde la creación, no necesitaría ser revelado por primera vez más de dos mil años después.

El día de reposo (Séptimo día) es dado como señal entre Dios e Israel

De forma aún más contundente, el profeta Ezequiel declara que los sábados (Días de reposo) fueron dados como una señal entre Dios e Israel, y no entre Dios y el mundo. Las señales del pacto bíblico siempre han sido exclusivas para la parte que participa del pacto: así el arco iris fue señal del pacto de Dios con Noé, la circuncisión fue señal del pacto con Abraham, y el sábado o día de reposo fue señal del pacto con Israel.

Pretender que un signo exclusivo pueda convertirse en una práctica universal es una contradicción en sí misma, pues un signo solo tiene valor si marca diferencia, si distingue a los participantes del pacto del resto de los pueblos.

Por esta razón, el sábado no solo recordaba la obra creadora de Dios, sino sobre todo la liberación de Egipto. Moisés conecta directamente el reposo sabático con la redención nacional de Israel:

“Acuérdate que fuiste esclavo en Egipto… por eso Jehová tu Dios te mandó guardar el día de reposo.” El sábado era un memorial de la liberación de un pueblo específico, en una historia específica, con un propósito específico. La humanidad entera no fue esclava en Egipto; solo Israel vivió esa experiencia. Por lo tanto, la motivación del mandamiento no puede ser universalizada sin violentar el texto bíblico.

¿Existía el sábado antes de Moisés? Una lectura cuidadosa de Génesis 2:3

Uno de los fundamentos principales de quienes defienden que el sábado es un mandamiento universal es el uso de Génesis 2:3, donde se dice que Dios bendijo y santificó el séptimo día. Sin embargo, este pasaje, lejos de apoyar la posición sabatista moderna, revela algo muy diferente cuando se examina sin presuposiciones.

El texto dice que Dios descansó de su obra creadora y que ese día fue bendecido, pero no dice, en ningún lugar, que Adán o Eva recibieron un mandamiento para descansar. Tampoco se menciona que ese día debiera repetirse semanalmente como un ciclo obligatorio para la humanidad.

De hecho, la palabra “sábado” no aparece en el texto hebreo de Génesis 2; aparece la expresión “séptimo día”, pero eso no es lo mismo que el “día de reposo” mosaico. Las dos palabras hebreas no son equivalentes, y la idea del sábado como institución legal no es presentada sino muchos siglos después.

Lo más revelador es que todo el libro de Génesis describe la vida de los patriarcas con enorme detalle, pero nunca menciona que Abraham, Isaac o Jacob guardaran el sábado. Se mencionan sacrificios, altares, votos, diezmos, circuncisión y múltiples prácticas religiosas… pero jamás el sábado. ¿Cómo podría ser un mandamiento universal y moral que nadie mencionara durante dos milenios? ¿Cómo puede ser una ley de la creación que ningún patriarca conoció ni practicó?

La explicación bíblica es simple: el sábado no existió como mandamiento antes del Sinaí. Dios descansó, sí, pero nunca mandó al hombre hacerlo. Su descanso tiene un significado teológico profundo, pero no constituye una orden para toda la humanidad. La idea de un sábado pre-sinaítico es un intento de leer la Ley de Moisés hacia atrás, imponiendo mandamientos posteriores sobre textos anteriores.

Jesús y el sábado: entre la observancia, el desafío y el cumplimiento

Cuando avanzamos hacia los Evangelios, encontramos a Jesús viviendo como judío bajo la Ley. Esto implica que participó en la observancia sabática, pero también que la interpretó con autoridad divina, mostrando que el sábado nunca fue un fin en sí mismo. Por eso Jesús no solo enseñó sobre el sábado, sino que deliberadamente hizo cosas en ese día que escandalizaban a los líderes religiosos.

Uno de los pasajes más impactantes es Juan 5:17, cuando Jesús declara: “Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo.” Aquí Jesús no niega que esté realizando una obra en sábado; al contrario, afirma que tanto Él como el Padre actúan en sábado y que esa actividad divina no se detiene por el calendario mosaico. Esta afirmación es tan fuerte que los judíos entendieron que Jesús no solo estaba violando el sábado, sino igualándose a Dios.

Jesús es Señor del día de reposo

Además, Jesús ordenó a un hombre a cargar su lecho en sábado, una acción explícitamente prohibida en Jeremías 17:21. Si el sábado fuese un mandamiento eterno e inalterable, ¿cómo podría Jesús ordenar algo que la Ley prohíbe? La única explicación coherente es la que Él mismo dio: Jesús es el Señor del sábado, y como tal, tiene autoridad sobre él. Su Señorío implica que el sábado no está por encima de Él ni es un mandato perpetuo, sino que Jesús lo redefine, lo trasciende y lo cumple.

A esto se suma el hecho de que Jesús usó ejemplos del Antiguo Testamento para mostrar que incluso dentro del sistema mosaico, el sábado podía ser violado legítimamente sin culpa, como cuando los sacerdotes trabajaban en el templo o cuando David comió el pan consagrado. Jesús no defendió un sábado rígido, sino uno subordinado a la obra de Dios. Su enseñanza y su práctica muestran que el sábado no es absoluto y que se encuentra subordinado a un propósito mayor: la redención y el bienestar del ser humano.

La Abolición del Sábado como Parte del Pacto Mosaico: Una Realidad del Nuevo Pacto

Para comprender por qué el sábado no es obligatorio para la Iglesia, es indispensable entrar en una de las verdades más ignoradas por muchos movimientos contemporáneos: el Pacto Mosaico fue abolido, no parcialmente, no selectivamente, sino completamente. Esta afirmación no es una invención moderna ni un capricho teológico; es el testimonio uniforme del Nuevo Testamento, expresado con una claridad tal que solo el deseo de sostener doctrinas preestablecidas puede nublar.

La mayoría de las confusiones actuales surgen porque muchos cristianos piensan que la Ley de Moisés sigue vigente parcialmente, o que ciertas partes siguen siendo obligatorias mientras otras no. En este punto, la tradición religiosa suele mezclar conceptos, tomar lo que conviene y descartar lo que incomoda. Pero el Nuevo Pacto no se somete al gusto humano; Dios mismo definió qué permaneció y qué fue removido. La pregunta no es: “¿Qué me gustaría conservar de la Ley?”, sino: ¿Qué hizo Cristo con la Ley?

Las declaraciones del apóstol Pablo al respecto no dejan espacio para ambigüedades. En Efesios 2:15, Pablo afirma que Cristo “abolió en su carne la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas”. Algunos intentan minimizar este versículo diciendo que Pablo se refiere solo a las leyes ceremoniales. Pero Pablo no usa términos que permitan esa reducción artificial: él habla de “la ley de los mandamientos”, la estructura misma del sistema mosaico, con sus reglamentos, sus tarifas, sus exigencias y sus señales. No distingue entre moral, ceremonial o civil; habla de la Ley como un todo orgánico.

Cristo abolió la ley: Abolió el pacto completo, y con él, su señal

Para el pueblo judío del primer siglo, la Ley era una unidad indivisible, y nadie —ni profeta, ni rey, ni rabino— tenía permiso para fragmentarla. Cuando Cristo abolió la Ley, no retiró piezas seleccionadas: abolió el pacto completo, y con él, su señal. Así como la circuncisión, las fiestas, los sacrificios y el sacerdocio levítico dejaron de ser obligatorios, también el sábado, que formaba parte inseparable de ese mismo sistema, perdió su vigencia legal.

Hebreos 8:13 es aún más explícito cuando declara que el Pacto Antiguo quedó “viejo” y “está próximo a desaparecer”. El autor de Hebreos no dice que desapareció solo una parte del pacto, como lo ceremonial; habla del pacto entero. Y si el pacto entero es reemplazado, todo lo que le pertenecía queda sin autoridad sobre el creyente.

Esta es la razón por la cual el Nuevo Testamento jamás ordena guardar el sábado, ni una sola vez, ni insinúa que sea obligatorio. Si la Iglesia tuviera que observar un día específico, el Espíritu Santo lo habría declarado con la misma claridad con que ordena el bautismo en el nombre de Jesús o la participación en la Cena del Señor. Pero el silencio es absoluto.

El sábado como sombra: La enseñanza de Pablo en Colosenses 2

Una de las declaraciones más contundentes del Nuevo Testamento respecto al sábado se encuentra en Colosenses 2:16-17, donde Pablo escribe: “Nadie os juzgue… en día de reposo”, porque todo eso es “sombra de lo que había de venir, pero el cuerpo es de Cristo”.

Este pasaje no es un comentario marginal; es el corazón doctrinal que revela la función real del sábado: fue una sombra, una figura temporal que señalaba hacia una realidad mayor, la cual se cumple en Cristo.

El séptimo día fue para señalar algo más grande: El descanso verdadero en Cristo

Cuando Pablo usa la palabra “sombra”, está diciendo dos cosas: primero, que el sábado tenía valor simbólico dentro del Antiguo Pacto; y segundo, que su propósito no era ser eterno. Una sombra no tiene vida propia, ni es un fin en sí misma. Existe únicamente en función del cuerpo que proyecta esa sombra. El sábado fue dado para señalar algo más grande: el descanso verdadero que Cristo ofrece. Una vez que el cuerpo —Cristo— llega, la sombra pierde su razón de ser.

La instrucción de Pablo es clara, directa y universal para todos los cristianos: nadie debe juzgarte por los sábados. La misma Ley que ordenaba el sábado había sido clavada en la cruz (Colosenses 2:14). Esto significa que nadie tiene autoridad para imponerlo sobre la Iglesia. Y si nadie puede imponerlo, es porque el sábado ya no funciona como mandamiento bajo el Nuevo Pacto.

El sábado dentro del sistema ritual del judaísmo

Pablo incluye el sábado dentro de una lista de elementos abolidos que contiene comidas, bebidas y fiestas. Esto ubica al sábado no dentro de la categoría moral, sino dentro del sistema ritual del judaísmo. Para Pablo, el sábado no es un mandamiento moral universal como “no matarás”, sino una institución ritual de un pacto ya cancelado.

Algunos argumentan que Pablo se refiere a “sábados ceremoniales” y no al sábado semanal, pero esta objeción no sobrevive un análisis serio.

Pablo usa el término plural “sábados”, que en la literatura rabínica y bíblica incluye el sábado semanal. Y si observamos el patrón de las listas del Antiguo Testamento donde aparecen fiestas, lunas nuevas y sábados, siempre incluyen tanto los días festivos como el sábado semanal, en un paquete indivisible. Es el mismo patrón usado por Isaías, Ezequiel y Oseas.

Pablo no introduce una clasificación nueva; adopta la misma secuencia del Antiguo Testamento. Pretender que en Colosenses la palabra “sábado” cambia de significado es interpretar el texto para acomodarlo a doctrinas posteriores.

Romanos 14: El día como asunto de conciencia, no de ley

La postura de Pablo respecto al sábado se muestra también en Romanos 14. Allí afirma que algunos creyentes “juzgan un día como más importante que otro”, mientras que otros “juzgan iguales todos los días”.

En lugar de imponer un día específico, Pablo enseña que cada creyente debe estar plenamente convencido en su mente. Esta afirmación es revolucionaria, porque nunca hubiera podido decirse bajo la Ley de Moisés. Bajo la Ley, Israel no tenía derecho a considerar todos los días iguales. El sábado estaba legalmente separado y obligatorio. Si el sábado siguiera vigente bajo el Nuevo Pacto, Pablo no podría decir lo que dice: habría entrado en contradicción con el mandamiento mismo.

Lo que Pablo está haciendo es mostrar que, bajo el Nuevo Pacto, la observancia de días no forma parte de los mandamientos obligatorios, sino que pertenece al ámbito de la libertad cristiana. Esto incluye tanto a judíos que habían practicado el sábado toda su vida como a gentiles que jamás lo habían guardado.

La forma en que Pablo trata el tema demuestra que el sábado ya no tiene una función legal ni es una condición para agradar a Dios. Un judío podía seguir guardándolo como costumbre cultural, pero no como exigencia espiritual; y un gentil podía ignorarlo completamente sin pecar. La igualdad espiritual entre ambos se conserva no por uniformidad ritual, sino por la unidad en Cristo.

Gálatas 4: Volver a los días es volver a la esclavitud

Quizá el pasaje más fuerte de todos se encuentra en Gálatas 4:9-11, donde Pablo reprocha duramente a los creyentes por querer observar “días, meses, tiempos y años”. Para Pablo, regresar a los ciclos del calendario mosaico equivalía a volver a la esclavitud.

No era una cuestión de tradición cultural, sino de retroceder espiritualmente a un sistema que Cristo ya había abolido. Sus palabras no son suaves ni diplomáticas: Pablo teme por ellos, teme que su labor haya sido en vano.

Cuando un creyente vuelve a la observancia obligatoria de días, está negando en la práctica la suficiencia de Cristo. Está diciendo que la obra de la cruz no basta, que requiere añadir instituciones del Antiguo Pacto para sentirse completo. Y Pablo declara que ese camino es peligroso, porque quien se somete a una parte de la Ley termina endeudado con toda la Ley.

El sábado no puede elegirse como un rito aislado. Si un creyente guarda el sábado como mandamiento, entonces debe guardar todo el sistema: circuncisión, dietas, purificaciones, sacrificios y el calendario completo. Cristo no nos dio libertad para escoger lo que nos agrada de la Ley; Él nos llamó a vivir en la libertad del Espíritu.

La Ley de Cristo: La Verdadera Guía Moral del Creyente

La abolición del Pacto Mosaico —incluyendo el sábado como mandamiento— jamás debe interpretarse como una licencia para el libertinaje. La libertad cristiana no es la ausencia de ley; es la sustitución de un pacto legalista antiguo por un pacto de gracia superior que opera con una ley mejor y con un poder mayor.

El Nuevo Testamento enseña consistentemente que el creyente ya no está «bajo la ley» (Romanos 6:14), pero sí está «bajo la ley de Cristo» (1 Corintios 9:21). El apóstol Santiago la llama «la ley real» o «la ley de la libertad» (Santiago 1:25; 2:8). Esta «Ley de Cristo» no es un código nuevo y diferente, sino el cumplimiento y la internalización de los principios morales del Decálogo a través del Evangelio.

La Ley Internalizada y Potenciada

La diferencia fundamental reside en dónde está escrita la Ley y qué poder la ejecuta.

  • El Antiguo Pacto escribió la Ley en tablas de piedra (2 Corintios 3:7), donde exigía obediencia perfecta sin proporcionar el poder para cumplirla, lo que resultaba en condenación.
  • El Nuevo Pacto escribe la Ley en el corazón y la mente del creyente a través del Espíritu Santo (Jeremías 31:33; Hebreos 8:10).

El creyente no obedece los Diez Mandamientos para obtener la vida eterna, sino que obedece a la Ley de Cristo porque ya tiene la vida eterna. La Ley de Moisés era una vara que demandaba; la Ley de Cristo es una guía de vida que capacita a través del Espíritu.

Los nueve mandamientos morales que se repiten en el Nuevo Testamento (contra el asesinato, el adulterio, el robo, etc.) no permanecen vigentes por ser parte del Decálogo, sino porque son la expresión atemporal del carácter de Dios y son resumidos en la Ley de Cristo.

El Resumen de la Ley: El Mandamiento del Amor

Jesús mismo resumió toda la Ley y los Profetas en dos mandamientos inseparables:

«Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.» (Mateo 22:37-39).

El apóstol Pablo lo confirma de forma contundente: «El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor» (Romanos 13:10).

La Ley de Cristo se centra en el amor radical y sacrificial, el cual subsume todos los mandamientos del Decálogo, excepto uno:

  • Amar a Dios cumple los mandamientos de no tener otros dioses, no hacer ídolos, no usar Su nombre en vano y (el principio moral del) descanso en Él.
  • Amar al prójimo cumple los mandamientos de honrar a los padres, no matar, no adulterar, no robar, no mentir y no codiciar.

El sábado, sin embargo, no es una ordenanza que se pueda resumir en «amar a Dios» o «amar al prójimo» en el mismo sentido que el resto. Es una ordenanza ritual de un pacto que ha sido superado por la realidad del reposo permanente que hallamos en Cristo, lo cual es el verdadero «reposo» para el pueblo de Dios.

¿Debo guardar el sábado como lo hizo Israel?

La pregunta que debe hacerse el cristiano no es: «¿Debo guardar el sábado como lo hizo Israel?», sino: «¿Estoy viviendo mi vida bajo la autoridad y el poder de la Ley de Cristo, capacitado por el Espíritu para amar a Dios y al prójimo?».

Bajo la gracia, la moralidad no se busca en un día ceremonial, sino en una relación vital con el Espíritu, que produce el fruto del amor. El creyente, por lo tanto, no es sin ley, sino que vive bajo una Ley más profunda y más santa que el ritualismo de los días.

El Verdadero Descanso del Pueblo de Dios: Una Exposición Profunda de Hebreos 4

Pocas porciones bíblicas han sido tan malinterpretadas por quienes desean restaurar prácticas del Antiguo Pacto como Hebreos 4. Para algunos, este capítulo es una supuesta prueba de que el sábado continúa vigente. Pero un análisis honesto, serio y profundo de la epístola demuestra exactamente lo contrario.

Una sombra que apuntaba a un descanso superior

El autor de Hebreos no está llamando a los cristianos a “guardar el sábado”, ni está intentando renovar el reposo del séptimo día; está mostrando que el sábado era una sombra que apuntaba hacia un descanso superior, un descanso que Israel jamás alcanzó por incredulidad, un descanso que Josué no logró darles, un descanso que no se define por un día de la semana, sino por una experiencia espiritual accesible únicamente en Cristo.

Hebreos 4 no es un llamado a guardar un día; es una invitación a entrar en una dimensión del reposo espiritual que no está limitada a un ciclo semanal, sino relacionada con la obra consumada de Cristo. Por eso el autor cita Génesis, cita a Moisés, cita a Josué y cita los Salmos, mostrando una progresión histórica donde cada intento de reposo queda incompleto… hasta que aparece Cristo.

El reposo espiritual: El descanso para el pueblo No es el séptimo día mosaico

El punto central del capítulo es que “queda un reposo para el pueblo de Dios”, pero ese reposo no es el sábado mosaico, porque Israel ya lo poseía y aún así no entró en el descanso prometido. Tampoco es el reposo de Canaán, porque Josué los introdujo pero el Espíritu declara siglos después que todavía falta un reposo. El reposo al que se invita no es geográfico, no es ritual, no es cíclico, no es un día… es Cristo mismo.

El lenguaje que utiliza Hebreos es profundamente teológico. El autor contrasta tres tipos de reposo: el reposo de Dios en la creación, el reposo sabático de Israel, y el reposo espiritual en Cristo.

El primero fue único, irrepetible, y no está diseñado para ser imitado semanalmente por la humanidad; fue un acto divino, no un mandamiento humano. El segundo fue una institución temporal, vinculada al pacto del Sinaí, una señal nacional para Israel. El tercero es el reposo eterno, el reposo final, el reposo interior, el reposo de la fe. Es el reposo de aquellos que “cesan de sus obras” porque descansan en la obra redentora de Cristo.

El sábado mosaico exigía que el hombre se detuviera de su trabajo físico una vez por semana. El reposo de Cristo exige algo mucho más profundo: que el hombre deje de intentar justificarse por sus propias obras.

El sábado trataba del cuerpo; Cristo trata del alma. También el sábado exigía suspensión temporal; Cristo ofrece descanso permanente. El sábado se repetía cada siete días; Cristo ofrece un reposo que no depende del calendario. El sábado era una sombra; Cristo es la sustancia.

Entrar en el reposo

Hebreos 4 jamás ordena guardar el sábado. El autor tuvo múltiples oportunidades de hacerlo si esa hubiera sido su intención. Pudo haber dicho: “Queda un reposo sabático para el pueblo de Dios, por lo tanto guardad el sábado.” Pero no lo hace. En lugar de eso, la exhortación es entrar por la fe en el reposo que Cristo ofrece.

La desobediencia que condena el autor no es la de trabajar en sábado, sino la de rechazar el reposo que Cristo provee. La incredulidad es el gran obstáculo, no la falta de observancia de días.

En este sentido, Hebreos 4 constituye una demolición directa a la idea de que el sábado semanal permanece vigente. Si el sábado fuera el reposo aún pendiente, ¿Cómo es posible que Israel lo guardara durante siglos y, aun así, Dios dijera que no habían entrado en su reposo? La única explicación coherente es que el sábado era un símbolo pedagógico, un recordatorio físico, una señal temporal que representaba un descanso espiritual mayor.

El sábado era una flecha que apuntaba hacia un destino; insistir hoy en el sábado es aferrarse a la flecha y rechazar el destino. Es tomar el mapa y desechar el tesoro.

Vivir en su reposo

Hebreos 4 nos enseña que la vida cristiana es vivir en ese reposo. Es vivir confiando en la gracia, no en rituales; es vivir en comunión con Dios, no sometido a un calendario; es vivir bajo la guía del Espíritu Santo, no bajo el peso de mandamientos abolidos.

El creyente que entiende este capítulo no se siente empujado hacia el sábado, sino liberado de él. Comprende que su descanso no depende de un día específico, sino de una Persona. No depende de una práctica ritual, sino de una realidad espiritual. No depende de una sombra, sino del cuerpo de Cristo.

Por esta razón, acusar a un cristiano que no guarda el sábado de “desobediente” o “transgresor” es negar el mensaje de Hebreos. Es ignorar la invitación divina a mirar más allá del Sinaí. Es reducir la obra de Cristo a un complemento del judaísmo, cuando en realidad es su cumplimiento y superación.

El sábado, como sombra, cumplió su propósito; y cuando la sombra cumple su propósito, deja de ser necesaria. A partir de Cristo, el descanso del pueblo de Dios no es un día por alcanzar, sino una experiencia que ya poseemos en Él.

El Primer Día de la Semana: La Práctica Apostólica y el Testimonio de la Iglesia Primitiva

Una de las objeciones más comunes entre los defensores del sábado es afirmar que la Iglesia cambió el día de reposo del sábado al domingo. Esta afirmación, repetida hasta el cansancio, ignora tanto la realidad bíblica como la evidencia histórica.

Lo que la Iglesia hizo no fue “cambiar el día”; lo que hizo fue vivir una fe que ya no estaba bajo la Ley, y por lo tanto no necesitaba un día obligatorio de reposo. El domingo no reemplazó al sábado como mandamiento, sino que se convirtió en el día natural de adoración y reunión porque fue el día de la resurrección del Señor.

Reunirse el primer día de la semana, no por imposición legal, sino por celebración espiritual

El Nuevo Testamento muestra que la Iglesia se reunía el primer día de la semana no por imposición legal, sino por celebración espiritual. En Hechos 20:7 se registra que los discípulos se reunieron para partir el pan el primer día de la semana.

El lenguaje indica una práctica ya establecida, una costumbre normalizada en la comunidad cristiana. No se presenta como excepción, ni como innovación reciente, ni como reforma eclesiástica; simplemente como la práctica natural de la Iglesia apostólica.

La ofrende el primer día de la semana

Asimismo, en 1 Corintios 16:2, Pablo ordena que cada creyente aparte su ofrenda “el primer día de la semana”. Esto no es un detalle casual. Pablo elige ese día porque era el día en que los creyentes se reunían como congregación.

La ofrenda tenía que ser recogida “cuando me reúna con ustedes”, y el único día mencionado en toda la carta en que la Iglesia se reunía era el primer día. Nuevamente, no como mandato ritual, sino como ritmo natural de vida cristiana.

Más tarde, el apóstol Juan, en Apocalipsis 1:10, menciona estar “en el Espíritu en el día del Señor”. La frase ya tenía significado para sus lectores, lo cual demuestra que no era una invención de Juan, sino un término ya reconocido entre los cristianos.

El primer día de la semana No era un reemplazo del sábado

El día del Señor no era el sábado; era el día en que Cristo resucitó y se manifestó vivo. Desde entonces, los cristianos celebraron ese día no como un nuevo mandamiento, sino como el día de la nueva creación, el día que marcó el inicio del triunfo final de Cristo sobre la muerte.

Históricamente, los escritores cristianos de los siglos I y II confirman esta práctica sin ninguna referencia al sábado como un día de observancia cristiana. La Didaché, Ignacio de Antioquía, Justino Mártir y otros testigos de la Iglesia primitiva describen comunidades que se reúnen el primer día de la semana para orar, escuchar la Palabra y partir el pan. Ninguno de ellos presenta esta práctica como un reemplazo del sábado, sino como la expresión natural de una fe centrada en la resurrección.

El sábado era la señal del pacto del Sinaí; el domingo se convirtió en el día de la celebración del Nuevo Pacto. También el sábado miraba hacia la creación; el domingo proclamaba la nueva creación en Cristo.

El sábado recordaba el reposo físico después del trabajo; el domingo celebraba la victoria de Jesús sobre la muerte. El sábado marcaba el fin de una semana de labor; el domingo inauguraba una vida nueva en Cristo.

Pero lo más importante es que el Nuevo Testamento nunca ordena guardar el domingo, ni lo convierte en un mandamiento. La Iglesia apostólica no sustituyó un legalismo por otro; simplemente vivió bajo la libertad del Espíritu. Para ellos, la adoración no estaba atada a un día; el día solo era una oportunidad para expresar una fe que ya no dependía de calendarios ni sombras. El domingo fue el fruto natural del Evangelio, no el reemplazo obligatorio del sábado mosaico.

Objeciones Sabatistas Comunes y Refutaciones Extensas

A pesar de la abundante evidencia neotestamentaria que demuestra la abolición del sábado como mandamiento legal, los defensores de su vigencia perpetua esgrimen objeciones recurrentes que merecen una refutación detallada. Estas objeciones, aunque lógicamente atractivas en apariencia, se disuelven bajo la lupa de una hermenéutica que honra la obra consumada de Cristo.

Objeción 1: El Sábado es la Ley Moral, Eterna e Inmutable

La objeción más difundida es que la Ley de Moisés se divide en tres categorías: la Ley Civil (que aplica a la nación de Israel), la Ley Ceremonial (sacrificios, fiestas, que apuntaban a Cristo) y la Ley Moral (los Diez Mandamientos, que son eternos). Según este esquema, el Cuarto Mandamiento sería moral y, por ende, vinculante para la Iglesia.

Refutación:

La Unidad de la Ley Mosaica:

El Nuevo Testamento nunca presenta esta clasificación tripartita (moral, ceremonial, civil) como una herramienta hermenéutica para el creyente. Para los apóstoles y para el mismo Israel, la Ley era una unidad indivisible (Gálatas 5:3; Santiago 2:10).

La Escritura declara que quien es culpable en un punto, es culpable de toda la Ley. Cuando Cristo vino, Él abolió el pacto completo, el cual incluía los Diez Mandamientos como su corazón (2 Corintios 3:7, 13, 14, donde se refiere a la Ley escrita en tablas de piedra, el pacto antiguo). El creyente no recibe permiso para desmantelar el pacto y seleccionar qué partes le agradan.

El Sábado es Excluido por el NT:

De los Diez Mandamientos, nueve son repetidos y reafirmados en el Nuevo Testamento como principios morales universales para la Iglesia (no matarás, no adulterarás, honra a tu padre y madre, etc.). Sin embargo, el mandamiento del sábado brilla por su ausencia en toda lista de obligaciones cristianas. Más aún, es el único de los Diez Mandamientos que es clasificado explícitamente como una sombra (Colosenses 2:16) y puesto en el ámbito de la conciencia (Romanos 14:5-6), no de la ley.

Esta exclusión activa por parte de los apóstoles es la prueba más contundente de que, aunque los principios morales subyacentes a la Ley permanecen, el mandamiento ritual del reposo sabático fue cumplido en Cristo.

El Contexto del Sinaí:

El Decálogo no es una «ley moral universal» flotante, sino el texto fundacional de un pacto nacional específico (Deuteronomio 5:2-3). La propia introducción al mandamiento sabático lo enmarca en la redención de Egipto (Deuteronomio 5:15), un evento que no es universal para la humanidad. El sábado es la señal del pacto (Éxodo 31:13), y cuando un pacto es reemplazado por uno nuevo y mejor (Hebreos 8:6-13), su señal pierde su vigencia legal.

Objeción 2: Jesús Guardó el Sábado y Pablo Fue a la Sinagoga

Se argumenta que la práctica de Jesús y de Pablo prueba que el día no fue abolido.

Refutación:

  1. Jesús Bajo la Ley: Jesús no solo guardó el sábado, sino que también guardó toda la Ley Mosaica, incluyendo la circuncisión, las dietas y las fiestas judías (Galatas 4:4). Su obediencia perfecta a todo el sistema mosaico no fue para darnos un ejemplo a seguir en lo ritual, sino para cumplir los requisitos justos de la Ley por nosotros y para nosotros. Él se sometió a las sombras para poder convertirse en la realidad. Si Su observancia del sábado es obligatoria, entonces Su observancia de la circuncisión y el sacrificio de animales también lo sería. La única forma de entender la vida de Cristo es reconocer que Su obediencia fue vicaria (sustitutoria) y Su propósito fue consumar la Ley.
  2. El Propósito de Pablo en la Sinagoga: Cuando el apóstol Pablo entraba a las sinagogas los sábados, no lo hacía para guardar el día sino para alcanzar a su audiencia natural (Hechos 17:2; 18:4). El sábado era el día en que la comunidad judía (su público objetivo primario) se congregaba para leer las Escrituras. Pablo usaba esta oportunidad logística y estratégica para anunciar que el Mesías, al que ellos esperaban cada sábado, ya había llegado. Su mensaje a los creyentes gentiles fue diametralmente opuesto: él les advirtió contra la imposición de los días sabáticos (Colosenses 2; Gálatas 4). El contexto de la predicación no debe confundirse con la ordenanza legal para la Iglesia.

Objeción 3: El Sábado Será Observado en la Nueva Tierra (Isaías 66:23)

Quienes defienden la perpetuidad del sábado a menudo citan profecías como la de Isaías, que parece indicar que en el reino futuro (o la Nueva Tierra), los redimidos vendrán a adorar a Dios de sábado en sábado.

Refutación:

  1. Lenguaje Profético Simbólico: La profecía del Antiguo Testamento que describe la gloria futura de la Iglesia a menudo usa el lenguaje y la terminología del sistema mosaico (templos, sacerdotes, sacrificios, lunas nuevas y sábados) porque era el único marco de referencia que el pueblo de Israel tenía para describir la adoración perfecta y completa. Isaías 66:23 no solo menciona «sábado tras sábado» sino también «de luna nueva en luna nueva». Si este pasaje se interpreta de manera literal y legal, la Iglesia estaría obligada a guardar ambos: el sábado semanal y la fiesta de la luna nueva. Pablo, sin embargo, agrupa a los dos en Colosenses 2:16, declarándolos sombras abolidas.
  2. El Cumplimiento Espiritual: La interpretación correcta es que estas profecías señalan el reposo eterno y la adoración continua del pueblo de Dios en la eternidad. La profecía no busca restaurar ritos, sino describir un estado de perfecta comunión y descanso en la presencia de Dios. La realidad de una adoración sin fin, en un estado de reposo absoluto, es el cumplimiento de lo que el sábado y la luna nueva prefiguraron. Insistir en el ciclo literal es ignorar la progresión de la revelación y apegarse a la figura.

La Teología del Descanso Bajo la Gracia: La Realidad Sustituye a la Sombra

La abolición del sábado no condujo a la anarquía espiritual, sino a la revelación de un concepto de reposo infinitamente superior y mucho más profundo: la Teología del Descanso Bajo la Gracia. El cristianismo no es una religión sin reposo, sino una que vive en el Reposo de la fe.

1. El Reposo de la Justificación: Cesar de las Obras Propias

El corazón del descanso bajo la gracia es la justificación por la fe (Romanos 5:1). El sábado mosaico requería que el hombre cesara de sus obras físicas una vez por semana. El Reposo de Cristo requiere algo más trascendental: que el hombre cese de sus obras de justicia propia y descanse completamente en la obra de Jesús en la cruz.

El gran conflicto del alma humana es el intento de merecer la salvación. El reposo de la gracia es la libertad de esta esclavitud. Cuando un creyente entiende que «es cumplido» (Juan 19:30), cesa de su afán por añadir a la obra de Cristo, cesa de la ansiedad de la autojustificación y cesa de la presión de cumplir rituales que no salvan.

Como bellamente argumenta Hebreos 4, el verdadero reposo es entrar en la fe de aquellos que han cesado de sus propias obras, así como Dios cesó de las suyas después de la Creación.

2. El Reposo Continuo: Paz y Seguridad

El descanso bajo la gracia no es un evento semanal, sino un estado de vida permanente. El creyente, justificado por la fe, tiene paz con Dios. Esta paz es la esencia de nuestro descanso. El Espíritu Santo mora en nosotros, garantizando que nuestra relación con Dios no se rompe por un error en el calendario o por un fallo en la observancia ritual.

La vida cristiana es, por lo tanto, una vivencia de descanso en el Espíritu (Mateo 11:28: «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar«). Este reposo no está atado a la rotación de la Tierra, sino a la inmutabilidad del carácter de Cristo. Nuestra santificación es un proceso continuo, pero nuestra justificación y nuestra seguridad son un reposo consumado.

3. El Descanso de la Adoración: El Día del Señor como Celebración de la Libertad

Bajo la gracia, la adoración no está constreñida a un día, sino que fluye de un corazón en reposo. El cristiano adora siete días a la semana (Romanos 12:1). Sin embargo, la Iglesia primitiva adoptó el Primer Día de la Semana (Domingo, el Día del Señor) no como un nuevo mandamiento legal, sino como una celebración espontánea y libre de la Resurrección.

El domingo no es el «sábado cristiano». No es un reemplazo legalista. Es la afirmación gozosa de la nueva creación iniciada en la resurrección de Cristo. En este día, el pueblo de Dios se congrega por libertad, no por obligación, para recordar que el Reposo ha llegado. Es un memorial del cumplimiento, no una señal de una ley. El creyente descansa de sus labores seculares para dedicar tiempo a la comunión fraternal, en un acto de amor y gratitud, no de esclavitud ritual.

Conclusión Final del Artículo: La Suficiencia Consumada de Cristo

El debate sobre el sábado debe cesar ante la gloriosa luz del Nuevo Pacto. Hemos examinado las Escrituras y descubierto que el sábado fue una institución mosaica dada a Israel como una señal nacional, y que su función profética era ser una sombra que apuntaba hacia una realidad mucho más grande.

La realidad ha llegado. Jesucristo es nuestro verdadero, completo y final Reposo. Él es el cuerpo al cual la sombra del sábado señalaba. Insistir hoy en la observancia obligatoria del séptimo día no es honrar la ley, sino minimizar la obra de Cristo. Es, como lo vio el apóstol Pablo, un peligroso retroceso a la esclavitud de los rudimentos de un pacto que Dios mismo declaró viejo y obsoleto.

El verdadero y perpetuo reposo

El creyente ha sido llamado a una libertad sin paralelos, una libertad que no le permite ser juzgado por rituales, comidas o días de reposo. Nuestra fe se define por el descanso que ya tenemos en Jesús, por la justicia que se nos ha imputado por Su sangre y por la paz que vive en nuestro espíritu.

El sábado cumplió su propósito en la cruz. Nuestro llamado no es a observar un calendario semanal, sino a entrar diariamente por fe en el Reposo que Cristo ofrece. La adoración de la Iglesia es un continuo de siete días, coronado por la gozosa celebración del Día del Señor, el día que testifica de la victoria que nos liberó de toda sombra y nos introdujo en la plenitud de la gracia.

La vida cristiana es vivir sin el peso de la Ley, pero bajo el poder del Espíritu, sabiendo que Cristo es suficiente para nuestra justificación, nuestra santificación y nuestro descanso eterno. El verdadero desafío para el creyente es dejar de mirar hacia el Sinaí y, en cambio, fijar la mirada en el Calvario y la tumba vacía, el único lugar donde el alma encuentra su verdadero y perpetuo Reposo.

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