Introducción: Salmo 110:1 Explicación
El Salmo 110:1 es uno de los pasajes mesiánicos más citados en el Nuevo Testamento y ha sido motivo de debate tanto en círculos trinitarios como unicitarios. En este versículo, David registra una declaración divina que encierra un profundo misterio: “Dijo Yahweh a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies”. ¿Quién es este “Señor” al que Yahweh se dirige? ¿Se trata de otra persona divina? ¿O está hablando del Mesías, el hombre que sería exaltado por Dios?
Desde la perspectiva de la Unicidad de Dios, este versículo no revela una pluralidad de personas divinas, sino la exaltación del Hijo de Dios —el hombre Cristo Jesús— al lugar de mayor autoridad después de haber cumplido su obra redentora. Esta explicación armoniza plenamente con el resto del testimonio bíblico, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.
El Hijo del Hombre exaltado a la diestra de Yahweh
El autor de Hebreos escribe lo siguiente:
“Pues, ¿a cuál de los ángeles dijo jamás: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies?” (Hebreos 1:13).
Esta pregunta retórica destaca la supremacía única del Hijo sobre cualquier ser angelical. Citando directamente el Salmo 110:1, el escritor inspirado identifica a Jesucristo como el cumplimiento de esta antigua profecía. Lo que Hebreos revela es que la exaltación del Mesías a la diestra de Dios no es una honra concedida a ningún otro ser, sino al único que fue engendrado por Dios para llevar a cabo la redención: el hombre Cristo Jesús.
En el texto hebreo original del Salmo 110:1 leemos:
“Dijo Yahweh a mi Señor [adon]: Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies”.
Aquí, el nombre sagrado Yahweh aparece como el sujeto que habla, mientras que la palabra hebrea “adon”, que se traduce como “mi Señor”, se refiere a una figura humana de autoridad. Este término «adon» es significativo, ya que en las Escrituras hebreas se emplea principalmente para amos o señores humanos, no para describir a Dios mismo (quien es usualmente designado como “Adonai”).
Esto deja claro que el salmista está profetizando sobre un Señor humano, no sobre otra persona divina. Yahweh no le habla a otro Yahweh, sino que habla de un hombre que sería exaltado a una posición de autoridad suprema. Este hombre no es otro que el Mesías, que habría de venir al mundo mediante nacimiento virginal, como lo enseñan las Escrituras (Isaías 9:6; Mateo 1:20-23).
Pedro confirma esta interpretación en su poderoso discurso en el día de Pentecostés, cuando cita el mismo Salmo 110:
“Porque David no subió a los cielos; sin embargo, él mismo dice: Dijo el Señor [Yahweh] a mi Señor [adon]: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies.” (Hechos 2:34-35)
Pedro señala enfáticamente que David no estaba hablando de sí mismo, ni de un ser celestial preexistente, sino del Mesías resucitado, Jesús de Nazaret, quien después de su resurrección fue ascendido al cielo y recibió esa gloriosa posición de autoridad a la diestra de Dios.
Este acto de exaltación no puede entenderse como el regreso de un “Dios el Hijo” a una gloria que ya poseía desde la eternidad. Si Jesús siempre hubiera estado en la diestra del Padre como una segunda persona divina, la declaración profética “siéntate a mi diestra” no tendría sentido. No sería una promesa futura, sino una realidad presente desde siempre.
Pero el contexto y el cumplimiento demuestran lo contrario. El Mesías debía ascender y luego ser colocado a la diestra de Dios. Esa exaltación es el resultado de su obediencia, su sacrificio y su victoria como verdadero hombre.
Esto es confirmado por el apóstol Pablo, cuando dice:
“Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres: el hombre Cristo Jesús” (1 Timoteo 2:5).
No se trata de un ser eterno que descendió temporalmente, sino de un hombre verdadero, nacido de mujer, engendrado por el Espíritu Santo, que luego fue hecho Señor y Cristo (Hechos 2:36).
Yahweh se convirtió en Hijo (Hombre) para salvarnos
Al leer el Salmo 118 en su totalidad, se revela una profunda verdad profética: Yahweh mismo se convirtió en nuestra salvación. Esta declaración, a menudo pasada por alto, tiene una conexión directa con el plan redentor de Dios cumplido en Jesucristo. Como enseña Isaías 9:6, el Hijo que nos fue dado no es otro que el Dios fuerte y Padre eterno, manifestado como un niño humano: “Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado… y se llamará su nombre… Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz”.
El salmista declara con asombro:
“Esta es la puerta de Yahweh; los justos entrarán por ella. Te alabaré porque tú te has convertido en mi salvación. La piedra que desecharon los edificadores ha venido a ser la cabeza del ángulo. De parte de Yahweh es esto, y es cosa maravillosa a nuestros ojos” (Salmo 118:20-23).
Aquí vemos que Yahweh no solo es quien provee la salvación, sino que Él mismo se convierte en ella. La “puerta de Yahweh” es una figura que apunta al Mesías, el único medio por el cual los justos pueden entrar. Jesús dijo claramente: “Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo” (Juan 10:9), haciendo eco de esta declaración del Salmo.
Esta profecía también menciona a la piedra rechazada que se convierte en la piedra angular, una imagen que Jesús aplica directamente a sí mismo en los evangelios. En Mateo 21:42, Marcos 12:10-11 y Lucas 20:17, Jesús cita textualmente el Salmo 118:
“¿Nunca leísteis en las Escrituras: La piedra que desecharon los edificadores, ha venido a ser cabeza del ángulo? El Señor ha hecho esto, y es cosa maravillosa a nuestros ojos.”
Jesús no estaba usando el Salmo como mera ilustración, sino como una declaración sobre su propia identidad. Él es la piedra que los líderes religiosos estaban rechazando, y al citar este pasaje, estaba afirmando que Él era el cumplimiento literal de esa profecía. Al hacerlo, también estaba revelando que Él mismo es Yahweh manifestado en carne, cumpliendo el anuncio de que Yahweh “se ha convertido en mi salvación”.
Este punto se vuelve aún más claro cuando consideramos Lucas 1:35. Allí, el ángel le dice a María que el niño que nacerá será engendrado por el Espíritu Santo, y que será llamado Hijo de Dios. No se trata de una segunda persona divina tomando un cuerpo humano, sino de Yahweh, el único Dios verdadero, manifestándose como hombre mediante su propio Espíritu.
“El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios.” (Lucas 1:35)
Jesús, al identificarse con la piedra del Salmo 118, provocó gran indignación entre los fariseos. No solo entendieron que Él aplicaba la parábola contra ellos, sino que también comprendieron que al citar ese Salmo, estaba afirmando ser Yahweh mismo hecho carne. No les quedaba duda de que estaba declarando su divinidad, pero no como una segunda persona del Dios trino, sino como Dios mismo entre los hombres.
Por eso intentaron matarlo (Marcos 12:12). En su mente, estas afirmaciones eran blasfemia. Sin embargo, lo que para ellos era motivo de escándalo, para los que creen es motivo de asombro: Jesús es Yahweh que se ha convertido en nuestra salvación, el “Dios con nosotros” (Mateo 1:23), no en apariencia o figura simbólica, sino como un verdadero hombre nacido de mujer.
“Yahweh dijo a mi Señor (Adon)” – Salmo 110:1
El texto de Salmo 110:1 declara enfáticamente:
“Yahweh dijo a mi Señor [adon]: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies.”
Este versículo ha sido interpretado erróneamente por muchos como una conversación entre dos personas divinas co-eternas. Sin embargo, el texto hebreo no utiliza el término “Adonai” (que se emplea generalmente para referirse al Señor Dios), sino “adon”, un término que en la vasta mayoría de los casos bíblicos se refiere a un señor humano, alguien en una posición de autoridad, pero no divino en sí mismo.
Es importante subrayar que el texto no dice: “Yahweh dijo a mi Yahweh”, ni “Yahweh dijo a mi Adonai”. El uso preciso de adon indica que el Yahweh único y soberano está hablando de un hombre: el Mesías prometido, quien habría de venir en carne. De este modo, no estamos viendo aquí una conversación entre dos personas divinas dentro de una supuesta Trinidad, sino una profecía mesiánica en la que Dios habla acerca de un Señor humano que sería exaltado a Su diestra.
Esto contradice directamente la enseñanza trinitaria de que Jesús existió eternamente como una segunda persona divina llamada “Dios el Hijo”. Si Jesús ya estuviera desde la eternidad en la diestra del Padre, ¿por qué Yahweh habría de decirle proféticamente: “Siéntate a mi diestra”? ¿Acaso no estaría ya en esa posición? La afirmación misma implica un cambio de estado, un ascenso, una exaltación posterior a un momento definido en el tiempo, lo cual concuerda perfectamente con la doctrina bíblica de que Jesús fue engendrado, nacido de mujer, y luego exaltado.
Los trinitarios suelen citar Juan 17:5, donde Jesús ora diciendo: “Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese”, como una prueba de su preexistencia eterna. Sin embargo, este versículo puede entenderse como una declaración profética, ya que en la misma oración (v.24) Jesús dice que esa gloria fue dada por el Padre en su propósito eterno, antes de la fundación del mundo, no como una experiencia literal preencarnada, sino como un plan divino previsto en la mente de Dios (1 Pedro 1:20).
El apóstol Pedro, lleno del Espíritu Santo, proporciona una interpretación inequívoca del Salmo 110:1 en el día de Pentecostés:
“Porque David no subió a los cielos; pero él mismo dice: Dijo el Señor [Yahweh] a mi Señor [adon]: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies. Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo.” (Hechos 2:34–36)
Pedro no dice que Jesús siempre fue Señor y Cristo, sino que Dios lo hizo Señor y Cristo después de su muerte y resurrección. La palabra griega usada aquí para “hacer” es poieó, que implica fabricar, formar o causar que algo llegue a ser. Jesús fue hecho Señor y Cristo en virtud de su obediencia hasta la muerte (Filipenses 2:8-9), no porque ya lo fuera desde la eternidad pasada.
Esto armoniza perfectamente con 1 Timoteo 2:5, donde se afirma:
“Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres: el hombre Cristo Jesús.”
Aquí se distingue claramente entre Dios —el Padre— y el Hijo como hombre mediador, no como una segunda persona divina. Así, Salmo 110:1 no presenta dos personas divinas hablando entre sí, sino a un solo Dios, Yahweh, exaltando a un hombre, su Mesías, al lugar de mayor autoridad.
Conclusión: Dijo mi Señor a mi Señor
El Salmo 110:1 no revela una pluralidad de personas divinas, sino que proclama el misterio de la encarnación y exaltación del Mesías. Yahweh, el único Dios verdadero, habló proféticamente acerca de un Señor humano, “adon”, que sería exaltado a su diestra después de haber cumplido su obra redentora. Ese Señor es Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios nacido de mujer, a quien Dios hizo Señor y Cristo.
Este pasaje, lejos de apoyar la doctrina trinitaria, confirma la verdad gloriosa de la Unicidad de Dios: que Dios mismo se manifestó en carne como un verdadero hombre (1 Timoteo 3:16), fue rechazado por los suyos, y exaltado por su obediencia a la más alta posición de autoridad.
En Jesús se cumple la promesa de que Yahweh se convertiría en nuestra salvación. Él es la piedra que los edificadores desecharon, y ahora es la cabeza del ángulo. Por tanto, afirmamos con certeza que Jesús no es una segunda persona divina, sino el mismo Yahweh revelado como hombre para salvarnos, exaltado a su diestra como Señor y Cristo.
“Toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.” (Filipenses 2:11)