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Buscando la unción de Dios

Buscando la unción de Dios (Reflexión basada en 2 Reyes 2:1–9)

Un creyente que está buscando la unción de Dios, tiene una de las aspiraciones más nobles que un creyente puede tener. No se trata de emoción, espectáculo o reconocimiento humano, sino de vivir bajo la influencia, dirección y poder del Espíritu Santo para cumplir el propósito divino. En un tiempo donde abundan imitaciones, donde muchos confunden la unción con técnicas, carisma o sensaciones, es urgente volver a las Escrituras para comprender cómo se busca, cómo se recibe y qué implica vivir ungido por Dios.

El relato de Elías y Eliseo en 2 Reyes 2:1–9 es una de las imágenes más potentes en la Biblia sobre el deseo genuino de la unción. Allí encontramos a un hombre que no se conformó con observar la obra de Dios desde lejos, ni con admirar a otro siervo del Señor; Eliseo quiso experimentar por sí mismo el poder que Dios daba a sus escogidos, y para ello estuvo dispuesto a perseverar hasta el final, aun cuando nada parecía ocurrir.

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1. La expectativa que abre los cielos

Uno de los rasgos más sobresalientes en la vida de Eliseo es que tenía expectativa espiritual. Su corazón estaba alineado con lo que Dios podía hacer, aun cuando sus ojos no veían nada. La expectativa es una forma de fe activa; es una convicción interna de que Dios está obrando aunque todo parezca igual.

1.1 Creía que algo iba a suceder

Eliseo no seguía a Elías por curiosidad ni por interés superficial. Él sabía que Dios estaba a punto de obrar de una manera especial. De alguna manera, su espíritu discernía que un momento decisivo se acercaba.

La expectativa es la misma que tuvieron otros grandes personajes bíblicos:

  • Los diez leprosos de Lucas 17 obedieron la palabra de Jesús antes de ver el milagro. No fueron sanados al instante, pero “mientras iban, fueron limpiados”. La expectativa los movió.
  • La mujer del flujo de sangre también tenía esa convicción interna: “Si tan solo tocare”. No esperaba ver para creer. Creyó primero, y luego recibió.

La expectativa no es emocionalismo. Es una fe que respira, que se mueve hacia lo que Dios prometió, que actúa antes de ver el cumplimiento.

1.2 Esperaba recibir algo de Elías

Eliseo sabía que Elías cargaba una unción poderosa. Lo había visto abrir cielos con oración, confrontar la idolatría, multiplicar aceite, restaurar vidas. Pero Eliseo no quería solo ser testigo; quería ser partícipe.

Tenía claro que:

  • Dios usa instrumentos humanos.
  • La unción se transmite a quienes están en el lugar correcto y con la actitud correcta.
  • Quien está buscando la unción de Dios debe anhelarla de corazón.

Su expectativa lo preparó para pedir, para recibir y para perseverar.

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2. La perseverancia que no se rinde cuando todo parece igual

Después de la expectativa viene una de las pruebas más difíciles cuando estamos buscando la unción: la perseverancia. Eliseo siguió a Elías en un recorrido que aparentemente no tenía sentido. Nada sobrenatural parecía suceder. No había señales, no había caída de fuego, no había palabra profética. Solo un hombre siguiendo a otro.

Pero la unción nunca se entrega a los que se detienen antes de tiempo. Dios prueba la motivación del corazón.

2.1 En Betel no pasó nada

En Betel, los hijos de los profetas se acercaron a Eliseo y le dijeron: —¿Sabes que hoy Jehová quitará a tu señor? Era como decirle: “No tiene caso seguir”. Pero Eliseo respondió: “Sí, yo lo sé; callad”.

Betel representa esos lugares donde la gente te dice que no sigas, que no vale la pena, que nada cambiará. Pero la fe madura no se rinde ante voces externas.

2.2 En Jericó tampoco pasó nada

Luego llegaron a Jericó, un lugar cargado de historia espiritual. Pero tampoco allí se manifestó nada extraordinario. Dios no cayó, el cielo no se abrió, nadie profetizó. Sin embargo, Eliseo avanzó.

Jericó representa las temporadas donde caminas con Dios, oras, ayunas, sirves… y nada ocurre. Pero quien busca la unción sabe que la ausencia de señales no es ausencia de Dios.

2.3 En el Jordán sí ocurrió un cambio

Solo cuando llegaron al Jordán, después de la perseverancia silenciosa, Elías abrió las aguas y Eliseo cruzó con él. Es interesante notar que Eliseo recibió la unción no en Betel ni en Jericó, sino en el Jordán, el lugar donde:

  • Jesús fue bautizado y descendió el Espíritu.
  • El pueblo de Israel cruzó hacia la Tierra Prometida.
  • Juan predicaba arrepentimiento.

El Jordán es símbolo de entrega, muerte al ego, decisiones profundas. Allí Dios unge, allí Dios respalda. La perseverancia de Eliseo lo llevó al lugar de la impartición.

2.4 Ejemplos bíblicos de perseverancia

Muchos personajes alcanzaron lo imposible porque insistieron más allá del silencio:

  • La mujer cananea insistió aun cuando Jesús no respondió a su primera petición. Su fe quebró barreras.
  • Bartimeo gritaba más fuerte cuando lo querían callar.
  • Jacob no soltó al ángel hasta recibir bendición.

Todos ellos tuvieron algo en común: su perseverancia provocó intervención divina.

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3. Eliseo pidió: la unción se busca intencionalmente

Cuando la prueba de la perseverancia terminó, llegó el momento decisivo: Elías le dijo a Eliseo que pidiera lo que quisiera.

Nada cambia en la vida espiritual sin pedirlo. Dios no unge a quien no desea ser usado por Él. La Biblia está llena de momentos donde Dios invita al hombre a pedir:

  • El leproso en Mateo 8 dijo: “Señor, si quieres, puedes limpiarme”.
  • Jesús preguntó a Bartimeo: “¿Qué quieres que te haga?”.
  • El Señor enseñó que el Padre da el Espíritu Santo “a los que se lo pidan”.

Pedir es un acto de humildad. Es reconocer que la obra de Dios no depende de nuestra capacidad sino de Su poder.

3.1 Eliseo pidió una doble porción

No pidió fama, no pidió rango, no pidió reconocimiento. Pidió unción. Y no solo unción, sino una doble porción. Esto no era ambición egoísta; era conciencia del peso espiritual que vendría tras la partida de Elías.

Quien busca la unción debe tener claridad en su petición: “Señor, quiero tu Espíritu, quiero tu poder, quiero tu presencia, quiero tu carácter”.

4. Pasión por la presencia de Dios: la esencia de toda unción

Hablar de unción sin hablar de presencia es como intentar hablar de fuego sin mencionar el calor. La unción no nace de técnicas, métodos ni emociones momentáneas; brota exclusivamente del encuentro íntimo con Dios.

Cuando observamos a Eliseo siguiendo los pasos de Elías, no vemos simplemente a un hombre persiguiendo un manto, sino a un corazón persiguiendo la presencia divina que reposaba sobre el profeta. La unción que muchos desean es el resultado de una relación que pocos están dispuestos a cultivar.

El error de muchos es buscar el poder sin buscar primero la presencia. Sin embargo, la presencia es la esencia de la unción. Donde Dios está, hay poder; donde Dios permanece, hay transformación; donde Dios habita, hay autoridad espiritual.

Eliseo entendió que la verdadera herencia no era la fama de Elías ni su reconocimiento, sino la cercanía que él tenía con el Dios vivo. Por eso no se apartó de su lado, aunque no viera resultados inmediatos. Su perseverancia estaba impulsada por la pasión por la presencia.

4.1 Moisés: si tu presencia no va conmigo, no me muevo

Pocos hombres en la Escritura entendieron como Moisés lo que significa depender de la presencia de Dios. Él no se conformó con milagros, ni con señales, ni siquiera con la promesa de victoria sobre los enemigos. Moisés sabía que todas estas cosas eran secundarias frente a una sola realidad insustituible: Dios con él.

Cuando dijo: Si tu presencia no va conmigo, no nos saques de aquí, expresó la convicción de un corazón que había descubierto la fuente de toda autoridad. Para Moisés, avanzar sin Dios era sinónimo de fracaso, aun si las circunstancias fueran favorables. La unción verdadera nace de ese clamor profundo: “Señor, no quiero caminar sin Ti; no quiero predicar sin Ti; no quiero servir sin Ti”.

Esa postura espiritual es la que preserva la pureza de la unción. No se trata de buscar experiencia, sino de buscar al Dios de la experiencia. No se trata de hacer obras grandes, sino de caminar con un Dios grande.

4.2 Josué: el joven que no se apartaba del tabernáculo

Josué nunca buscó protagonismo. Tampoco aparece realizando prodigios antes de asumir el liderazgo de Israel. Pero había algo en él que revelaba por qué Dios lo escogió: su amor por la presencia. La Biblia afirma que, mientras Moisés salía del tabernáculo después de hablar con Dios, Josué permanecía allí. No por obligación, no por disciplina externa, sino porque allí se sentía completo.

Antes de ser un conquistador, Josué fue un adorador. Antes de guiar al pueblo, aprendió a quedarse quieto en los atrios de Dios. Ese hábito secreto fue el taller donde Dios formó su espíritu. Es allí donde se hacen los hombres ungidos: no en plataformas, sino en la intimidad; no bajo aplausos, sino bajo silencio; no frente al pueblo, sino frente al rostro de Dios.

Los ungidos no se improvisan. Se forjan en el tabernáculo, donde la presencia moldea carácter, rompe orgullo y enciende pasión espiritual.

4.3 David: un adorador marcado por la presencia

La vida de David es una declaración viviente de que la unción siempre sigue a quienes aman la presencia de Dios. Desde su juventud, no buscó poder, sino a Dios mismo. Su adoración no era espectáculo; era íntima, sincera, nacida de un corazón que reconocía su total dependencia de Dios.

El secreto de su victoria no fueron las piedras contra Goliat, sino la presencia del Dios que estaba con él. Su reino no se sostuvo por su habilidad militar, sino por su búsqueda constante de Dios. David entendió que la unción fluye naturalmente sobre aquellos que buscan al Señor por amor, no por conveniencia.

Por eso sus salmos rebosan comunión, rendición y deseo. Él sabía atraer la presencia, y por eso la presencia marcó cada etapa de su vida. La unción sigue a quienes buscan la presencia, no a quienes buscan influencia.

5. Necesitamos tener sed de Dios

La sed es más que un deseo espiritual; es un grito interno que revela necesidad, dependencia y anhelo. Nadie busca lo que no desea, y nadie encuentra lo que no busca. La unción no llega a corazones indiferentes o satisfechos consigo mismos. La unción visita a los sedientos.

Si no hay sed, no hay profundidad. Si no hay hambre, no hay búsqueda. Y sin búsqueda, no hay encuentro. Dios responde al clamor de quienes reconocen su necesidad y se acercan con humildad.

5.1 La sed revela dependencia

La sed espiritual es un acto de humildad. Es reconocer: “Señor, sin Ti nada puedo hacer”. Cuando un creyente pierde la sed, reemplaza la unción por rutina, el fuego por método, la pasión por costumbre. Una iglesia sin unción puede funcionar en lo externo, pero por dentro está debilitada.

La sed nos vuelve conscientes de que no podemos predicar con eficacia, no podemos ministrar con poder, no podemos vivir victoriosamente sin el soplo del Espíritu Santo. La unción es el aliento divino que revitaliza todo lo que hacemos. Cada día debemos clamar: “Señor, aviva mi sed por Ti”.

5.2 La santidad es el camino para conservar la unción

Dios no unge perfección, pero sí unge entrega. La santidad no es un adorno religioso; es el ambiente donde la unción respira y fluye. Los vasos sucios retienen la presencia, pero los vasos limpios la derraman.

La santidad implica obediencia, renuncia y separación del pecado. Jesús vino “para hacer el bien y sanar a los oprimidos”, y quienes están ungidos deben caminar en esa misma pureza de propósito. La unción no se conserva sin santidad, porque la presencia no habita en corazones divididos.

5.3 La humildad evita que la unción se convierta en soberbia espiritual

Uno de los mayores peligros de quienes reciben unción es confundir el poder de Dios con méritos personales. Eliseo recogió el manto de Elías, pero nunca se lo atribuyó a sí mismo. Él sabía que el manto no era un trofeo; era responsabilidad, llamado, misión.

La verdadera unción siempre lleva a la humildad. Mientras más Dios usa a alguien, más consciente es de que todo viene de Él. La unción nunca es un pedestal; es una carga santa.

5.4 La unción es para servicio, no para lucirse

Dios no unge a las personas para que sean admiradas, sino para que sirvan. La Escritura lo deja claro:

  • La unción libera.
  • Rompe yugos.
  • Restaura.
  • Sana.
  • Anuncia salvación.

Cada vez que la unción se convierte en exhibición, pierde su propósito. La unción es poder para amar, para sanar, para levantar. No para el ego, sino para la misión.

6. ¿Qué es realmente la unción? Una comprensión bíblica sólida

Hoy la palabra “unción” se usa de muchas maneras. Para algunos es una emoción intensa; para otros, una atmósfera espiritual. En ciertos círculos se ha distorsionado tanto que parece más un concepto místico que una verdad bíblica. Por eso es crucial volver a la Escritura y recuperar el significado genuino.

6.1 La unción es poder de Dios

La unción es la capacidad sobrenatural que Dios da para cumplir un propósito. No es un talento. No es una habilidad natural. Ni es el carisma de una persona. Es el poder de Dios obrando en un instrumento humano frágil pero dispuesto.

Esa fuerza espiritual hace que palabras simples produzcan convicción, que una oración sencilla traiga sanidad, que una predicación transforme vidas. La unción es el toque divino sobre lo humano para hacerlo eterno.

6.2 La unción es consagración

En el Antiguo Testamento, la unción con aceite marcaba separación. Cuando un rey, un sacerdote o un profeta era ungido, aquello no era un ritual vacío; era una declaración divina: “Este es mi escogido”. El aceite representaba la realidad espiritual de que Dios estaba apartando a esa persona para un propósito santo.

El aceite era símbolo; la presencia del Espíritu era la esencia. Por eso la unción no era algo decorativo, sino un llamado. Ser ungido es ser apartado para Dios y para Su obra.

6.3 La unción es la manifestación del Espíritu Santo

Jesús mismo lo declaró:

“El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido…”

Él es el Ungido, el Mesías, y en Él habita la plenitud del Espíritu. Por medio de Cristo, los creyentes también participan de esa unción (1 Juan 2:20). No es una “experiencia especial” para unos pocos privilegiados, sino la realidad de todos los que han nacido de nuevo.

La unción no es un espectáculo, ni un sentimiento pasajero. Es la presencia del Espíritu Santo obrando, guiando, capacitando y respaldando. Cuando Él unge, el ministerio adquiere vida; la palabra cobra fuego; la oración se vuelve eficaz; la adoración se vuelve profunda; el servicio impacta eternamente.

7. El error de buscar “nuevas unciones” no bíblicas

En tiempos recientes han surgido conceptos que suenan espirituales, atractivos e innovadores, pero que no tienen fundamento en la Escritura. Frases como “activación profética”, “impartición de nuevas unciones”, “unción mimshach”, “unción de Débora”, “unción de Ester”, “unción davídica para la música”, o “nuevos niveles de unción”, suelen ser usadas para describir experiencias emocionales o manifestaciones llamativas, pero no representan enseñanzas bíblicas.

Aunque estas expresiones han ganado popularidad en ciertos círculos carismáticos, la Escritura nunca habla de “múltiples unciones” ni de “nuevos tipos de unción”. La Biblia presenta una teología clara, sencilla y consistente:

  • Un solo Espíritu (Efesios 4:4).
  • Un solo Señor (Efesios 4:5).
  • Una sola fe.
  • Un solo bautismo.
  • Una unción que permanece en los creyentes (1 Juan 2:20; 2:27).

La idea de que Dios ofrece “nuevas unciones” para cada ocasión —una para cantar, otra para predicar, otra para guerra espiritual, otra para prosperidad, otra para emprendimiento— fragmenta la obra del Espíritu Santo y confunde al pueblo.

La unción no evoluciona, se cultiva

El problema de buscar “otra unción” o “una unción superior” es que parte de un corazón que no ha aprendido a cuidar, cultivar y obedecer lo que Dios ya dio. La Escritura enseña que:

  • La unción se puede avivar (2 Timoteo 1:6).
  • Se puede multiplicar su efecto en nuestra vida por medio de la obediencia.
  • Se puede apagar por medio del pecado, la soberbia y la negligencia espiritual (1 Tesalonicenses 5:19).

Pero la Biblia no enseña que existan niveles jerárquicos de unción ni nombres especiales para ellas.
La unción es una, porque el Espíritu es uno.

El peligro de las “nuevas unciones”

  1. Producen cristianos dependientes de emociones, no de la Palabra.
  2. Desvían la atención del creyente, haciéndolo buscar sensaciones en vez de buscar santidad.
  3. Crean elitismo espiritual, como si algunos fueran “más ungidos” que otros.
  4. Sustituyen el discipulado bíblico por experiencias momentáneas.
  5. Distorsionan la obra del Espíritu, atribuyéndole prácticas que Él nunca enseñó.

La verdadera unción no depende de manifestaciones extraordinarias, sino de una vida ordinaria vivida en entrega, obediencia, rendición y comunión con Dios.

8. ¿Cómo buscar la unción de Dios hoy? Pasos prácticos y bíblicos

La búsqueda de la unción no comienza en un altar, ni en un evento especial, ni en una “imposición de manos” emocional. Comienza en el corazón. Dios unge a los que lo buscan a Él, no a los que buscan emociones extraordinarias.

8.1 Cultiva un profundo deseo por Dios

Todo empieza con hambre espiritual. Quien no desea más de Dios jamás entrará en dimensiones profundas del Espíritu. La sed atrae la presencia. La falta de deseo la aleja.

Un creyente frío puede cantar fuerte, predicar bien, gritar, correr, saltar… pero si no tiene deseo por Dios, no habrá unción verdadera en su vida.

8.2 Reconoce tu necesidad

La unción es para los que dependen. No para los autosuficientes. Mientras un creyente se sienta fuerte en sí mismo, no podrá ser canal de poder divino. Pero cuando reconoce su incapacidad, cuando declara como Pablo:

“Cuando soy débil, entonces soy fuerte”,

ahí Dios derrama su Espíritu con mayor intensidad. La unción desciende sobre corazones que saben que sin Dios no pueden.

8.3 Vive en santidad y obediencia

La santidad no es opcional; es la atmósfera donde la unción respira. Una vida sin santidad ahoga la obra del Espíritu. La unción se conserva cuando:

  • renunciamos al pecado,
  • rompemos con ataduras,
  • guardamos la pureza del corazón,
  • y caminamos en obediencia diaria.

No se trata de sentir; se trata de vivir. La santidad es el sello que protege el depósito espiritual que Dios ha confiado en nosotros.

8.4 Sé humilde en todo tiempo

La unción es incompatible con el orgullo. El que se exalta pierde la unción; el que se humilla la profundiza. Dios nunca unge para inflar egos, sino para quebrar yugos.

Eliseo fue doblemente ungido no porque buscaba grandeza, sino porque buscaba servir con fidelidad. Y después de recibir el manto:

  • no abrió una campaña,
  • no lanzó un ministerio de “milagros y señales”,
  • no escribió un libro sobre “cómo recibir un doble manto”.

Simplemente siguió sirviendo. La humildad es la tierra fértil donde la unción florece.

8.5 Busca el propósito de Dios, no el propio

La unción no llega para que cumplamos nuestros sueños, sino para cumplir la voluntad de Dios.
Quien busca la unción para su beneficio personal nunca la recibirá.

Dios unge a quienes están dispuestos a servir, a quienes están dispuestos a ir donde Él diga, a hacer lo que Él quiere, a sacrificar lo que Él pida.

El propósito de la unción es siempre misericordia, restauración y liberación.

8.6 Pide la unción con sinceridad

Jesús enseñó que el Padre da el Espíritu “a los que se lo pidan”. La oración persistente abre el cielo. Pedir la unción no es repetir una frase, ni participar en una “activación apostólica”. Es clamar como Eliseo:

Te ruego que una doble porción de tu espíritu sea sobre mí”.

Es derramar la vida delante de Dios, acudir al altar una y otra vez hasta que el corazón sea moldeado.

Conclusión: Buscando la unción de Dios

La unción es para quienes no se rinden

Dios no derrama su Espíritu sobre los curiosos. Ni sobre los espectadores, tampoco sobre los que buscan reconocimiento. Ni sobre quienes se conforman. La unción es para los Eliseos de este tiempo: hombres y mujeres que deciden seguir a Dios cueste lo que cueste.

Quienes tienen:

  • expectativa, aun cuando no ven resultados.
  • perseverancia, aun cuando todos retroceden.
  • fidelidad, aun cuando Dios parece guardar silencio.
  • hambre, aun cuando no sienten nada.
  • humildad, aun cuando Dios los usa poderosamente.
  • santidad, aun cuando nadie los está viendo.
  • amor por la presencia, más que amor por los dones.

Buscar la unción de Dios es, en realidad, buscar a Dios mismo. Y la Biblia promete:

Me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón”.

Quien busca a Dios con todo el corazón siempre lo encuentra. Y quien encuentra a Dios, encuentra la unción.

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