EL DIEZMO: LEGALISMO U OBLIGACIÓN DE AMOR

Por: John Hopkins

DIEZMO, ¿LEGALISMO?

Quisiera dejar bien sentado el hecho de que creo que el diezmo aun está en vigencia bajo la gracia como un principio divino. Nos sirve como el modelo o patrón que Dios establece para indicarnos la cantidad mínima que debemos dar a su obra.

El diezmo es una cifra exacta e invariable que sería como una regla para medir la mayordomía de nuestras finanzas. Existen medidas uniformes o medidas tipos: un pie tiene doce pulgadas y una libra dieciséis onzas solo para nombrar algunas. De estas medidas se toman las demás. Sirvan como una base o fundamento para cualquiera otra mensura.

En este sentido, el diezmo es una medida uniforme. Es la medida o fundamento de donde se mide nuestro dar en el reino de Dios. Si nuestro dar no es por lo menos una décima de nuestras entradas no estamos dando una cantidad compatible con la medida que Dios ha manifestado en las Escrituras como su medida uniforme. La cantidad mínima que un creyente debe dar a Dios bajo la gracia, es una décima parte de sus ingresos.

El diezmo bajo la gracia es un mínimo, ya que en ningún momento Dios nos limita a solamente esa cifra. Podemos dar más, pero no debemos dar menos. En sus discursos, Jesús nunca criticó o abrogó el diezmo y aunque el apóstol Pablo no usa la palabra «diezmo» al referirse al sostenimiento del ministro, claramente usa el diezmo como la base de su argumento (1 Corintios 9:8-9, 13-14).

El uso de Pablo del diezmo como una base o fundamento demuestra que se pueda entender como una medida uniforme. Es uniforme pero no restrictivo. (También te puede interesar: Diezmo, ¿Ley o Fe?)

Muchos hermanos usan el argumento que el cristiano no está bajo la ley de Moisés para decir que no tenemos que dar el diezmo hoy en día. Si fuera cierto que el diezmo sólo hubiera formado parte de la ley de Moisés, tendrían razón estos hermanos al decir esto, pero como el diezmo antecede la ley de Moisés por cientos de años, este argumento queda frustrado.

La Biblia nos presenta el tema del diezmo por los menos 420 años antes de la ley, ya que el primer diezmador Abram dio el diezmo estando bajo la fe y la promesa, no bajo la ley. Al dar el diezmo estaba dando un paso de fe, no un paso de ley (Romanos 4:12).

Si hoy quisiéramos seguir el ejemplo de Abram diezmando, no nos pueden acusar de ser seguidores de la ley de Moisés, sino tendrían que acusarnos de seguir una de las pisadas del padre de la fe. (También te invito a leer: El Diezmo y las Primicias)

Al acusarnos de estar bajo la ley al dar el diezmo estarían acusándole a Abram también. ¿Pero de que le acusarían? ¿De ser legalista? ¿De guardar la ley? No, tuvieran que condenarle de expresar su agradecimiento a Dios a través de darle la décima parte.

Esto lo hizo sin la fuerza de la ley. Si doy mis diezmos como Abram, no me pueden tildar de legalista ni de estar bajo la ley. Simplemente estaría siguiendo el ejemplo que él dio antes de que Dios introdujera la ley de Moisés, o sea, dar el diezmo como Abram nos coloca bajo la fe, no bajo la ley.

(También puedes visitar la sección de vida cristiana)

No creo que nadie se atrevería a criticar a Abraham por diezmar; entonces, ¿porque critican a sus hijos espirituales cuando siguen su ejemplo diezmando? Deja mucho que pensar de los que critican. Si me critican por diezmar también tienen que criticar a Abram y Jacob. Pienso que acompañado por estos dos ando en buena compañía.

Creo conveniente notar que es a través de Abram que Dios revela el principio de su medida uniforme. Al dar Abram un diezmo y Jacob, su hijo, la misma cifra demuestra continuidad de enseñanza y el establecimiento en la mente del hombre de esta cifra como una medida uniforme en su relación hacia Dios (Génesis 14:20, 28:22). Se estableció esta medida uniforme (diezmo) como un principio divino entre Dios y el hombre.

También sería importante tener en mente que los apóstoles basaron sus enseñanzas a las iglesias sobre el Antiguo Testamento. Encontramos no menos de 240 referencias al Antiguo Testamento en los escritos del apóstol Pablo, y si atribuimos el libro de Hebreos a su mano, pudiéramos agregarle 100 referencias más a esa cifra, haciendo un total de 340 versículos.

Un ejemplo muy tajante del uso de versículos del Antiguo Testamento por los autores del Nuevo Testamento es 1 a de Corintios 9:8-9, donde Pablo cita de Deuteronomio 25:4, para apoyar su argumento a favor de sostener el ministro. 

(Puedes leer también El Plan Económico de la Iglesia)

El apóstol claramente usa un versículo de la ley de Moisés aplicándolo a la Iglesia. Quiere decir que el principio contenido en esa ley, aun es aplicable bajo la gracia. Otro ejemplo sería 1a de Corintios 9:13-14, donde Pablo aplica la ley de Moisés sobre del sostenimiento de los levitas con el diezmo, a la necesidad de los Corintios de sostener a sus ministros.

Otra vez decimos que el principio contenido en la ley de Moisés fue aplicado por Pablo bajo la gracia. No cabe duda de que muchos principios de la ley, no el sistema de la ley en si, están en vigencia hoy.

Los que dicen que el diezmo está bajo la ley y que no podemos usar citas del Antiguo Testamento para comprobarlo, están directamente en oposición con un principio bíblico establecido por el mismo apóstol Pablo. Si él usó citas y ejemplos del Antiguo Testamento (de la ley) para enseñar el sostener al ministro con el diezmo, ¿porque nosotros no podemos?

Es claro que podemos usar citas de la ley de Moisés para enseñar muchas doctrinas hoy en día, siempre y cuando presentemos los principios contenidos en esas leyes y no las leyes en si. La ley de Moisés no está en vigencia hoy para gobernar la Iglesia, pero sí nos presenta principios divinos que nos sirven bajo la gracia. Las grandes doctrinas como la salvación, la consagración, la separación del mundo y muchas otras formaron parte de la ley de Moisés, sin embargo, forman parte de la gracia también.

Aunque no estamos bajo la ley, los principios contenidos en la ley son inalterables y por ende eternas. Dios es un Dios de principios, no solamente de leyes. Una ley es una regla obligatoria o necesaria, mientras un principio es semilla, embrión, fundamento o base.

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Antes que Dios hiciera del diezmo una ley por incorporarlo en la ley de Moisés, ya era un principio, un fundamento o base en la relación del hombre hacia a Dios. El hecho de que Abram y Jacob daban el diezmo antes de que fuese una ley escrita, indica que Dios había inculcado de alguna manera ese fundamento en el hombre.

Dios hizo una ley de ese principio por unirlo a la ley de Moisés, sin embargo, el principio precede la ley como una idea semilla precede un palabra hablada. Que se hizo ley jamás niega su existencia como principio. Es más, al hacer el diezmo parte de la ley, Dios enfáticamente establece este principio.

El diezmo es un principio entre Dios y el hombre, no solamente una parte de la ley de Moisés. Los principios divinos exceden las barreras dispensacionales. Como hemos visto, el diezmo era un principio divino antes de la ley. Luego fue incorporado como parte de ese sistema, pero siendo principio divino y no solamente ley escrita, perdura aun después de la misma. Hay muchos principios presentados por Dios en la ley que forman parte de la gracia.

Bajo la ley, Dios introducía dos leyes que son principios divinos. Primero, Dios obligó al hombre dar el diezmo para acordarle que por lo menos el 10% de sus ingresos deberían ser devueltos a su obra. Segundo, Dios hizo provisión para el sostenimiento del varón de Dios por medio de ese diezmo.

Estos dos principios no han cambiado. La única cosa que ha cambiado es la manera en que Dios efectúa estos principios. Hemos graduado del ayo (instructor) a la fe. El ayo obligaba al hombre dar el diezmo, más la fe nos enseña el mismo principio de otra manera – obligados por amor, no por fuerza de ley.

Mantenemos en mente que en Dios no hay mudanza, ni sombra de variación (Santiago 1:17), y aunque no estamos bajo la ley, Dios no ha variado ni mudado bajo la gracia sus principios justos contenidos en la ley.

Los principios de sostener el ministro y del hombre devolverle por lo menos el 10% de sus ingresos a Dios para sostener el ministerio, no han sido variados o mudados por Dios bajo la gracia. Sólo han sido presentados de una nueva manera.

El ayo (la ley) nos instruyó que es la obligación del hombre devolverle a Dios una porción (10%) de sus entradas. Si no hemos aprendido esto no es porque el ayo (instructor) no nos lo enseñó, sino porque no hemos sido buenos alumnos.

El trabajo del ayo era el de instruir a un niño hasta cierto nivel, preparándole para otra etapa de instrucción. Así es como la ley nos instruyó sobre el diezmo, preparándonos para aprender como aplicar esa enseñanza bajo otro maestro superior, Cristo.

Es de lamentar que en casi todas las iglesias hay hermanos quienes no han graduado de la ley a la gracia, pues, todavía se requieren de leyes para obligarlos a ser hijos obedientes. La Biblia nos habla de por lo menos dos niveles del desarrollo espiritual: los niños en Cristo y los que han alcanzado madurez (Hebreos 5:13-14, 1 Pedro 2:2). Hay que ser honestos y reconocer que existen personas en las iglesias en diferentes etapas del desarrollo espiritual, pues, no algunos son niños y otros maduros en Cristo.

Algunos todavía son niños en Cristo, en vías del desarrollo y al niño hay que instruirle con mucha paciencia. Los niños en Cristo necesitan mucho amor y atención, pero de los adultos se espera que actúen con madurez y responsabilidad.

Al niño que se le enseñe bien durante la etapa de su niñez, se convierte en un adulto responsable al que no habrá necesidad de siempre estarle recordando lecciones que debería haber aprendido como niño. Los hermanos a quienes siempre hay que estar amonestando sobre sus deberes financieros para con Dios, son inmaduros. Es evidente que faltaron algo en su formación como niños en la fe y difícilmente se enderecen, pues, «árbol que crece torcido, no se endereza.»

Muchos hermanos mantendrán una mentalidad de niño en cuanto al dar a Dios. Siempre habría necesidad de recordarles. Otros sólo responderán a la enseñanza del diezmo si el pastor les enseña fuertemente, casi obligándoles a colaborar a la fuerza. Estos hermanos en cuanto a su entendimiento espiritual, están bajo la ley todavía, pero los que han graduado de la ley a la gracia diezmarán por amor al Señor.

Algunos hermanos van a persistir en una mentalidad de ley en cuanto a su dar a Dios. Aun Pablo se enfrentó este espíritu (Gálatas 3:1-3). Van a persistir en la ley del diezmo en vez del principio del diezmo.

Sería importante recordarlos de vez en cuando que le damos un diezmo a Dios por el amor que le tenemos, no por cuanto la ley de Moisés nos obligue. Pero, por algunos tener este sentir no debemos dejar de enseñar el diezmo como un principio del amor de Dios.

Por el otro lado, creyentes maduros y fieles que aman la obra de Dios y aprecian el ministerio responderán positivamente al diezmo.

Hoy, Dios no nos obliga por la ley, ‘»a la fuerza», dar el 10% de nuestros ingresos a la obra de Dios. Nos dio el patrón de Abram y Jacob dando el diezmo antes de la ley y nos presentó el mismo patrón bajo la ley (ayo) para demostrarnos que el principio del diezmo es importante bajo la fe, tanto como bajo la ley. Siendo que el diezmo es antes de la ley, y durante la ley, sería razonable creer que estaría después de la ley también porque es un principio gobernando nuestro dar.

La única cifra exacta que la Biblia nos presenta como guía o patrón para nuestra mayordomía financiera es el diezmo. Hermanos sinceros con Dios, tendrán que reconocer el diezmo como el modelo o patrón para la mayordomía de nuestras finanzas hoy.

Ahora estamos bajo una ley mayor que la ley de Moisés: la ley del amor. El amor es hasta más exigente que la ley porque le da más responsabilidad al hombre. A los inmaduros en Cristo, el legalismo es siempre más fácil seguir que el amor, pues, es más fácil hacer algo porque tenemos que hacerlo y no porque queremos hacerlo.

Muchos hermanos practican ciertas normas de santidad, según ellos para ser salvos, pero esto en mi opinión es un error, ya que no practicamos la santidad para ser salvos sino por cuanto somos salvos. La santidad es el producto y fruto natural de nuestra salvación.

Lo mismo entra en juego cuando aplicado al dar. No damos de nuestras finanzas parra ser salvos, sino por cuanto somos salvos. Es fácil que alguien nos diga, «Si no pagas tus diezmos vas al infierno,» y con todo eso hay hermanos que no los dan. El miedo y el legalismo sólo pueden causarle a un hombre hacer cosas para ser salvo (no porque es salvo), pero cuando un cristiano es gobernado por el amor, toda su vida cambia.

Pablo dice, «El cumplimiento de la ley es el amor” (Romanos 13:10). Lo que nos debe motivar a dar no es el miedo del infierno o un mero legalismo. El dar es la expresión de nuestro amor hacia Dios, y los que aman a Dios no tendrán problemas devolviéndole una porción justa (10%) de sus ingresos para el sostenimiento del ministerio. Lo harán sin quejarse, sin ser obligados a la fuerza, sin imponérselo como ley. Será el producto natural del amor que sienten por Dios y su obra.

Tal vez alguien diría, «Gloria a Dios, no tengo que dar mis diezmos.» Bueno, es cierto que en esta vida no tenemos que hacer nada. No tenemos que venir al culto, alabar a Dios, orar, leer la Biblia o nada por el estilo, pero si amamos a Dios y valorizamos nuestra vida espiritual vamos a hacer estas cosas y muchas más.

No tenemos que dar el diezmo obligado, como los que estaban bajo la ley de Moisés, pero si amamos a Dios, la iglesia y el ministerio, lo vamos a dar como el mínimo que Dios requiere. Cuando el cristiano es gobernado por amor cumplirá el principio del diezmo contenido en ley, por dar a Dios lo que él nos señaló como justo (el diezmo) (Romanos 13:10).

Esto es lo que hizo el primer diezmador recordado en la Biblia. Abram amó a su Dios tanto que sin la ley obligándole a dar el diezmo, lo dio, y así cumplió esa ley por amor. De la misma manera el creyente hoy, motivado por el amor, tiene que reconocer a su Dios a través de la devolución de sus ingresos a Dios. Entonces aun cuando no tenemos que «diezmar u ofrendar,» obligados por la ley de Moisés, si tenemos que dar siendo gobernados por la ley del amor.

Los escribas y fariseos le daba a Dios fielmente de sus diezmos siendo obligados por la ley de Moisés, pero Jesús les dijo, «Si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos» (Mateo 5:20).

La justicia del fariseo se basaba en hechos externos, sin tomar en cuenta el amor. Estos hechos externos no eran malos, pues, todo lo que el hombre hace para agradarle a Dios y ayudarle a su prójimo es bueno.

El problema radicaba en hacer las buenas obras para justificarse delante de Dios. El creyente, cuando da a la obra de Dios lo hace por amor, de manera que nuestra justicia es mayor que la de los fariseos, no por el hecho de dar, sino por lo que nos motiva a dar. El amor es siempre superior a la ley.

Ahora bien, si un creyente le da a Dios menos que un fariseo, ¿qué diría esto del amor que tiene para Dios y su obra? Si un fariseo le daba a Dios un diezmo para justificarse delante de Dios, un creyente siendo que es motivado por una ley superior debe superarle en este deber cristiano.

La justicia de un fariseo era externa y no interna; no del corazón sino meramente de hechos. Bajo la gracia, Dios todavía requiere del hombre los hechos externos (Santiago 2:14,17, Efesios 2:10, 1 Timoteo 2:10, Tito 2:14).

Estas obras no son productas de la ley de Moisés, sino de la ley del amor. Dar a Dios es una buena obra, una obra externa, pero cuando es motivado y gobernado por amor, cesa de ser una obra para justificarse delante de Dios y se transforma en una obra del Espíritu Santo.

El cristiano será juzgado por la «ley de libertad» (Santiago 1:25, 2:12, Gálatas 5:13-14, Levítico 19:18, Romanos 5:5). En Cristo tenemos libertad, pero no para dar ocasión a la carne (1 Pedro 2:16, Judas 4). Libertad no indica el no tener restricciones. La gracia de Dios no nos libra de la responsabilidad de cumplir con la Palabra de Dios.

Cuando un hermano comienza a dar el diezmo por amor, en vez de ser obligado a darlo, ese hermano ha madurado en Cristo. En el dar de sus finanzas ha pasado de la ley a la gracia, de niño a adulto, de Moisés a Abram. Ha entendido que la ley de libertad no le «libra» de ser justo con Dios en cuanto al dinero. Dios no nos dio la gracia para volvernos libertinos o para exonerarnos de la obligación de dar a su obra. Un hermano que no da de sus finanzas a Dios, no usa la gracia de Dios correctamente; se disimula detrás de la gracia para tapar su apego al dinero.

No van a faltar creyentes carnales quienes siempre están buscando una manera de cómo esquivar el diezmo. Los que pelean un diez por ciento en mí opinión nunca han superado el amor al dinero; nunca han aprendido amar a Dios, la Iglesia, ni sus ministros.

Una de las grandes diferencias entre la ley de Moisés y la ley de Cristo son el medio, no el fin. El fin es igual (que obedezcamos la voluntad de Dios). Lo que ha cambiado es el medio que Dios usa para efectuar en nosotros su buena voluntad. La ley fue escrita sobre tablas de piedra, más esas mismas leyes ahora están escritas sobre el corazón del creyente (Jeremías 31:33). La ley tenía su poder en la letra, la gracia en el Espíritu (2 Corintios 3:6).

¿Cómo podemos decir que el amor de Dios reina en nuestros corazones cuando ni siquiera le damos el mínimo que él haya establecido como regla para la mayordomía del dinero? Si bajo la ley de Moisés le daban el10%, ¿cuánto debemos darle ahora? ¿Menos? ¿Cómo pudiéramos darle menos a Dios que los que estaban bajo el ministerio de la condenación?

¿No sería esto una forma de decir a Dios y al mundo entero, que la ley de Moisés tenía más poder que el amor de Cristo? ¿Amaban a Dios más los Israelitas, quienes le daban a Dios fielmente de sus diezmos, que algunos hermanos en nuestras iglesias, quienes habiendo probado el amor y la gracia de Dios, ni quieren igualar, mucho menos superar esa cifra? Estas son preguntas que requieren respuestas de los que se oponen al diezmo.

Todavía Dios espera que los creyentes como Abram, le den una porción justa a su obra (10%), no por obligación de ley, sino obligados por amor. El amor debe tener mayor fuerza que la ley, pues las muchas aguas no lo podrán apagar (Cantares 8:7).

¿Ama a Dios de verdad un hermano que es tan mezquino que ni siquiera aporta a la obra de Dios la porción que él nos señaló como la medida justa con que le debemos honrar? ¿Será salvo un hermano que dice que ama a Dios, pero no lo suficiente para compartir su dinero? ¿No sería eso avaricia, que es idolatría? (Colosenses 3:5) Ese hermano no irá al infierno porque no da sus diezmos, sino, ¡porque no ama a Dios, ni sus ministros, ni su obra! !No ha sido gobernado por amor! ¡Tiene apego al dinero!

Acuérdense que dije que no damos para ser salvos sino porque somos salvos, pero por el otro lado pudiéramos decir; si en verdad somos salvos, le daremos al Señor. El que no da a Dios pone en tela de duda su experiencia de salvación.

Ningún hermano puede pretender amar a Dios, si no da de sus finanzas a la obra de Dios. El amor siempre se da a conocer en forma sacrificatoria. Jesús es nuestro ejemplo y él se dio a si mismo en forma abnegada (Efesios 5:25, 1Juan 4:19, 2Corintios 8:7-9). Escuchen estas líneas que nos hablan del principio del dar.

Cuando amamos a Dios, no es difícil dar a su obra. Nuestro amor para él pasará nuestro amor por las cosas temporales (Juan 21:15). Se ha dicho, «Tu puedes dar sin amar, pero no puedes amar sin dar.» Hermanos si no me han entendido hasta ahora se lo vaya decir sin rodeos, ponemos los puntos sobre las íes; él que no da a la obra de Dios no le ama.

Existen hermanos quienes argumentan que bajo la gracia, el creyente no debe dar un diezmo a Dios, ya que esto limitaría la cantidad que pudiéramos darle al Señor. No creo que los creyentes deben sentirse limitados a dar solamente el diezmo al Señor, ya que bajo la gracia Dios no quiere limitar nuestro dar, sin embargo, debemos darle por lo menos un diezmo porque este es el patrón que Dios ha establecido.

El diezmo es la medida uniforme. Después de dar un diezmo, cumpliendo el principio divino establecido por Dios, el creyente esta en toda su libertad de dar todo lo que quisiera (Lucas 6:38). Los de la iglesia primitiva daban hasta sus propiedades y herencias al Señor (Hechos 2:45, 5:34-37). El amor no te limita, te libra para ser generoso.

Pero si no le damos ni siquiera un diezmo a Dios, ¿por qué estaríamos peleando el punto de darle más? Si los que dicen que no hay que diezmar, no dan más que un diezmo a Dios, hacen nulo el poder del amor de Dios en sus vidas y de nada valen sus argumentos.

¿No es interesante notar que los que están en contra de un diezmo casi nunca dan más que un diezmo a Dios? El diezmo es un principio entre Dios y el hombre. Bajo la gracia debemos no solamente igualar esa cifra sino superarla. De nada vale pelear el diezmo si no estamos igualándolo o superándolo en nuestro dar.

Las iglesias tienen que sufragar sus propios gastos. Explícame como vamos a alcanzar un mundo con el Evangelio, sin un plan financiero adecuado. Si decimos, «cada uno da a Dios lo que le nace», ¿podríamos evangelizar al mundo? Dios es un Dios de orden.

Todo lo que se hace en la iglesia debe ser hecho decentemente y con orden (1 Corintios 14:40). Hasta nuestro dar a Dios debe ser algo ordenado. Los pastores tienen la autoridad, y es más, el deber de enseñar un plan financiero para sufragar los gastos de la iglesia (Hechos 20:26-27, 2 Timoteo 4:1-4, 1 Timoteo 3:2).

El plan financiero que se emplea en la iglesia debe ser enseñado utilizando como base el principio bíblico del diezmo. Es un buen plan que ha dado buenos resultados en todos los países donde se ha practicado; el diezmo es algo comprobado y práctico» Además, tiene base bíblica.

En las siete iglesias que he pastoreado, he visto hermanos quienes no diezmaron convertirse en diezmadores fieles. Estos han testificado de las bendiciones de Dios en sus vidas después de comenzar a diezmar. Por regla general, personas que diezman fielmente hacen los mejores santos en las iglesias porque son personas bastante responsables y disciplinadas.

Si quiere ver desórdenes vaya a una iglesia que no enseña el diezmo. Muchas veces son lugares atractivos para creyentes que no les gustan el orden y la disciplina. Una falta de disciplina en el dar a Dios también repercute en otras áreas de la vida cristiana. También, la gran mayoría de iglesias que no enseñan o practican el diezmo, quedan muy reducidas en número. Simplemente no crecen. Dios no va a bendecir una iglesia que no da en forma sistemática a su Obra.

Donde existe una enseñanza débil sobre el dar a Dios es por cuánto hay un hombre débil en el liderazgo, que carece de dirección de Dios para las finanzas de la iglesia. Dios nunca ha bendecido a ministros que no están seguros de lo que enseñan.

Transmiten su inseguridad a la grey. Sólo una voz segura en cuanto al plan financiero de la iglesia podrá levantar la misma sin complejos y dudas en cuanto a sus deberes. Una iglesia que tiene un líder que enseña el diezmar como una opción o dar cada uno lo que quiere a Dios, es un hombre inseguro de sí mismo y falta dirección de Dios para la grey que pastorea.

Mantenemos en mente que la sociedad, la cultura, la economía, y el nivel de vida han cambiado radicalmente desde los tiempos de los apóstoles hasta la vida moderna. Los gastos de llevar a cabo una evangelización efectiva, sostener un ministro, y cubrir los gastos de la operación normal de una iglesia local son enormes.

Pablo no pagó luz, ni agua, ni tenía equipos de sonido, ni tratados, ni programas radiales, ni alquileres de locales para templos. Todo esto requiere de un plan financiero en las iglesias locales. El diezmo es un buen modelo bíblico para el sostenimiento del ministerio de la iglesia local. Claro se entiende que para comprar terrenos y construir templos se requiere de esfuerzos más allá de un simple diezmo. Por ejemplo, tenemos las ofrendas voluntarias que se dieron al construir el Templo de Salomón.

Pastor, si enseñe el principio bíblico del diezmo a la iglesia no habrá falta ni para usted, ni para la iglesia local. Hermano, si practica el principio bíblico del diezmo, Dios suplirá sus necesidades. Ponga el principio por obra a ver si dará fruto y verá que el diezmo es un plan financiero que goza de la bendición de Dios.

En resumen, podemos decir que aunque no estamos bajo la ley, ella si nos proporcionó los principios de sostener el ministro y de dar por lo menos el 10% de nuestros ingresos al Señor. También, hemos visto que no damos obligados por la ley o legalismo; el dar es el producto del amor y la obra del Espíritu Santo en nosotros. 

Dar es una gracia cristiana. Antes de nacer de nuevo, éramos personas egoístas, avaros, queriendo buscar solamente lo nuestro, más ahora motivados por amor, con alegría, le damos a Dios como mínimo, el diezmo.

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