Estudio bíblico completo y reflexivo sobre el don de palabra de ciencia
Introducción: un conocimiento que trasciende la razón
En un mundo donde el conocimiento humano crece a pasos agigantados, donde la información está al alcance de la mano y los avances científicos parecen no tener límites, el creyente debe recordar que existe un conocimiento mucho más alto, un entendimiento que no se adquiere en laboratorios ni en libros, sino que desciende del cielo. Ese conocimiento es el don de ciencia, también conocido como la palabra de ciencia, un regalo del Espíritu Santo que permite ver y comprender la realidad desde la perspectiva de Dios.
Este don no se trata de acumular datos o teorías, sino de una revelación espiritual que ilumina la mente del creyente para discernir la verdad, entender las cosas creadas en su justa relación con el Creador y actuar conforme a la voluntad divina. El apóstol Pablo, al hablar de los dones espirituales en 1 Corintios 12:8, menciona:
“Porque a éste es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu”.
Aquí se nos presenta un don que no proviene del estudio humano, sino de la acción directa del Espíritu Santo. El don de ciencia es, por tanto, una gracia sobrenatural que nos permite conocer las cosas como Dios las conoce, penetrando más allá de las apariencias y viendo la verdad que está oculta a la mirada natural.
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1. Qué es el don de ciencia
El don de ciencia es una manifestación del Espíritu Santo mediante la cual una persona recibe una revelación divina sobre una verdad, situación o hecho que no podría conocer por medios naturales. No se trata de una intuición o de una deducción lógica, sino de una iluminación espiritual que proviene directamente de Dios.
Este don puede manifestarse de distintas maneras: como una comprensión profunda de una verdad espiritual, una percepción interior sobre algo que está ocurriendo o va a ocurrir, o incluso una palabra específica que revela algo oculto para edificación de la iglesia o de una persona.
A través del don de ciencia, el Espíritu Santo ilumina la mente y el corazón para que el creyente pueda discernir la realidad con los ojos de Dios, comprendiendo su propósito y su voluntad en circunstancias concretas.
En resumen, el don de ciencia nos permite:
- Conocer lo que está más allá de la observación humana.
- Discernir la verdad espiritual detrás de los hechos naturales.
- Ver la creación y los acontecimientos desde la óptica divina.
- Dar consejo, corrección o dirección con base en la revelación del Espíritu.
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2. Diferencia entre el don de ciencia y el conocimiento humano
Es importante distinguir entre la ciencia humana y el don de ciencia. La primera se obtiene por medio del estudio, la observación y la experiencia. La segunda es una gracia sobrenatural infundida por el Espíritu Santo.
El conocimiento humano es limitado, cambiante y muchas veces influenciado por intereses o ideologías. El conocimiento divino, en cambio, es perfecto, puro y eterno. El don de ciencia no reemplaza el aprendizaje ni desprecia la razón; más bien, eleva la mente humana a un plano espiritual, donde el creyente puede comprender las cosas con una claridad que solo Dios puede otorgar.
El don de ciencia no se opone a la razón, pero trasciende sus límites, pues lo que revela no puede ser alcanzado por el esfuerzo intelectual, sino únicamente por la gracia divina.
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3. Diferencia entre la palabra de ciencia y la palabra de sabiduría
En 1 Corintios 12:8, Pablo menciona dos dones que suelen confundirse: la palabra de sabiduría y la palabra de ciencia. Aunque están estrechamente relacionados, no son lo mismo.
- La palabra de sabiduría se refiere a la revelación del plan o propósito de Dios en una situación. Es el conocimiento aplicado, la dirección divina sobre qué hacer y cómo actuar.
- La palabra de ciencia, en cambio, se centra en el conocimiento sobrenatural de una verdad o hecho que no se podía saber naturalmente.
En otras palabras, la palabra de ciencia revela información, mientras que la palabra de sabiduría indica cómo aplicar esa información. Ambos dones trabajan en armonía, complementándose para guiar a la iglesia y a los creyentes en el cumplimiento de la voluntad de Dios.
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4. El don de ciencia en acción: la verdad revelada por el Espíritu
Uno de los ejemplos más claros del don de ciencia (también llamado palabra de conocimiento) lo encontramos en el episodio de Ananías y Safira narrado en Hechos 5:1-11. Este relato no solo muestra el poder sobrenatural del Espíritu Santo, sino también su santidad y su propósito de preservar la pureza dentro de la iglesia primitiva.
La escena es conocida: un matrimonio, Ananías y Safira, decide vender una propiedad, pero secretamente se ponen de acuerdo para retener parte del dinero y mentir diciendo que habían entregado todo. A simple vista, parecía un acto de generosidad, pero en realidad había engaño en su corazón. Nadie les había pedido que entregaran todo el dinero; su pecado no fue guardar una parte, sino pretender algo que no era cierto.
En ese momento, Pedro, lleno del Espíritu Santo, recibe por revelación lo que estaba sucediendo. No había cámaras, testigos ni confesión alguna; fue el Espíritu Santo quien reveló la verdad oculta. Pedro le dice a Ananías:
“Ananías, ¿Por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo, y sustrajeses del precio de la heredad?” (Hechos 5:3).
El Espíritu Santo le dio a Pedro un conocimiento sobrenatural
Pedro no conocía naturalmente la transacción ni el acuerdo secreto, pero el Espíritu le dio conocimiento sobrenatural de los hechos. Eso es precisamente lo que constituye el don de ciencia: la manifestación del Espíritu que otorga a una persona el conocimiento divino sobre algo que no puede saberse por medios humanos.
Aquí no se trata de discernir una actitud espiritual o de juzgar una intención (como ocurre con el don de discernimiento de espíritus), sino de conocer un hecho concreto y oculto. El Espíritu de Dios reveló a Pedro lo que había sucedido realmente: la venta, la cantidad retenida y la mentira concertada entre los dos esposos.
Este tipo de manifestación no busca avergonzar a las personas, sino proteger la santidad del cuerpo de Cristo y mostrar que Dios no puede ser burlado. La consecuencia fue inmediata y severa: Ananías cayó muerto, y más tarde, su esposa Safira sufrió el mismo destino. La Biblia dice que “vino gran temor sobre toda la iglesia” (Hechos 5:11).
Dios conoce todas las cosas
El Espíritu Santo utilizó este acontecimiento para enseñar a la comunidad cristiana que Dios conoce todas las cosas, incluso las que se hacen en lo secreto. No hay pensamiento, intención ni acción que esté fuera de su alcance. El don de ciencia, por lo tanto, no es un espectáculo ni un medio de exhibición, sino una herramienta divina para revelar la verdad en los momentos en que la mentira o el engaño intentan infiltrarse en la obra de Dios.
Este episodio también nos recuerda una verdad espiritual profunda: el Espíritu Santo habita en la iglesia, y por tanto, mentirle a la iglesia equivale a mentirle a Dios mismo. Pedro lo deja claro cuando dice: “No has mentido a los hombres, sino a Dios” (Hechos 5:4).
El don es para edificar, corregir y preservar la integridad espiritual
Cuando el don de ciencia se manifiesta, su propósito principal es edificar, corregir y preservar la integridad espiritual. A través de él, Dios actúa con amor, pero también con justicia, para mantener a su pueblo limpio de hipocresía y falsedad. No es un don para manipular, controlar o exhibir poder, sino para cooperar con el Espíritu Santo en su obra de santificación dentro del cuerpo de Cristo.
En tiempos actuales, el Espíritu sigue obrando de esta manera. A veces, un pastor o líder recibe una palabra precisa de conocimiento sobre una situación que solo Dios podía revelar. No es adivinación ni intuición humana, sino una revelación directa del Espíritu que trae luz donde había oscuridad, verdad donde había engaño, y restauración donde había pecado oculto.
El don de ciencia, bien entendido, nos enseña que Dios sigue siendo omnisciente y activo en medio de su pueblo. Él no revela las cosas para condenar, sino para redimir, corregir y preservar a sus hijos en la verdad. Y aunque este don puede producir temor reverente, también debe producir gratitud y confianza, porque nos recuerda que Dios cuida a su iglesia con celo santo.
5. Propósito espiritual del don de ciencia
El don de ciencia no fue dado para engrandecer al ser humano, sino para exaltar la sabiduría de Dios y edificar a su iglesia. En un mundo donde el conocimiento humano se mide por títulos, información o logros intelectuales, este don nos recuerda que el verdadero conocimiento proviene de Dios. Él revela lo que nadie más puede saber, no para causar admiración hacia quien lo recibe, sino para cumplir un propósito divino de amor, corrección o dirección.
Para provecho, para beneficio común
El apóstol Pablo enseña que los dones del Espíritu se conceden “para provecho” (1 Corintios 12:7), es decir, para beneficio común. Todo lo que el Espíritu revela mediante el don de ciencia tiene un propósito redentor. Dios no revela cosas por curiosidad, ni para exhibir poder, sino porque hay algo que necesita ser transformado, advertido o fortalecido en la vida de alguien o en la comunidad de fe.
Este don es como una luz que penetra la oscuridad del desconocimiento. Donde hay confusión, el Espíritu trae claridad; donde hay duda, trae certeza; donde hay error, trae corrección. Pero siempre lo hace con un fin: restaurar, edificar y glorificar a Cristo.
Cuando alguien recibe una palabra de conocimiento —una revelación sobre algo oculto o desconocido—, no es para jactarse de tener una conexión especial con Dios, sino para servir con humildad y obediencia. El conocimiento sin amor solo infla el ego, pero el conocimiento guiado por el Espíritu produce frutos de justicia, compasión y servicio.
Propósito principal del don
El propósito principal del don de ciencia puede resumirse así:
- Dar gloria a Dios, reconociendo su sabiduría sobre toda la creación. Cada revelación nos recuerda que Dios conoce el pasado, el presente y el futuro. Él es la fuente de toda verdad, y cuando revela algo, su nombre debe ser exaltado, no el del instrumento humano.
- Edificar al cuerpo de Cristo, conduciendo a los creyentes hacia la verdad. El don no se trata de información, sino de formación espiritual. A través del conocimiento revelado, la iglesia crece en discernimiento, unidad y confianza en el Señor.
- Guiar en la toma de decisiones conforme al plan de Dios. A veces, una palabra de conocimiento puede evitar un error grave, una alianza dañina o una decisión precipitada. Dios revela lo necesario en el momento oportuno para alinear nuestros pasos con su voluntad.
- Fortalecer la fe al experimentar la acción sobrenatural del Espíritu. Cuando el creyente ve que el Espíritu revela lo que nadie sabía, su fe se afianza. Ya no cree solo por lo que ha leído, sino por lo que ha vivido: una manifestación directa del poder y la sabiduría divina.
En resumen, el propósito espiritual del don de ciencia es llevarnos a una relación más profunda con Dios, donde confiamos no en nuestro propio entendimiento, sino en la revelación del Espíritu Santo, que nos guía a toda verdad y nos capacita para servir con amor y humildad.
6. Cómo se manifiesta hoy el don de ciencia
El don de ciencia no pertenece solo a los tiempos apostólicos; sigue manifestándose hoy en la vida de la iglesia y de los creyentes que están sensibles a la voz del Espíritu. Su manifestación puede ser tan variada como la forma en que Dios elige comunicarse con su pueblo. Lo importante no es el método, sino el fruto que produce: gloria a Cristo y edificación del cuerpo.
Algunas formas en que este don se manifiesta hoy incluyen:
- Revelación interior:
A veces el Espíritu Santo imparte una comprensión repentina, clara y precisa sobre algo que estaba oculto. Puede ser un pensamiento, una impresión profunda o una certeza interior que no proviene del razonamiento humano, sino de una inspiración divina. En una oración, un creyente puede saber qué situación específica debe interceder; en una conversación, puede percibir lo que el otro realmente necesita o está viviendo. Es una revelación silenciosa pero poderosa, que ilumina el corazón con la sabiduría del cielo. - Palabra hablada:
En otros casos, el Espíritu inspira una palabra viva en el momento exacto. Puede venir en una predicación, en una consejería o en una simple conversación. Esa palabra toca directamente el corazón de quien la escucha, porque responde a una necesidad que solo Dios conocía. A veces, el predicador o consejero no sabe por qué dice ciertas cosas, pero el oyente percibe que Dios le está hablando personalmente. Esa es la acción del don de ciencia, trayendo dirección o consuelo a través de la palabra. - Percepción espiritual:
El Espíritu puede también dar al creyente una percepción más allá de lo visible. No es adivinación ni intuición natural, sino la capacidad de entender lo que realmente está ocurriendo detrás de las apariencias. En medio de una situación compleja, el Espíritu revela la raíz del problema, la intención del corazón o el origen de un conflicto, para que se actúe con sabiduría y amor.
Estas manifestaciones pueden darse en diferentes contextos:
en una consejería pastoral, cuando Dios muestra la causa espiritual de una lucha interna; en una oración de intercesión, cuando el Espíritu revela por quién o por qué se debe orar; en una enseñanza, cuando surge una palabra específica que toca el alma de los oyentes; o incluso en la vida cotidiana, cuando el creyente percibe algo que solo el Espíritu podía hacerle notar.
Lo esencial es que el don siempre glorifique a Cristo, produzca edificación y paz, y nunca cause confusión, temor o exaltación personal. El verdadero don de ciencia opera en armonía con la Palabra escrita, confirmando lo que Dios ya ha revelado en la Escritura, nunca contradiciéndola.
Así, en tiempos donde la información abunda pero la verdad escasea, el don de ciencia se vuelve una herramienta celestial para traer luz, dirección y esperanza al corazón de los creyentes.
7. Efectos del don de ciencia en la vida del creyente
Cuando el Espíritu Santo opera a través del don de ciencia, la vida del creyente no vuelve a ser la misma. Esta experiencia produce un impacto profundo y duradero, tanto en quien recibe la revelación como en quien la presencia. Más allá de lo sobrenatural, este don transforma la manera en que el creyente ve, siente y entiende la realidad.
Entre los frutos espirituales que produce están los siguientes:
- Mayor intimidad con Dios.
Al experimentar que Dios revela lo oculto, el creyente comprende que el Señor está cerca, atento y personal. Ya no se trata de un Dios lejano, sino de un Padre que conoce cada detalle y se interesa por todo lo que ocurre. Esa conciencia despierta una comunión más profunda y una vida de oración más sincera. - Corazón agradecido.
Cuando el Espíritu muestra su conocimiento perfecto sobre nuestras vidas, nace un sentimiento de gratitud. El creyente aprende a agradecer no solo por lo que entiende, sino también por lo que Dios le revela a tiempo. Agradece la guía, la corrección y la dirección divina. - Fe fortalecida.
Ver al Espíritu Santo actuar de manera tan directa aumenta la confianza en su poder. La fe deja de ser solo una creencia intelectual y se convierte en una certeza viva: Dios conoce, cuida y responde. Cada revelación confirma que Él sigue hablando y obrando hoy. - Discernimiento espiritual.
El don de ciencia también despierta una mayor sensibilidad espiritual. El creyente aprende a no dejarse engañar por las apariencias, sino a buscar la verdad guiado por el Espíritu. En un mundo lleno de falsedad, esta capacidad se vuelve un escudo protector contra el error. - Actitud de servicio.
El conocimiento que viene del Espíritu no se guarda, se comparte para bendecir. Quien recibe este don desarrolla un corazón dispuesto a ayudar, aconsejar, interceder o consolar según la dirección divina. El conocimiento se transforma en canal de amor y servicio.
Este don transforma la mente y la perspectiva
En definitiva, el don de ciencia transforma la mente y la perspectiva. Donde otros solo ven caos, el creyente ve propósito; donde otros ven dolor, él percibe enseñanza; donde otros ven casualidad, él reconoce la providencia divina.
Este don nos enseña que Dios no solo está en el cielo, sino también en los detalles de nuestra vida diaria. Y cuando su conocimiento se revela, la oscuridad se disipa, la fe se renueva y el corazón se llena de esperanza, porque entendemos que nada escapa a su mirada amorosa.
8. Cómo cultivar el don de ciencia
Aunque el don de ciencia es una gracia soberana del Espíritu Santo, el creyente puede y debe disponerse espiritualmente para recibirlo y desarrollarlo. Dios no deposita su revelación en corazones indiferentes, sino en aquellos que anhelan conocerle más profundamente y están dispuestos a obedecer su voz.
El Espíritu concede sus dones según su voluntad (1 Corintios 12:11), pero también responde a los corazones que buscan con sinceridad ser instrumentos útiles en sus manos. Por eso, más que “ganarse” el don, el creyente debe preparar su vida como terreno fértil para la siembra divina.
Actitudes espirituales que lo cultivan
A continuación, se presentan actitudes espirituales que ayudan a cultivar este don:
Oración constante
La oración es la llave que abre la puerta a la revelación. El creyente que ora con perseverancia desarrolla una comunión íntima con Dios, y esa comunión se convierte en el canal por el cual fluye el conocimiento espiritual.
Cuando oramos no solo hablamos, también escuchamos. En el silencio del alma, el Espíritu puede revelar cosas que no podríamos conocer de otro modo. Cuanto más se ora, más sensible se vuelve el corazón a la voz divina.
Vida de pureza
El conocimiento de Dios no habita en un corazón dividido o contaminado. La pureza espiritual crea claridad, mientras que el pecado nubla la mente y endurece el corazón. El Señor no comparte sus secretos con quien vive en desobediencia, sino con aquellos que le temen y buscan caminar en santidad. Como enseña el Salmo 25:14:
“La comunión íntima de Jehová es con los que le temen, Y a ellos hará conocer su pacto.”
El don de ciencia requiere una vida limpia, donde la mente y el corazón sean vasos dignos para contener la sabiduría celestial.
Meditación en la Palabra
El Espíritu Santo nunca se separa de la Escritura. Quien se sumerge en la Palabra tiene un terreno fértil para las revelaciones del Espíritu.
La lectura y meditación constante de la Biblia forma el pensamiento del creyente, afina su discernimiento y le permite reconocer cuando una revelación realmente proviene de Dios.
Cuanto más conozca la Palabra, más claro podrá escuchar la voz del Espíritu, porque el Espíritu siempre habla en armonía con la Escritura.
Obediencia
Dios no revela para satisfacer curiosidades, sino para que se cumpla su voluntad. Por eso, el creyente obediente se vuelve candidato a mayores revelaciones.
Cuando alguien demuestra fidelidad en lo poco, Dios le confía más (Lucas 16:10). Quien actúa conforme a lo que ya ha recibido, será guiado hacia mayor conocimiento. La obediencia abre puertas a la revelación.
Humildad
La humildad es el sello de todo verdadero don espiritual. Reconocer que el conocimiento no es propio, sino don de Dios, guarda el corazón del orgullo.
El Espíritu Santo no comparte su gloria con nadie. Cuando un creyente usa el don para exaltarse, el fluir se detiene. Pero cuando lo ejerce con humildad y temor de Dios, el Espíritu continúa derramando su sabiduría.
Proverbios 2:6 lo resume bellamente:
“Porque Jehová da la sabiduría, y de su boca viene el conocimiento y la inteligencia.”
Cultivar el don de ciencia es, en esencia, vivir cerca del corazón de Dios. No se trata de buscar revelaciones, sino de buscar al Revelador. Y cuando el alma vive en comunión con Él, la revelación llega en el momento justo y con el propósito correcto.
9. Advertencias sobre el mal uso del don
Como todo don espiritual, el don de ciencia puede ser malinterpretado o mal utilizado si no se ejerce con discernimiento, humildad y amor. El enemigo sabe disfrazar el orgullo con apariencia de espiritualidad, y puede tentar al creyente a usar el conocimiento revelado de manera indebida.
El apóstol Pablo exhortó a la iglesia de Corinto precisamente por esto: muchos estaban más interesados en mostrar sus dones que en reflejar el carácter de Cristo. Por eso debemos tener cuidado y mantener siempre la actitud correcta.
Algunas advertencias necesarias son las siguientes:
No usar el don para juzgar o exponer a los demás
Dios no revela secretos para humillar, sino para sanar. Si el Espíritu muestra algo sobre alguien, es para interceder, restaurar o ayudar, no para exhibir ni condenar. El amor debe ser el marco de toda manifestación espiritual. Sin amor, incluso la revelación más profunda se convierte en instrumento de división.
No buscar revelaciones por curiosidad o con fines personales
El don no debe usarse para satisfacer la curiosidad humana o para ganar prestigio. El deseo de saber por saber puede abrir la puerta al engaño espiritual. El creyente maduro aprende a esperar la dirección del Espíritu, no a forzarla. Dios revela lo que Él quiere, cuando Él quiere, y a quien Él quiere.
No confundir intuiciones humanas con revelaciones divinas
No todo pensamiento o presentimiento proviene del Espíritu Santo. El creyente debe probar los espíritus (1 Juan 4:1) y confirmar que la revelación concuerde con la Palabra de Dios. El verdadero don de ciencia produce paz, dirección y fruto espiritual; no confusión ni ansiedad. Si algo no edifica, no consuela ni exhorta con amor, no viene del Espíritu Santo.
Recordar que toda revelación debe concordar con la Escritura
El Espíritu Santo jamás contradice la Palabra que Él mismo inspiró. Toda manifestación auténtica del don de ciencia armoniza con el mensaje bíblico y apunta a Cristo.
Si una revelación conduce al error, al sensacionalismo o a la división, debe ser rechazada. Por eso, el creyente que ejerce este don debe permanecer firme en la Biblia, donde cada palabra y cada visión se prueban a la luz de la verdad escrita.
El mal uso del don de ciencia puede causar daño, pero su uso correcto trae restauración, dirección y vida. Por eso, la humildad, el amor y la sujeción a la Palabra son el marco seguro donde este don florece sin peligro.
Conclusión: ver con los ojos de Dios
El don de ciencia es una joya preciosa que revela la ternura y la sabiduría del Espíritu Santo. No se trata de acumular información teológica ni de adquirir conocimientos intelectuales, sino de recibir una iluminación divina que nos permite ver las cosas como Dios las ve. Es una mirada espiritual que penetra más allá de las apariencias y discierne la realidad con la mente de Cristo.
Este don no solo nos ayuda a comprender la Palabra de Dios con profundidad, sino también a aplicar esa verdad en nuestra vida diaria. Quien posee el don de ciencia aprende que cada acontecimiento, cada persona y cada situación llevan una huella divina. Nada es casualidad; todo tiene un propósito dentro del plan soberano de Dios. Así, el creyente aprende a interpretar los sucesos no desde la razón humana, sino desde la perspectiva celestial.
Cuando Pedro confrontó a Ananías y Safira, no lo hizo por deducción ni sospecha humana, sino porque el Espíritu le reveló lo oculto. Allí el don de ciencia actuó con poder, manifestando que nada puede esconderse ante los ojos de Aquel que todo lo sabe. Este ejemplo nos recuerda que Dios sigue revelando lo que está escondido, no para condenar, sino para restaurar, corregir y purificar a su pueblo.
Ver la voluntad de Dios detrás de cada detalle
Vivimos en una generación que posee más acceso a la información que nunca, pero menos comprensión espiritual. La ciencia humana puede explicar el “cómo” de las cosas, pero solo el Espíritu Santo puede mostrarnos el por qué y el para qué. Solo el don de ciencia puede llevarnos a ver la voluntad de Dios detrás de cada detalle.
Cuando este don se activa, el alma se vuelve más sensible a la voz del Señor. Lo que antes parecía confuso, se aclara; lo que antes causaba temor, ahora produce confianza. Es como si los ojos del corazón se abrieran para contemplar la gloria de Dios en medio de lo ordinario.
El creyente aprende entonces a caminar en sabiduría, en serenidad y en obediencia, porque sabe que cada paso está guiado por el conocimiento divino.
El don de ciencia también nos enseña a ser humildes. Cuanto más conoce el alma los misterios de Dios, más se postra en adoración. La verdadera ciencia espiritual no llena de orgullo, sino de reverencia. No nos hace sentir superiores, sino más dependientes del Espíritu. Nos lleva a servir, a edificar y a amar con mayor pureza, porque entendemos que todo conocimiento proviene de Dios y debe usarse para Su gloria.
Por eso, este don no es para unos pocos privilegiados, sino una invitación abierta a todos los creyentes que desean intimidad con el Espíritu Santo. El Señor busca corazones sensibles, mentes enseñables y vidas consagradas donde pueda depositar esta gracia. A quien anhela conocerle más, Él le concede luz en medio de la oscuridad, sabiduría en medio de la confusión y dirección en medio de la incertidumbre.
Dejemos, entonces, que el Espíritu Santo sea nuestro Maestro. No confiemos únicamente en el entendimiento humano, sino en la revelación del Altísimo. Que cada día podamos decir como el salmista:
“Abre mis ojos, y miraré las maravillas de tu ley.” (Salmo 119:18)
Y con un corazón rendido oremos:
“Señor, dame ojos para ver tu verdad, mente para comprender tus misterios y corazón para vivir conforme a tu sabiduría.
Que tu Espíritu Santo me conceda el don de ciencia, para conocerte más, servirte mejor y caminar siempre bajo la luz de tu revelación.”