Enseñanza bíblica sobre el alcohol y los narcóticos
Este estudio bíblico busca responder con claridad: ¿Qué dice la Biblia sobre el alcohol, narcóticos, drogas y el tabaco? La respuesta nos mostrará que no se trata de un simple consejo de salud, sino de un principio espiritual de santidad y obediencia a Dios, donde cada cristiano está llamado a mantenerse limpio en cuerpo y espíritu, como templo del Espíritu Santo.
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Desde los tiempos antiguos, el ser humano ha buscado en las bebidas y sustancias embriagantes un escape a la realidad, una falsa sensación de alegría o alivio momentáneo. Sin embargo, la Biblia no guarda silencio ante estas prácticas. A lo largo de sus páginas encontramos advertencias claras y directas que muestran cómo el alcohol, los narcóticos y el tabaco no solo dañan el cuerpo, sino que también corrompen el alma y alejan al creyente de la voluntad de Dios. El tema no es menor: lo que muchas veces el mundo presenta como “inofensivo” o “normal”, la Palabra de Dios lo revela como una puerta al pecado, a la destrucción personal y a la condenación eterna.
Bebidas Alcohólicas ¿Qué dice la Biblia sobre el alcohol?
La Biblia está llena de advertencias contra el uso de bebidas embriagantes, especialmente el vino. Lejos de ser un tema de poca importancia, las Escrituras muestran las graves consecuencias espirituales, sociales y físicas que trae consigo.
El libro de Proverbios, lleno de sabiduría práctica, condena abiertamente el consumo del vino y de otras bebidas fuertes:
“El vino es escarnecedor, la sidra alborotadora; Y cualquiera que por ellos yerra no es sabio” (Proverbios 20:1).
Este pasaje nos enseña que el alcohol engaña, distorsiona el juicio y convierte a la persona en necia.
Más adelante encontramos otra advertencia solemne:
“No mires al vino cuando rojea, cuando resplandece su color en la copa” (Proverbios 23:31).
Aquí la Escritura prohíbe incluso el deseo y la atracción hacia el vino fermentado, porque este conduce inevitablemente a la embriaguez y al pecado.
Las perversas consecuencias del alcohol
La Biblia no se limita a advertir, sino que describe con detalle las consecuencias de dejarse dominar por el vino. En Proverbios 23:29-35 se mencionan los frutos de esta práctica:
- Aflicción y dolor.
- Contiendas y pleitos innecesarios.
- Palabras indecentes y pérdida del control del habla.
- Ojos enrojecidos y apariencia degradada.
- Pecado sexual y decisiones inmorales.
- Pérdida del equilibrio y de la coordinación física.
- Insensibilidad espiritual y física.
- Adicción y esclavitud.
El mismo libro concluye de manera contundente:
“Los que se entregan al vino no serán ricos” (Proverbios 21:17).
Esto nos recuerda que el alcohol no solo roba la salud y la dignidad, sino también la prosperidad y la bendición de Dios.
Lo que nos dice la Biblia sobre el alcohol
Separación para Dios: un llamado a la santidad
En toda la Escritura, Dios estableció un principio claro: aquellos que eran apartados para Su servicio debían abstenerse del vino y de la bebida fuerte. Esto no era un simple consejo de salud, sino una exigencia espiritual que mostraba la importancia de la pureza y el dominio propio en quienes representaban al Señor.
- Los nazareos estaban prohibidos de beber vino o cualquier producto de la vid (Números 6:3; Jueces 13:7).
- Juan el Bautista, lleno del Espíritu Santo desde el vientre de su madre, tampoco lo bebía (Lucas 1:15).
- Reyes y príncipes tenían la orden de abstenerse del alcohol, porque podría conducirlos a olvidar la ley de Dios y pervertir la justicia (Proverbios 31:4-5).
- Los sacerdotes, en sus funciones delante de Dios, no podían ingerir vino ni sidra (Levítico 10:9; Ezequiel 44:21).
Este patrón bíblico no deja lugar a dudas: la abstinencia del alcohol era señal de consagración y fidelidad a Dios.
Hoy, la Palabra nos recuerda que todos los cristianos somos reyes y sacerdotes, un sacerdocio real y un sacrificio vivo para el Señor (Apocalipsis 1:6; 1 Pedro 2:9; Romanos 12:1). Si aquellos que servían a Dios bajo la antigua alianza tenían esta restricción, ¿cuánto más nosotros que vivimos bajo la gracia y hemos sido hechos templo del Espíritu Santo?
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El vino en la Biblia: primeras menciones y consecuencias
La primera referencia al consumo de vino en la Biblia no es positiva, sino trágica:
- Noé se embriagó y trajo deshonra sobre sí mismo y vergüenza a su familia, provocando ocasión de pecado para otros (Génesis 9:20-25).
- Lot, bajo los efectos del vino, cayó en el pecado del incesto con sus propias hijas (Génesis 19:32-38).
Desde el principio, el vino aparece ligado no al gozo de Dios, sino a la vergüenza, la inmoralidad y la pérdida del control.
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Advertencias proféticas contra la embriaguez
Los profetas también fueron claros en denunciar los efectos destructivos del alcohol:
- Isaías pronunció un “ay” contra los que se levantan de mañana para seguir la bebida fuerte (Isaías 5:11).
- El mismo profeta advirtió que la bebida embriagante hacía que sacerdotes y profetas erraran, se extraviaran y perdieran su visión espiritual (Isaías 28:7).
- Oseas afirmó que “el vino y la sidra quitan el juicio” (Oseas 4:11), mostrando cómo embota la conciencia.
- Habacuc declaró maldito al que da de beber a su prójimo para embriagarlo (Habacuc 2:15).
Estas advertencias muestran que el alcohol no solo daña al individuo, sino también a quienes lo rodean.
El alcohol en el Nuevo Testamento: un pecado que excluye del Reino
En la gracia del Nuevo Pacto, la enseñanza no cambia. El apóstol Pablo declara sin rodeos que los borrachos no heredarán el reino de Dios (1 Corintios 6:10; Gálatas 5:19-21).
Jesús también advirtió sobre el peligro de los excesos y la embriaguez (Lucas 21:34), y tanto Pablo como Pedro exhortaron a los creyentes a andar sobriamente, no en orgías ni borracheras (Romanos 13:13; Efesios 5:18; 1 Pedro 4:3).
Aún más, el mandato apostólico fue específico para los líderes de la iglesia:
- Obispos y diáconos no debían ser dados al vino (1 Timoteo 3:3, 8; Tito 1:7).
- Mujeres ancianas, ejemplo para las más jóvenes, tampoco debían inclinarse hacia la bebida (Tito 2:3).
Esto confirma que el liderazgo cristiano debe caracterizarse por la sobriedad y el dominio propio, pues el consumo de alcohol atenta contra ambas virtudes.
Una conclusión inevitable
Después de repasar la enseñanza bíblica en ambos Testamentos, la conclusión es clara: los cristianos no debemos tomar bebidas alcohólicas.
A pesar de ello, muchos intentan justificar el consumo con pasajes aislados que parecen aprobar el vino. Sin embargo, para interpretarlos correctamente es necesario examinar las palabras hebreas y griegas utilizadas en la Biblia para referirse al “vino”, ya que no siempre significan una bebida fermentada.
Palabras hebreas y griegas que se traducen vino en la Biblia
La importancia de comprender los términos bíblicos
Uno de los argumentos más comunes para justificar el consumo de alcohol es que la Biblia menciona el “vino” en ocasiones aparentemente positivas. Sin embargo, para interpretar correctamente las Escrituras es fundamental comprender el sentido original de las palabras en el hebreo y en el griego bíblicos.
El término traducido vino No siempre significa bebida fermentada
En la Biblia, el término traducido como vino no siempre significa una bebida fermentada. En muchas ocasiones se refiere simplemente al jugo fresco de la uva (tirosh en hebreo o oinos en griego), es decir, un producto natural, saludable y sin efectos embriagantes. Por otro lado, también puede referirse a un licor intoxicante (yayin o shekar), el cual trae consigo advertencias y condenaciones claras en la Palabra de Dios.
Si no se distingue entre estas acepciones, se corre el riesgo de justificar un pecado que Dios ha condenado desde la antigüedad. Por ejemplo, cuando Jesús convirtió el agua en vino en las bodas de Caná (Juan 2:1-11), el texto no indica que fuese un vino fermentado. De hecho, el contexto bíblico y la naturaleza santa del Señor nos llevan a concluir que se trataba de un vino puro, sin corrupción ni fermentación, símbolo de gozo verdadero y no de embriaguez.
Además, la Escritura resalta repetidamente las consecuencias destructivas del vino fermentado: pérdida del juicio, palabras indecentes, pecados sexuales, violencia, adicción y ruina espiritual (Proverbios 23:29-35). Por eso, Dios mismo inspiró a sus profetas para exhortar: “El vino es escarnecedor, la sidra alborotadora; y cualquiera que por ellos yerra no es sabio” (Proverbios 20:1).
Entender el contexto lingüístico y cultural de los términos bíblicos nos permite reconocer que la Palabra no aprueba la embriaguez ni el consumo de alcohol fermentado. Más bien, nos llama a la sobriedad, la pureza y la santidad, cualidades esenciales para quienes desean agradar a Dios.
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El término hebreo “yayin”: vino fermentado y no fermentado
El vocablo “yayin” es el término más común en el Antiguo Testamento, apareciendo más de 130 veces. Su uso es polisémico, es decir, que no siempre se refiere a la misma realidad. Puede describir desde el jugo fresco de la vid, hasta el vino fermentado con efectos embriagantes.
En algunos pasajes, el contexto deja claro que se trata de un vino fermentado que produce embriaguez y consecuencias negativas:
- Génesis 9:21 – Noé se embriaga con “yayin”.
- Génesis 19:32-35 – Las hijas de Lot embriagan a su padre.
- 2 Samuel 13:28 – Amnón es asesinado estando embriagado.
- Proverbios 20:1 – “El vino [yayin] es escarnecedor, la sidra alborotadora”.
En contraste, hay textos donde “yayin” alude claramente al jugo fresco de la uva aún no fermentado:
- Isaías 16:10 – “El lagar no pisará vino [yayin]…”. Aquí se habla del jugo recién exprimido en los lagares.
- Jeremías 48:33 – El gozo y la alegría se pierden en los campos, y “el lagar no pisará vino [yayin]”.
De esto aprendemos una verdad importante: la mera aparición de la palabra “vino” en nuestras traducciones no implica automáticamente una aprobación divina del alcohol. El contexto bíblico es el que define si “yayin” es una bebida embriagante condenada o un jugo natural símbolo de bendición.
El término hebreo “tiyrosh”: el mosto fresco
Otra palabra significativa es “tiyrosh”, usada más de 35 veces en la Biblia. Usualmente se traduce como “mosto” y se refiere casi siempre al jugo fresco de uva, aún en estado natural, no fermentado.
Este mosto era considerado tan valioso que formaba parte de las ofrendas a Dios:
- Deuteronomio 12:17; Nehemías 13:5 – Dios pedía el diezmo del mosto fresco, es decir, lo primero y lo mejor, antes de que el proceso de corrupción y fermentación ocurriera.
Además, “tiyrosh” aparece estrechamente asociado a la bendición de la tierra:
- Génesis 27:28 – Isaac bendice a Jacob con abundancia de “trigo y vino [tiyrosh]”.
- Deuteronomio 7:13 – Dios promete a Israel multiplicar su “trigo, mosto [tiyrosh] y aceite”.
La metáfora más clara está en Isaías 65:8: “Como si alguno hallase mosto [tiyrosh] en un racimo…”, mostrando que incluso el jugo aún dentro de la uva ya era considerado vino en potencia, pero sin fermentación.
Este uso constante nos enseña que el vino que era acepto delante de Dios era el no fermentado, símbolo de pureza, bendición y vida. A diferencia del “yayin” fermentado que puede corromper, el “tiyrosh” representa la frescura de la creación de Dios y la alegría santa que proviene de Él.
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El griego “oinos” en el Nuevo Testamento
En el Nuevo Testamento, la palabra más usada para “vino” es “oinos”, término que, al igual que el hebreo “yayin”, puede referirse tanto al jugo fresco de la uva como a una bebida fermentada. El contexto es el que determina el significado.
Por ejemplo, en Mateo 9:17, Marcos 2:22 y Lucas 5:37, Jesús habla del “vino nuevo” (oinos kainos) que no debe ponerse en odres viejos, porque al iniciar su proceso de fermentación podría reventarlos. Aquí no se trata de un vino ya fermentado, sino de jugo de uva recién exprimido, en estado fresco, que aún contenía vida y energía activa. Este detalle lingüístico y cultural muestra que la palabra “oinos” no se limita al vino alcohólico, sino que abarca todo el espectro del producto de la vid.
Otro término importante es “gleukos”, usado únicamente en Hechos 2:13, cuando algunos se burlaban de los discípulos diciendo: “Están llenos de mosto”. Esta palabra describe un vino muy dulce, recién exprimido, con escaso o nulo nivel de fermentación. De nuevo, el Nuevo Testamento deja claro que el producto de la vid no siempre implica embriaguez, sino que podía referirse perfectamente a jugo fresco.
Así, cuando Jesús convirtió el agua en vino en Caná de Galilea (Juan 2:1-11), no existe ninguna razón para suponer que se tratara de un vino alcohólico. Al contrario, los testimonios bíblicos y el carácter santo de Cristo nos llevan a concluir que era un vino puro, fresco, símbolo de alegría santa y bendición divina, y no un licor embriagante que produjera desorden y pecado. Sería contradictorio que el mismo Dios que condena repetidamente la embriaguez (Isaías 5:11; Proverbios 20:1; Efesios 5:18) hubiera provisto aquello que incita al pecado.
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¿Y qué hay de Pablo cuando aconseja tomar vino a Timoteo?
El consejo de Pablo a Timoteo en 1 Timoteo 5:23:
“Ya no bebas agua, sino usa de un poco de vino por causa de tu estómago y de tus frecuentes enfermedades”,
no debe entenderse como una autorización para beber con fines recreativos. La recomendación se enmarca en el uso medicinal de los productos derivados de la uva. En el mundo antiguo, el agua muchas veces estaba contaminada y el jugo de uva, al mezclarse con agua, ayudaba a purificarla o a mejorar la digestión. El mismo contexto muestra que se trataba de un recurso terapéutico, no de un hábito social.
Por lo tanto, lejos de ser un permiso para la embriaguez, Pablo exhortaba a Timoteo a cuidar su salud de manera prudente. Esto confirma que ningún pasaje del Nuevo Testamento promueve el consumo de bebidas alcohólicas con fines de placer o diversión.
El “fruto de la vid” en la Cena del Señor
Un detalle sumamente significativo es que, en la institución de la Cena, los evangelios no utilizan la palabra “vino”, sino la expresión “el fruto de la vid” (Mateo 26:29; Marcos 14:25; Lucas 22:18). Esta elección de palabras no es casual. Al decir “fruto de la vid”, Jesús evitó cualquier ambigüedad con respecto al “oinos” fermentado. Lo que Él entregó a sus discípulos fue el jugo puro de la uva, sin fermentación, en perfecta coherencia con el pan ázimo que también estaba presente en esa mesa.
El pan sin levadura simbolizaba la ausencia de corrupción y pecado (Éxodo 12:15; 1 Corintios 5:7-8). Del mismo modo, el jugo de la uva sin fermentar representaba la sangre preciosa de Cristo, sin contaminación ni corrupción (1 Pedro 1:18-19). La fermentación, tanto en el pan como en el vino, ha sido entendida en la Biblia como un símbolo de corrupción, orgullo y pecado (Mateo 16:6; 1 Corintios 5:6-8). Por eso es inconcebible pensar que Jesús hubiera usado elementos fermentados para representar su sacrificio perfecto.
El griego del Nuevo Testamento nos muestra que el uso de “oinos” no debe asumirse automáticamente como vino embriagante. Por el contrario, al analizar el contexto, descubrimos que el énfasis bíblico siempre está en la pureza, la vida y la santidad. Tanto en Caná como en la Santa Cena, lo que Cristo nos dejó fue un símbolo de gozo santo, sin corrupción, y totalmente coherente con su carácter perfecto y con el evangelio de salvación.
Las Drogas y los Narcóticos: Un Camino de Esclavitud y Destrucción
La problemática de las drogas no es un tema ajeno a la fe cristiana ni a la vida espiritual. Así como hemos señalado que el alcohol es una droga que altera la mente y esclaviza al ser humano, de la misma manera debemos considerar las sustancias narcóticas y alucinógenas que producen efectos devastadores tanto en el cuerpo como en el alma.
El alcohol y la marihuana: dos caras de la misma moneda
Cuando se habla de drogas, muchas veces se piensa únicamente en la cocaína, la heroína o las metanfetaminas. Sin embargo, la marihuana comparte la mayoría de los males que produce el alcohol. Entre ellos podemos destacar:
- Pérdida del dominio propio, lo cual abre la puerta a la carnalidad y al pecado.
- Dependencia psicológica y, en muchos casos, física, que termina sometiendo la voluntad del individuo.
- Puerta de entrada hacia sustancias más fuertes y destructivas.
En la perspectiva bíblica, cualquier cosa que robe el control de la mente y de las pasiones humanas es contraria al propósito de Dios, pues el fruto del Espíritu es precisamente templanza y dominio propio (Gálatas 5:22-23).
El círculo de la adicción y sus consecuencias
Las drogas adictivas no solo esclavizan al consumidor, sino que también lo arrastran a un ciclo de:
- Hábitos destructivos, difíciles de romper sin intervención divina.
- Daños físicos severos que deterioran órganos vitales y afectan el cerebro.
- Problemas sociales y criminales, pues gran parte de los delitos, robos y actos de violencia están vinculados al consumo o tráfico de drogas.
En este sentido, las drogas se convierten en un instrumento del enemigo para destruir la imagen de Dios en el ser humano, robándole la libertad y conduciéndolo a la miseria espiritual y moral.
Drogas legales y medicamentos: un llamado a la prudencia
No debemos olvidar que el abuso de medicamentos recetados puede ser tan dañino como las drogas ilegales. Analgésicos, pastillas para dormir o tranquilizantes, si se consumen sin control, también generan dependencia y pérdida de autodominio.
Por eso, el creyente está llamado a:
- Practicar la moderación y el equilibrio en el uso de medicamentos.
- Ejercer disciplina y autodominio frente a cualquier sustancia que pueda controlar la mente.
- Recordar que nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo (1 Corintios 6:19-20), y debemos cuidarlo con responsabilidad.
La visión bíblica sobre las drogas
La Escritura es clara al respecto: Dios no se agrada de todo aquello que robe la libertad espiritual y conduzca al pecado. Si una sustancia produce efectos semejantes a la embriaguez, genera dependencia o destruye la salud, debemos reconocerla como algo contrario a la voluntad de Dios.
En otras palabras, las drogas no solo son un problema médico o social, sino también un asunto espiritual, porque afectan directamente nuestra capacidad de vivir en santidad y de rendirnos plenamente a la dirección del Espíritu Santo.
El Tabaco: Un Hábito que Contamina el Templo de Dios
Una posición clara en el pasado… y una tibieza en el presente
Durante mucho tiempo, las iglesias del cristianismo fundamental se opusieron firmemente al uso del tabaco, reconociendo sus efectos nocivos tanto físicos como espirituales. Sin embargo, en tiempos modernos ha surgido una actitud más permisiva, donde muchos han cedido terreno en cuanto a este tema.
A pesar de ello, todavía hay cristianos fieles que se niegan a fumar, entendiendo que no se trata solo de un asunto cultural, sino de obediencia a Dios. ¿La razón principal? La Palabra enseña que nuestros cuerpos son templos del Espíritu Santo (1 Corintios 6:19; 3:17), y por lo tanto no debemos contaminarlos.
¿Qué significa “contaminar” el cuerpo?
La Escritura usa la palabra “contaminar” para referirse a algo que ensucia, degrada, profana y corrompe la pureza de lo que fue creado santo. Si aplicamos esto al tabaco, no hay duda de que:
- Daña gravemente la salud, destruyendo el cuerpo.
- Genera adicción, esclavizando la voluntad.
- Es desagradable y ofensivo, tanto para el que fuma como para quienes lo rodean.
Lo más interesante es que, mucho antes de que la ciencia lo confirmara, el Espíritu Santo ya guiaba a ministros y creyentes a rechazar el tabaco como algo nocivo y contrario a la santidad.
El origen histórico del tabaco
Aunque la Biblia no menciona el tabaco (pues no era usado en tiempos bíblicos), sí establece principios que nos ayudan a juzgar su práctica. El tabaco fue introducido al Viejo Mundo por los pueblos indígenas de América tras el descubrimiento del Nuevo Mundo.
Ante este tipo de situaciones nuevas, la Palabra de Dios establece que la iglesia, bajo la dirección del Espíritu Santo, tiene autoridad para discernir y establecer normas de santidad (Mateo 18:18; Hechos 15:28). Así como lo hace con las drogas, este principio aplica claramente en el caso del tabaco.
Lo que dice la ciencia moderna sobre el fumar
Hoy en día, la ciencia respalda lo que la Palabra ya advertía espiritualmente. Numerosos estudios confirman que el fumar contamina y destruye el cuerpo. Algunas evidencias impactantes son:
- Cada cajetilla de cigarrillos lleva la advertencia: “Fumar es peligroso para la salud”.
- El tabaco está relacionado directamente con enfisema pulmonar y cáncer de pulmón, así como con enfermedades cardiovasculares, derrames cerebrales y otros tipos de cáncer.
- En EE.UU., se estima que 350,000 personas mueren cada año debido al consumo de cigarrillos.
- Según el Colegio Real de Médicos de Gran Bretaña, cada cigarrillo acorta en promedio 5 minutos y 15 segundos de la vida del fumador.
- Uno de cada tres fumadores muere a causa de problemas relacionados con el tabaco.
- A nivel económico, el tabaco provoca pérdidas anuales millonarias: 27.5 mil millones de dólares en EE.UU. solo en gastos médicos y baja productividad.
En otras palabras, aun el mundo incrédulo reconoce que el tabaco contamina, esclaviza y destruye.
El tabaco como esclavitud espiritual
Más allá de los efectos físicos, el tabaco crea una adicción poderosa, que domina la mente y el cuerpo. Esto va directamente en contra de la voluntad de Dios, pues Él nos llama a la libertad y al dominio propio (Gálatas 5:22-23).
Muchos intentan dejar de fumar por sus propias fuerzas, pero descubren que no pueden. La buena noticia es que solo el poder de Cristo puede romper cadenas y dar verdadera libertad.
El cristiano debe rechazar el tabaco
Por todas estas razones —espirituales, físicas, morales y sociales— los cristianos comprometidos con la santidad de Dios deben rechazar el tabaco en todas sus formas.
El llamado bíblico es claro:
- “Limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu” (2 Corintios 7:1).
- “Presentad vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional” (Romanos 12:1).
El creyente no puede ignorar que fumar es contaminación, esclavitud y destrucción del templo del Espíritu Santo. Si hemos sido comprados por precio, debemos glorificar a Dios en nuestro cuerpo.
Conclusión: Un Llamado a la Santidad y al Autodominio
A lo largo de este estudio hemos visto que tanto el alcohol, como las drogas y narcóticos, lejos de ser simples “placeres pasajeros”, son instrumentos que esclavizan la voluntad, deterioran el cuerpo y destruyen familias enteras. La Biblia es clara al enseñarnos que nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, y por tanto, no podemos exponerlo a aquello que degrada su santidad y quebranta el propósito de Dios en nosotros.
El creyente ha sido llamado a vivir en sobriedad, disciplina y dominio propio, virtudes que solo son posibles cuando Cristo gobierna el corazón. El enemigo usa estas sustancias como cadenas modernas de esclavitud, disfrazadas de diversión, relajación o escape, pero en realidad conducen a la destrucción física, emocional y espiritual.
La alternativa que Dios nos ofrece es mucho más gloriosa: una vida llena de la presencia del Espíritu Santo, donde en lugar de embriagarnos con vino o alucinógenos, somos “llenados del Espíritu” (Efesios 5:18), experimentando un gozo y una paz que no dejan resaca, ni culpa, ni consecuencias destructivas.
La verdadera victoria está en confiar en Dios
Por eso, como hijos de Dios, debemos levantar un estándar de vida diferente en medio de un mundo que normaliza el consumo de lo prohibido. Nuestro testimonio debe brillar mostrando que es posible vivir en libertad verdadera, no bajo cadenas químicas, sino bajo el poder transformador de Cristo.
En conclusión, recordemos siempre que cada decisión que tomamos respecto a nuestro cuerpo refleja a quién servimos. Si nos entregamos a las drogas o al alcohol, servimos al pecado; pero si nos rendimos al Señor, experimentamos la plenitud de una vida nueva. La verdadera victoria no está en anestesiar los problemas con sustancias pasajeras, sino en confiar en el Dios eterno que rompe toda cadena.