Por: William Rivas
PREDICAR EL EVANGELIO HASTA LO ÚLTIMO DE LA TIERRA
Es muy común distraerse de un propósito original para involucrarse en otras cosas que también consideramos importantes según nuestra propia opinión.
Ustedes podrán imaginarse la creciente euforia que experimentaba la iglesia de Jerusalén en sus primeros años de existencia. El primer sermón de Pedro dio como resultado la conversión de unas tres mil personas. Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno.
Los nuevos creyentes «perseveraban unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alababan a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos» (Hechos 2:44-47).
Inmediatamente la iglesia se involucró en la administración y distribución de alimentos, ropa y otros enseres. Alguien tenia que encargarse de organizar las reuniones en las casas y en el templo. Tal vez se contrató personal para asistir a los líderes en el cumplimiento de sus deberes. (También te puede interesar: Evangelismo Efectivo)
Se necesitaban secretarios, contadores, encargados de almacén, conserjes para la limpieza, entre otros. Todo marchaba bien. La gente estaba llegando a la iglesia de todas partes sin necesidad de ninguna campaña de publicidad. «Había milagros, prodigios, señales y maravillas y la palabra del Señor crecía, y el número de los discípulos se multiplicaban grandemente en Jerusalén; también muchos de los sacerdotes obedecían a la fe» (Hechos 6:7)
Muy pronto la iglesia de Jerusalén se olvidó de cumplir el resto del mandamiento de Jesús cuando ordenó ser testigo de su resurrección en toda Judea, Samaria y hasta lo último de la tierra (Hechos 1:8). Fue necesario que Dios mismo permitiera una oleada de persecución para que los predicadores salieran de su zona de confort a cumplir la misión de evangelizar el mundo entero.
Felipe fue a Samaria y estableció una iglesia, después evangelizó al ministro de economía y finanzas del reino de Etiopía y finalmente se radicó en Cesarea donde levantó una iglesia. Otros fueron esparcidos por toda Asia, África y Europa. (También te invito a leer: Amando las Misiones)
La miopía es una terrible enfermedad de los ojos. La miopía es el problema visual más común en el mundo. Una persona con miopía tiene dificultades para enfocar bien los objetos distantes y solo puede ver aquello que está cerca en su entorno inmediato.
La iglesia contemporánea está padeciendo de esa terrible enfermedad. Hemos perdido la capacidad visual para ver la necesidad fuera de la iglesia local o más allá de nuestro propio grupo étnico. Nos hemos dejado dominar por la indiferencia ante la necesidad ajena y pretendemos que no vemos.
La iglesia ha sido establecida para evangelizar a los perdidos, sin distinción de fronteras geográficas, nacionalidad o razas. En la parábola del sembrador, Jesús dijo: «El campo es el mundo» (Mateo 13:38), la iglesia está comisionada a sembrar la palabra. Dios nos ha provisto de los recursos necesarios para cumplir sus ordenes.
Recuerdo vividamente una tarde en mi ciudad natal. A penas tenía catorce años. Había regresado de la escuela y me encontraba haciendo mis tareas escolares. De repente alguien tocó la puerta. Cuando me levanté para abrir la puerta, me encontré con un misionero americano que buscaba a mi padre para hablarle del mensaje del nombre de Jesús.
Este misionero había dejado su iglesia, su familia, su país y todas las comodidades que podría disfrutar en los Estados Unidos para ir a otro país donde se hablaba un idioma diferente, habitado por gente diferente y de una cultura distinta. (Quizás te pueda interesar: Renacimiento Pentecostal)
Gracias a ese misionero, mi familia pudo conocer el verdadero mensaje del evangelio. Indirectamente, miles de vidas han sido impactadas por esa decisión de ir al campo misionero, ya que a través de mi propio ministerio, Dios me ha permitido el privilegio de anunciar su mensaje a multitudes en 18 países.
Estimado lector, hoy más que ayer necesitamos hombres y mujeres llamados para ser misioneros en ciudades y países donde hay necesidad. La iglesia local tiene la obligación de apoyar las misiones con oración y sostenimiento económico. Juntos podemos llevar semilla al que siembra en Centroamérica, Suramérica, Europa, África y al mundo entero, es decir, hasta lo último de la tierra.