Jesús sana a la suegra de Pedro – Estudio bíblico
Cuando hablamos del poder de Jesucristo, muchas veces nos enfocamos en los milagros públicos, en los grandes discursos y en los momentos impactantes de su ministerio. Sin embargo, uno de los episodios más conmovedores y reveladores de su carácter es cuando Jesús sana a la suegra de Pedro. Este milagro, narrado por los evangelios de Marcos, Mateo y Lucas, no solo revela su poder sobre la enfermedad, sino también su ternura, compasión y cercanía a las necesidades personales de los que le rodeaban.
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A través de este evento íntimo en un hogar común, se nos muestra que el Salvador no solo vino a predicar, sino también a restaurar vidas en lo cotidiano, trayendo sanidad física y espiritual.
Versículos clave: Marcos 1:29-34, Mateo 8:14-17, Lucas 4:38-41
Los evangelios nos presentan a Jesús como el Salvador compasivo que proclamó el Reino de Dios con autoridad, no solo a través de sus palabras, sino también por medio de hechos poderosos. Entre ellos, uno muy significativo ocurre cuando Jesús sana a la suegra de Pedro, un milagro que nos habla tanto de su divinidad como de su humanidad.
Después de expulsar un demonio en la sinagoga de Capernaum, Jesús fue a casa de Simón Pedro y Andrés, acompañado por Jacobo y Juan, como relata el evangelio de Marcos. Allí, se encontró con una situación doméstica y aparentemente sencilla: la suegra de Pedro estaba enferma con fiebre. Pero lo que para otros sería una molestia o una preocupación menor, para Jesús fue una oportunidad de demostrar su compasión.
El teólogo Larry Richards comenta sobre este milagro:
“La imagen de Jesús en este milagro contrasta con los relatos anteriores donde se muestra con inmensa autoridad. Aquí, Jesús actúa como un hombre común: camina a casa con amigos, entra a comer, y al enterarse de que alguien está enfermo, va a verla. Estos actos ordinarios nos recuerdan que, mientras Jesús era verdaderamente Dios, también era completamente humano”.
Este evento sencillo revela algo profundo: Jesús no es indiferente a nuestras dolencias personales ni a los detalles de la vida diaria. Su sanidad no siempre se manifestó en grandes multitudes o en ambientes espectaculares, sino también en hogares humildes, en momentos discretos, y con un toque personal que transforma no solo el cuerpo, sino también el corazón.
Los tres relatos en los evangelios
Jesús sana a la suegra de Pedro según Marcos, Mateo y Lucas
El milagro de la sanidad de la suegra de Pedro está registrado en los evangelios de Marcos, Mateo y Lucas, lo que indica su relevancia dentro del ministerio de Jesús. Aunque se trata de un mismo evento, cada evangelista resalta diferentes detalles, aportando así una visión más completa del milagro y del carácter del Salvador. Al comparar los tres relatos, podemos descubrir matices que enriquecen nuestra comprensión del amor, la autoridad y el poder sanador de Cristo.
Marcos 1:29-34
“Al salir de la sinagoga, vinieron a casa de Simón y Andrés, con Jacobo y Juan. Y la suegra de Simón estaba acostada con fiebre; y en seguida le hablaron de ella. Entonces él se acercó, y la tomó de la mano y la levantó; e inmediatamente le dejó la fiebre, y ella les servía. Cuando llegó la noche, luego que el sol se puso, le trajeron todos los que tenían enfermedades, y a los endemoniados; y toda la ciudad se agolpó a la puerta. Y sanó a muchos que estaban enfermos de diversas enfermedades, y echó fuera muchos demonios; y no dejaba hablar a los demonios, porque le conocían.”
Marcos, considerado por muchos como el primer evangelio escrito, nos ofrece una narrativa dinámica y directa. Resalta la prontitud de la acción de Jesús: tan pronto le hablaron de la suegra de Pedro, Él se acercó, la tomó de la mano y la sanó. No hay necesidad de palabras ni rituales; su toque fue suficiente para que la fiebre desapareciera.
Además, este pasaje muestra cómo el milagro fue seguido por una gran manifestación de poder, cuando al anochecer la gente trajo a todos los enfermos y endemoniados para ser sanados. Jesús no solo sanó, sino que ejerció autoridad sobre los demonios, demostrando así que su poder es integral: sobre el cuerpo, el alma y el espíritu.
Mateo 8:14-17
“Vino Jesús a casa de Pedro, y vio a la suegra de éste postrada en cama, con fiebre. Y tocó su mano, y la fiebre la dejó; y ella se levantó, y les servía. Y cuando llegó la noche, trajeron a él muchos endemoniados; y con la palabra echó fuera a los demonios, y sanó a todos los enfermos; para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías, cuando dijo: El mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias.”
Mateo, quien escribe principalmente para una audiencia judía, enlaza el milagro con el cumplimiento profético. Cita Isaías 53:4 para dejar claro que la sanidad de los cuerpos era parte del plan redentor del Mesías. Aquí se destaca que Jesús «tocó su mano», un gesto lleno de ternura y cercanía, y que la fiebre la dejó de inmediato, permitiéndole levantarse para servir. Además, Mateo enfatiza que Jesús sanó “a todos los enfermos”, reforzando la idea de un Salvador accesible y compasivo, disponible para todo aquel que lo necesite.
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Lucas 4:38-41
“Entonces Jesús se levantó y salió de la sinagoga, y entró en casa de Simón. La suegra de Simón tenía una gran fiebre; y le rogaron por ella. E inclinándose hacia ella, reprendió a la fiebre; y la fiebre la dejó, y levantándose ella al instante, les servía. Al ponerse el sol, todos los que tenían enfermos de diversas enfermedades los traían a él; y él, poniendo las manos sobre cada uno de ellos, los sanaba. También salían demonios de muchos, dando voces y diciendo: Tú eres el Hijo de Dios. Pero él los reprendía y no les dejaba hablar, porque sabían que él era el Cristo.”
Lucas, el médico amado, aporta un detalle clínico: describe la fiebre como “grande”, es decir, alta e intensa. Su sensibilidad médica se percibe también en que especifica que Jesús reprendió la fiebre, usando el mismo término griego que se aplica cuando Jesús expulsa demonios. Esto indica autoridad divina sobre la enfermedad, como si fuera un enemigo que debía someterse al mandato del Señor.
Lucas también señala que al anochecer, Jesús impuso sus manos sobre cada enfermo, mostrando una atención personal y cercana a cada individuo. También destaca que Jesús reprendía a los demonios, impidiéndoles hablar, pues sabían que Él era el Cristo.
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Una imagen armoniosa de Cristo
Al comparar estos tres relatos, notamos cómo la compasión, el poder y el propósito de Jesús se entrelazan. No se trataba solo de eliminar la fiebre de una mujer enferma, sino de manifestar el carácter del Hijo de Dios: cercano, poderoso, humilde, y obediente al propósito eterno del Padre. A través de un milagro doméstico, discreto y sencillo, Jesús nos da una lección profunda: no hay lugar ni situación tan común donde Él no pueda obrar con poder y amor.
Jesús reprendió la fiebre para sanar a la suegra de Pedro
Al entrar en la casa de Simón Pedro, Jesús fue informado de que su suegra se encontraba gravemente enferma. Según el evangelio de Marcos, Jesús se acercó a ella en silencio, la tomó de la mano y la levantó, y al instante la fiebre la dejó. Este gesto sencillo pero lleno de poder nos muestra cómo el toque de Jesús tiene autoridad suficiente para sanar sin necesidad de palabras.
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Sin embargo, el evangelio de Lucas añade un detalle clave: Jesús “reprendió” la fiebre. Esta expresión no está en conflicto con el relato de Marcos, sino que ambos escritores enfatizan diferentes aspectos del mismo milagro. Mientras Marcos destaca la compasión y cercanía de Jesús al tocarla, Lucas resalta su autoridad espiritual, empleando el término griego epetimesen (ἐπετίμησεν), traducido como “reprendió”.
Esta misma palabra se utiliza en Lucas 4:35 para describir cómo Jesús reprendió al demonio en la sinagoga, mostrando así que Él trató la fiebre con la misma autoridad con la que confrontó a los espíritus malignos.
Este verbo tiene un significado técnico en el idioma griego, ya que se refiere a una orden directa y autoritaria pronunciada por Dios o su portavoz, que obliga a los poderes de maldad o enfermedad a someterse. En otras palabras, Jesús no solo curó una dolencia física, sino que ejerció su dominio sobre ella como Señor del cuerpo y del espíritu.
¿Qué tipo de fiebre tenía la suegra de Pedro?
Marcos dice simplemente que estaba “acostada con fiebre”, mientras que Lucas, quien por tradición era médico, señala que padecía de una “gran fiebre” (megálē pyretō), es decir, una fiebre intensa y peligrosa. Esta observación médica es importante, pues refleja que no se trataba de un malestar leve. En aquella época, las enfermedades graves muchas veces conducían a la muerte, ya que no existían tratamientos eficaces.
Se conocen al menos tres tipos de fiebre comunes en la región de Galilea en ese tiempo:
- Fiebre de Malta, causada por una bacteria presente en productos lácteos contaminados, caracterizada por debilidad extrema, pérdida de peso y anemia crónica. Solía durar meses y era potencialmente mortal.
- Fiebre intermitente, parecida a lo que hoy se conoce como fiebre tifoidea, con episodios cíclicos de fiebre alta y decaimiento general.
- Malaria, transmitida por mosquitos que habitaban en las zonas húmedas del valle del Jordán, muy común entre las aldeas cercanas al mar de Galilea.
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Aunque no sabemos con certeza cuál de estas fiebre afectaba a la suegra de Pedro, el hecho de que estuviera postrada en cama, sumado al diagnóstico de “fiebre alta”, sugiere que se encontraba en estado crítico.
En aquella cultura, las personas no se retiraban a la cama por cualquier malestar, pues las exigencias del trabajo diario eran demasiado altas. Solo una enfermedad grave justificaría su reposo, lo que resalta aún más la magnitud del milagro realizado por Jesús.
Un doble milagro
En los tres evangelios que narran este evento, encontramos que lo ocurrido en casa de Pedro no fue simplemente una sanidad común, sino un doble milagro. Primero, Jesús tomó de la mano a la suegra de Pedro, y la fiebre la dejó de inmediato. No fue una mejoría progresiva ni una recuperación natural: fue un acto instantáneo de poder divino. La enfermedad cesó en un solo momento por el toque del Maestro.
Pero lo más impresionante es lo que sucedió después. La mujer no solo se curó de la fiebre, sino que se levantó y comenzó a servirles inmediatamente. Esto nos revela que no solo fue sanada, sino completamente restaurada en su fuerza física.
Cualquier persona que haya padecido una fiebre alta sabe que, aun cuando la fiebre cede, el cuerpo queda débil, agotado y sin energía. Sin embargo, esta mujer se levantó con nueva vitalidad, lista para ejercer la hospitalidad. ¡Qué milagro tan completo y perfecto!
Lucas, con su trasfondo médico, destaca aún más la grandeza del acto de Jesús al usar términos técnicos para describir la gravedad del estado de la mujer, pero también resalta cómo la autoridad de Cristo superó incluso las enfermedades más severas.
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Observaciones importantes sobre este milagro
A partir de este relato, se pueden extraer algunas observaciones doctrinales y prácticas que enriquecen nuestra comprensión del ministerio de Jesús y su mensaje.
1. Pedro tenía suegra… y por tanto, esposa
El hecho de que Pedro tenía una suegra confirma que era un hombre casado. Esto contradice el dogma del celibato obligatorio que más tarde sería impuesto a los líderes religiosos por la Iglesia Católica Romana. Si Pedro, considerado por ellos como el primer Papa, tenía esposa, entonces la enseñanza apostólica original no exigía el celibato. De hecho, el apóstol Pablo hace esta misma observación cuando escribe:
“¿No tenemos derecho de traer con nosotros una hermana por mujer como también los otros apóstoles, y los hermanos del Señor, y Cefas?” (1 Corintios 9:5).
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2. El milagro ocurrió en un entorno privado, no en una plataforma pública
Este milagro de sanidad sucedió en el entorno íntimo de un hogar, no en medio de una multitud ni como espectáculo. Jesús no hizo alarde de sus milagros, ni aprovechó la ocasión para exhibirse. Esto contrasta con los métodos de muchos «sanadores modernos», que realizan sus eventos en escenarios públicos, a menudo buscando fama, reconocimiento o beneficios económicos. Jesús sanaba por compasión, no por publicidad.
3. Dios es glorificado a través de la sanidad
Este relato también nos recuerda que Dios puede ser glorificado a través de la enfermedad y la sanidad. Algunas enfermedades no son simplemente consecuencia del pecado o del descuido, sino que pueden ser permitidas con un propósito mayor. Jesús dijo en Juan 11:4, al referirse a la enfermedad de Lázaro:
«Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella».
Así como la sanidad de la suegra de Pedro sirvió para glorificar a Cristo en un círculo familiar, también hoy el poder de Dios puede manifestarse en lo privado, en lo cotidiano, en lo sencillo. Cada sanidad es una oportunidad para testificar del poder, la compasión y la autoridad de Jesucristo.
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Jesús también sana a muchos
Jesús sanaba a todos los que venían a Él
Después de haber sanado a la suegra de Pedro, el evangelio de Lucas nos dice que Jesús permaneció en aquella casa, que con toda probabilidad se convirtió en el centro de operaciones de su ministerio en Galilea. Aquella casa se transformó en un lugar de bendición, y muy pronto se vio rodeada de multitudes.
“Al ponerse el sol, todos los que tenían enfermos de diversas enfermedades los traían a él; y él, poniendo las manos sobre cada uno de ellos, los sanaba” (Lucas 4:40).
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La compasión de Jesús se extendió a todos los necesitados, sin distinción. A medida que caía la tarde y finalizaba el día de reposo, las calles comenzaron a llenarse de personas trayendo a sus familiares, amigos y conocidos enfermos, algunos posiblemente llevados en camillas o sostenidos por otros, en busca del toque del Maestro.
¿Por qué esperaron hasta el atardecer?
Desde una perspectiva gentil o moderna, el detalle del atardecer podría pasar desapercibido. Sin embargo, Lucas señala que todo esto ocurrió al ponerse el sol, pues era día de reposo. De acuerdo con la ley judía, estaba prohibido realizar ciertas acciones, como cargar a personas enfermas, durante este día (Éxodo 20:8-10). Tan pronto como el sol se puso y el día terminó, las restricciones del día de reposo quedaron atrás y la multitud acudió en masa a Jesús.
Esto no solo muestra el respeto de la gente por la ley mosaica, sino también su desesperación y esperanza. Habían esperado todo el día con sus seres queridos enfermos, pero no dejaron pasar un minuto más. Jesús era su única esperanza, y no se irían sin encontrarlo.
Jesús tocaba y sanaba a cada uno
Lucas es muy intencional al decirnos que Jesús “ponía las manos sobre cada uno de ellos y los sanaba”. Aunque ya había demostrado poder sanar con una sola palabra (Lucas 4:39), esta vez optó por tocar personalmente a cada enfermo. Esto fue radical y profundamente significativo.
En la literatura rabínica y en el Antiguo Testamento no se registra tal costumbre: la imposición de manos para sanar no era común en el judaísmo. Pero en Jesús vemos algo nuevo: la combinación perfecta de autoridad divina y ternura humana. Cada uno sintió el calor, la atención y el amor del Salvador. No fue una sanidad masiva y anónima. Fue una noche de milagros personales y restauración individual.
No hay enfermedad imposible para Jesús
El evangelio de Mateo nos dice que “sanó a todos” (Mateo 8:16), resaltando que ninguna enfermedad fue demasiado difícil para Él, ni tampoco hubo persona demasiado indigna o indeseable. Jesús no rechazó a nadie. El poder de su compasión era ilimitado.
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Y aún más: no solo sanaba los cuerpos, también liberaba almas. Lucas añade que “también salían demonios de muchos, dando voces y diciendo: Tú eres el Hijo de Dios” (Lucas 4:41). Jesús reprendía a los demonios y no les permitía hablar, porque sabían que Él era el Cristo. Aun en las sombras de la noche, la luz del Reino de Dios estaba irrumpiendo con autoridad y poder.
Los pequeños milagros cotidianos
Este pasaje no solo nos habla de sanidades espectaculares, sino que nos invita a reflexionar sobre los milagros silenciosos y personales que Jesús sigue haciendo hoy. Muchas veces no se dan ante multitudes, ni son aplaudidos en plataformas, pero suceden en lo íntimo del hogar, en una oración hecha en secreto, en una sanidad interior que nadie ve.
Jesús continúa tocando vidas, fortaleciendo corazones abatidos y haciendo posible que los “enfermos” se levanten y sirvan nuevamente. Su toque sigue restaurando el alma y el cuerpo, y nos demuestra que ningún caso es demasiado difícil para Él.
Ciertamente Él llevó nuestras enfermedades
Después de sanar a muchos enfermos y liberar a endemoniados, Jesús continuó ejerciendo autoridad sobre los demonios, pero les prohibía hablar. Marcos añade el interesante detalle de que no permitía que los demonios lo anunciaran como el Cristo. Según Lucas 4:41:
“También salían demonios de muchos, dando voces y diciendo: Tú eres el Hijo de Dios. Pero él los reprendía, y no les dejaba hablar, porque sabían que él era el Cristo.”
Aunque estos espíritus inmundos reconocían a Jesús como el Mesías, Él no necesitaba ni deseaba el testimonio de Satanás ni de sus emisarios. Es posible que sus gritos fuesen intentos de manipulación espiritual, como era costumbre en los rituales de exorcismo de la época: se creía que conocer el nombre de una entidad espiritual les daba poder sobre ella. Pero el Señor no caía en sus trampas. Su autoridad era suprema, y Él controlaba cuándo, cómo y por quién sería revelada su identidad mesiánica.
Isaías 53:4 se cumple en este contexto:
“Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores…”
Jesús no solo aliviaba el dolor físico, sino que asumía sobre sí mismo las cargas del alma humana, el pecado, la opresión, y el quebranto espiritual. Cada sanidad y liberación era una muestra anticipada de su obra redentora en la cruz.
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A pesar de un día agotador de ministración, Jesús no descuidó su comunión con el Padre. Al amanecer (entre las 4:30 y las 6:00 a.m., según algunos estudiosos), se levantó y se fue a un lugar desierto para orar (Lucas 4:42). Esta escena revela el equilibrio perfecto entre la actividad ministerial y la vida devocional. Aunque las multitudes lo buscaban con insistencia, Jesús priorizó la oración y la dirección divina.
“Es necesario que también a otras ciudades anuncie el evangelio del reino de Dios; porque para esto he sido enviado.” (Lucas 4:43)
Jesús nos enseña aquí que no debemos dejar que la demanda popular determine nuestra agenda, sino que debemos ser guiados por la voluntad de Dios. Su propósito seguía siendo claro: proclamar el evangelio del Reino y llamar a los hombres al arrepentimiento y la salvación. No fue simplemente un sanador, sino el Salvador enviado del cielo.
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Principios que aprendemos
Este relato, además de mostrarnos el poder y la compasión de Jesús, deja lecciones profundas para nuestra vida y servicio cristiano. El pastor y autor Charles Swindoll, en su estudio del Evangelio de Lucas, destaca tres principios fundamentales extraídos de esta historia:
- El tiempo a solas con Dios no es egoísmo, es necesidad.
Jesús mismo se apartó para orar y buscar dirección. Si el Hijo de Dios lo consideró esencial, ¿cuánto más nosotros necesitamos tiempos de intimidad con el Padre? - Debemos aprender a establecer límites saludables.
La gente no siempre entenderá nuestra necesidad de descanso, reflexión o búsqueda espiritual. No podemos esperar que otros establezcan nuestros límites. Debemos discernir cuándo es momento de ministrar y cuándo es momento de reposar en Dios. - No limitemos nuestra visión del ministerio.
Jesús no se quedó en un solo lugar complaciendo a una sola multitud. Su misión era más grande. Dios puede guiarnos a nuevos campos, nuevos propósitos y nuevos retos. No nos aferremos a lo familiar si el Señor nos está llamando a extender nuestro alcance.
Conclusión
El relato de la sanación de la suegra de Pedro no es simplemente un episodio de compasión divina, sino una ventana al corazón del Salvador y a la naturaleza integral de su ministerio. Jesús no solo se interesa en nuestras dolencias físicas, sino también en nuestra restauración espiritual y en nuestra disposición para servir.
Este pasaje nos recuerda que no hay enfermedad demasiado grave, ni situación demasiado insignificante, para quedar fuera del alcance del toque sanador de Cristo. Él entra en nuestras casas, en nuestras debilidades, en nuestros dolores cotidianos, y los transforma con su presencia.
Además, la reacción de la mujer sanada es ejemplar: fue sanada y enseguida se levantó para servir. La verdadera gratitud se manifiesta en la acción. Toda bendición que recibimos de Dios debe llevarnos a rendirle nuestras fuerzas, nuestro tiempo y nuestro corazón en servicio.
También aprendemos que el propósito de Jesús no se limita a aliviar el sufrimiento temporal, sino que su mayor interés es llevarnos a una comunión continua con el Padre, como Él mismo nos modeló al retirarse a orar, aún en medio de la popularidad y la demanda del pueblo.
Finalmente, este pasaje nos anima a buscar a Cristo no solo cuando estamos necesitados o afligidos, sino cada día, con un corazón dispuesto a escuchar su voz y seguir su voluntad. Él vino no solo a sanar nuestros cuerpos, sino a salvar nuestras almas y darnos vida en abundancia (Juan 10:10). En Jesús encontramos no solo alivio, sino propósito; no solo restauración, sino dirección; no solo milagros, sino un llamado a vivir para la gloria de Dios.