Ni excusas ni pretextos
El llamado de Dios continúa siendo una realidad vigente, trascendente y universal. No es exclusivo para el pasado, ni se limita a los grandes héroes de la fe que leemos en la Biblia. Tampoco es sólo para predicadores, pastores o evangelistas. El llamado de Dios es para todos: para hijos, para jóvenes, para padres, para ancianos, para nuevas almas, para creyentes maduros y para recién convertidos. Todos hemos sido llamados a servir a Dios. Todos tenemos una responsabilidad espiritual que cumplir. Y no hay excusas, ni argumento, ni limitación humana, ni pretextos que pueda anular el propósito eterno que Dios ha trazado para cada uno de nosotros.
A lo largo de la historia bíblica, cada persona usada por Dios tuvo imperfectos, debilidades, temores, inseguridades, limitaciones humanas, y muchas razones para decir que no. Pero aún así, el poder de Dios se perfecciona en la debilidad humana. Y uno de los mayores problemas que paraliza a muchos creyentes hoy, no es falta de dones, ni falta de oportunidades, ni falta de Palabra; sino la tendencia a justificar la falta de servicio con excusas o pretextos.
Aquí es donde debemos hacer una distinción importante:
- Una excusa puede ser verdadera o falsa.
- Un pretexto siempre es una excusa falsa, una justificación manipulada y simulada para no obedecer.
Todos los pretextos son excusas, pero no todas las excusas son pretextos. Y muchísimos cristianos hoy no sólo presentan excusas, sino que presentan pretextos para no servir a Dios. En otras palabras, argumentos disfrazados, razones aparentes, discursos elaborados que suenan espirituales, racionales o lógicos, pero que en realidad son negaciones indirectas del compromiso, del servicio, del llamado, de la obediencia y del propósito de Dios.
Este artículo no es para acusar, herir, o señalar; sino para despertar, corregir, iluminar y confrontar en amor. Porque el Espíritu Santo está levantando un tiempo y una generación final donde Dios quiere obreros, no espectadores; siervos activos, no consumidores pasivos. Es tiempo de levantarse y entender que no hay excusas ni pretextos válidos para no servir a Dios.
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Cuando Dios llama, Él espera respuesta
En Éxodo 3 vemos uno de los llamados más trascendentes de la Biblia. Moisés fue llamado por Dios frente a una zarza que ardía sin consumirse. Él estaba en un lugar aislado, pastoreando ovejas, lejos de su historia pasada, lejos de Egipto, lejos de su gente, lejos de su fracaso personal.
Y este detalle inicial ya derriba muchas excusas: Dios puede llamar a alguien incluso cuando esa persona piensa que su tiempo se terminó, que fracasó, que su historia terminó, que su propósito ya expiró.
Nunca es tarde para servir
Moisés tenía 80 años cuando Dios decide llamarlo para ser instrumento de liberación. Eso significa que nunca es tarde para servir. Nunca es tarde para comenzar. Ni tarde para obedecer. Nunca es tarde para levantarse. Nunca es tarde para ser útil.
Muchos hoy dicen: “ya es tarde para mí”, “ya no soy capaz”, “ya no tengo fuerza”, “ya no tengo edad”, “ya cometí errores demasiado grandes”. Pero los años, la edad, la historia pasada, no tienen poder para invalidar el propósito eterno de Dios. La única fuerza capaz de paralizar el plan de Dios en alguien es la voluntad humana que se rehúsa a obedecer.
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I. Para escuchar la voz de Dios, hay que buscarlo en el lugar correcto
Éxodo 3:4 dice: “Viendo Jehová que él iba… lo llamó Dios.” Es decir, Dios habló cuando vio disposición, movimiento, búsqueda. El llamado siempre es espiritual, pero la respuesta del hombre inicia en una disposición del corazón.
Dios le dice a Jeremías en 18:2: “Levántate y vete a casa del alfarero y allí te haré oír mis palabras.” El lenguaje espiritual siempre demanda movimiento. El llamado divino no busca espectadores pasivos, sino buscadores activos.
Samuel escuchó la voz de Dios ¿Dónde? En el templo (1 Samuel 3). Cuando había crisis espiritual nacional, cuando no había visión con frecuencia, cuando la Palabra escaseaba… Dios no buscó a un sacerdote adulto, no buscó a un líder experimentado; llamó a un niño. Pero lo llamó en el templo.
Jesús también dijo a Bartimeo en Marcos 10:49: “Levántate, te llama.” La voz divina no es para los indiferentes. Es para los que se levantan. Para los que se mueven. Es para los que se posicionan en el lugar donde Dios está hablando, moviendo, manifestando y dando instrucciones.
Esta generación de iglesia ha invertido demasiado tiempo esperando que Dios haga todo por ellos sin moverse del mismo sitio espiritual. Hay gente que quiere servir pero sin comprometer agenda, sin participar, sin congregarse, sin estar en lo que Dios hace. Quieren palabra sin estar donde la palabra fluye. Quieren dirección sin ponerse bajo la instrucción. Y quieren que Dios los use, sin ponerse donde Dios usa.
Si el creyente no está donde Dios está hablando, difícilmente podrá escuchar el llamado que Dios hace.
II. El pretexto de Moisés: “¿Quién soy yo?”
Éxodo 3:11 nos revela la primera gran excusa espiritual: la identidad disminuida. Moisés responde: “¿Quién soy yo para ir a Faraón?”
Esto no se trataba de humildad. Se trataba de baja estima espiritual. Era el trauma del pasado hablando. Moisés había asesinado a un egipcio. Había huido. Había vivido 40 años escondido como pastor ajeno.
Dios no llama basado en quién eres tú, sino en quién es Él
Moisés no se sentía digno. Pero Dios nunca llamó a alguien porque fuese digno. Él llama porque Él tiene propósito. Cuando Moisés pregunta “¿quién soy yo?”, Dios responde en Éxodo 3:12: “Yo estaré contigo.” Esa es la respuesta eterna a todas las excusas humanas: Dios no llama basado en quién eres tú, sino basado en quién es Él.
Gedeón en Jueces 6:15 dijo: “mi familia es pobre y yo el menor…”. Dios responde: “Yo estaré contigo.” Filipenses 3:5-7 deja claro: lo humano no tiene valor espiritual redentivo. Entonces aquí hay una verdad incuestionable: No importa quién eres tú. Importa quién va contigo.
La identidad divina es más fuerte que la identidad humana deteriorada. El creyente que vive paralizado por complejos, por traumas, por pasados, no puede servir plenamente, porque se concentra en sí mismo y no en Dios.
III. La imperfección de Moisés
Éxodo 4:10-12 revela otro nivel de excusa: la excusa funcional. Moisés dice que es “tardo en habla y torpe de lengua”. Era una limitación real. No era pretexto. Era imperfección auténtica. Dios no negó su debilidad. Pero tampoco aceptó que su debilidad definiera su asignación.
Dios no ignora nuestras debilidades; las redime.
Jacob era cojo. Pero era un cojo con bendición. Mefiboset era lisiado, pero lo sentaron a la mesa del rey. Pablo tenía un aguijón en la carne, pero Dios dijo: “Bástate mi gracia”.
Dios no llama a perfectos. Dios perfecciona a los llamados. Esta generación ha construido demasiados estándares humanos de capacidad para servir:
- “cuando tenga más conocimiento”
- “cuando termine un estudio”
- “cuando ya no tenga fallas”
- “cuando ya no tenga luchas interiores”
- “cuando ya no sienta miedo”
- “cuando ya esté preparado al 100%”
Ese “cuando”… es un pretexto disfrazado de proceso. Porque el verdadero proceso, se activa sirviendo.
Nadie se consagra para después servir. Uno sirve para consagrarse más. Nadie empieza perfecto para ser usado. Uno es usado para ser transformado. Nadie sirve después de solucionar todo. Uno sirve mientras Dios va solucionando lo que uno no puede.
IV. El pretexto de Jeremías: “soy un joven, soy inexperto”
Jeremías 1:6-10 presenta una excusa generacional que se repite hasta hoy: la excusa de juventud. Pero Dios no ve edad. Dios ve propósito. Saúl fue menospreciado. David fue menospreciado. Goliat vio a David pequeño. Los hermanos de José lo vieron irrelevante. Pero Dios vio destino.
En 1 Samuel 3, cuando no había visión, Dios levantó a un joven llamado Samuel, no a un anciano líder establecido. Eso enseña que los tiempos de despertar nunca comienzan con generación vieja primero. La mayoría de despertares empiezan con jóvenes.
La juventud no es una razón para no servir. La juventud es una ventaja para obedecer más rápido, con mayor pasión, con mayor fuerza, con mayor disponibilidad, con mayor flexibilidad.
La iglesia necesita dejar de tratar a los jóvenes como futuros servidores, y comenzar a tratarlos como servidores actuales. Los jóvenes no son iglesia del mañana. Son iglesia de hoy.
V. No hay que buscar pretextos. Hay que buscar oportunidades
Jefté fue rechazado por su familia, estigmatizado por su origen, marcado por su pasado. Sin embargo, cuando apareció la oportunidad, él la tomó. (Jueces 11). Hay quienes viven toda la vida hablando del daño, de la herida, del rechazo, de la injusticia, del pasado oscuro… pero no hacen nada para levantarse.
La sanidad y restauración se manifiestan cuando el creyente se mueve hacia propósito. No hay restauración pasiva; toda restauración demanda acción.
Jefté no se encerró en autolástima. Miró la oportunidad. El servicio no siempre aparece perfecto. El llamado no aparece sin riesgos. La obediencia nunca llega sin guerra ni oposición. Pero si uno espera la circunstancia ideal para servir… nunca servirá.
VI. Los pretextos hoy han evolucionado… pero siguen siendo pretextos
Hoy los pretextos tienen nuevas palabras, nuevas excusas, nuevas formas:
- “Estoy muy ocupado.”
- “No tengo tiempo.”
- “Estoy en una temporada difícil.”
- “Estoy esperando confirmación.”
- “Ahorita no me siento listo espiritualmente.”
- “Estoy tratando con muchas cosas primero.”
Y algunos hasta lo espiritualizan: “estoy esperando la voluntad de Dios”. Pero la voluntad de Dios ya está escrita: servir, predicar, evangelizar, discipular, visitar, interceder, trabajar por el Reino. La falta de voluntad humana se disfraza de “procesamiento espiritual”.
Muchos creyentes no han descubierto el potencial que Dios depositó en ellos porque viven justificando por qué no pueden servir.
VII. El servicio es una evidencia del nuevo nacimiento y de la fe genuina
La Biblia enseña que una fe sin obras es muerta. Que el árbol se conoce por su fruto. Que quien ama a Dios sirve a Dios. Y que la fe que no produce acción no es fe viva.
Nadie que haya sido lleno del Espíritu Santo puede resignarse a la pasividad espiritual. Cuando una persona sirve, crece. Cuando sirve, madura y es transformada, se vuelve útil y productiva espiritualmente.
La pasividad espiritual produce tibieza. El servicio espiritual produce fuego. La gente que se queda sin propósito, termina cayendo en tentación más fácil, porque la mente ociosa se convierte en taller del enemigo.
El servicio es medicina preventiva espiritual. Es protección mental. El servicio es blindaje del alma.
VIII. Dios no llama a los mejores. Dios llama a los disponibles
El Reino de Dios no funciona por competencia. Funciona por disponibilidad. La pregunta no es:
“¿Quién es el más capaz?” sino: “¿Quién es el que dice: Aquí estoy, envíame a mí?”
Dios no llama conforme al estándar humano de selección. La humanidad selecciona por apariencia, plataformas, currículum, elocuencia o nivel social; pero Dios selecciona por corazón, por disposición y por obediencia.
En el Reino, la disponibilidad pesa más que la capacidad, porque Dios jamás envía a alguien sin equiparlo. Él es quien da gracia, sabiduría, palabra, fuerza, autoridad y dirección. Mucha gente está esperando “llegar a un nivel” para servir, cuando en realidad ese nivel llega sirviendo.
Si Dios hubiera requerido perfección humana, jamás hubiera llamado a Moisés, Pedro, Gedeón, Pablo o David. La gloria del servicio no está en demostrar lo que somos, sino en manifestar dentro del servicio quién es Dios a través de nuestra debilidad. Por eso, en el llamado divino la pregunta central no es: “¿Puedo?” sino “¿Estoy dispuesto a obedecer cuando Él me llame?”.
IX. Servir no es algo secundario: es identidad espiritual
Cristo mismo dijo: “El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir.” (Marcos 10:45). Si Cristo vino a servir… ¿Quién puede excusarse de no servir?. Si Cristo siendo Rey sirvió… ¿Quién puede pretender que servir es opcional?
Servir no es una carga, es un privilegio. Servir no es una obligación humana, es honra espiritual eterna. No es un peso, es propósito. No es sacrificio, es acceso a herencia.
Servir no es una actividad terciaria dentro de la vida cristiana; es un pilar que confirma que realmente Cristo gobierna nuestro corazón. La fe que se queda encerrada en teoría, reflexión y comodidad se vuelve estéril. El servicio vuelve tangible la fe, vuelve visible el amor, vuelve práctica la doctrina.
El discípulo verdadero no acumula revelación para guardarla, sino para transmitirla y multiplicarla. Cuando una persona sirve, crece en discernimiento espiritual porque en el servicio Dios revela dirección, corrige motivaciones, prueba intenciones y fortalece carácter. Y lo más poderoso: cuando una persona sirve, Dios protege su vida.
El servicio activa propósito, orienta los afectos del corazón, y establece prioridades espirituales que impiden que el mundo, la carne o el enemigo invadan el alma. El servicio no sólo produce fruto en otros, sino que protege el alma del que sirve.
X. El tiempo final exige siervos, no espectadores
El tiempo que vivimos no es para cristianismo pasivo. Las tinieblas son más activas que nunca. La cultura anti Dios es agresiva. El pecado avanza. La ideología secular se impone en todas partes. El mundo se mueve rápido.
Es tiempo que la iglesia se mueva más rápido que el mundo. No podemos pedir avivamiento… sin manos que trabajen para él. No podemos pedir crecimiento… sin obreros que discipulen. Tampoco podemos pedir cosecha… sin personas que vayan a recoger la cosecha.
Cristo dijo: “La mies es mucha… mas los obreros pocos.” No dijo que faltaba mies. Dijo que faltaban obreros. La falta no está afuera. La falta está adentro.
En tiempos finales no podemos darnos el lujo espiritual de vivir como espectadores del Reino. La oscuridad cultural avanza agresivamente, mientras muchos hijos de Dios viven paralizados en neutralidad espiritual. Cristo nunca llamó a espectadores… Él llamó a obreros. Y ese llamado no ha cambiado. La mies está lista, pero la urgencia espiritual es real: los obreros son pocos.
Si la generación actual no se levanta, el terreno que se pierde no lo recupera otra generación. El enemigo trabaja con estrategia, constancia y urgencia… y la iglesia no puede trabajar con pasividad, lentitud ni pretexto.
El tiempo final demanda movimiento, sacrificio, entrega, constancia y valentía. El silencio espiritual es complicidad con el avance de las tinieblas. Las palabras sin acciones no sostienen avivamiento. Hoy más que nunca Dios está llamando gente que entienda que la eternidad depende de decisiones prácticas ahora.
XI. Llamado final: levántate y deja los pretextos
Hoy Dios está diciendo lo mismo que a Moisés: “Yo estaré contigo.” Lo mismo que a Jeremías: “No digas: soy joven.” Hoy Dios está diciendo lo mismo que a Gedeón: “Ve con esta tu fuerza.” Está afirmando lo mismo que a Pablo: “Mi poder se perfecciona en la debilidad.” Hoy Dios está ofreciendo lo mismo que a los discípulos: “Seguidme y os haré pescadores de hombres.”
No esperes cambiar para servir. Sirve para cambiar. No esperes perfección para obedecer. Obedece para alcanzar santidad. No esperes tener tiempo para servir. Sirve, y Dios ordenará tu tiempo. No esperes tener fuerza humana. Sirve, y Dios te dará fuerza espiritual.
Dejar los pretextos es una decisión espiritual intencional
Los pretextos no desaparecen solos. No se van con el tiempo. Se derrotan con obediencia. El SÍ radical a Dios cambia destinos espirituales completos. Un paso de obediencia hoy puede liberar generaciones, abrir puertas eternas, restaurar familias, activar ministerios dormidos, recuperar identidad personal y desatar propósito eterno. Lo único que Dios necesita para hacer algo grande no es capacidad, sino rendición.
Cuando alguien se decide a obedecer, Dios se encarga del resto. Cuando alguien dice: “Heme aquí”, el cielo responde con respaldo. Si alguien deja los pretextos, el Espíritu Santo abre caminos que el hombre jamás podría lograr con fuerza humana. El servicio no es una carga pesada; es una llave espiritual que abre propósito eterno y participación activa con Dios en Su obra. Hoy es día de tomar postura firme, de cortar excusas. Hoy es día de servir a Dios sin condiciones.
Conclusión
Nuestra generación ha sido bombardeada con tantas excusas, tantas distracciones, tantos argumentos, tanto razonamiento humano, tanta lógica temporal… que muchos han caído en el engaño de creer que pueden posponer el servicio a Dios sin consecuencias espirituales.
Pero el Reino de Dios no funciona así. Dios no necesita excusas. Él necesita obediencia. Dios no necesita pretextos. Él necesita disposición. Dios no necesita perfección humana. Él necesita entrega sincera.
Cuando tú dices SÍ, Dios hace el resto. No hay edad, no hay pasado, no hay condición social, no hay nivel académico, no hay trauma, no hay falla, no hay debilidad que pueda detener a Dios cuando un hombre o una mujer decide servir.
La única cosa que puede detener la obra de Dios en tu vida… eres tú mismo. Y por eso, hoy, el Espíritu Santo te llama a tomar una decisión espiritual irreversible:
- Decide dejar los pretextos.
- Decide dejar las excusas.
- Decide levantarte.
- Decide obedecer.
- Decide servir.
Porque en Cristo, no hay excusas válidas para no servir a Dios. Y porque en Cristo, cada persona redimida tiene propósito eterno para cumplir, obra que hacer, almas que alcanzar, y una historia espiritual que dejar impregnada en el Reino.
Dios todavía llama. Todavía capacita. Dios todavía usa. Todavía levanta. Dios todavía unge.
Dios todavía busca hombres y mujeres que digan: “Aquí estoy… envíame a mí.”