Poned la mirada en las cosas de arriba (Reflexión)

Versículo: poned la mirada en las cosas de arriba, explicación

«Poned la mirada en las cosas de arriba» no es solo un consejo piadoso, sino un llamado urgente y transformador para todo creyente que anhela vivir conforme al propósito eterno de Dios. En un mundo saturado de distracciones, filosofías engañosas y placeres temporales, la voz del apóstol Pablo resuena a través de los siglos recordándonos que nuestra perspectiva debe elevarse hacia lo eterno.

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No se trata únicamente de un cambio de enfoque, sino de un cambio de corazón, donde Cristo ocupa el centro y sus promesas moldean nuestra manera de pensar, sentir y actuar. Cuando nuestra mirada se fija en lo celestial, las preocupaciones terrenales pierden su dominio y nuestra vida comienza a alinearse con la voluntad perfecta de Dios.

¿Qué significa poner la mirada en las cosas de arriba?

La Escritura declara: “Poned la mirada en las cosas de arriba, donde está Cristo, sentado a la diestra de Dios” (Colosenses 3:1). Este mandato no es opcional, sino una instrucción directa que nos invita a orientar nuestra mente, afectos y prioridades hacia la esfera celestial, donde Cristo reina con autoridad suprema. Por implicación, la alternativa es dirigir la mirada hacia las cosas de abajo: un mundo marcado por la imperfección humana, el pecado y la inestabilidad. Aun así, el Espíritu Santo nos exhorta a romper esa tendencia natural y elevar nuestra visión hacia lo eterno.

El apóstol refuerza este llamado diciendo: “Poned la mirada en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios” (Colosenses 3:2-3). Aquí, Pablo nos recuerda que nuestra verdadera identidad y seguridad no se encuentran en lo terrenal, sino en la unión espiritual con Cristo. La motivación es clara: hemos muerto al viejo sistema de valores del mundo y ahora vivimos para lo que tiene peso eterno.

Este mensaje cobraba especial relevancia para la iglesia en Colosas, una congregación que, según se deduce de Colosenses 3:2, estaba cediendo terreno a influencias y presiones de una mentalidad mundana. Sus miembros comenzaban a adoptar patrones de pensamiento y conducta propios de una sociedad sin Dios, debilitando así su testimonio y su comunión con el Señor.

Por eso surge la pregunta: ¿Qué quiso decir Pablo exactamente al instruir a la iglesia de Colosas? ¿Y cuáles eran esas cosas de abajo que le preocupaban profundamente? La respuesta nos lleva a comprender que poner la mirada en lo alto no es un acto superficial, sino una decisión diaria que confronta todo lo que amenaza con desviar nuestro corazón de Cristo.

Un versículo con un llamado urgente a los colosenses

El apóstol Pablo escribió a la iglesia de Colosas en un contexto de seria amenaza espiritual. Tal como señala J. Hampton Keathley III, ellos enfrentaban una falsa enseñanza que buscaba socavar la persona y la obra de Cristo y poner en duda la suficiencia de la salvación que los creyentes ya poseían en Él. No se trataba de un debate académico, sino de un ataque directo al corazón del evangelio.

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Un campo de batalla de ideas y creencias

El mandato de “poned la mirada en las cosas de arriba” fue dado porque la iglesia vivía rodeada de cosmovisiones en competencia: deísmo, paganismo, agnosticismo y otras corrientes religiosas o filosóficas que intentaban diluir el mensaje de Cristo. La tentación para muchos cristianos era sincretizar su fe, mezclando el evangelio con creencias paganas, para evitar persecuciones o para acomodar su vida sin enfrentar el pecado.

Pero Pablo sabía que vivir una vida transformada en Cristo no era simplemente creer en ciertas doctrinas, sino adoptar una manera de vivir que impacta todas las áreas. Como bien se afirma, una cosmovisión cristiana no es una mera expresión privada de fe ni una teoría abstracta, sino una forma de vida integral, capaz de orientar cada pensamiento, decisión y acción hacia la gloria de Dios.

Socavando el evangelio: el peligro real

Las “cosas de abajo” a las que Pablo se refiere eran precisamente estas filosofías y religiones terrenales que enseñaban que el evangelio era solo uno más entre muchos caminos hacia la autorrealización o la justificación moral. Pero la verdad es que el evangelio no admite competidores: Cristo es suficiente, y cualquier idea que lo ponga al mismo nivel que otras creencias niega su divinidad, su obra redentora y su exclusividad como Salvador.

Poner la mirada en las cosas de arriba, entonces, implicaba volver a centrar la fe en un Dios eterno, omnipotente y personal, revelado plenamente en Jesucristo. Es en sus atributos, carácter y enseñanzas donde encontramos el verdadero sentido de “las cosas de arriba”.

El cambio que produce el evangelio

Un análisis cuidadoso del lenguaje de Pablo en esta carta revela que la fe cristiana no es simplemente un conjunto de ideas, sino un poder transformador que convierte al creyente. La palabra de Cristo no solo informa, sino que transforma la mente y el corazón, llevando a una vida completamente renovada y orientada hacia lo eterno.

¿Cual es el significado de poned la mirada en las cosas de arriba?

Cuando Pablo exhorta a los cristianos de Colosas a “poner la mirada en las cosas de arriba”, no está dando un simple consejo moral, sino una orden espiritual con implicaciones eternas. En el texto original griego, la expresión usada es phroneó, que significa tener entendimiento, discernir, orientar la mente, buscar con intención, observar con cuidado. No se trata de una mirada ocasional o superficial, sino de una disposición constante del corazón y de la mente hacia lo celestial.

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Este llamado implica una decisión consciente: podemos elegir enfocar nuestra mente en lo que es eterno, “donde está Cristo, sentado a la diestra de Dios” (Colosenses 3:1), o bien dejar que nuestra atención se consuma en “las cosas de abajo”, aquellas que pertenecen al sistema terrenal y pasajero. Lo que miramos con el corazón terminará moldeando nuestra vida.

¿Cuáles son las “cosas de arriba” según la Biblia?

Pablo no deja este concepto en el aire, sino que lo concreta con ejemplos prácticos. En Colosenses 3:12 describe las virtudes que deben reflejar quienes miran a Cristo: “entrañable misericordia, benignidad, humildad, mansedumbre y paciencia”. Estas cualidades no son producto del esfuerzo humano, sino fruto de una vida unida a Jesús y gobernada por el Espíritu Santo.

Aunque Dios es quien nos busca primero y quien ha realizado toda la obra de salvación, una vez redimidos, el creyente debe dirigir su mirada constantemente hacia Cristo como modelo perfecto. La alternativa es mirar a referentes humanos —que por muy admirables que parezcan, siempre son falibles—. Por eso, la Escritura nos advierte: “No pongas tus ojos en el hombre, sino en Dios”.

Mantener nuestra vista en las cosas de arriba es crucial porque el mundo ofrece innumerables alternativas y distracciones que intentan apartarnos del evangelio. Si no mantenemos los ojos fijos en Jesús, fácilmente seremos seducidos por filosofías huecas, ambiciones terrenales o deseos que parecen buenos pero nos alejan de lo eterno.

Por eso, este llamado apostólico no es un consejo opcional, sino una necesidad espiritual diaria: “Poned la mirada en las cosas de arriba”, y todo lo demás quedará en su justa perspectiva.

¿Cómo cumplir con poned la mirada en las cosas de arriba?

Enfocarnos en Cristo

El mandato de Pablo en Colosenses 3 no es teórico ni místico: es profundamente práctico. Implica una transformación de nuestra forma de pensar, sentir y actuar. No se trata solo de evitar el pecado, sino de reenfocar intencionalmente nuestra mente y corazón en Cristo.

La Biblia nos da instrucciones precisas para ello. No debemos permanecer aferrados a los viejos hábitos de temor, pecado y desánimo que marcaban nuestra vida antes de conocer a Jesús. En cambio, por el poder del Espíritu Santo, somos llamados a despojarnos del hombre viejo y vivir como nueva creación, mirando siempre hacia lo eterno.

1. Dar muerte a lo terrenal

“Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros… cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia.” — Colosenses 3:5-6

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No podremos fijar nuestra mirada en lo alto si seguimos alimentando lo terrenal. La mente y el corazón no pueden apuntar en dos direcciones a la vez: o se inclinan hacia lo eterno o se arrastran hacia lo pasajero. Pablo usa un lenguaje radical —“haced morir”— porque no basta con ignorar o minimizar el pecado; debemos ejecutarlo espiritualmente, quitándole todo alimento y lugar en nuestra vida.

El apego a lo mundano nace, muchas veces, de dos engaños muy comunes:

  • Creer que las cosas de este mundo pueden ofrecernos identidad, seguridad o placer duradero.
  • Olvidar a quién servimos y para qué hemos sido llamados.

En Cristo, somos nueva creación (2 Corintios 5:17), llamados a buenas obras que Dios preparó de antemano (Efesios 2:10). Esto significa que la “muerte” a lo terrenal no es una pérdida, sino una liberación que abre paso a una vida abundante en el Espíritu.

Imagina que intentas subir una escalera hacia la libertad llevando cadenas en los pies: cada escalón se convierte en un esfuerzo agotador que te arrastra hacia abajo. Así actúa el pecado: bloquea nuestra comunión con Dios y nos ata a lo terrenal. No hay atajos ni convivencia pacífica entre ambas realidades; los caminos del cielo y de la tierra son opuestos, y pretender andar en ambos es caminar hacia la confusión y la derrota espiritual.

Dar muerte a lo terrenal es un acto continuo: no es un solo momento de decisión, sino una rendición diaria. Implica examinar nuestros pensamientos, deseos y hábitos a la luz de la Palabra, y renunciar, en obediencia, a todo lo que impida que nuestra mirada esté fija en Cristo.

2. Revestirse del nuevo hombre en Cristo

“No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno.” — Colosenses 3:9-10

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Dar muerte al viejo hombre es solo la mitad de la obra. El evangelio no se limita a arrancar lo malo; también planta lo bueno. Dios no nos deja vacíos, sino que nos reviste de una nueva identidad forjada en Cristo. Pablo usa la imagen de “vestirse” porque se trata de una acción consciente y diaria: así como elegimos qué ropa ponernos cada mañana, también debemos elegir cada día cubrirnos con la justicia, la humildad y el amor de Cristo.

El nuevo hombre es el creyente regenerado que ha sido justificado por la obra de Cristo y está en proceso de santificación. No es simplemente “una mejor versión” de nuestro viejo yo; es una vida completamente nueva (Efesios 4:24) creada “según Dios, en la justicia y santidad de la verdad”. Este nuevo hombre no nace por voluntad humana ni por disciplina personal, sino por la obra transformadora del Espíritu Santo (2 Pedro 1:3), quien nos da tanto el querer como el hacer según Su buena voluntad (Filipenses 2:13).

Vestirse del nuevo hombre implica:

  • Adoptar la mente de Cristo (Filipenses 2:5), pensando y reaccionando como Él lo haría.
  • Renovar la mente con la Palabra (Romanos 12:2), dejando que ella modele nuestras prioridades y afectos.
  • Practicar las virtudes celestiales: misericordia, benignidad, humildad, mansedumbre y paciencia (Colosenses 3:12), no como un esfuerzo aislado, sino como fruto del Espíritu.

Sin este revestimiento espiritual, corremos el riesgo de vivir una vida “limpia” en apariencia, pero vacía de poder y propósito. Es como dejar una casa barrida pero sin habitar: tarde o temprano algo la ocupará (Mateo 12:43-45).

Por eso, la verdadera victoria sobre lo terrenal no solo se gana renunciando al pecado, sino llenando la vida con Cristo. Él no vino para reformarnos, sino para hacernos nuevos, y esa novedad debe verse en nuestras palabras, actitudes y acciones diarias.

3. Dejar que la paz de Dios gobierne nuestro corazón

“Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos.” — Colosenses 3:15

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La instrucción de Pablo no es simplemente “ten paz”, sino permite que la paz de Dios gobierne. El verbo usado aquí implica autoridad, dominio y dirección; es como si dijera: deja que la paz sea el árbitro que decide tus pensamientos, emociones y reacciones. No se trata de una paz frágil que depende de circunstancias favorables, sino de la paz robusta y firme que fluye del reinado de Cristo en el corazón.

Cuando nuestra mirada se fija en lo terrenal, esa paz se ve ahogada por la ansiedad, el miedo y la inseguridad. Pero cuando nuestros ojos se levantan “a las cosas de arriba” (Colosenses 3:2), encontramos un refugio inamovible:

  • Cristo como torre fuerte (Proverbios 18:10),
  • Roca firme en medio de tormentas (Mateo 7:24-25),
  • Pastor que guía y protege (Juan 10:27-29).

Isaías 26:3 lo afirma con absoluta claridad: “Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera, porque en ti ha confiado.” Esta “completa paz” no significa ausencia de problemas, sino presencia constante de Dios en medio de ellos.

Dejar que la paz gobierne implica renunciar al derecho de controlar cada detalle y entregarlo a la soberanía de Cristo. No es resignación pasiva, sino confianza activa. Es mirar a las dificultades y decir: “No entiendo todo, pero confío en Aquel que lo gobierna todo.”

Además, Pablo une esta paz con la gratitud: “y sed agradecidos”. La gratitud es como el ancla que sostiene esa paz; nos recuerda que todo lo que tenemos es un regalo inmerecido de Dios y que Él ha sido fiel en el pasado, lo es hoy y lo será mañana.

Cuanto más conocemos a Cristo —su carácter, sus promesas, su fidelidad— más nuestra alma aprende a descansar bajo su gobierno. Así, la paz de Dios no solo nos calma, sino que dirige y moldea toda nuestra vida, manteniendo nuestra mirada fija en lo eterno y no en lo pasajero.

4. Dejar que la palabra de Cristo more en abundancia

“La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales.” — Colosenses 3:16

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Pablo no dice simplemente “conozcan la Palabra” o “lean la Escritura”, sino que more en abundancia. La idea en el original es la de una residencia permanente, no una visita ocasional. La Palabra de Cristo debe habitar en nuestro interior como un huésped que llena toda la casa, ocupando cada rincón de nuestra mente, moldeando cada pensamiento y transformando cada motivación.

Cuando la Biblia no es un accesorio, sino nuestro alimento diario, sucede algo poderoso: nuestros pensamientos comienzan a alinearse con los pensamientos de Dios, y nuestras reacciones empiezan a reflejar el carácter de Cristo. Jesús mismo oró al Padre diciendo: “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (Juan 17:17). No hay santificación sin la Palabra.

La expresión “en abundancia” también señala que la Palabra debe rebosar, de modo que no solo nos nutra a nosotros, sino que fluya hacia otros. Esto es lo que Pablo enfatiza al añadir: “enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría”. Un creyente lleno de la Palabra no puede guardarla solo para sí; la comparte, la explica, la canta, la ora.

Y aquí Pablo introduce algo hermoso: la conexión entre la Palabra y la adoración. Una vida saturada de Escritura inevitablemente desborda en cantos, salmos e himnos. Esto no es simple música, sino una expresión del alma que, al estar empapada de la verdad divina, responde con gratitud y alabanza.

Atesorar la Palabra de Dios implica:

  • Memorizarla, para que esté disponible incluso en tiempos de crisis.
  • Meditarla, para que penetre más allá de la mente y llegue al corazón.
  • Obedecerla, para que no sea solo conocimiento, sino transformación real.

Si descuidamos este alimento, nuestra mirada se volverá naturalmente hacia lo terrenal; pero si la guardamos “como el que halla un gran tesoro” (Proverbios 2:4-5), nuestra mente y corazón permanecerán orientados a las cosas de arriba.

5. Vivir con un corazón agradecido

“Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de Él.” — Colosenses 3:17

La gratitud no es simplemente un gesto educado o una respuesta emocional cuando las cosas salen bien; en la vida cristiana es una postura permanente del corazón, una disciplina espiritual que nace de reconocer la gracia inmerecida de Dios.

Cuando Pablo dice “en todo”, no deja lugar para excepciones. Esto significa que la acción de gracias debe impregnar cada aspecto de nuestra vida: nuestras conversaciones, nuestras decisiones, nuestras labores diarias, e incluso nuestros momentos de prueba. El creyente que vive agradecido no se enfoca en lo que le falta, sino en lo que ya ha recibido en Cristo: salvación, perdón, vida eterna y una esperanza inquebrantable.

Un corazón agradecido tiene tres características esenciales:

  1. Reconoce la fuente de todo bien: Santiago 1:17 nos recuerda que “toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto”. Nada que poseamos es producto exclusivo de nuestro esfuerzo; todo viene del Padre.
  2. Ve la mano de Dios incluso en las pruebas: 1 Tesalonicenses 5:18 dice: “Dad gracias en todo”. No dice “por todo” (pues no todo lo que ocurre es bueno), sino “en todo”, porque aún en medio de la adversidad sabemos que Dios está obrando para nuestro bien (Romanos 8:28).
  3. Transforma la perspectiva: La gratitud desplaza la queja, desarma la ansiedad y abre paso a la paz de Dios (Filipenses 4:6-7).

El creyente que cultiva la gratitud fija su mirada en lo eterno. Dar gracias nos recuerda constantemente que dependemos de un Dios soberano, bueno y fiel, lo que evita que nuestras mentes se aferren a lo terrenal. Así, la gratitud se convierte en una brújula que redirige nuestro corazón hacia las cosas de arriba.

Por eso, Pablo concluye su exhortación de Colosenses 3 con un énfasis en la gratitud: cuando todo lo que hacemos lo realizamos “en el nombre del Señor Jesús”, nuestra vida entera se convierte en una ofrenda de adoración. Vivir agradecidos es vivir conscientes de que nuestra existencia tiene un propósito eterno, y que cada paso que damos debe honrar a Aquel que nos rescató.

Conclusión: Manteniendo la mirada fija en lo eterno

“Poned la mirada en las cosas de arriba” no es simplemente una exhortación pasajera ni un ideal espiritual distante; es un llamado urgente y transformador que define la vida cristiana auténtica. Nuestra existencia, redimida por Cristo, encuentra su verdadero sentido y plenitud cuando dejamos de aferrarnos a lo temporal, imperfecto y pasajero, y dirigimos con firmeza nuestros ojos y corazones hacia la realidad celestial donde Cristo reina.

Este cambio de enfoque implica una renovación radical del pensamiento y del ser: morir a lo terrenal, revestirnos del hombre nuevo, dejar que la paz de Dios gobierne en nuestro interior, habitar profundamente en la Palabra viva y vivir siempre con un corazón agradecido. Cada uno de estos pasos no es un simple ejercicio moral, sino un reflejo del poder del Espíritu Santo obrando en nosotros para conformarnos a la imagen de Cristo.

En un mundo saturado de distracciones, filosofías contrarias y tentaciones que nos quieren alejar de la verdad, este llamado nos recuerda que nuestra verdadera ciudadanía está en los cielos (Filipenses 3:20). Vivir con la mirada fija en lo alto nos fortalece para enfrentar las pruebas con esperanza, nos guía en la toma de decisiones con sabiduría divina y nos impulsa a caminar en santidad y obediencia.

Que esta reflexión no quede en palabras, sino que sea el motor que impulse tu vida diaria a buscar primero el reino de Dios y su justicia (Mateo 6:33). Porque solo cuando ponemos la mirada en las cosas de arriba hallamos verdadera libertad, paz y gozo duraderos, frutos genuinos de una vida transformada por Cristo.

Bendiciones.

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