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Por poco me persuades a ser cristiano

Introducción: Cuando la verdad toca el corazón, pero no lo transforma

Hay frases en la Biblia que, aunque breves, contienen un eco eterno. Una de ellas es la que salió de los labios del rey Agripa cuando escuchó al apóstol Pablo exponer su testimonio ante los tribunales romanos: “Por poco me persuades a ser cristiano” (Hechos 26:28).

Aquella respuesta, pronunciada con aparente cortesía, encierra una de las tragedias espirituales más profundas de las Escrituras. El rey Agripa se encontró frente a un hombre que, a pesar de estar encadenado, irradiaba libertad interior. Frente a un prisionero que hablaba con más autoridad que los poderosos de Roma. Frente a un testigo que no temía la muerte porque ya había sido alcanzado por la vida eterna.

Y sin embargo, Agripa se quedó a un paso de la salvación. Casi creyó, pero no creyó. Casi fue salvo, pero se perdió. Por último, casi dio el paso, pero se quedó quieto. Ese “por poco” se convirtió en el abismo entre la vida y la muerte, entre la gracia y la condenación, entre el cielo y el infierno.

En esta reflexión profundizaremos en ese momento, en el mensaje que Pablo compartió y en lo que significa hoy para nosotros vivir en el límite de la fe —tan cerca de la verdad, y sin embargo tan lejos del Salvador.

1. El contexto de una conversación divina

El relato de Hechos 26 nos lleva al tribunal donde Pablo, injustamente encarcelado, comparece ante el gobernador romano Festo y el rey Agripa II, descendiente de Herodes. Allí, el apóstol no se defiende con argumentos jurídicos, sino con la autoridad de un testigo transformado por Cristo.

Pablo comienza su discurso relatando su vida pasada: cómo fue un perseguidor feroz de los cristianos, convencido de que servía a Dios eliminando a los seguidores de Jesús. Pero luego cuenta el momento en el que la luz del cielo lo derribó camino a Damasco, y escuchó la voz que cambió para siempre su destino:

“Yo soy Jesús, a quien tú persigues” (Hechos 9:5).

Desde ese día, Pablo no volvió a ser el mismo. Su celo religioso se convirtió en pasión por el evangelio. Su dureza se transformó en compasión. La arrogancia en humildad. Y su odio, en amor.

Ante Agripa, Pablo no se limita a hablar de doctrinas, sino que expone una vida que ha sido tocada por Dios. No hay en su voz rencor por las injusticias sufridas, sino una calma sobrenatural. No hay resentimiento, sino propósito. A través de su testimonio, Pablo muestra que Dios puede transformar incluso lo más endurecido en un instrumento de su gracia.

Y mientras habla, el Espíritu de Dios toca el corazón del rey. Lo mueve, lo convence, lo sacude. Pero, tristemente, no lo transforma.

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2. El poder de un testimonio que desafía al poder humano

La escena es impresionante. Pablo, prisionero de Roma, encadenado de pies y manos, habla ante un rey revestido de autoridad y poder. Y sin embargo, la verdadera autoridad no está en el trono, sino en las cadenas.

Agripa, vestido con su manto real, representa el esplendor de este mundo: el lujo, la política, la gloria terrenal. Pablo, vestido con harapos, representa la gloria invisible del reino de Dios. Pero cuando el apóstol comienza a hablar, la balanza espiritual se invierte. La elocuencia del Espíritu supera la majestad de la corona. El poder de la verdad eclipsa el brillo de los metales.

“Por poco me persuades a ser cristiano”, dice Agripa, reconociendo que lo que escucha no es un discurso cualquiera, sino una verdad que le traspasa el alma. El testimonio de Pablo es su arma más poderosa. No cita filósofos ni discursos retóricos; habla de su encuentro con Jesús. Porque nadie puede negar un testimonio real. Las teorías pueden discutirse, las doctrinas pueden debatirse, pero una vida transformada es un argumento irrefutable.

Hoy, el mundo sigue necesitando cristianos que testifiquen con su vida más que con sus palabras. No se trata solo de predicar, sino de vivir lo que se predica. De que nuestra manera de amar, perdonar y servir refleje el carácter de Cristo. De que quienes nos observan puedan decir: “algo diferente hay en ti”.

3. Dios tiene un propósito detrás de cada circunstancia

Pablo estaba encarcelado injustamente. Había sido traicionado, golpeado, y llevado de un tribunal a otro. Sin embargo, él no veía su prisión como un castigo, sino como una oportunidad divina. Sabía que Dios podía usar incluso sus cadenas para abrir puertas que de otro modo permanecerían cerradas. Y así fue. Dios había dicho de él:

“Ve, porque instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel” (Hechos 9:15).

El juicio ante Agripa no era un accidente, era parte del propósito eterno de Dios. A veces, las situaciones más dolorosas son el escenario donde Dios realiza su plan más grande.

Quizás no entendemos por qué estamos pasando por pruebas, injusticias o momentos oscuros. Pero la historia de Pablo nos enseña que Dios no desperdicia ninguna circunstancia. Cada lágrima, cada espera, cada noche en prisión espiritual tiene un propósito: mostrar Su gloria a través de nosotros.

Hay momentos en los que parece que Dios guarda silencio, pero en realidad está preparando una plataforma. Pablo no predicó en una plaza esa vez, sino ante reyes. Y el mensaje del evangelio llegó hasta los palacios más poderosos del imperio.

Dios puede convertir tu prueba en púlpito. Lo que hoy parece una cadena, mañana puede ser el canal para bendecir a muchos. Por eso, no te desesperes. Si confías en Él, descubrirás que todo lo que ocurre —aun lo que duele— tiene un propósito eterno.

4. La verdad que confronta: creer o resistir

Cuando Pablo terminó de hablar, el silencio se apoderó del salón. El aire estaba cargado de convicción. Festo, el gobernador, interrumpió gritando que Pablo estaba loco. Pero Agripa, más consciente, no pudo negar lo que había escuchado. Su respuesta revela una lucha interior: “Por poco me persuades a ser cristiano.”

Agripa entendió el mensaje. Sintió la fuerza del Espíritu. Reconoció la verdad. Pero no tomó la decisión. Esa frase —tan corta, tan simple— muestra la batalla que muchos enfrentan entre la convicción y la rendición. Saber lo que es correcto, pero no hacerlo. Entender el llamado de Dios, pero no responder.

Hay millones de “Agripas” en el mundo actual. Personas que han escuchado el evangelio, que han sentido la voz de Dios hablándoles al corazón, que saben que necesitan cambiar… pero siguen postergando su decisión.

El problema no es la falta de luz, sino la falta de decisión. El “por poco” se convierte en una condena cuando se transforma en costumbre. Casi orar. Casi perdonar. También casi dejar el pecado. Casi seguir a Cristo. Pero nunca hacerlo del todo. La fe no se mide por la cercanía, sino por la entrega. Y el “casi” no salva a nadie.

5. El peligro de vivir en el “por poco”

Pocas expresiones son tan trágicas como la de Agripa. Estuvo tan cerca de la salvación… y sin embargo se perdió. “Por poco” puede sonar inofensivo, pero espiritualmente es devastador. En el reino de Dios, no existen los “casi salvos”. O uno está en Cristo, o está fuera. Jesús no dijo “el que casi cree será salvo”, sino:

El que creyere y fuere bautizado será salvo; mas el que no creyere será condenado” (Marcos 16:16).

La indecisión espiritual es una forma de rechazo. Y lo más triste es que muchos, como Agripa, no rechazan por odio, sino por indiferencia. Saben que Cristo es real, que el evangelio es verdad, que necesitan arrepentirse, pero prefieren posponerlo. Esperan un “mejor momento”, una etapa más cómoda, un día más apropiado. Pero el tiempo pasa, y la oportunidad se desvanece.

Cuántas veces el Espíritu de Dios toca suavemente el corazón, pero el alma responde con un “más adelante”. Cuántas veces la conciencia nos dice “es hora de cambiar”, pero la voluntad se resiste. Y así, el “por poco” se convierte en una eternidad sin Cristo.

El infierno está lleno de personas que estuvieron cerca del cielo. Gente que escuchó, que sintió, que entendió, pero nunca decidió.

6. Un llamado que no desea cadenas, sino libertad

Después de escuchar la respuesta del rey, Pablo pronunció una frase llena de ternura y esperanza:

“¡Quisiera Dios que, por poco o por mucho, no solamente tú, sino también todos los que hoy me oyen, fueseis hechos tales cual yo soy, excepto en estas cadenas!” (Hechos 26:29).

Qué contraste tan hermoso. Pablo está encadenado físicamente, pero espiritualmente libre. Agripa está libre físicamente, pero espiritualmente encadenado. El apóstol no desea que otros compartan su sufrimiento, sino su fe. No anhela que otros vivan su prisión, sino su redención. El corazón del evangelio es el deseo de que todos conozcan la libertad que solo Cristo puede dar.

Porque no hay cadena más fuerte que la del pecado, ni libertad más grande que la del perdón. Ser cristiano no es adoptar una religión, sino encontrar la verdadera libertad del alma. Es pasar de la culpa a la gracia, del miedo a la paz, del vacío a la plenitud.

Cuando Pablo dice “quisiera Dios”, está revelando el corazón de Cristo que late en él. El mismo deseo que movió a Jesús a morir en la cruz:

“El cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Timoteo 2:4).

El anhelo de Dios sigue siendo el mismo hoy: que nadie se quede en el “por poco”, sino que todos abracen la plenitud del evangelio.

7. Entre la convicción y la conversión

Hay una diferencia sutil, pero profunda, entre ser convencido y ser convertido. Agripa fue convencido, pero no convertido. El convencimiento ocurre en la mente; la conversión, en el corazón. El primero produce admiración; el segundo, transformación.

Muchas personas admiran a Jesús, respetan la Biblia, valoran los principios cristianos, pero no se han rendido a Cristo. Reconocen que el evangelio es bueno, pero no lo hacen suyo. Y esa es la distancia más peligrosa: la del “casi”.

El evangelio no fue dado para ser admirado, sino para ser obedecido. La fe no consiste en simpatizar con Dios, sino en rendirse a Él. La salvación no es una idea que se aplaude, sino una decisión que se toma.

Por eso, Pablo no discutió con Agripa; lo invitó. Y lo sigue haciendo hoy, a través de su testimonio escrito en las Escrituras. El mensaje sigue siendo el mismo: “No basta con sentir; hay que decidir.” El “por poco” no transforma vidas; solo la entrega total lo hace.

8. Las decisiones determinan el destino

Cada vez que el evangelio es predicado, el oyente se encuentra frente a una decisión. No se trata de una elección menor, sino de la decisión más importante de la vida: aceptar o rechazar el llamado de Dios. Agripa escuchó la verdad, pero eligió el silencio. Y su silencio fue su respuesta. La Biblia está llena de historias donde la decisión cambió el rumbo de las personas:

  • Moisés decidió obedecer el llamado y libertó a Israel.
  • Rut decidió seguir al Dios de Noemí y se convirtió en parte del linaje de Cristo.
  • Pedro decidió dejar las redes y se transformó en pescador de hombres.
  • Pablo decidió obedecer la voz celestial y cambió el curso de la historia.

La diferencia entre quienes “casi” y quienes “realmente” siguen a Cristo está en la decisión. La fe verdadera siempre se manifiesta en acción. No basta con saber; hay que actuar. No basta con sentir; hay que responder.

Quizás tú también, como Agripa, has sentido muchas veces que Dios te habla. Has escuchado su voz, has sentido su toque, has comprendido su verdad. Pero sigues postergando tu entrega. Hoy, Dios te recuerda que cada decisión que postergas, es una oportunidad que se aleja.

9. El arrepentimiento: el verdadero cambio de dirección

El apóstol Pedro dijo:

Arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio” (Hechos 3:19).

El arrepentimiento no es solo sentir remordimiento, sino tomar una decisión de cambio. La palabra griega metanoia significa “cambio de mente”, “cambio de dirección”. Es cuando una persona decide dejar el camino del pecado y volver su rostro a Dios.

Agripa entendió la verdad, pero no se arrepintió. Y ese es el punto donde muchos se detienen. Creen que el arrepentimiento es una emoción, cuando en realidad es una acción. No basta con llorar, hay que cambiar. No basta con reconocer el error, hay que abandonar el pecado.

Dios no busca perfección, sino disposición. Él promete restaurar al que se convierte sinceramente:

Si te conviertes, yo te restauraré” (Jeremías 15:19).

Cuando una persona decide rendirse a Cristo, los “tiempos de refrigerio” llegan. La paz sustituye la ansiedad, el gozo reemplaza la culpa, la esperanza vence a la desesperación. Todo comienza con una decisión firme de arrepentimiento.

10. Dejar de ser “casi” y convertirse en “nuevo”

El mensaje del evangelio no es para los “por poco”, sino para los “por completo”. Jesús no vino para hacernos casi salvos, sino nuevas criaturas.

“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17).

El rey Agripa representa a todos los que se conforman con una fe superficial. Personas que se acercan a la verdad, pero no la abrazan. Que admiran a Cristo, pero no lo siguen. Que oyen la voz de Dios, pero no responden.

Dios no quiere que vivas en la orilla de la fe. Quiere que te sumerjas completamente en su gracia. Que no digas “por poco”, sino “por completo fui persuadido”. Porque cuando uno entrega todo a Cristo, Él hace nuevas todas las cosas.

Conclusión: No te quedes en el “por poco”

La historia del rey Agripa nos recuerda que la mayor tragedia espiritual no es rechazar abiertamente a Dios, sino hacerlo con cortesía. Decirle: “me parece bien lo que dices, pero no estoy listo”. “Tal vez más adelante”. “Quizás algún día”. Ese día puede no llegar jamás.

Pablo habló desde sus cadenas, pero con el alma libre. Agripa escuchó desde su trono, pero con el corazón cautivo. El uno eligió creer; el otro eligió posponer. Y sus destinos fueron completamente distintos.

Hoy, el mensaje sigue siendo el mismo: No te quedes en el “por poco”. No vivas al borde de la fe. No contemples desde lejos la vida nueva que Cristo ofrece. Da el paso. Ríndete. Cree. El evangelio no busca admiradores, sino discípulos. No busca simpatizantes, sino hijos. Y la salvación no está reservada para los que casi creen, sino para los que creen de verdad.

Que cuando tu vida sea recordada, no se diga “por poco fue persuadido”, sino “fue completamente transformado por Cristo”. Porque nada se compara con vivir en la plenitud del amor de Dios.

“Por poco me persuades a ser cristiano.” Que esta frase nunca sea la descripción de tu vida, sino el recordatorio de lo que decidiste no ser: un casi creyente. Que tu respuesta, hoy y siempre, sea la contraria: “Señor, no por poco, sino por completo me rindo a ti.”

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