¿Qué dice la Biblia sobre Los Hermanos de Jesús?
Cuando pensamos en la familia de Jesús, solemos imaginar una unidad espiritual inquebrantable, marcada por la fe y la comprensión plena de su identidad divina. Sin embargo, la Biblia nos presenta un cuadro diferente, especialmente en el Evangelio de Marcos. Allí encontramos un momento sorprendente en el que los hermanos de Jesús en la Biblia —incluso su madre, María— parecen no comprender quién es realmente.
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Este episodio, más que un detalle narrativo, encierra profundas verdades espirituales sobre quiénes son los verdaderos miembros de la familia de Cristo. ¿Qué quiso decir Jesús cuando preguntó: “¿Quién es mi madre y mis hermanos?” ¿Por qué eligió destacar a quienes hacen la voluntad de Dios sobre su propia familia carnal? En este estudio bíblico analizaremos el contexto, el mensaje y las implicaciones de estas palabras poderosas, que aún hoy sacuden nuestras ideas religiosas preconcebidas.
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¿Quién es mi madre y mis hermanos?
Ante la multitud que lo rodeaba, Jesús lanzó una pregunta provocadora: “¿Quién es mi madre y mis hermanos?”, y luego respondió con firmeza: “Estos son mi madre y mis hermanos” (Marcos 3:33-34). Esta escena no solo desconcierta a muchos lectores modernos, sino que también encierra un mensaje profundo y transformador sobre la verdadera familia de Dios.
Pero, ¿Por qué Jesús hace esta pregunta en primer lugar? ¿Acaso no sabía quién era su madre? ¿No reconocía a sus hermanos carnales? Claramente sí lo sabía, pero aquí se revela un trasfondo espiritual importante que merece atención.
La escena ocurre en un momento de gran presión para Jesús. El evangelio de Marcos narra que tanta gente se agolpaba para oírlo, que Él y sus discípulos ni siquiera podían comer. En medio de esta situación, “los suyos”, es decir, sus parientes cercanos —incluyendo su madre y hermanos—, al oír lo que se decía de Él, vinieron para prenderlo. ¿La razón? Decían que Jesús “estaba fuera de sí”, es decir, que se había vuelto loco (Marcos 3:21).
La familia de Jesús, en determinado momento, no creyó en Él
Esto nos muestra una realidad impactante: hubo un momento en que la familia natural de Jesús no creyó en Él. Incluso su madre, María, fue parte de esa reacción. Ella, que lo había concebido por obra del Espíritu Santo, pareció dejarse influenciar por la opinión pública y permitió que la duda se infiltrara en su corazón. Diversas versiones bíblicas lo expresan de manera clara:
- La Nueva Versión Internacional traduce: “Cuando se enteraron sus parientes, salieron a hacerse cargo de él, porque decían: Está fuera de sí.”
- La Versión Popular añade: “vinieron para llevárselo, pues se decía que se había vuelto loco.”
- La Biblia de Jerusalén, de uso católico, afirma: “Se enteraron sus parientes y fueron a hacerse cargo de él, pues decían: Está fuera de sí.”
La familia espiritual tiene prioridad sobre la familia natural
Esto no fue un simple malentendido, sino una expresión de incredulidad de parte de quienes más cerca estaban de Él en lo familiar. Por eso, cuando le dicen: “Tu madre y tus hermanos están afuera y te buscan” (v.32), Jesús aprovecha la oportunidad para enseñar una verdad esencial: la familia espiritual tiene prioridad sobre la familia natural.
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Y mirando a los que estaban sentados a su alrededor, declaró: “He aquí mi madre y mis hermanos. Porque todo aquel que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre” (Marcos 3:34-35). Con esta respuesta, Jesús no solo desconoce públicamente a sus familiares carnales como parte de su círculo íntimo, sino que redefine radicalmente el concepto de familia bajo los parámetros del Reino de Dios.
La incredulidad rompe la comunión espiritual
Este rechazo no fue por falta de amor, sino por una realidad espiritual: la incredulidad rompe la comunión espiritual, incluso dentro del hogar. En contraste, aquellos que se rinden a la voluntad de Dios son elevados a un nivel de intimidad con Cristo superior al de cualquier parentesco terrenal.
Al mismo tiempo, los fariseos lo acusaban de estar poseído por Beelzebú, el príncipe de los demonios. Jesús se encontraba en medio de dos frentes: rechazado por los religiosos y también por su propia familia.
Ante esto, Jesús respondió con sabiduría: “Si un reino está dividido contra sí mismo, ese reino no puede mantenerse en pie… y si una casa está dividida contra sí misma, tal casa no puede permanecer” (Marcos 3:24-25). Aquí, Jesús denuncia la división interna tanto en lo espiritual como en lo familiar, y deja ver su dolor por la oposición de sus más cercanos.
Así, Jesús, siendo el mayor de sus hermanos y el responsable del hogar tras la muerte de José, experimentó el dolor del rechazo familiar. Y en medio de ese contexto, redefine su verdadera familia: no según la carne, sino según el espíritu.
La Respuesta de Jesús: He aquí mi madre y mis hermanos
En este impactante episodio de Marcos 3, observamos que María y los hermanos carnales de Jesús estaban tan confundidos y perturbados por su conducta y por los rumores que circulaban, que decidieron intervenir directamente. Su intención no era dialogar ni apoyarlo, sino «prenderlo» y llevárselo a casa por la fuerza, convencidos de que algo no estaba bien con Él.
Esto revela que incluso aquellos que habían crecido con Jesús, que habían compartido su vida más íntima y familiar, no comprendían aún su verdadera identidad ni su misión divina.
El versículo 31 dice: “Vienen después sus hermanos y su madre, y quedándose afuera, enviaron a llamarle.” Este detalle es revelador. En lugar de entrar y escuchar su enseñanza como los demás, se quedaron afuera, enviando a alguien con la expectativa de que Jesús detuviera todo para atenderlos. Esta actitud muestra cierta presunción de autoridad sobre Él, basada en su vínculo sanguíneo.
La pregunta de Jesús: ¿Quién es mi madre y mis hermanos?
Pero Jesús no reacciona como se esperaba. En lugar de salir corriendo al encuentro de su familia, hace una pausa y responde con una pregunta poderosa: “¿Quién es mi madre y mis hermanos?” Y mirando a su alrededor, a los que estaban sentados escuchando su Palabra, dijo: “He aquí mi madre y mis hermanos. Porque todo aquel que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Marcos 3:34-35).
Con estas palabras, Jesús establece una redefinición radical de lo que significa ser parte de su verdadera familia. Ya no se trata de lazos de sangre, sino de obediencia espiritual. No importa el parentesco físico, sino la sumisión a la voluntad de Dios.
Este acto no fue una falta de respeto, sino una enseñanza deliberada. Jesús no respondió a su familia con agresión, pero sí marcó distancia, dejando claro que la fe y la obediencia son los verdaderos vínculos que unen a los suyos.
En ese momento, Jesús no reconoce a María ni a sus hermanos carnales como parte de su familia espiritual, porque estaban actuando fuera de la voluntad de Dios. No les habló directamente ni salió a verlos, y esa omisión fue intencional: Él no podía someter su misión celestial a las presiones naturales de la carne, ni siquiera por parte de su madre.
Es importante notar que María, quien antes había creído con fe firme, en este momento muestra debilidad al dejarse llevar por el temor y la duda. Y Jesús, que también sentía el dolor del rechazo, incluso de los suyos, permanece firme en su propósito: enseñar que la familia del Reino se forma en torno a la obediencia, no al parentesco biológico.
Este pasaje conmueve por su profundidad: Jesús experimentó lo que muchos creyentes viven hoy—el rechazo de la familia natural por causa del llamado de Dios. Él sabe lo que se siente cuando los más cercanos no comprenden la voluntad divina en tu vida. Por eso, sus palabras siguen resonando con poder: “Aquí tienen a mi madre y mis hermanos: los que hacen la voluntad de Dios.”
La verdadera familia de Jesús: Los que hacen la voluntad de Dios
Después de ser informado de que su madre y sus hermanos estaban afuera buscándolo, Jesús dejó en claro quiénes son los verdaderos miembros de su familia: “Cualquiera que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Marcos 3:35).
Con esta declaración, Jesús estableció una diferencia radical entre el parentesco natural y la relación espiritual. Aunque amaba a su familia, Él no permitió que los lazos sanguíneos interfirieran con su misión divina. En ese momento, ni María ni sus hermanos estaban actuando conforme a la voluntad del Padre; al contrario, estaban tratando de impedir el avance del ministerio del Hijo de Dios, dejándose llevar por la confusión y la incredulidad.
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La verdadera familia de Dios son los que obedecen su voluntad
La enseñanza de Jesús es clara: la verdadera familia de Dios está compuesta por aquellos que obedecen Su voluntad, no por quienes simplemente tienen un vínculo biológico. Esto significa que incluso alguien tan cercano como su madre, si no está actuando en obediencia, queda fuera de la esfera espiritual que define el Reino de Dios.
En este punto, María no estaba creyendo en Jesús como el Mesías. Se había dejado influenciar por los rumores de la multitud que decía que Él estaba “fuera de sí”. Y como resultado de esa incredulidad, Jesús no la reconoció como parte de su familia espiritual en ese momento. No salió a verla ni le concedió petición alguna, porque Jesús nunca fue movido por la presión emocional, sino por la dirección del Espíritu Santo.
María No es una intercesora ante Dios
Este pasaje desmonta la idea de María como una intercesora espiritual en el presente. Si Jesús no respondió entonces a su llamado mientras estaba físicamente en la tierra, ¿Por qué habría de hacerlo ahora, desde el cielo? La Palabra de Dios es contundente: el único mediador entre Dios y los hombres es Jesucristo hombre (1 Timoteo 2:5).
Por eso, orar o rezar a María es inútil. No hay ningún respaldo bíblico para atribuirle los títulos de “Reina del Cielo”, “Madre de la gracia” o “Mediadora de toda gracia”. Esas doctrinas son tradiciones humanas sin fundamento en las Escrituras.
Un ejemplo es el dogma de la Inmaculada Concepción, proclamado por el Papa Pío IX en 1854, que sostiene que María nació sin pecado original. Sin embargo, esta enseñanza no se encuentra en ningún lugar de la Biblia, y contradice el testimonio de la misma María cuando confesó necesitar un Salvador (Lucas 1:47).
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Entonces, ¿Cómo confiar en una figura que, según la misma Biblia, falló en reconocer a Jesús en un momento crucial de su ministerio? Aunque más adelante María sí creyó —estuvo al pie de la cruz y perseveró con los discípulos en el aposento alto—, este episodio muestra que la fe verdadera no depende del parentesco, sino de la obediencia diaria a la voluntad de Dios.
Jesús nos dejó una lección sublime: “¿Quién es mi madre? ¿Y quiénes son mis hermanos?” Y señalando a los que estaban con Él —los discípulos, los que escuchaban y creían— dijo: “He aquí mi madre y mis hermanos”. ¡Qué declaración gloriosa! Jesús eleva a cada creyente obediente al nivel más íntimo de relación con Él, como si fuéramos su propia madre, hermano o hermana.
¡Tú puedes ser parte de esa familia espiritual hoy! No necesitas linaje, posición o conexión religiosa. Solo necesitas creer en Él y hacer la voluntad de Dios. ¡Eso es lo que nos hace verdaderamente hijos del Reino!
Conclusión: Los Hermanos de Jesús en la Biblia
Cuando Jesús preguntó: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?”, no lo hizo por desconocer a su familia natural, sino para enseñarnos una verdad trascendental: la verdadera familia de Dios no se define por la sangre, sino por la obediencia. Y Él mismo dio la respuesta: “Cualquiera que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Marcos 3:35).
¡Yo quiero ser de la familia de Jesús!
Esta afirmación nos abre una puerta gloriosa: tú y yo podemos formar parte de la familia de Jesús. No importa tu pasado, tu apellido, tu historia o tu trasfondo religioso. Lo que realmente importa es si estás dispuesto a hacer la voluntad de Dios.
Ser considerado hermano, hermana o incluso madre espiritual de Cristo no es una metáfora vacía. Es una declaración de amor y dignidad divina hacia todos aquellos que le siguen con sinceridad.
¡Jesús no hace acepción de personas! Su amor es tan grande que nos eleva al lugar más íntimo de relación con Él, si tan solo le creemos y le obedecemos.
Como dice Romanos 5:8:
“Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.” Antes de que te acercaras, Él ya te había amado, Él ya había entregado su vida por ti, Él ya había preparado el camino para que entraras en su casa como parte de su familia.
No necesitas intermediarios. No necesitas rituales humanos. Solo necesitas rendir tu corazón a Cristo y vivir conforme a Su voluntad. Él te llama, te espera y te recibe como uno de los suyos.
¿Quieres ser parte de la familia de Jesús? Cree en Él. Obedece su Palabra. Vive para Dios. Y entonces, con gozo eterno, podrás escucharle decir: “He aquí mi hermano, mi hermana y mi madre.”
Espero que este estudio sobre los hermanos de Jesús en la Biblia te haya sido de bendición. Jesucristo te bendiga.