Estudio bíblico de 1 Corintios 15:24-28
Versículo de 1 Corintios 15:24
Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia. Porque preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies. Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte.
Porque todas las cosas las sujetó debajo de sus pies. Y cuando dice que todas las cosas han sido sujetadas a él, claramente se exceptúa aquel que sujetó a él todas las cosas. Pero luego que todas las cosas le estén sujetas, entonces también el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos. (1. Corintios 15:24-28).
1 Corintios 15:24-28 Explicación: un pasaje profundamente revelador que ha generado preguntas y debates entre muchos lectores de la Biblia. ¿Qué significa que el Hijo se sujetará al que le sujetó todas las cosas? ¿Está Pablo enseñando una distinción eterna entre dos personas divinas, o está revelando algo más profundo sobre el plan de Dios y la manifestación de su gloria?
En este estudio bíblico, exploraremos cómo la unicidad de Dios se refleja en esta porción de las Escrituras, y cómo Jesucristo, como el Varón Perfecto, cumple el propósito eterno del Padre al vencer a todos los enemigos, incluyendo la muerte. Comprender este pasaje desde una perspectiva bíblica y espiritual no solo aclarará doctrinas fundamentales, sino que también fortalecerá tu fe en la soberanía y el propósito redentor de Dios manifestado en Cristo Jesús.
Comentario bíblico de 1 Corintios 15:24-28 – Explicación
El Padre, que es Dios mismo, se manifestó en carne como el Hijo
Para comprender correctamente 1 Corintios 15:24-28, es imprescindible partir del fundamento doctrinal revelado en la Escritura: el misterio de la piedad, es decir, la manifestación de Dios en carne (1 Timoteo 3:16). Este pasaje no puede ser interpretado aisladamente, sin antes entender que Jesús no es una segunda persona divina, sino Dios mismo hecho hombre.
Desde la eternidad, Dios diseñó un plan redentor que implicaba manifestarse en forma humana para salvar a la humanidad. Por eso, cuando leemos que el Hijo entregará el Reino al Padre, no estamos ante dos personas divinas distintas, sino ante una distinción funcional entre la Deidad eterna (el Padre) y su manifestación visible en el tiempo (el Hijo).
La Biblia lo declara claramente: Jesús es Emanuel, Dios con nosotros (Mateo 1:23); Él es Dios viniendo a salvarnos (Isaías 35:4), no como un ángel o semidiós, sino como un verdadero hombre (Colosenses 2:9), en quien habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad.
La encarnación no fue simbólica
La encarnación de Dios no fue simbólica, fue real. El Padre usó un cuerpo humano como «templo» para habitar entre los hombres (Juan 2:19-21). Por eso, Jesús pudo decir con plena autoridad: “El Padre está en mí, y yo en el Padre” (Juan 10:38). No hay separación entre ambos, pues la humanidad y la divinidad se unieron perfecta e indisolublemente en Cristo. El hombre Jesús no es otro ser al lado de Dios, sino la manifestación visible del Dios invisible (Colosenses 1:15).
Con este entendimiento, podemos abordar 1 Corintios 15:24-28 no como un conflicto entre dos personas divinas, sino como la culminación del plan eterno de Dios obrando en y por medio del Hijo. El «Hijo» no es una entidad separada, sino la expresión temporal de Dios en su obra redentora, cuya función llegará a su plenitud cuando todo haya sido restaurado y sometido a la voluntad divina, para que Dios sea todo en todos (1 Corintios 15:28).
“Luego el fin, cuando entregue el Reino al Dios y Padre” (1 Corintios 15:24) – Explicación
Para interpretar correctamente esta porción de la Escritura, es indispensable mantener el texto dentro de su contexto. Una regla fundamental de la hermenéutica bíblica es identificar el tema central del pasaje, evitando interpretaciones que lo desconecten de su propósito original.
El tema principal de 1 Corintios 15 es la resurrección de Cristo como fundamento de nuestra esperanza cristiana. Pablo expone que Jesucristo, el varón perfecto y sin pecado, ha resucitado gloriosamente, y que por medio de esa victoria sobre la muerte, asegura la resurrección y glorificación de todos los que creen en Él. Este triunfo revela que el poder de la muerte ha sido vencido, y que el Reino de Dios avanza hacia su consumación final.
Pablo afirma que Cristo debe reinar hasta que todos sus enemigos sean puestos bajo sus pies. Esto no significa que el Hijo sea un ser subordinado eterno a otro Dios, sino que está cumpliendo una función específica como el Hombre glorificado, el instrumento mediante el cual Dios lleva a cabo su plan redentor.
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Entregando el Reino
“Luego el fin, cuando entregue el Reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia.” (v. 24)
Este versículo describe la consumación del propósito eterno de Dios, cuando Cristo, en su papel de Hijo o Varón Perfecto, haya derrotado completamente todo poder contrario al Reino de Dios. Entonces vendrá el fin del mundo actual y se establecerá el Reino eterno donde habitarán los redimidos.
“Porque preciso es que Él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies.” (v. 25)
Jesús, como la manifestación visible de Dios, está ejecutando el plan de redención desde su exaltación. Por eso Hebreos 1:1-2 declara que en estos postreros días, Dios nos ha hablado por el Hijo, y por medio de su obra en la cruz sigue ofreciendo salvación a todos los que creen.
El Reino que Cristo está edificando no es diferente al Reino del Padre, sino que es la expresión visible y progresiva del gobierno de Dios manifestado en el Hijo. Una vez culminada su misión, el Reino será entregado al Padre, es decir, la obra será completada y plenamente restaurada a su estado original según el propósito divino.
El último enemigo: la muerte
“Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte.” (v. 26)
La muerte no fue parte del diseño original de Dios para la humanidad. Entró como consecuencia del pecado (Romanos 5:12), y es el mayor enemigo del propósito de vida eterna que Dios tiene para el ser humano. En la culminación del plan divino, la muerte será abolida completamente, y los santos vivirán para siempre en un estado glorificado.
Todo sujeto al Hijo, excepto el que le sujetó todas las cosas
“Porque todas las cosas las sujetó debajo de sus pies. Y cuando dice que todas las cosas han sido sujetadas a Él, claramente se exceptúa Aquel que sujetó a Él todas las cosas.” (v. 27)
Este pasaje reafirma que Dios, en su soberanía, ha sujetado todas las cosas a Cristo, no como a un ser independiente, sino como a su manifestación glorificada. El único no sujeto es Dios mismo, pues Dios no puede estar sujeto a su propia manifestación, así como la divinidad no está sujeta a la humanidad, aunque habite en ella.
El Hijo se sujetará al Padre: una función cumplida
“Pero luego que todas las cosas le estén sujetas, entonces también el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a Él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos.” (v. 28)
La expresión “el Hijo mismo se sujetará” no implica inferioridad eterna, sino que señala el cumplimiento final de su rol como Redentor y Mediador. La manifestación del Hijo, como función temporal, llegará a su plenitud, y entonces Dios será todo en todos, es decir, su gloria llenará completamente a los redimidos y todo será restaurado conforme a su voluntad.
Esto no significa que el cuerpo glorificado de Cristo desaparecerá, sino que seguirá siendo el medio por el cual Dios se relacionará visiblemente con su pueblo, como lo revela Apocalipsis 21:22-23. Cristo, el templo visible del Dios invisible, continuará siendo la imagen eterna del Dios que nadie ha visto jamás.
Un solo trono, un solo Dios
Apocalipsis 22:3-4 dice que en la Nueva Jerusalén habrá un solo trono, y en él se sentarán Dios y el Cordero, no como dos seres separados, sino como una única manifestación divina. El texto afirma que “verán su rostro” y “su nombre estará en sus frentes”, no en plural, sino en singular. Esto revela que el Cordero es la manifestación visible del Dios eterno. El trono no lo ocupan “ellos”, sino Él.
Jesús dijo: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14:9), porque el Padre mora en Él (Juan 14:10). El Hijo puede ser visto, pero el Padre invisible se manifiesta en Él. Por tanto, la gloria del único Dios será revelada eternamente en la faz de Jesucristo (2 Corintios 4:6).
Esta poderosa porción de la Escritura nos enseña que la obra redentora de Dios tiene un propósito glorioso y eterno: que toda oposición sea derrotada, que el Reino sea plenamente restaurado, y que Dios, manifestado en Cristo, sea todo en todos. ¡Gloria al Nombre de Jesús, el único trono, el único rostro, el único Dios!
Conclusión: El propósito eterno de Dios en 1 Corintios 15:24-28
El pasaje de 1 Corintios 15:24-28 nos revela con claridad el propósito eterno de Dios: someter todas las cosas bajo su autoridad y restaurar por completo su Reino, mediante la obra redentora de Jesucristo. En este proceso, Cristo, el Varón Perfecto, juega un papel esencial, pues es por medio de Él que Dios derrota a todos sus enemigos, incluyendo la muerte, el postrer enemigo que será destruido.
Cuando todo haya sido sometido, y el Hijo se sujete al que le sujetó todas las cosas, no se trata de una disminución de su gloria, sino del cumplimiento total de su misión como manifestación de Dios en carne. Esto dará paso a una realidad gloriosa: “Dios será todo en todos”. No se trata de una rendición entre dos divinidades, sino de la plena manifestación de la unidad de Dios, cuya gloria será visible en Cristo, el templo eterno del Dios invisible.
Este pasaje exalta no solo la victoria de Cristo, sino también la indivisibilidad de Dios. Jesús es el Padre manifestado en carne, y su obra culminará en un Reino eterno donde la vida, la justicia y la gloria de Dios prevalecerán para siempre. Allí, los redimidos contemplarán su rostro, y llevarán en sus frentes su nombre, porque Él será su Dios, y ellos serán su pueblo (Apocalipsis 22:4).
Esta verdad no solo afirma nuestra fe, sino que nos llena de esperanza y confianza. Vivimos con la certeza de que la muerte no tiene la última palabra, y que en Cristo, la victoria es segura. ¡Bendito sea el nombre de Jesús, el único trono, el único rostro, el único Dios, en quien se cumple todo el propósito divino!