La santidad conviene a tu casa (Estudio bíblico)

Enseñanza bíblica sobre vivir en santidad (Para prédicas de santidad)

La santidad no es una opción secundaria en la vida cristiana, sino un llamado fundamental que Dios hace a su pueblo. En el Salmo 93:5 leemos: “Tus testimonios son muy firmes; la santidad conviene a tu casa, oh Jehová, por los siglos y para siempre”. Este versículo nos recuerda que Dios ha establecido un estándar firme e inmutable para quienes habitan en su presencia: la santidad.

En este estudio bíblico reflexionaremos sobre qué significa vivir en santidad, por qué es indispensable para todo creyente, y cómo podemos reflejar esa santidad tanto en nuestro interior como en nuestra conducta externa. Esta enseñanza es especialmente útil para quienes predican o enseñan sobre la vida cristiana, ya que proporciona fundamentos sólidos sobre la santidad como una marca distintiva del pueblo de Dios.

Estudio bíblico de reflexión: La santidad conviene a tu casa

El texto de Salmo 93:5 afirma una verdad profunda: “Tus testimonios son muy firmes; la santidad conviene a tu casa, oh Jehová, por los siglos y para siempre”. Esta declaración no solo exalta la fidelidad de la Palabra de Dios, sino que también establece que la santidad es el ambiente natural y adecuado en la presencia de Dios.

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La santidad es uno de los atributos esenciales del carácter divino. En el contexto bíblico, hablar de santidad respecto a Dios es referirse a Su absoluta perfección, pureza moral y separación total del pecado. Dios es santo en sí mismo y por sí mismo, sin ninguna necesidad de ser santificado por otro. Sin embargo, en las Escrituras, el término «santo» también se aplica a personas y objetos que han sido apartados y dedicados exclusivamente al servicio de Dios.

¿Qué significa “santidad”?

La palabra “santidad” encierra dos conceptos principales: separación y dedicación.

  • Separación, porque Dios llama a su pueblo a apartarse del pecado, de las prácticas impías y de toda contaminación del mundo.
  • Dedicación, porque no basta con evitar el mal, sino que debemos consagrar activamente nuestras vidas a obedecer, servir y honrar al Señor.

Dios es santo y quiere un pueblo santo

Desde el Antiguo Testamento, vemos cómo Dios requería santidad en todo lo que le pertenecía: los objetos del tabernáculo, los sacerdotes, los días sagrados, y especialmente el pueblo de Israel. Mediante ritos y leyes, Dios enseñaba a su pueblo el valor de la santidad. Pero estos rituales no eran un fin en sí mismos, sino símbolos de una separación espiritual y moral que reflejara el carácter santo de Dios (Levítico 19:2).

En el Nuevo Testamento, esta santidad se alcanza no por medio de ritos, sino por medio de la Palabra de Dios, la Sangre de Cristo y el Espíritu Santo. Aquellos que creen, obedecen y nacen de nuevo son apartados del mundo y declarados santos por Dios. Esta santidad no es solo posicional, sino también progresiva: es un llamado a caminar cada día en obediencia y pureza.

Así, cuando el salmista dice que “la santidad conviene a tu casa”, nos habla directamente a nosotros, el nuevo pueblo de Dios, que hemos sido llamados a habitar en su presencia por medio de Jesucristo. Vivir en santidad no es una exigencia impuesta, sino un privilegio y una respuesta de amor al Dios que nos salvó y santificó.

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La Santidad es esencial para la Salvación

La afirmación de Salmo 93:5, no es simbólica ni opcional: es una verdad divina y eterna. Dios no comparte su morada con el pecado, ni su presencia con la impureza. La santidad es una condición indispensable para ver a Dios, para morar con Él y participar de su gloria.

El autor de Hebreos declara sin ambigüedad:

“Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (Hebreos 12:14).

Y Jesús dijo en Juan 3:3-5 que es necesario nacer de nuevo para entrar en el Reino de Dios. Esto implica más que un cambio superficial: significa recibir una nueva vida, separada del pecado y consagrada a Dios. Vivir en santidad y obediencia no es una sugerencia, es parte integral del plan de salvación. No hay verdadera salvación sin santidad de vida, porque no se puede estar en comunión con un Dios santo sin haber sido apartado del pecado y transformado por su poder.

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La separación del pecado es necesaria

¿Es necesaria la separación del mundo y del pecado? Absolutamente sí. El pecado rompe la comunión entre el hombre y Dios, y mientras el pecado no sea dejado atrás, esa relación no puede ser restaurada. Por eso Dios llama a su pueblo a una vida distinta, separada del sistema de este mundo:

“Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor; y no toquéis lo inmundo, y yo os recibiré” (2 Corintios 6:17).
“Pues no nos ha llamado Dios a inmundicia, sino a santificación” (1 Tesalonicenses 4:7).

Separarnos cada día del pecado, renunciar a los deseos carnales y consagrarnos al Señor produce como resultado la santificación. La obediencia a la Palabra de Dios transforma nuestro carácter y nos conduce a una vida que agrada al Señor:

“Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna” (Romanos 6:22).
“Pues la voluntad de Dios es vuestra santificación” (1 Tesalonicenses 4:3).

Esta separación no es aislamiento físico, sino una decisión diaria de vivir conforme a los valores del Reino de Dios, resistiendo las influencias del mundo.

Buscar la santificación

Dios no solo nos manda a ser santos, sino que nos capacita para serlo. Nos ha dado su Espíritu Santo, quien mora en nosotros, y su Palabra, que es verdad. En esta dispensación de gracia, Dios ha escrito sus leyes en nuestros corazones (Jeremías 31:33), y ha puesto en nosotros el deseo de obedecerle.

Una persona que está llena del Espíritu Santo y que se deja guiar por Él, va siendo transformada progresivamente, perfeccionando su santidad día tras día. El Espíritu no solo nos convence de pecado, sino que también nos instruye, fortalece y testifica que estamos agradando a Dios:

“Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas” (Juan 14:26).

La santidad es enseñada por la Palabra de Dios y también por los ministros que Él ha levantado en la iglesia para la edificación del cuerpo de Cristo:

“Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio” (Efesios 4:11-12).

Vivir en santidad y obediencia

Para vivir en santidad y obediencia, debemos abrazar principios claros y bíblicos. Aquí algunos fundamentales:

Principios bíblicos para vivir en santidad y obediencia

1. No os conforméis a este siglo

(Romanos 12:2)
No debemos adoptar la forma de pensar ni los patrones del mundo. Nuestra vida no debe ser un reflejo de la cultura secular, sino un reflejo del carácter de Cristo. No se trata de ver cuán cerca podemos estar del mundo sin pecar, sino cuán cerca podemos estar de Dios para vivir seguros y firmes en la salvación.

“Y no os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”.

2. Absteneos de toda especie de mal

(1 Tesalonicenses 5:22)
Esto implica apartarse incluso de lo que aparenta ser malo, de todo lo que tenga apariencia de impureza, mundanalidad o confusión. Dios no quiere un pueblo tibio ni ambiguo, sino celoso de buenas obras, firme en lo bueno y apartado de toda maldad:

“Los que amáis a Jehová, aborreced el mal” (Salmo 97:10).
“El temor de Jehová es aborrecer el mal; la soberbia y la arrogancia, el mal camino, y la boca perversa, aborrezco” (Proverbios 8:13).

Dios odia el pecado, y nosotros también debemos odiarlo, aunque siempre debemos amar al pecador, y tratarlo con gracia y verdad, conforme a la Palabra de Dios.

Vivir en santidad es una señal de que realmente hemos nacido de nuevo. No es una imposición legalista, sino una evidencia de que el Espíritu Santo está obrando en nuestro interior. Sin santidad, no veremos al Señor, y sin obediencia, no podemos agradarle.

La santidad no es el resultado de un esfuerzo humano aislado, sino de una entrega continua a Dios, de una vida guiada por su Espíritu, instruida por su Palabra y motivada por amor.

Lo que Necesitamos para Vivir en Santidad

Necesitamos entender ciertas verdades para vivir en santidad

Para alcanzar la victoria sobre el pecado y vivir una vida consagrada a Dios, no basta con buenas intenciones o esfuerzo humano. Se requiere una comprensión profunda de ciertas verdades espirituales que la Biblia revela. Estas verdades nos muestran no solo la naturaleza del pecado, sino también el poder que Dios nos ha dado para vivir en santidad.

1. Reconocer la Ley del Pecado

El apóstol Pablo nos enseña en Romanos 7:20 que hay una ley operando en nuestros miembros: la ley del pecado, también llamada la naturaleza pecaminosa, el viejo hombre, o la carne. Pablo dice que esta ley es más poderosa que la ley de Moisés y que incluso más fuerte que nuestra propia mente o deseos morales.

Esta naturaleza caída no puede ser vencida por el esfuerzo humano, ni por el simple conocimiento de la ley. Sin embargo, en Romanos 8:2, Pablo presenta una solución gloriosa:

«Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte.»

La Ley del Espíritu, es decir, el poder del Espíritu Santo que habita en el creyente, es superior a la ley del pecado. Solo cuando una persona recibe el Espíritu Santo, recibe también una nueva naturaleza —una que ama la justicia, desea agradar a Dios y tiene sus leyes grabadas en el corazón (cf. Jeremías 31:33). Esta nueva vida es lo que hace posible vivir en santidad.

2. Todo aquel que es nacido de Dios no practica el pecado

En 1 Juan 3:9, la Escritura declara:

«Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado…»

Esto no significa que el creyente nunca tropiece, sino que no vive en un patrón habitual de pecado. Su deseo profundo ha cambiado. El verdadero hijo de Dios ya no encuentra placer en lo que desagrada al Señor. La regeneración trae un cambio radical de naturaleza y de hábitos:

  • Ya no quiere pecar,
  • Ya no disfruta del pecado,
  • Ya no justifica el pecado.

Hay una diferencia clara entre pecar ocasionalmente y vivir practicando el pecado como estilo de vida.

3. Todo aquel que ha nacido de nuevo ha muerto al pecado

En Romanos 6:1–6, el apóstol explica que cuando alguien se arrepiente y es unido a Cristo, su «viejo hombre» es crucificado. Esto implica muerte al poder del pecado que antes lo dominaba. Pablo escribe:

«…para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado.»

Como resultado:

  • El creyente muere al pecado,
  • Es liberado del poder del pecado,
  • Y está llamado a vivir para Dios.

Pablo continúa con una exhortación clave en Romanos 6:12–13:

«No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal… sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia.»

Es decir, no debemos permitir que el pecado tenga el control sobre nuestras decisiones, deseos o acciones.

4. Vivir en santidad es parte de nuestra adoración a Dios

En Romanos 12:1–2, se nos llama a ofrecer nuestro cuerpo en sacrificio vivo, santo y agradable a Dios, como culto racional. Esto significa que:

  • Vivir en santidad no es una opción adicional en la vida cristiana.
  • Es parte integral de cómo adoramos y honramos al Señor.

Vivir en santidad es rendirle a Dios una vida que le glorifique, una vida separada del pecado y del sistema del mundo, y dedicada a hacer Su voluntad.

En resumen, para vivir en santidad necesitamos comprender que:

  • El pecado tiene poder, pero el Espíritu Santo tiene más poder.
  • Hemos recibido una nueva naturaleza que no desea pecar.
  • Hemos muerto al pecado y estamos llamados a vivir como vivos para Dios.
  • Y vivir así, es una forma de adoración que agrada profundamente al Señor.

La Santidad en su correcta perspectiva 

Vivir en santidad no significa estar esclavizados a reglas externas o atrapados en un sistema legalista. La verdadera santidad no es una lista de prohibiciones, sino un estilo de vida nacido del amor, la gratitud y la fe en Dios. No se trata solamente de dejar de hacer lo malo, sino de tener un corazón dispuesto, vigilante y obediente para hacer todo aquello que agrada al Señor. Lo que declara el salmista en Salmo 93:5, es lo que armoniza con Su presencia.

Propósito de Vivir en Santidad

1. Agradar a Aquel que nos compró a precio de sangre y mora en nosotros.

Nuestra santidad es una expresión de gratitud hacia Cristo, quien pagó el precio más alto por nosotros en la cruz. “Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1 Corintios 6:19-20).

2. Reflejar la imagen de Cristo para que otros sean atraídos a Él.

Así como la luz no puede esconderse debajo de una mesa, la santidad visible en el creyente testifica del Dios que mora en él. El salmista dice: “Bienaventurados los perfectos de camino, los que andan en la ley de Jehová” (Salmo 119:1). Nuestra manera de vivir debe provocar sed en los que no conocen a Dios.

Santidad Para Agradar a Dios con lo que Hacemos

Para vivir en santidad no basta con buenas intenciones. Necesitamos fe. “Pero sin fe es imposible agradar a Dios” (Hebreos 11:6). Desde el inicio hasta el final, toda relación con Dios está basada en la fe: por fe nos acercamos a Él, por fe somos salvos y por fe perseveramos.

Santiago nos recuerda que la fe verdadera produce obras visibles: “Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma… muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras” (Santiago 2:17-18).

La santidad, entonces, no es una carga, sino el fruto de una fe viva, obediente y agradecida. Es la manifestación externa de lo que Dios está operando internamente. Es vivir una vida separada para Dios porque creemos en Él y queremos agradarlo.

Jesús lo resumió perfectamente: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15). La obediencia es la evidencia más pura de amor.

Las Actitudes: Fundamento de una Vida Santa

La santidad no comienza con la vestimenta ni con las acciones externas, sino con el corazón. Un corazón transformado es la raíz de una vida santa. David oró: Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí” (Salmo 51:10).

Esto nos enseña que la verdadera santidad es primero interna y luego externa. Una actitud correcta hacia Dios, Su Palabra y Su voluntad es el fundamento sobre el cual se edifica una vida de santidad.

El apóstol Pedro también nos llama a esta integridad interior y exterior: “Sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir” (1 Pedro 1:15-16). Esto incluye la mente, los pensamientos, las emociones, el comportamiento, las palabras y la apariencia.

Podemos decir que:

  • La santidad interna se manifiesta en el corazón, los pensamientos y las actitudes.
  • La santidad externa se refleja en la conducta, el comportamiento y la apariencia del creyente.

Una Verdadera Santidad

No hay santidad real en una vida que está llena de resentimiento, celos, envidia o soberbia.
El carácter interno inevitablemente se manifestará en la forma de hablar, de actuar y hasta en la forma de vestir.

Jesús dijo: “Del corazón salen los malos pensamientos…” (Mateo 15:19). Por tanto, si el corazón está contaminado, la vida también lo estará. Por eso, la verdadera santidad nace de una obra del Espíritu en lo más profundo del ser. No es algo que simplemente se enseña desde afuera, sino que debe ser abrazado con un corazón sincero.

Examinarnos con honestidad ante Dios es vital. Si descubrimos que hay una actitud equivocada en nosotros —orgullo, enojo, apatía espiritual— entonces debemos correr a Dios para pedirle restauración.

Si hay un deseo sincero de agradar al Señor, el resto será solo cuestión de dejar que el Espíritu Santo nos guíe. Así seremos verdaderamente hacedores de la Palabra, discípulos genuinos del Maestro que nos amó primero.

La santidad en toda nuestra manera de vivir

Santidad externa

La santidad externa es una manifestación visible de la presencia de Dios en nuestras vidas. No es un conjunto vacío de normas exteriores, sino el fruto de un corazón transformado que desea reflejar el carácter santo de Aquel que habita en nosotros. Es una proyección de nuestro crecimiento en el conocimiento y la gracia del Señor.

Santidad en la lengua

La santidad también debe reflejarse en nuestra forma de hablar. Jesús dijo: «De la abundancia del corazón habla la boca» (Mateo 12:34). Lo que decimos revela lo que hay en lo más profundo de nuestro ser. Una lengua santificada es señal de un corazón limpio.

Lo que no debemos hablar:

  1. Jurar – (Mateo 5:34; Santiago 5:12)
  2. Chismear – (Proverbios 16:28; 26:20; Tito 3:2; Santiago 4:11)
  3. Sembrar discordias – (Proverbios 6:16-19)
  4. Malas conversaciones – (Colosenses 3:8; Efesios 4:29)
  5. Maldiciones o palabras hirientes – (Romanos 12:14; Efesios 4:31)

Lo que debemos hablar:

  1. Palabras firmes y veraces“Sí, sí; no, no” (Mateo 5:36-37)
  2. Restaurar al caído con mansedumbre – (Gálatas 6:1)
  3. Dar gracias a Dios en todo – (Efesios 5:19-20)
  4. Hablar para edificar al oyente – (Efesios 4:29)
  5. Bendecir incluso a los que nos maldicen – (Romanos 12:14; Mateo 5:44)

Santidad en los ojos

Los ojos son la ventana del alma y la lámpara del cuerpo (Mateo 6:22-23). Lo que vemos afecta profundamente nuestro pensamiento, y lo que pensamos, determina lo que somos (Proverbios 23:7). La mayoría de nuestras tentaciones entran por los ojos, como fue el caso de Eva, David y Acán.

El que guarda sus ojos, guarda su corazón, y por ende, su comunión con Dios. Isaías 33:15-17 promete que aquellos que cierran sus ojos a lo malo verán al Rey en su hermosura.

Disciplina visual: literatura, cine y televisión

Aunque no siempre podemos controlar todo lo que vemos, sí podemos y debemos ejercer dominio sobre los tres medios principales de influencia visual: la literatura impresa, el cine y la televisión.

1. Literatura

Leer es una práctica edificante si se escoge bien. Pero no toda lectura edifica. Algunas novelas o revistas promueven la inmoralidad, el morbo, el lenguaje vulgar y la banalidad. Estas cosas contaminan el alma y desvían el corazón de Dios.

«Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios» (Mateo 5:8)

Una señal de nuevo nacimiento es el rechazo voluntario de toda lectura que alimente la carne (Hechos 19:19). Antes de leer, debemos preguntarnos: ¿Esta lectura me acerca más a Dios? ¿Qué pensamientos me provoca?

2. Televisión y cine

El cine y la televisión han sido herramientas eficaces del enemigo para promover el pecado. Sus contenidos mayoritarios se centran en sexo, violencia, brujería, materialismo y relativismo moral. Son responsables de formar una cultura que excusa el pecado como algo “normal”.

¿Cómo afectan al cristiano?

  • Desensibilizan el alma ante el pecado.
  • Alimentan la carne y debilitan el espíritu.
  • Roban el tiempo que debe ser redimido (Efesios 5:16; Colosenses 4:5).
  • Transforman el pecado en entretenimiento.
  • Forman mentalidades permisivas que terminan practicando lo que primero resistían.

3. Internet y redes sociales

Hoy más que nunca, la santidad en la era digital es vital. La facilidad con la que accedemos a contenido nocivo hace necesario un compromiso firme de santificar nuestra vista. Todo lo que consumimos debe pasar por el filtro de: «¿Esto glorifica a Dios?»

“Todo me es lícito, pero no todo conviene” (1 Corintios 10:23)

Vivir en santidad externa no es legalismo, sino amor en acción. Es permitir que la transformación interna se exprese visiblemente. Nuestro hablar, mirar, vestirnos, conducirnos y hasta lo que consumimos en los medios debe testificar que somos un pueblo apartado para Dios.

Santidad en nuestra manera de vestir

Nuestra apariencia externa no es la base de nuestra santidad, pero sí constituye un reflejo importante de la obra de Dios en nuestro interior. Nuestra forma de vestir, peinarnos y adornarnos debe estar en armonía con los principios de modestia, pureza y reverencia a Dios. La santidad externa comunica quién gobierna nuestro corazón.

El Vestido Refleja la Moral y el Buen Juicio

En 1 Timoteo 2:9-10, el apóstol Pablo exhorta: “Asimismo que las mujeres se atavíen de ropa decorosa, con pudor y modestia…”. El pudor representa la decencia y la castidad —valores que lamentablemente se han perdido en la sociedad actual—. Implica una vergüenza natural ante la idea de exhibir el cuerpo, una conciencia moral que guía a cubrirse con recato.

El consejo bíblico es claro: el cuerpo debe ser cubierto con ropa que no incentive miradas lascivas ni provoque tropiezo. La ropa indecorosa revela muchas veces un espíritu sensual que busca atención indebida, deshonrando el diseño de Dios para la mujer. Jesús dijo: “¡Ay de aquel por quien viene el tropiezo!” (Mateo 18:7), una advertencia que aplica tanto a hombres como a mujeres.

Vestirse con pudor implica evaluar cuidadosamente el tipo de ropa: escotes, largos, aberturas, transparencias y ajustes al cuerpo deben examinarse con seriedad. La modestia es señal de sabiduría, discreción y humildad. El exceso, el lujo y la vanidad en el vestir no glorifican a Dios ni edifican la iglesia, y pueden distraernos de las verdaderas prioridades del Reino.

Vestir con Santidad: Dios Ha Establecido Distinción entre los Sexos

Dios creó al hombre y a la mujer con diferencias biológicas, emocionales y espirituales. Deuteronomio 22:5 establece una distinción clara en el vestuario: “No vestirá la mujer traje de hombre, ni el hombre vestirá ropa de mujer…”. Este mandato, parte de la ley moral de Dios, sigue vigente porque refleja el orden divino y la identidad sexual creada por Él.

El movimiento unisex ha borrado muchas de estas diferencias, fomentando confusión y rebelión contra el diseño divino. Culturalmente, el pantalón ha sido reconocido como prenda masculina, mientras que la falda o vestido ha sido distintiva de la mujer. Ignorar esta distinción es socavar un principio espiritual de autoridad y roles complementarios.

El auge del pantalón en la mujer se dio tras la Segunda Guerra Mundial, cuando muchas asumieron roles laborales fuera del hogar. Esta transición dio lugar al movimiento de “liberación femenina”, que en muchos casos ha promovido actitudes de rebelión al plan de Dios para la mujer. Más allá del contexto histórico, el problema con esta prenda radica en que muchas veces acentúa la figura femenina de forma provocativa, generando tropiezo en otros y deshonrando el cuerpo que debe ser templo del Espíritu Santo.

El Peinado Sencillo: Gloria, No Vanagloria

La Biblia nos instruye a no llevar peinados ostentosos (1 Timoteo 2:9; 1 Pedro 3:3). La mujer cristiana debe peinarse con sobriedad, pues su cabello le ha sido dado por Dios como señal de honra (1 Corintios 11:15). Es su gloria, y debe conservarlo largo como un símbolo de su sujeción a Dios y a su esposo.

Un cabello bien cuidado, largo y recogido refleja gracia y obediencia. Por el contrario, cortarlo o peinarlo de forma extravagante puede comunicar vanidad, rebeldía o deseo de llamar la atención. El peinado, como todo aspecto externo, debe reflejar un corazón sencillo y lleno de temor de Dios.

Los Adornos y Joyas

El uso de joyas (oro, perlas, etc.) no se alinea con el llamado a la humildad y la sobriedad cristiana. Las Escrituras advierten contra la vanidad de los adornos (Isaías 3:16-26) y promueven un espíritu contrito antes que la apariencia exterior. En Génesis 35:2-4, Jacob pidió a su familia que se deshiciera de los ídolos y los aretes al consagrarse a Dios. El apóstol Pedro también instruyó que el adorno de la mujer sea “el interno, el del corazón” (1 Pedro 3:3-4).

El oro y la plata, aunque materiales nobles, deben usarse con propósito santo —como fue el caso del tabernáculo— y no para alimentar el orgullo personal.

El Maquillaje: Una Forma de Seducción que No Conviene

Históricamente, el maquillaje ha estado relacionado con prácticas de seducción y prostitución. Jezabel usó pintura para intentar seducir al profeta Eliseo (2 Reyes 9:30), mientras que el sabio Salomón advirtió: “No codicies su hermosura… ni te prenda con sus ojos” (Proverbios 6:25). La Escritura también muestra que cuando el pueblo de Dios se prostituyó espiritualmente, se describe como una mujer que se pintó para atraer a sus amantes (Ezequiel 23:40-42).

Aunque hoy el maquillaje es socialmente aceptado, eso no cambia su simbolismo espiritual ni su impacto. La mujer cristiana debe cultivar una belleza que proviene de un corazón limpio, no de un rostro pintado para agradar al mundo. Esther, por ejemplo, halló gracia sin maquillaje porque obedeció el proceso de purificación interna (Ester 2:13-15).

El Tinte del Cabello: ¿Engaño o Transparencia?

Aunque la Biblia no menciona directamente el tinte de cabello, podemos discernir su conveniencia a la luz de principios bíblicos. Teñirse para ocultar las canas puede ser una forma de negarse a aceptar el diseño natural de Dios, lo que puede reflejar insatisfacción o vanidad. Levítico 19:32 llama “honra” a las canas. Teñirlas, entonces, podría interpretarse como una falsedad: algo que parece, pero no es —una forma de engaño.

Además, teñirse el cabello puede generar tropiezo en jóvenes en la iglesia que luego quieran pintárselo de colores llamativos, imitando lo que ven. Si no hay una base bíblica clara que respalde el teñido discreto, ¿cómo reprender el teñido extravagante?

El Atavío Interno: Nuestra Verdadera Hermosura

La Biblia exhorta a la mujer a ataviar su interior: su corazón y espíritu. “Vestíos, pues, como escogidos de Dios… y sobre todas estas cosas, vestíos de amor” (Colosenses 3:12,14). Esta es la vestimenta que glorifica a Dios.

El gozo, la paz, la humildad y la gratitud son los adornos que verdaderamente hermosean el rostro. “El corazón alegre hermosea el rostro” (Proverbios 15:13). Esa es la belleza genuina —no la artificial, superficial y vana—. “Engañosa es la gracia y vana la hermosura; la mujer que teme a Jehová, ésa será alabada” (Proverbios 31:30).

Cristo viene por una Iglesia gloriosa, sin mancha ni arruga, santa y sin rebelión (Efesios 5:27). Una Iglesia que ha sido vestida por Él, lavada por su Palabra y adornada con Su gracia.

Recuerda siempre: “…La santidad conviene a tu casa, oh Jehová…” (Salmo 93:5)

Conclusión: La Santidad Conviene a Su Casa

La santidad no es una opción para el pueblo de Dios, es una demanda de Su naturaleza misma. Él es santo, y desea que aquellos que moran en Su casa también reflejen ese carácter. Como declara el salmista: “La santidad conviene a tu casa, oh Jehová, por los siglos y para siempre (Salmo 93:5). Esta verdad nos recuerda que cada aspecto de nuestra vida —nuestro corazón, nuestras palabras, nuestras acciones y hasta nuestra apariencia— debe estar en armonía con Su santidad.

Ser santos no significa simplemente evitar el pecado, sino vivir separados para Dios, con una mente renovada, un espíritu sumiso y un cuerpo consagrado. La verdadera santidad comienza en el interior, pero inevitablemente se manifiesta en el exterior. No podemos proclamar una transformación si nuestra conducta, nuestro vestir o nuestro hablar contradicen lo que decimos creer.

En un mundo que desprecia los valores divinos, el creyente debe ser un reflejo viviente del carácter de Cristo. Esto requiere rendición diaria, dependencia del Espíritu Santo y amor por la Palabra. La santidad es belleza ante los ojos de Dios, es adoración práctica, y es el vestido de la esposa que se prepara para encontrarse con su Señor.

Vivamos, pues, con temor reverente, sabiendo que nuestra vida es templo del Espíritu, y que todo lo que somos y hacemos debe glorificar a Aquel que nos llamó de las tinieblas a Su luz admirable. ¡La santidad conviene a tu casa, oh Jehová!

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