Bautismo en el nombre de Jesucristo (Citas bíblicas, Textos bíblicos)
El bautismo en el nombre de Jesús no es un simple detalle ritual, sino una verdad central en la vida cristiana. A lo largo de la historia, este tema ha generado debates, interpretaciones y hasta divisiones, porque toca directamente la esencia de la salvación y la obediencia al mandamiento de Cristo. Para muchos, el bautismo es únicamente un acto simbólico, pero la Biblia revela que al invocar el nombre de Jesús en las aguas, el creyente está declarando públicamente su fe en el único Salvador, recibiendo perdón de pecados y entrando en una nueva vida espiritual.
Este asunto no debe abordarse con ligereza, pues obedecer la forma bíblica del bautismo es reconocer la plenitud de la revelación de Dios en Jesucristo. En las siguientes secciones estudiaremos por qué la Escritura insiste en bautizar “en el nombre de Jesús”, qué significa Mateo 28:19, y cómo los apóstoles entendieron y practicaron este mandamiento en el libro de los Hechos.
¿Por qué el bautismo en el nombre de Jesús y no invocando literalmente la frase “en el nombre del Padre del Hijo y del Espíritu Santo”?
El tema del bautismo en el nombre de Jesús es de gran importancia doctrinal. En la actualidad, muchas personas han caído en la confusión: se aferran más a repetir una fórmula que a obedecer lo que Jesús realmente mandó. El resultado es que, en vez de invocar el único nombre dado a los hombres para salvación (Hechos 4:12), terminan invocando títulos que no son nombres propios.
El creyente debe entender que Padre, Hijo y Espíritu Santo no son nombres, sino títulos o manifestaciones del único Dios verdadero. El nombre que resume y revela la plenitud de Dios es Jesús, porque en Él habita toda la plenitud de la Deidad corporalmente (Colosenses 2:9). Por eso, los apóstoles siempre bautizaron invocando el nombre de Jesús, tal como lo vemos en el libro de los Hechos.
Evidencia bíblica: El bautismo en el nombre de Jesús
Cuando examinamos los pasajes relacionados con el bautismo, encontramos una claridad sorprendente: siempre aparece el nombre de Jesús como la invocación central. No se trata de una tradición de la iglesia primitiva, sino de la práctica establecida por mandato divino.
Entre los textos más importantes se encuentran:
- Hechos 2:38 – Pedro manda a arrepentirse y bautizarse en el nombre de Jesucristo para perdón de pecados.
- Hechos 10:48 – Pedro ordena bautizar a los gentiles en el nombre del Señor Jesús.
- Hechos 22:16 – Pablo recibe la instrucción de lavarse de sus pecados, invocando el nombre del Señor.
- Hechos 8:16 – Los samaritanos habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús.
A esto se suman textos que destacan la autoridad del nombre de Jesús en la salvación (Juan 1:12; Juan 20:31; Mateo 1:21; Lucas 24:47; Filipenses 2:9-11). Todos apuntan a una misma verdad: el bautismo debe hacerse en el nombre de Jesús, porque ese es el nombre que salva.
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Mateo 28:19 y su verdadero significado
Una de las objeciones más comunes surge al citar Mateo 28:19: “Bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”. Sin embargo, es necesario observar dos puntos clave:
- Jesús no dijo “en los nombres”, sino en un solo nombre.
- Padre, Hijo y Espíritu Santo son títulos que describen roles de Dios, pero no constituyen un nombre propio.
Por lo tanto, para entender a qué nombre se refiere este pasaje, debemos compararlo con los textos paralelos de la Gran Comisión (Marcos 16:15-17; Lucas 24:47). En ellos queda claro que el nombre a invocar es el de Jesús, pues en su nombre se predica el arrepentimiento, se echan fuera demonios, y se recibe perdón de pecados.
El nombre de Jesucristo en la gran comisión
El bautismo en el nombre de Jesús como centro de la Gran Comisión
El bautismo en el nombre de Jesús no es un detalle secundario dentro de la fe cristiana, sino el cumplimiento directo de la Gran Comisión que Cristo entregó a sus discípulos. Cuando Jesús resucitado los reunió y les dio el mandato de predicar el evangelio a todas las naciones, no lo hizo en términos vagos ni ambiguos, sino que señaló con claridad el poder y la autoridad que residían en su propio nombre.
En Marcos 16:14-17, vemos que Jesús reprendió la incredulidad de sus discípulos, pero luego les encomendó una misión clara: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo… Y estas señales seguirán a los que creen: en mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas…”. Aquí notamos que la fe, la salvación, las señales y la autoridad espiritual están ligadas a un solo nombre: el nombre de Jesús.
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El testimonio de Lucas: el arrepentimiento y el perdón en su nombre
En Lucas 24:44-48, el Señor abre el entendimiento de los discípulos para que comprendan las Escrituras y les explica que todo lo escrito sobre Él debía cumplirse. Finalmente, declara que “se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén”.
Aquí el énfasis es claro: no se trata de predicar en nombres múltiples ni en títulos impersonales, sino en un nombre específico: Jesús. Es en ese nombre donde hay perdón de pecados, y es bajo ese nombre que el mensaje debe comenzar a expandirse desde Jerusalén. No es casualidad que en el día de Pentecostés, Pedro predicara precisamente que el bautismo debía hacerse “en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados” (Hechos 2:38).
El testimonio de Mateo: el nombre revelado
El evangelio de Mateo también nos da una visión profunda de la Gran Comisión. En Mateo 28:17-20, los discípulos adoran a Jesús, quien afirma: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra”. Este detalle es crucial, porque la potestad de la salvación y del perdón está asociada al nombre sobre todo nombre (Filipenses 2:9-11).
Cuando Jesús manda: “Id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”, notamos que habla en singular: en el nombre, no en los nombres. Padre, Hijo y Espíritu Santo no son nombres propios, sino títulos que describen diferentes manifestaciones del único Dios verdadero.
El texto no está dejando abierta la puerta a una fórmula trinitaria, sino que está señalando hacia un nombre que abarca esos títulos: Jesús.
- Jesús es el Padre manifestado en carne (Juan 14:9; Isaías 9:6).
- Jesús es el Hijo encarnado (Mateo 1:21; Juan 3:16).
- Jesús es quien envía el Espíritu Santo (Juan 14:26; 2 Corintios 3:17).
Por tanto, el bautismo en el nombre de Jesús no contradice a Mateo 28:19, sino que lo cumple y le da su verdadera interpretación.
El nombre de Jesús: cumplimiento de toda autoridad espiritual
La Escritura confirma una y otra vez que todas las cosas deben hacerse en el nombre de Jesús:
- “Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús” (Colosenses 3:17).
- “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12).
De manera que cuando Jesús comisiona a sus discípulos, no los está enviando a repetir títulos, sino a invocar el único nombre que trae salvación.
La Gran Comisión y el bautismo en el nombre de Jesús
En conclusión, la Gran Comisión no deja margen de duda:
- En Marcos, las señales son en su nombre.
- En Lucas, el perdón de pecados es en su nombre.
- En Mateo, el bautismo es en un solo nombre, revelado en Jesucristo.
La iglesia apostólica lo entendió así y lo practicó sin excepción: todos los bautismos en el libro de los Hechos fueron en el nombre de Jesús. Esto no fue una interpretación arbitraria de los apóstoles, sino la aplicación fiel de las palabras del Señor resucitado.
Por eso, el bautismo en el nombre de Jesús es la obediencia plena al mandato del evangelio, la proclamación de la fe en el único Salvador y la manifestación de que hemos entendido correctamente la Gran Comisión.
La revelación del Nombre del Padre en el bautismo en el nombre de Jesús
El significado del título “Padre”
En la Escritura, el Único Dios verdadero es llamado Padre porque:
- Es el Origen y Creador de todas las cosas (Isaías 64:8; Apocalipsis 4:11).
- Es el Sustentador y Cuidador de su pueblo (1 Crónicas 29:10; Isaías 63:16; Santiago 1:17).
- Es quien adopta como hijos a los que nacen de nuevo (Gálatas 4:6; Hebreos 12:9).
Por lo tanto, Padre no es un nombre propio, sino un rol o título que describe la relación de Dios con la humanidad y con su pueblo redimido. Si Jesús mandó bautizar en el nombre del Padre, es necesario descubrir cuál es ese nombre revelado.
Jehová (YHWH): la revelación en el Antiguo Pacto
Al pensar en el nombre de Dios, muchos inmediatamente recuerdan la palabra Jehová. Sin embargo, este término es una latinización del tetragrámaton hebreo (YHWH), cuyo significado es: “Yo soy el que soy” (Éxodo 3:14).
La pronunciación exacta se ha perdido con el tiempo y aún es debatida: algunos sugieren Yavé, otros Yehvé, otros Yehwéh. Lo importante no es la fonética, sino la revelación detrás del nombre: el Dios eterno, autoexistente y fiel, que se da a conocer a su pueblo como el Yo Soy.
En Éxodo 6:2-3, Dios declara a Moisés: “Yo soy Jehová… en mi nombre Jehová no me di a conocer a Abraham, Isaac y Jacob”. Es decir, el nombre YHWH fue revelado de manera especial en el contexto del éxodo, como garantía de liberación y de pacto.
El encuentro de Moisés con el “Yo Soy”
En Éxodo 3, Moisés experimenta una manifestación única en la zarza ardiente. Allí Dios se le revela como el Dios de sus padres (Abraham, Isaac y Jacob) y al mismo tiempo como el Yo Soy el que soy. Ese nombre debía ser recordado por todas las generaciones: “Este es mi nombre para siempre” (Éxodo 3:15).
La revelación de YHWH marcó un antes y un después: ya no era solo el Dios omnipotente, sino el Dios que desciende, escucha, se compadece y libra a su pueblo.
Jesús: el cumplimiento de la revelación del Padre
Aunque YHWH fue el nombre del pacto en el Antiguo Testamento, el cumplimiento pleno de la revelación divina llega con Jesús en el Nuevo Pacto.
- El nombre Jesús (Yeshua en hebreo) significa literalmente: “YHWH es salvación” o “Jehová salva”.
- De este modo, todo lo que YHWH representaba en el Antiguo Testamento —liberación, provisión, fidelidad y redención— encuentra su expresión suprema en Cristo.
Jesús no solo lleva el nombre del Padre, sino que es la manifestación visible del Dios invisible (Juan 14:9; Colosenses 1:15). En Él, el Yo Soy se encarna para traer salvación:
- “Antes que Abraham fuese, yo soy” (Juan 8:58).
- “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14:9).
Por tanto, cuando Jesús ordena bautizar en el nombre del Padre, está señalando hacia sí mismo, porque Jesús es el nombre del Padre revelado en la gracia.
Jesús, plenitud de todos los símbolos del Antiguo Pacto
La revelación no solo está en el nombre, sino en la forma en que Cristo cumple todas las sombras y figuras de la Ley:
- Los sacrificios apuntaban a su sacrificio perfecto en la cruz.
- El incienso representaba las oraciones, que ahora elevamos en su nombre.
- El Shabbat señalaba el reposo, que ahora disfrutamos en Cristo Jesús.
Todo lo que estaba en Moisés fue consumado en Jesús, porque en Él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad (Colosenses 2:9).
El nombre del Padre revelado en Jesús
En síntesis, el título Padre apunta al Dios eterno que se reveló en el Antiguo Testamento como YHWH, pero en el Nuevo Testamento ese nombre alcanza su plenitud en Jesús, quien significa “Jehová Salvador”.
De este modo:
- El Padre es revelado en el Hijo.
- El nombre de YHWH se hace cercano en Jesús.
- El bautismo en el nombre del Padre encuentra su cumplimiento cuando se bautiza en el nombre de Jesús.
Así, la revelación del nombre del Padre no está en repetir un título, sino en reconocer que Jesús es el nombre que el Padre ha dado para salvación, redención y vida eterna.
Dios prometió revelar su nombre
El bautismo en el nombre de Jesús: cumplimiento de la promesa
Dios reveló su nombre a Moisés como YHWH, pero anunció que en un tiempo futuro lo daría a conocer con mayor claridad y plenitud. Esa promesa aparece en Isaías:
“Por tanto, mi pueblo sabrá mi nombre por esta causa en aquel día; porque yo mismo que hablo, he aquí estaré presente…” (Isaías 52:6, RV1865).
Aquí se anuncian dos verdades fundamentales:
- El pueblo conocería su nombre plenamente en un futuro, cuando llegaran las buenas nuevas del evangelio.
- Jehová mismo estaría presente en medio de su pueblo para traer salvación.
Esto apunta directamente a Jesús: el Dios eterno manifestado en carne, trayendo consolación, redención y salvación (Isaías 52:7-10).
Jehová mismo es el Salvador
Isaías reafirma esta verdad con claridad:
“Vosotros sois mis testigos, dice Jehová… para que me conozcáis, y creáis, y entendáis, que yo mismo soy; antes de mí no fue formado Dios, ni lo será después de mí. Yo, yo Jehová; y fuera de mí no hay quien salve” (Isaías 43:10-11).
El profeta no deja lugar a dudas:
- Antes de Jehová no existió otro Dios.
- Después de Él no habrá otro.
- Sólo Jehová salva.
Por lo tanto, si Jesús salva, es porque Jesús es Jehová hecho carne. De lo contrario, no podría ser el único Salvador.
Jesús vino en el nombre del Padre
El mismo Jesús lo declaró:
“Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibís; si otro viniere en su propio nombre, a aquel recibiréis” (Juan 5:43).
Esto significa que el nombre del Padre fue revelado en el Hijo. Jesús porta el nombre del Padre porque Él es la manifestación del Dios invisible (Juan 14:9).
El escritor de Hebreos confirma esto al decir que el Hijo heredó el nombre del Padre:
“…hecho tanto superior a los ángeles, cuanto heredó más excelente nombre que ellos” (Hebreos 1:4).
¿De quién heredó Jesús ese nombre? Del Padre mismo. Por lo tanto, el nombre del Padre es Jesús.
El único nombre dado para salvación
Con razón la iglesia apostólica predicó y bautizó en un solo nombre:
- “En ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12).
- “A todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12).
- “Estas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo… y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (Juan 20:31).
- “Por la fe en su nombre… la fe que es por Él ha dado a éste completa sanidad” (Hechos 3:16).
- “De éste dan testimonio todos los profetas, que todos los que en Él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre” (Hechos 10:43).
- “…que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones” (Lucas 24:47).
Todos estos pasajes convergen en una verdad gloriosa: el nombre que salva, que sana, que perdona y que nos hace hijos de Dios es JESÚS.
La revelación final del Nombre
En el Antiguo Testamento, Dios prometió que su pueblo conocería su nombre cuando Él mismo descendiera a traer salvación. Esa promesa se cumplió en Cristo.
- Jehová prometió estar presente → Jesús es Emanuel, “Dios con nosotros” (Mateo 1:23).
- Jehová prometió revelar su nombre → Jesús vino en el nombre del Padre.
- Jehová declaró ser el único Salvador → Jesús es el único nombre dado a los hombres para salvación.
Por eso, el bautismo apostólico en el nombre de Jesús no es una fórmula humana, sino la obediencia a la revelación máxima del Nombre divino.
El nombre que debe ser invocado en el bautismo es Jesús
Textos bíblicos del bautismo en el nombre de Jesucristo (Invocando el nombre de Jesús)
Una de las verdades más claras de las Escrituras es que el bautismo debe realizarse invocando el Nombre de Jesús. Este no es un detalle secundario ni una mera formalidad litúrgica: es la manera en que Dios mismo dispuso que el hombre reciba perdón de pecados y sea identificado con la obra redentora de Cristo.
El apóstol Pablo, narrando su propia conversión, recibió esta orden contundente:
Hechos 22:16: «Ahora, pues, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre.»
El texto es sumamente revelador, porque muestra que el lavamiento de los pecados está ligado al acto de invocar el Nombre de Jesús en el bautismo. No se trata solo de sumergirse en agua, sino de hacerlo con la proclamación del único Nombre que trae salvación.
1. El único Nombre dado para salvación
Pedro lo declaró con claridad ante el concilio judío:
Hechos 4:11-12: «Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo. Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.»
Aquí no se habla de “títulos” (Padre, Hijo, Espíritu Santo), sino de un Nombre específico: Jesús. Si en ningún otro hay salvación, tampoco en otro nombre se puede llevar a cabo el bautismo.
2. La aparente contradicción con Mateo 28:19
Algunos citan las palabras de Jesús:
Mateo 28:19: «Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.»
Pero notemos que el versículo habla de un solo “nombre”, no de tres nombres diferentes. El Padre no es un nombre propio, sino un título. Lo mismo ocurre con Hijo y Espíritu Santo. ¿Cuál es entonces el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo? La respuesta está en la revelación bíblica: Jesús es el Nombre en el que habita toda la plenitud de Dios (Colosenses 2:9).
Los apóstoles entendieron correctamente la instrucción del Señor y en ninguna ocasión bautizaron usando títulos, sino siempre invocando el Nombre de Jesús. Esto demuestra que Mateo 28:19 y Hechos se complementan, no se contradicen.
3. El bautismo apostólico: siempre en el Nombre de Jesús
La práctica de la iglesia primitiva lo confirma:
- Hechos 10:45-48
Los gentiles fueron bautizados en el Nombre del Señor Jesús, después de recibir el Espíritu Santo. - Hechos 2:36-38
Pedro predicó en Pentecostés: «Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo.»
Aquí se establece la fórmula apostólica de manera directa: arrepentimiento + bautismo en el Nombre de Jesús = perdón de pecados y promesa del Espíritu Santo.
- Lucas 24:46-48
Jesús mismo había profetizado: «…que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén.» Y precisamente en Jerusalén, en Hechos 2, Pedro inauguró esta predicación con el bautismo en el Nombre de Jesús.
4. La fe en su Nombre
El bautismo en el Nombre de Jesús no es un ritual vacío, sino un acto de fe en la persona y la obra redentora de Cristo. Así lo testifica Pedro al explicar un milagro:
Hechos 3:16: «Y por la fe en su nombre, a éste… le ha confirmado su nombre; y la fe que es por Él ha dado a éste esta completa sanidad en presencia de todos vosotros.»
Si por la fe en el Nombre de Jesús hay sanidad y perdón, ¿cómo no habría de ser esencial invocar ese mismo Nombre en el bautismo, donde se da el perdón de pecados y la regeneración espiritual?
El testimonio de las Escrituras es unánime.
- Jesús es el único Nombre dado para salvación.
- Los apóstoles bautizaron siempre en el Nombre de Jesús.
- Mateo 28:19 apunta a ese único Nombre que engloba al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Por lo tanto, el bautismo verdadero y bíblico es en el Nombre de Jesucristo, porque es allí donde se aplica la sangre del Cordero y el pecador es hecho hijo de Dios.
El bautismo en el nombre de Jesús – Conclusión
En definitiva, el bautismo en el nombre de Jesucristo no es una opción secundaria ni una práctica denominacional, sino el modelo apostólico y bíblico para todo aquel que desea ser salvo. Al ser bautizados en el Nombre de Jesús, proclamamos que reconocemos en Él la manifestación plena del Dios eterno, que descendió a salvarnos y reveló su Nombre para traer perdón y vida eterna.
El mandato de Mateo 28:19 no contradice esta verdad, sino que la confirma: el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo se concentra en una sola revelación gloriosa: Jesús. Los apóstoles lo entendieron, y bajo la guía del Espíritu Santo bautizaron siempre en ese Nombre, obedeciendo así la Gran Comisión de su Maestro.
Bautizarse en el Nombre de Jesús no es repetir una fórmula, sino entrar en un pacto eterno con el Dios que se hizo hombre, murió en la cruz, resucitó con poder y ahora ofrece salvación a todo aquel que cree. Es declarar que Jesús es nuestro Señor, nuestro Salvador y nuestro Dios.
Por eso, el llamado hoy sigue vigente: invocar el Nombre de Jesús en las aguas bautismales para recibir perdón de pecados y el don del Espíritu Santo. No hay otro Nombre en el cual podamos ser salvos (Hechos 4:12).
Cuando decimos “Padre”, hablamos de su relación; cuando decimos “Hijo”, de su manifestación; cuando decimos “Espíritu Santo”, de su obra en nosotros; pero cuando decimos JESÚS, pronunciamos el Nombre que está sobre todo nombre, el Nombre del Dios único y verdadero.
Que cada corazón que lea estas palabras entienda y abrace esta verdad apostólica: Jesús es el Nombre que salva, el Nombre que perdona, y el Nombre que debe ser invocado en el bautismo.