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La Sangre y el nombre de Jesucristo (Por: Eliseo Duarte)

Por Eliseo Duarte (Prédica Escrita)

La sangre y el nombre de Jesucristo: El poder completo de la redención

A lo largo de toda la Biblia, dos elementos se levantan como columnas centrales en la obra de la salvación: la sangre de Jesucristo y su Nombre glorioso. Ambos no se contraponen, sino que se complementan; revelan dos dimensiones fundamentales de la misma salvación: lo que Cristo hizo y quién es Cristo.

La sangre habla de su sacrificio, su entrega, su muerte en la cruz. El Nombre habla de su identidad, su autoridad, y su poder para perdonar, transformar y adoptar.

Cuando la iglesia pierde de vista cualquiera de estas dos verdades, pierde profundidad, claridad y eficacia espiritual. Por eso es necesario volver al fundamento apostólico, donde la sangre y el Nombre de Jesucristo no eran conceptos aislados, sino partes inseparables del mensaje del evangelio.

1. La sangre de Cristo: El precio máximo de nuestra redención

La Biblia enseña que la sangre derramada en el Calvario no fue simbólica, ni simplemente un acto heroico, sino el pago real por la redención humana. De principio a fin, el Nuevo Testamento exalta su valor incomparable.

1.1. La sangre que redime

“En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia” (Efesios 1:7).

La palabra redención nos habla de un rescate. En la antigüedad, redimir significaba pagar un precio para liberar a un esclavo, cancelar una deuda que uno mismo no podía pagar. En nuestro caso, la esclavitud era espiritual, la deuda era eterna, y el precio fue la sangre del Cordero perfecto.

La redención no es un concepto emocional: es un acto legal, espiritual y salvador. La sangre de Cristo pagó el precio que jamás podríamos haber saldado.

1.2. La sangre que justifica

Romanos 3:24-26 explica que somos “justificados gratuitamente… mediante la redención que es en Cristo Jesús”, y que el Padre lo puso como propiciación “por medio de la fe en su sangre”.

La justificación es un veredicto divino: de culpable a inocente, no por méritos propios, sino por la obra del Calvario. La sangre establece una justicia perfecta, no nuestra, sino la de Cristo imputada a nosotros.

1.3. La sangre que santifica

Hebreos 13:11-12 declara que Jesús padeció “para santificar al pueblo mediante su propia sangre”.
La santificación no es solo conducta externa: es la separación espiritual del pecado y la consagración total a Dios.

La sangre de Cristo no solo nos perdona: nos aparta, nos purifica, nos consagra para una vida distinta.

1.4. La sangre que lava

Apocalipsis 1:5-6 afirma que Cristo “nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes”. Aquí aparece un concepto clave: la limpieza.

La sangre limpia la conciencia, renueva el corazón y quita la mancha interior del pecado. Pero —y este es un punto esencial— la Biblia nunca dice que la sangre perdona, sino que limpia. Esto es vital para entender la doctrina apostólica.

(Puedes también visitar la sección de Estudios bíblicos)

2. La sangre limpia… pero no es la que perdona

Esta afirmación sorprende a muchos, pero es totalmente bíblica y necesaria para entender la diferencia entre:

  • Limpieza (obra en la conciencia aquí y ahora)
  • Perdón (obra en el tribunal divino)

Muchos argumentan: “Ya estoy limpio por la sangre, ya no necesito bautizarme”. Pero eso confunde dos realidades:

  • La limpieza es interior.
  • El perdón es judicial.

La Biblia enseña que cuando una persona ejerce fe en Cristo, Dios purifica su corazón (Hechos 15:7-9). Esto puede ocurrir incluso antes del bautismo, como pasó en la casa de Cornelio. Recibieron el Espíritu Santo porque creyeron, y Dios limpió su conciencia.

Pero esa limpieza no exime del bautismo. Pedro, después de ver el Espíritu descender, los mandó a bautizarse en el nombre del Señor Jesús. ¿Por qué? Porque la limpieza no es el perdón. El perdón ocurre cuando el Nombre de Jesús es invocado sobre la persona en el bautismo.

Esta es la diferencia doctrinal clave: La sangre limpia; el Nombre perdona.

2.1. La sangre es parte de Cristo; el Nombre lo representa todo

La sangre es un componente del cuerpo físico de Jesús. Pero su Nombre no es una parte de Él: es la expresión total de su identidad divina.

Cuando se pronuncia el Nombre de Jesús:

  • El cielo responde
  • La autoridad divina se activa
  • El perdón es impartido

El bautismo en su Nombre no es un ritual: es un acto legal donde la culpa es removida del expediente del pecador.

3. El Nombre de Jesucristo: autoridad que perdona y adopta

Dios no dejó el Nombre de Jesús como un adorno espiritual, sino como el instrumento designado para impartir el perdón y para adoptar al creyente en la familia divina.

3.1. El Nombre para el perdón de pecados

Desde el anuncio del nacimiento, el propósito del Nombre fue claro: “Llamarás su nombre JESÚS, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mateo 1:21). No solo salva “por medio de su obra”, sino por medio de su Nombre.

Toda la predicación apostólica confirma esta verdad:

  • “Que se predicase en su Nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados” (Lucas 24:47).
  • “Arrepentíos, y bautícese cada uno… en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados” (Hechos 2:38).
  • “Los que creyeren en Él recibirán perdón de pecados por su nombre” (Hechos 10:43).
  • “Lava tus pecados, invocando su nombre” (Hechos 22:16).
  • “Vuestros pecados os han sido perdonados por su nombre” (1 Juan 2:12).

Los apóstoles nunca separaron perdón y bautismo. Ambos son parte del mismo acto espiritual donde el Nombre es invocado sobre la persona, y la culpa es remitida.

3.2. ¿Qué significa “remisión”?

Muchas versiones traducen Hechos 2:38 como “para remisión de pecados”. Remitir significa enviar o trasladar.

Jesús mismo lo enseñó: “A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos” (Juan 20:23). Pablo añade un detalle revelador en 1 Timoteo 5:24:

  • Hay pecados que se manifiestan antes del juicio
  • Otros después

Cuando una persona es bautizada en el Nombre, sus pecados son remitidos al juicio del Calvario, no al juicio final. Por eso, en el trono blanco, quienes fueron bautizados no enfrentarán su prontuario. La sangre limpia aquí. El Nombre perdona allá.

4. El juicio final y la necesidad del Nombre

Apocalipsis 20:12-15 describe el día en que los muertos serán juzgados “según lo que está escrito en los libros”. Cada pecador tiene un “libro” con su historial. Quien no fue bautizado en el Nombre sigue teniendo su registro intacto. Cuando llegue el día final, ese libro será abierto.

Pero quien fue bautizado en el nombre de Jesucristo tiene su libro remitido, su culpa cancelada, y su nombre escrito en el Libro de la Vida.

Por eso, ni la limpieza por la sangre ni la experiencia del Espíritu sustituyen el bautismo en el Nombre. Sin el Nombre, la culpa permanece, no hay adopción. Sin el Nombre, no hay herencia celestial.

5. El Nombre para recibir la adopción: entrar a la familia de Dios

Muchos creen que ser buenos, congregarse o recibir bendiciones los convierte en hijos de Dios. Pero bíblicamente, lo que hace hijo es el Nombre.

5.1. La adopción es recibir el Nombre del Padre

Si alguien adopta un niño y lo alimenta, lo viste y lo educa, aún no es su hijo legal. Solo lo es cuando se le entrega el nombre de la familia. Así funciona en el reino espiritual.

Juan lo expresa claramente: “A los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12). Pablo escribe:

“Predestinados para ser adoptados hijos por Jesucristo” (Efesios 1:5).
De quien toma nombre toda familia…” (Efesios 3:14-15).

No dice “de quienes”, sino de quien, porque el Padre y Jesucristo no son dos nombres separados.
Jesucristo es el Nombre del Padre revelado, del Hijo manifestado, y del Espíritu Santo derramado.

5.2. ¿Cómo pretender ser hijo sin llevar el Nombre del Padre?

Ningún hijo auténtico nace sin recibir el apellido de su familia. Pero millones desean ser “hijos de Dios” sin llevar el Nombre del Padre espiritual.

Rehusar el Nombre y querer pertenecer a la familia divina es una contradicción. El bautismo en el nombre de Jesús no es una opción teológica, sino el acto por el cual Dios:

  • Te perdona
  • Te adopta
  • Te introduce en su familia
  • Te da identidad espiritual

Sin el Nombre, no hay adopción, no hay filiación. Sin el Nombre, no hay herencia.

Conclusión: La sangre y el Nombre —dos verdades inseparables

La sangre de Cristo es la obra; el Nombre de Cristo es la autoridad. La sangre limpia la conciencia; el Nombre perdona la culpa. Y la sangre redime, justifica, santifica y lava; el Nombre adopta, transforma y sella la identidad del creyente.

Ambos son indispensables. Separarlos es deformar el evangelio; unirlos es predicarlo en su plenitud apostólica. Por eso la iglesia debe seguir proclamando con claridad, certeza y osadía:

  • La sangre de Jesucristo es el precio de nuestra redención.
  • El Nombre de Jesucristo es el medio divino para el perdón y la adopción.
  • El bautismo en su Nombre es necesario para toda persona que desea pertenecer a la familia de Dios.

Solo así predicamos el evangelio completo, el evangelio apostólico, el evangelio del poder de la sangre y el poder del Nombre de Jesucristo, que es sobre todo nombre.

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