Reflexión: Abogado Tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo
«Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo« (1 Juan 2:1).
Esta poderosa declaración del apóstol Juan no solo ofrece consuelo a los creyentes, sino que también revela una verdad profunda sobre la naturaleza de Dios y su obra redentora. Desde la perspectiva de la doctrina de la unicidad de Dios, esta frase cobra un significado especial que debemos explorar con cuidado, reverencia y amor por la verdad.
Explicación 1 Juan 2:1 «…Abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo»
1. El Significado de «Abogado Tenemos para con el Padre»
En el texto original griego, la palabra traducida como «abogado» es paráklētos, término que también se traduce como consolador o intercesor. En el contexto legal, se refiere a un defensor que representa al acusado ante un juez. En la esfera espiritual, esta palabra describe el papel de Jesucristo como quien intercede por nosotros delante de Dios.
Pero esta intercesión no debe ser entendida como la acción de una persona divina intercediendo ante otra, como si fueran dos partes distintas de una deidad dividida. En la doctrina de la unicidad de Dios, entendemos que Jesucristo no es una segunda persona de una trinidad, sino Dios mismo manifestado en carne (1 Timoteo 3:16). Por lo tanto, su papel como abogado no es una función delegada entre «personas» divinas, sino una extensión de su amor y gracia en su manifestación redentora.
2. Un Solo Dios, Una Sola Manifestación Redentora
La unicidad enseña que hay un solo Dios (Deuteronomio 6:4), indivisible, eterno e invisible, quien en la plenitud del tiempo se manifestó en carne como Jesucristo (Juan 1:1,14). Isaías 9:6 profetizó que el Mesías sería llamado «Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz». Por lo tanto, Jesucristo no es un ser separado del Padre, sino la expresión visible del Dios invisible.
Cuando Juan dice que tenemos un abogado «para con el Padre», no se está refiriendo a una segunda persona dirigiéndose a la primera, sino al Dios eterno en su manifestación humana, cumpliendo un rol temporal dentro del plan redentor. Jesucristo, como hombre perfecto, representa a la humanidad; como Dios, provee la expiación.
3. Jesucristo: El Mediador Único entre Dios y los Hombres
1 Timoteo 2:5 afirma: «Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre». Este pasaje es clave para comprender el papel de Cristo. No dice que el mediador sea una segunda persona divina, sino que el mediador es «Jesucristo hombre». Es en su humanidad donde actúa como intercesor; pero su naturaleza divina garantiza la eficacia de su mediación.
La doctrina de la unicidad explica que Jesucristo, como Hijo, no es eterno como una persona distinta, sino una manifestación temporal de Dios con un propósito específico: redimir al hombre. Como tal, el Hijo actúa como mediador, abogado e intercesor, no porque sea un ser distinto del Padre, sino porque es Dios mismo actuando en una función salvadora.
4. La Intercesión de Cristo en el Cielo: Una Funcionalidad Redentora, No una Separación Divina
Algunos imaginan la intercesión de Cristo como un escenario donde Jesús habla en defensa nuestra ante un Dios Padre airado. Esta imagen, aunque común, distorsiona la realidad de la unicidad de Dios. No hay una conversación entre dos seres divinos. Hay un solo Dios que, en su manifestación humana, llevó nuestros pecados, murió por nosotros y ahora, glorificado, presenta su sacrificio eterno como base para nuestra redención.
En Hebreos 9:24 leemos: «Porque no entró Cristo en el santuario hecho de mano… sino en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios». Este acto no es una función de subordinación entre dos personas divinas, sino la presentación del sacrificio perfecto por parte del mismo Dios, quien se dio a sí mismo en rescate por muchos (Hechos 20:28).
5. La Humanidad Glorificada de Cristo como Canal de Intercesión
Es esencial reconocer que la intercesión de Cristo se realiza desde su humanidad glorificada. Esto es coherente con la afirmación de que el mediador es «Jesucristo hombre». Esa humanidad exaltada es el puente entre Dios y los hombres. Pero esa humanidad no es independiente de la Deidad, sino la forma en que el Dios invisible decidió acercarse a nosotros.
La intercesión de Cristo no es eterna en el sentido de una actividad sin fin, sino que tiene un propósito dentro del plan de salvación: asegurar el perdón de nuestros pecados y nuestra restauración continua mientras estemos en este cuerpo mortal.
6. El Consolador: Otro Aspecto de la Misma Presencia
Jesús prometió enviar «otro Consolador» (Juan 14:16), pero luego añadió: «No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros» (v. 18). En el mismo capítulo dice: «El que me ha visto a mí, ha visto al Padre» (v. 9). Estas declaraciones indican que el Consolador, el Espíritu Santo, no es una tercera persona divina, sino el mismo Cristo en otra forma de manifestación.
Esto confirma que la acción redentora e intercesora de Cristo no está limitada a un momento histórico, sino que se perpetúa a través de su Espíritu, quien mora en nosotros y nos recuerda su obra y su palabra.
7. Implicaciones Espirituales y Prácticas de Esta Verdad
Comprender que Jesucristo es nuestro abogado desde la perspectiva de la unicidad de Dios transforma nuestra fe en varios aspectos:
- Seguridad espiritual: No dependemos de una estructura celestial burocrática, sino de un Dios que personalmente tomó nuestro lugar.
- Acceso directo a Dios: No necesitamos otro mediador; tenemos acceso directo al trono de la gracia (Hebreos 4:16).
- Adoración centrada en Cristo: Toda gloria se dirige a Jesús, en quien habita toda la plenitud de la Deidad corporalmente (Colosenses 2:9).
- Revelación de amor perfecto: No hay separación de voluntades entre el Hijo y el Padre. El que nos defiende es el mismo que nos creó y nos redimió.
Conclusión: El Abogado es Nuestro Dios Redentor
Cuando pecamos y buscamos restauración, no nos dirigimos a un segundo Dios que convence al primero de perdonarnos. Nos dirigimos al mismo Dios que, en su amor, tomó carne, murió por nosotros, resucitó y ahora intercede por nosotros desde su trono de gloria.
Jesucristo, el justo, es nuestro abogado. Y ese abogado es el mismo Padre eterno manifestado en carne. Esta verdad no solo es profunda doctrinalmente, sino profundamente consoladora. En lugar de depender de una relación entre personas divinas, dependemos de la fidelidad de uno solo: nuestro Dios, quien es uno, y cuyo nombre es sobre todo nombre.
«Abogado tenemos para con el Padre«: una frase que resume el misterio glorioso de la piedad: Dios fue manifestado en carne, justificado en el Espíritu, visto de los ángeles, predicado a los gentiles, creído en el mundo, recibido arriba en gloria (1 Timoteo 3:16).
A él sea la gloria por los siglos. Amén.