Por: Jason Dull, Cristología: Jesucristo, Completamente Dios, Completamente Hombre
¿SE PUEDE DECIR QUE DIOS MURIÓ EN LA CRUZ?
Hechos 20:28 (NVI) dice: «Tengan cuidado de sí mismos y de todo el rebaño… para pastorear la iglesia de Dios, que Él adquirió con su propia sangre». (La cursiva es mía). El antecedente de «su» es «Dios».
Pablo declaró que Dios derramó su sangre por la iglesia. Tres preguntas surgen de esta Escritura:
1). ¿Cómo se puede decir que Dios tiene sangre?
2). Jesús derramó su sangre al morir en la cruz. ¿Si esta sangre es realmente la sangre de Dios, entonces Dios murió?
3). ¿Si la sangre de Jesús es identificada como la sangre de Dios, entonces la humanidad física de Jesús era la humanidad de Dios? ¿Si lo anterior es verdadero, entonces el cuerpo de Jesús todavía siguió siendo el cuerpo de Dios mientras estuvo en la tumba?
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Sabemos que en realidad fue Jesús quien derramó su sangre en la cruz, por eso llamar a la sangre de Jesús la sangre de Dios, demuestra la deidad de Jesucristo. Sin embargo, las implicaciones de este versículo no se detienen aquí.
Si se puede decir que la sangre humana que fue derramada en el calvario es de Dios, esto indica que incluso se puede decir que la humanidad de Cristo es divina. [1] Cuando entendemos la verdadera naturaleza de la unión hipostática, debemos confesar que la humanidad que Dios asumió en la encarnación ha sido permanentemente incorporada en su existencia eterna como el Espíritu.
La Escritura declara esto cuando dice «el Verbo [Dios] se hizo carne». La humanidad de Jesús no era la esencia del ser de Dios, pero debido a la unión hipostática, la divinidad fue milagrosamente manifestada en todos los aspectos de la humanidad de Jesús.
Es de esta manera que se puede decir que el cuerpo de Jesús es el cuerpo de Dios. Por consiguiente, en ese sentido se puede decir que Dios nació de una virgen, sufrió, murió y resucitó. Esto no quiere decir que la muerte de Jesús fue diferente a la muerte de cualquier otro hombre.
Cuando Jesús murió en la cruz, Él murió como cualquier otro ser humano moriría. Su espíritu humano se separó de su cuerpo (Mateo 27:50; Santiago 2:26)
¿Si la humanidad de Jesús se incorporó permanentemente en la divinidad, convirtiéndose en una parte de la existencia de Dios, entonces cuando el cuerpo de Jesús murió, murió el cuerpo de Dios? Daniel Segraves respondió a esta pregunta diciendo:
«La plenitud de la deidad continuó manifestándose en su ser inmaterial, incluso durante el tiempo de su muerte, y en su resurrección su parte inmaterial y su parte material fueron reunidas de forma permanente». [2] El cuerpo de Jesús aún era el cuerpo de Dios, incluso mientras que estuvo en la
tumba Cuando se da a entender que Dios murió, se debe entender que no se está reclamando que el Espíritu de Dios murió. Un espíritu no puede morir. A lo que se está haciendo referencia es a la existencia de Dios como un ser humano.
Como hombre, Dios puede morir y realmente murió. La manera de disminuir el impacto de esta verdad que es difícil de tragar, podría estar en el uso de la terminología. En todo el Nuevo Testamento, el término «Hijo de Dios» es usado en referencia a la existencia de Dios como un ser humano. Este término se refiere
específicamente a la encarnación de Dios. Fue en este estado que Dios murió. Parece mejor, entonces, decir que el Hijo de Dios murió. Esto es consistente con la terminología del Nuevo Testamento y de ninguna manera se aparta de la verdad de Hechos 20:28. [1] Esto no significa que la humanidad de Jesús sea diferente de alguna manera a la nuestra.
La única forma en que podría decirse que su humanidad es diferente a la nuestra, es que su humanidad sólo existe por su unión con el Espíritu de Dios, mientras que nuestra humanidad existe por la unión de dos padres humanos. La diferencia entre nuestra carne y su carne, es una cuestión de origen y de
subsistencia. El origen y la subsistencia de su carne, parten de la concepción provocada por la concepción milagrosa del Espíritu Santo en el vientre de María, mientras que la nuestra es de la influencia genética de ambos padres, provocada por una concepción natural.[2] Segraves, 7