El apóstol Mateo

¿Quién fue el apóstol San Mateo en la Biblia?

Ni siquiera Jesús ministró en soledad. Desde el principio, el plan de Dios para la humanidad ha sido profundamente relacional, colaborativo y misional. En el Edén, Adán necesitó una compañera: Eva. En su ministerio terrenal, el segundo Adán —Jesús— también eligió rodearse de hombres que compartieran su visión, su carga y su misión. A estos hombres los conocemos como apóstoles. Entre ellos, uno de los más notables y sorprendentes fue el apóstol Mateo.

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Mateo, también llamado Leví, es un testimonio viviente de la transformación radical que produce el encuentro con Cristo. Su historia refleja la gracia inmerecida y el propósito redimido. De ser un recaudador de impuestos al servicio del opresor romano —un oficio que lo hacía despreciable ante los ojos de su propio pueblo— pasó a ser uno de los más fieles testigos del Reino de Dios. Mateo no solo siguió a Jesús: lo dejó todo por Él, documentó cuidadosamente su vida y enseñanzas, y finalmente dio su vida por la causa del Evangelio.

Explorar la vida del apóstol Mateo nos invita a contemplar el poder transformador del llamado de Cristo, la posibilidad de una vida nueva y el valor eterno de seguirle con un corazón íntegro. Acompáñanos en este recorrido por la historia, el trasfondo, la misión y el legado de un hombre que, desde la mesa de los tributos, se convirtió en una voz profética que resonaría hasta los confines del mundo.

 El apóstol Mateo era un recaudador de impuestos 

Aunque los judíos habían regresado a Judea y Jerusalén tras años de exilio, vivían sometidos al dominio del Imperio romano. Los romanos oprimían y explotaban al pueblo, tratando a muchos como siervos sin derechos. En ese contexto, Mateo trabajaba como recaudador de impuestos al servicio de Roma, cobrando tributos a sus propios compatriotas en nombre de los opresores. Para la mayoría, eso lo convertía en un traidor.

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Además, era común que los recaudadores cobraran más de lo estipulado y se quedaran con la diferencia. Por ello, los publicanos —como se les llamaba— eran vistos como avariciosos, corruptos y deshonestos. En la mentalidad judía, eran una categoría aparte entre los pecadores, despreciados tanto por su conducta como por su colaboración con el enemigo.

Sin embargo, un día común de trabajo en su mesa de recaudación se volvió extraordinario. Jesús pasó, lo miró y simplemente le dijo: «Sígueme». Para los religiosos de la época, resultaba escandaloso que alguien tan impuro recibiera una invitación divina, mucho menos una oportunidad de redención.

El apóstol Mateo obedeció al llamado de Jesús

Y aun así, Mateo obedeció. Dejó atrás su posición, su comodidad y su riqueza para abrazar una nueva vida como discípulo de Jesús. Su transformación fue tan evidente que los fariseos no tardaron en criticar a Jesús por sentarse a comer con pecadores como él. Pero el Maestro respondió con una verdad que sigue resonando hasta hoy: «No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento» (Lucas 5:32)

La historia de Mateo nos recuerda que nadie está fuera del alcance de la gracia de Dios. Aun siendo parte del sistema opresor, aun enriqueciéndose a costa del sufrimiento ajeno, Mateo fue alcanzado y transformado por el llamado de Cristo. Su vida testifica que Dios puede redimir incluso a quienes el mundo considera indignos o perdidos.

Porque, en realidad, nadie es digno por sí mismo. Todos necesitamos la gracia y la misericordia de Dios. Y si Él nos salvó a nosotros, puede salvar a cualquiera. Esta verdad nos llena de esperanza, nos impulsa a orar por los demás y a no dejar de creer que el llamado de Cristo puede alcanzar incluso al corazón más endurecido.

El nombre del apóstol Mateo era Leví

La Escritura nos revela que Mateo también era conocido como Leví. El nombre Mateo significa “don de Dios”, mientras que Leví está estrechamente vinculado con la tribu sacerdotal de Israel. De esa tribu provenían Moisés y Aarón, y fue precisamente Aarón quien se convirtió en el primer sumo sacerdote. Todos los sacerdotes del Antiguo Testamento descendían de la tribu de Leví, consagrados para ministrar en el Tabernáculo y, posteriormente, en el Templo.

La Biblia presenta numerosos casos de personajes con nombres duales o cuyos nombres fueron transformados por Dios, señalando un cambio de identidad y propósito. Leví era un nombre común en tiempos de Jesús, y evocaba esa identidad sacerdotal que implicaba servicio exclusivo a Dios. Paradójicamente, este Leví no ministraba en el templo, sino que trabajaba para el Imperio romano como recaudador de impuestos, acumulando riquezas terrenales a costa de su pueblo. En lugar de servir a Dios, servía al opresor. Su nombre, entonces, se vuelve irónico: aquel que debía estar consagrado al servicio divino, estaba al servicio de un sistema corrupto.

De Leví pasó a ser llamado Mateo

Pero todo cambió cuando Jesús lo llamó. A partir de ese momento, comenzó a ser conocido como Mateo —el “don de Dios”—, una identidad que reflejaba tanto la gracia que recibió como la misión que le fue encomendada. Así como los levitas fueron llamados bajo el antiguo pacto a ministrar en el templo, Mateo fue llamado por Cristo a servir en el nuevo pacto, llevando la Buena Nueva del Reino a todos los pueblos.

El cambio de nombre también simboliza una transición espiritual: de la Ley a la gracia. Bajo la Ley, los levitas seguían rituales y observancias externas que, aunque sagradas, no podían transformar el corazón humano. Pero en Cristo, la salvación es un don gratuito, no ganado por obras, sino recibido por fe. Mateo, como “don de Dios”, no solo experimentó esta gracia transformadora, sino que se convirtió en un instrumento para comunicarla al mundo.

Su historia nos recuerda que Dios puede redimir incluso lo que parece perdido y convertir un símbolo de corrupción en un testimonio de gracia. Mateo no solo recibió un nuevo nombre, sino un nuevo propósito: ser testigo del Reino y canal de bendición para las generaciones venideras.

Mateo respondió inmediatamente a Jesús

La respuesta de Mateo al llamado de Jesús fue inmediata. Los Evangelios narran cómo, al oír la simple invitación «Sígueme», él se levantó, dejó su puesto de recaudación de impuestos y siguió a Cristo sin vacilación (Mateo 9:9). Esta prontitud recuerda la escena en la que Jesús llama a los pescadores junto al mar de Galilea, quienes también abandonaron al instante sus redes para seguirle (Mateo 4:18-22). En ambos casos, vemos una disposición radical: cuando Jesús llama, no hay lugar para la demora.

Aunque la Escritura no ofrece detalles extensos sobre las razones de su decisión, el contexto cultural permite algunas reflexiones. En aquel tiempo, el pueblo judío vivía con la esperanza ardiente de la llegada del Mesías, apoyados en las profecías de Daniel y otros textos del Antiguo Testamento. La opresión del Imperio romano sólo intensificaba ese anhelo por un Salvador que trajera justicia y redención.

Aun así, hay una diferencia notable entre los pescadores y Mateo. Si las cosas no resultaban como esperaban, los primeros podían volver a sus redes, a trabajar con sus familias, a sus oficios humildes pero honrados. Mateo, en cambio, ocupaba un cargo privilegiado —aunque despreciado— con el respaldo del poder romano. Era un recaudador de impuestos, alguien con una posición estable y lucrativa. Al dejar su puesto sin aviso, rompía cualquier posibilidad de volver atrás. No había marcha atrás con Roma. Su decisión fue más que arriesgada: fue definitiva.

La renuncia de Mateo, como recaudador de impuesto, fue radical

En ese sentido, la renuncia de Mateo fue aún más radical. Abandonó el confort de la riqueza, la protección del sistema, y la promesa de una vida segura, para seguir a un Maestro que no tenía dónde recostar la cabeza (Mateo 8:20).

Todo apunta a que Mateo ya había oído de Jesús antes de ese momento, quizás lo había escuchado predicar o había sentido en su corazón una inquietud que ninguna moneda podía calmar. Así, cuando Jesús pasó por su camino y lo llamó, no dudó. Su alma respondió a una voz que le ofrecía mucho más que una vida cómoda: le ofrecía propósito eterno.

La historia de Mateo nos enseña que seguir a Jesús implica una entrega total. No se trata de una mejora de vida superficial, sino de una renuncia radical por algo infinitamente más valioso. Mateo comprendió que el verdadero tesoro no estaba en las monedas que acumulaba, sino en el Reino que Jesús anunciaba: un Reino donde el pecador es redimido, donde el excluido es llamado, y donde la gracia transforma lo vil en algo precioso. Él dejó todo para seguir al que todo lo da. Y esa decisión cambió su vida… y la historia del Evangelio.

Mateo ofreció un banquete para Jesús

Después de dejar su puesto como recaudador de impuestos para seguir a Jesús, Mateo no se retiró en silencio a una vida privada de fe. Su siguiente paso fue notable: organizó un gran banquete en su casa (Lucas 5:29).

Como muestra inmediata de gratitud y transformación, Mateo invitó a Jesús como huésped de honor, junto con muchos otros recaudadores de impuestos y pecadores, personas marginadas y despreciadas por la sociedad religiosa de su tiempo.

El gesto de Mateo fue más que hospitalidad. Fue una declaración pública. Al abrir su casa, abrió también su pasado y su entorno. Si Jesús lo había llamado a él, ¿no podría también alcanzar a otros como él?

En lugar de alejarse de su antigua vida, Mateo la redimió. Usó sus recursos, su influencia y su espacio para presentar a Jesús a quienes más lo necesitaban. Su hogar, que antes podía haber sido símbolo de opresión y codicia, se convirtió en un lugar de encuentro con la gracia: un santuario donde los pecadores eran bienvenidos y la redención era posible.

Los fariseos se escandalizaron

Sin embargo, no todos vieron este acto con buenos ojos. Los fariseos, guardianes estrictos de la pureza religiosa, se escandalizaron. Comer con alguien, en la cultura judía, era símbolo de comunión e intimidad. Según su interpretación de la ley, un verdadero justo no debía sentarse a la mesa con pecadores ni gentiles considerados “impuros”. Pero Jesús, en lugar de justificarse, les ofreció una verdad poderosa:

«No son los sanos los que necesitan médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento» (Lucas 5:31-32).

Con esta respuesta, Jesús reveló el corazón de su misión: sanar lo roto, restaurar lo perdido y ofrecer salvación a los que reconocen su necesidad.

Mateo entendió esa verdad desde el primer momento. No solo fue transformado por el llamado de Jesús, sino que se convirtió en un puente entre Cristo y una comunidad despreciada. Su fiesta no fue simplemente una celebración, sino una extensión del Reino de Dios en medio de los marginados.

Como discípulos de Jesús hoy, el ejemplo de Mateo nos desafía. ¿Usamos nuestros recursos, nuestras casas, nuestros círculos de influencia para compartir a Cristo? La fe auténtica no se esconde; se manifiesta en actos visibles de amor, hospitalidad y testimonio.

Así como Mateo convirtió su hogar en un altar de gracia, también nosotros estamos llamados a vivir nuestra fe de forma pública y generosa, invitando a otros a conocer al Cristo vivo, fuente de perdón, propósito y esperanza eterna.

Escribió uno de los relatos del Evangelio

Después de dejarlo todo para seguir a Jesús, Mateo no solo cambió de vida, sino que consagró sus talentos, recursos y conocimientos al servicio del Evangelio. Como exrecaudador de impuestos, estaba acostumbrado a escribir con precisión y a organizar información con claridad. Dios redimió esas habilidades y las utilizó para un propósito eterno: Mateo se convirtió en autor de uno de los cuatro Evangelios que relatan la vida, enseñanzas, muerte y resurrección de Jesucristo.

Su obra, el Evangelio según Mateo, fue escrita principalmente para una audiencia judía. Por eso, su enfoque principal es mostrar que Jesús es el Mesías prometido, cumpliendo fielmente las antiguas profecías del Antiguo Testamento. Más que cualquier otro evangelista, Mateo utiliza la fórmula: «Esto fue para que se cumpliese lo dicho por el profeta…», subrayando que cada etapa de la vida de Jesús fue parte del plan profético de Dios.

Mateo enlaza a Jesús con las promesas del Antiguo Pacto

Desde el primer capítulo, Mateo enlaza a Jesús con las promesas del Antiguo Pacto. Su genealogía traza la línea de Jesús hasta Abraham y David, conectándolo con los pactos fundamentales del pueblo de Israel. Al hacerlo, subraya que Jesús es tanto heredero de la promesa como Rey legítimo del linaje davídico. Mateo también resalta detalles del nacimiento de Jesús —su nacimiento virginal, el lugar profetizado (Belén), y la visita de los sabios— haciendo referencia a Isaías, Miqueas y otros profetas.

Pero no se detiene en los inicios. A lo largo del relato, Mateo muestra cómo Jesús vivió y encarnó el mensaje profético: abrió los ojos de los ciegos, sanó a los cojos, limpió a los leprosos y predicó buenas noticias a los pobres, cumpliendo las palabras de Isaías (Isaías 35:5-6; 61:1). Incluso en la muerte y resurrección de Jesús, Mateo demuestra que nada ocurrió por accidente, sino conforme a las Escrituras. Lo que para muchos era un misterio, Mateo lo revela como el cumplimiento del plan redentor de Dios.

A través de su Evangelio, Mateo nos enseña que Dios es fiel a sus promesas. Lo que Él habló, lo cumplió. Y si cumplió con precisión cada promesa del Antiguo Testamento en la persona de Jesús, también podemos confiar plenamente en sus promesas para nosotros hoy. Las palabras del Nuevo Testamento no son meras esperanzas, sino certezas fundamentadas en un Dios que no cambia y que lleva a cabo todo lo que dice.

Leer el Evangelio de Mateo es contemplar la fidelidad de Dios en acción. Nos invita a confiar, a creer y a recordar que el mismo Dios que cumplió sus promesas ayer, sigue obrando hoy, y cumplirá todo lo que ha dicho sobre el futuro glorioso que espera a su pueblo redimido.

Mateo registró el Sermón del Monte

En el Evangelio de Mateo se encuentra uno de los discursos más extensos, profundos y transformadores de Jesús: el Sermón del Monte (Mateo 5–7). Lejos de ser una colección de dichos sueltos o enseñanzas aisladas, Mateo lo presenta como una unidad coherente, con introducción, desarrollo y conclusión. Es una proclamación integral de la cultura del Reino de Dios: una nueva manera de vivir en la tierra conforme al carácter y los valores del cielo.

Jesús, como Dios encarnado o manifestado en carne, no solo vino a redimir a la humanidad, sino también a revelarle cómo debe vivir quien ha sido reconciliado con Dios. El Sermón del Monte revela ese estilo de vida: piadoso, contracultural, lleno de luz y verdad. Jesús no predicó simplemente normas morales; enseñó una ética del Reino basada en el amor, la humildad y la confianza absoluta en el Padre.

El sermón inicia con las Bienaventuranzas, una serie de bendiciones que redefinen lo que significa ser verdaderamente feliz y aprobado por Dios. Son palabras dirigidas no al fuerte o exitoso según el mundo, sino al pobre en espíritu, al manso, al que llora, al que tiene hambre de justicia, al misericordioso, al limpio de corazón y al pacificador. Jesús declaró que tales personas son bendecidas porque reflejan el carácter de Dios y recibirán recompensa eterna.

Una vida de integridad interior y pureza de corazón

A lo largo del sermón, Jesús confronta la religiosidad superficial, la obediencia basada solo en la ley externa, y llama a una vida de integridad interior y pureza de corazón. Enseñó que no basta con no matar; también hay que reconciliarse. No es suficiente evitar el adulterio; también hay que guardar el corazón. Jesús apuntó al corazón como el centro de la verdadera justicia. Su enseñanza iba más allá del cumplimiento legal: era una invitación a vivir impulsados por el amor de Dios.

En ese contexto, Jesús enseñó a amar a los enemigos, a orar por los que persiguen, y a buscar primero el Reino de Dios confiando en que el Padre celestial proveerá lo necesario. Este mensaje debió resonar profundamente en Mateo, quien antes de seguir a Jesús fue despreciado como recaudador de impuestos. Ahora, transformado por la gracia, entendía que vivir en el Reino significaba actuar como hijos del Padre, reflejando su bondad incluso hacia los injustos.

Mateo recoge fielmente estas enseñanzas, presentando a Jesús no solo como el Mesías, sino como el verdadero Maestro que enseña a su pueblo a vivir el cielo en la tierra. El Sermón del Monte se convierte así en una carta magna del Reino de Dios, un manifiesto que describe cómo debe vivir el pueblo redimido: separado del mundo, lleno de fe, humildad, amor y dependencia del Padre.

A través de estas palabras, Jesús sigue hablando hoy. Como discípulos suyos, el Sermón del Monte no es solo un ideal inalcanzable, sino un llamado real y presente a vivir por fe como ciudadanos del Reino. Nos inspira a caminar como hijos de la luz, confiando en que el Espíritu Santo nos capacita para vivir conforme al corazón de Cristo, aquí y ahora.

Mateo se convirtió en misionero después de la ascensión de Jesús

Después de resucitar, Jesús pasó tiempo con sus discípulos, enseñándoles con mayor profundidad acerca del Reino de Dios. Antes de ascender al cielo, les confió una tarea sagrada que hoy conocemos como la Gran Comisión.

Mateo registró la gran comisión en su Evangelio: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén” (Mateo 28:19–20). Este mandato marcó el rumbo de la Iglesia y de la vida de Mateo.

Transformado por el llamado de Cristo, Mateo se convirtió en misionero, llevando el Evangelio más allá de Jerusalén y Judea. La tradición eclesiástica indica que viajó a regiones distantes como Etiopía, Persia y posiblemente Siria o Partia, dedicando su vida a formar discípulos de todas las naciones. Al igual que el apóstol Pablo, se dirigió primero a las comunidades judías de la diáspora, anunciándoles que el Mesías había venido y que el Reino de Dios estaba cerca.

Mateo enfrentó oposición, persecución y rechazo

Como todos los apóstoles y primeros evangelistas, Mateo enfrentó oposición, persecución y rechazo. La historia cristiana sostiene que fue martirizado por causa del Evangelio, aunque los detalles varían según las fuentes. Algunos relatos afirman que fue apuñalado en Etiopía; otros dicen que murió por lapidación, decapitación o incluso por fuego. Aunque los detalles de su muerte pueden ser inciertos, una cosa es segura: Mateo permaneció fiel hasta el final.

El mismo hombre que una vez recaudaba impuestos para un imperio opresor, traicionando a su propio pueblo, fue transformado por la gracia de Jesús en un embajador del Reino eterno. Su vida dio un giro radical: de siervo del Imperio Romano a siervo del Rey de reyes. Murió no por una ideología, sino por una Persona: Cristo Jesús, y por un Reino que jamás será destruido.

A través de su testimonio, sus escritos y su misión, Mateo aseguró que el mensaje de Jesús trascendiera generaciones, alcanzándonos incluso hoy. Su vida nos inspira a vivir con el mismo fervor, convicción y entrega.

Que también nosotros estemos dispuestos a vivir —y, si es necesario, a morir— por el Rey eterno y el Reino que no tiene fin, seguros de que toda inversión en Cristo tiene una recompensa que jamás se desvanecerá.

Conclusión sobre el apóstol Mateo

La vida del apóstol San Mateo es un poderoso recordatorio de que la gracia de Dios puede transformar incluso los corazones más endurecidos y las vidas más perdidas. Desde su inicio como recaudador de impuestos, despreciado por su propio pueblo, hasta convertirse en un ferviente defensor del Evangelio, Mateo ejemplifica el impacto radical que tiene el encuentro con Cristo. Su respuesta inmediata al llamado del Maestro y su dedicación a documentar la vida y enseñanzas de Jesús son testimonios de una transformación profunda.

Mateo no solo dejó atrás su pasado, sino que utilizó su nueva identidad y propósito para extender el Reino de Dios, mostrando que la verdadera riqueza se encuentra en el servicio y la comunión con otros. Su legado, plasmado en el Evangelio que lleva su nombre, continúa inspirando a generaciones a vivir con fe, amor y un compromiso inquebrantable hacia la misión de hacer discípulos.

En cada rincón de su historia, encontramos la invitación a reflexionar sobre nuestras propias vidas: ¿Estamos dispuestos a dejar atrás lo conocido por lo eterno? ¿Utilizamos nuestras habilidades y recursos para compartir la gracia de Dios con aquellos que nos rodean? La vida de Mateo nos anima a abrazar nuestra identidad como hijos de Dios y a responder a Su llamado con valentía y dedicación, confiando en que cada paso que damos en fe tiene un propósito divino.

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