¿Qué es el corazón según la Biblia?
Prédicas que impactan el corazón
Al hablar sobre el corazón y la Biblia, es necesario aclarar algo desde el principio: este artículo no trata del corazón como un órgano vital, ese músculo que bombea sangre por todo nuestro cuerpo. Tampoco se enfoca en concepciones románticas, filosóficas o literarias del corazón. Aquí hablaremos específicamente de lo que la Biblia enseña sobre el corazón.
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El corazón según las escrituras
La Biblia menciona el corazón en casi mil ocasiones. Este hecho por sí solo nos muestra cuán importante es este tema para Dios. En términos bíblicos, el corazón representa la parte más profunda y espiritual del ser humano. Es el centro donde habitan nuestras emociones, deseos, intenciones y pensamientos.
Si buscas información sobre el “corazón” en internet, probablemente encontrarás miles de artículos relacionados con el corazón físico: su anatomía, funciones, enfermedades y cuidados para mantenerlo saludable. Pero en este artículo vamos a mirar más allá del aspecto físico. Vamos a enfocarnos en el corazón como lo presenta la Biblia, es decir, en su dimensión espiritual.
El corazón y la Biblia, ¿Qué dice la palabra de Dios?
Como creyentes, sabemos que hay un «corazón» que trasciende lo físico: un corazón que siente, que ama, que se aflige y que se alegra. Un corazón que decide, piensa, se inclina hacia el bien o hacia el mal. En las Escrituras, ese corazón es la fuente de nuestros sentimientos más profundos, como el amor, la compasión, la lealtad y también el dolor.
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¿Qué dice la Biblia acerca del corazón humano? En este estudio titulado “El corazón y la Biblia”, nos proponemos explorar con profundidad lo que la Palabra de Dios enseña sobre el corazón, y comprender por qué es tan fundamental en nuestra relación con el Señor.
¿Qué dice la Biblia sobre el corazón?
Lo que dicen las sagradas escrituras sobre el corazón
Al escudriñar el tema del corazón a la luz de la Biblia, descubrimos que no hay un único versículo que defina por completo lo que es el corazón humano. En cambio, la Palabra de Dios nos revela esta verdad progresivamente, a través de múltiples pasajes que, al unirlos, nos dan una comprensión más completa.
La Biblia nos muestra que el corazón no es una “cuarta parte” separada de nuestro ser, junto con el espíritu, el alma y el cuerpo. Más bien, el corazón, en la perspectiva bíblica, es una composición de los tres elementos del alma humana—la mente, la emoción y la voluntad—junto con el aspecto más profundo de nuestro espíritu: la conciencia.
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A continuación, exploraremos algunos versículos clave que demuestran cómo cada una de estas áreas está íntimamente relacionada con nuestro corazón según las Escrituras.
1. La mente es parte de nuestro corazón
“Y conociendo Jesús los pensamientos de ellos, dijo: ¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones?”
(Mateo 9:4)
En este pasaje, el Señor Jesús confronta a los escribas, cuestionando por qué pensaban mal en sus corazones. Pensar es una función natural de la mente, sin embargo, aquí se muestra que los pensamientos también habitan en el corazón. Esto nos revela que, bíblicamente, la mente es parte integral del corazón.
2. La voluntad es parte del corazón
“Este, cuando llegó, y vio la gracia de Dios, se regocijó, y exhortó a todos a que con propósito de corazón permaneciesen fieles al Señor.” (Hechos 11:23)
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El “propósito de corazón” mencionado aquí implica una decisión firme, un acto voluntario de fidelidad. La voluntad, ese poder interno para decidir y actuar, reside también en el corazón, según la Palabra de Dios. Este versículo muestra cómo el corazón interviene directamente en nuestras decisiones espirituales.
3. La emoción también habita en el corazón
“También vosotros ahora tenéis tristeza; pero os volveré a ver, y se gozará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestro gozo.” (Juan 16:22)
En este versículo, Jesús promete que el corazón de sus discípulos se regocijará cuando lo vuelvan a ver. El gozo y la tristeza son emociones, y aquí se afirma que el corazón se alegra, lo que confirma que nuestras emociones no solo se sienten en el alma, sino que brotan desde el corazón mismo.
4. La conciencia es parte del corazón
“Acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia…”
(Hebreos 10:22)
Aquí se relaciona directamente el corazón con la conciencia. Tener un “corazón purificado de mala conciencia” implica que la conciencia no es algo externo, sino que forma parte del corazón humano. Cuando nuestra conciencia está manchada, también lo está nuestro corazón.
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Esta verdad se refuerza con lo que dice 1 Juan 3:20:
“Si nuestro corazón nos reprende, mayor que nuestro Dios es Dios, y él sabe todas las cosas.”
La conciencia es la voz interna que nos acusa o nos aprueba. El hecho de que la Escritura diga que “el corazón reprende” demuestra que esa función moral y espiritual también reside en el corazón, según la enseñanza bíblica.
La importancia del corazón
Ahora reflexionemos sobre dos razones fundamentales que nos muestran por qué el corazón desempeña un papel tan vital en nuestra vida espiritual.
No solo alberga emociones sino también piensa decide y discierne
Como vimos en los versículos anteriores, el corazón hace mucho más de lo que solemos imaginar. No solo alberga nuestras emociones humanas —como la alegría, el dolor, la compasión o la tristeza— sino que también piensa, decide y discierne entre el bien y el mal. Pero más allá de estas funciones, la Biblia resalta dos razones por las cuales nuestro corazón es indispensable en nuestra relación con Dios.
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1. Amamos con nuestro corazón
Jesús enseñó el mandamiento más importante en Marcos 12:30:
“Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento.”
Dios nos creó con un corazón para que fuéramos capaces de amarlo profundamente. Si no tuviéramos corazón, no podríamos experimentar ni expresar el amor. Por eso, el corazón es el centro mismo de nuestra relación con Dios. Amar al Señor no es solo una decisión intelectual ni una emoción pasajera, es un acto profundo que brota del corazón rendido a Él.
2. Nuestro corazón es la puerta de nuestro ser.
Además de ser el centro del amor, el corazón también funciona como la puerta de entrada a todo nuestro ser. Esto significa que lo que decidimos permitir dentro de nosotros —creencias, pensamientos, emociones, actitudes— entra primero por el corazón. Del mismo modo, lo que sale de nosotros —palabras, acciones, reacciones— tiene su origen también en el corazón (Marcos 7:21).
Cada día, tomamos decisiones sobre a quién o a qué abrir nuestro corazón. Podemos cerrarlo a ciertas personas, experiencias o incluso a Dios, o podemos abrirlo de par en par a Su presencia, Su verdad y Su amor.
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Este principio se vuelve especialmente claro cuando recordamos nuestra experiencia de salvación. Al escuchar el mensaje del evangelio —que Jesucristo murió por nuestros pecados—, fuimos confrontados con nuestra necesidad de perdón. Al mismo tiempo, algo tocó nuestro corazón: comenzamos a percibir la dulzura del amor de Dios. Fue entonces cuando abrimos la puerta de nuestro corazón, creyendo en Jesús y recibiéndolo como nuestro Salvador personal.
La primera transformación ocurrió en nuestro interior: en el corazón. Allí comenzó el nuevo nacimiento. Allí se selló el inicio de nuestra relación con el Señor.
El corazón y nuestra relación con Dios
El corazón en nuestra relación íntima con Dios según la Biblia
¡Fuimos creados por Dios de una manera asombrosa y llena de propósito! Él nos dio un espíritu para poder conectarnos con Él, recibirlo y contenerlo como nuestra fuente de vida. Pero también nos dio un corazón para amarlo profundamente. Dios no solo quiere ser nuestra vida, sino que desea una relación íntima en la que lo amemos con todo nuestro corazón.
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Nuestra relación con Dios comienza en el corazón
Según las Escrituras, nuestra relación con el Señor tiene su origen en el corazón. Y no solo comienza ahí, sino que se mantiene y se fortalece desde ese mismo lugar. Por esta razón, la condición espiritual y emocional de nuestro corazón es fundamental para nuestra comunión con Dios.
La intimidad con Dios depende de la salud de nuestro corazón
En cualquier relación cercana, cuando surge un problema, es necesario enfrentarlo. Ignorarlo o dejarlo sin resolver solo causa mayor daño. Puede tratarse de una actitud equivocada, pensamientos negativos, palabras hirientes o acciones egoístas. La restauración de la relación requiere reconocimiento, humildad y disposición para corregir el rumbo.
De la misma forma, para que nuestra relación con el Señor sea armoniosa, debemos atender todo aquello que se interponga entre Él y nosotros. Estos obstáculos nunca vienen de Dios; siempre se originan en nuestro interior, en alguna área descuidada o endurecida de nuestro corazón.
Problemas del corazón que impiden una relación profunda con Dios
Muchas de las dificultades que enfrentamos en nuestra vida cristiana no son externas, sino que nacen en nuestro corazón. Ya sea en nuestra mente (con pensamientos contrarios a la Palabra), en nuestra emoción (con sentimientos que no reflejan el amor de Cristo), en nuestra voluntad (cuando insistimos en nuestros propios caminos), o en nuestra conciencia (cuando no confesamos ni tratamos el pecado que sabemos que le desagrada), cada uno de estos aspectos del corazón puede afectar profundamente nuestra comunión con Dios.
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Por ejemplo, podemos estar en desacuerdo con la voluntad del Señor sobre un asunto, y mantenernos firmes en nuestro propio pensamiento. O tal vez sentimos amargura o resentimiento hacia alguien, cuando el Señor nos llama al perdón y la reconciliación. Puede incluso que nuestra voluntad se haya endurecido y no queramos ceder, o que llevemos una culpa no tratada por no haber confesado nuestros pecados.
Cuando el corazón está en este estado, ¿Cómo podemos experimentar una relación dulce, cálida y armoniosa con nuestro Salvador?
Cuidar el corazón: Clave para una relación viva con Dios
Por eso, es vital que seamos conscientes de la condición de nuestro corazón cada día. No basta con orar superficialmente o asistir a servicios religiosos. Dios anhela un corazón limpio, humilde y dispuesto, porque es ahí donde nace y se desarrolla nuestra relación más profunda con Él.
El estado de nuestro corazón determina la calidad de nuestra vida espiritual. Si mantenemos un corazón abierto, sincero y alineado con la voluntad de Dios, nuestra relación con Él será viva, constante y transformadora.
¿Qué es el corazón en la Biblia?
El corazón como centro de nuestras decisiones
En la Biblia, el corazón no se refiere simplemente al órgano físico, sino al núcleo mismo del ser humano. Es el centro donde residen nuestros pensamientos, emociones, decisiones y motivaciones. Los escritores bíblicos entendían el corazón como el lugar desde donde se gobierna toda la vida interior del ser humano: es el asiento de la voluntad, la conciencia, las intenciones y las emociones.
Por eso la Biblia habla tanto del corazón. No se trata solo de sentimientos, sino del verdadero “centro de mando” de nuestras vidas. “Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él” (Proverbios 23:7). Es en el corazón donde se origina todo lo que somos y hacemos. De ahí nacen nuestras palabras, nuestras elecciones y nuestra conducta.
Nuestro corazón es esencialmente lo que somos
Nuestro corazón es esencialmente lo que somos. Allí decidimos entre el bien y el mal, entre obedecer a Dios o seguir nuestra propia voluntad. La conciencia nos alerta sobre lo correcto y lo incorrecto, pero es el corazón el que responde, inclinándose hacia uno u otro lado.
Cuando nuestro corazón está alineado con Dios, somos guiados a elegir el bien. Pero si se abre a influencias impuras, se enturbia, se confunde y pierde la sensibilidad espiritual. Por eso el salmista preguntó: “¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra” (Salmo 119:9). La Palabra de Dios es el filtro que mantiene limpio nuestro corazón y lo capacita para discernir con claridad.
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Corazones puros o impuros
El estado del corazón después del pecado
La Biblia enseña que nacemos con un corazón sencillo y puro. Pero a medida que tomamos decisiones conscientes de desobedecer a Dios, nuestro corazón comienza a contaminarse. El pecado repetido y voluntario, sin arrepentimiento genuino, endurece el corazón y lo hace insensible a la voz de Dios. La impureza no ocurre solo al cometer un error, sino al aferrarse al pecado sabiendo que está mal, sin querer cambiar.
Esto puede incluir actitudes como la envidia, la mentira, el resentimiento, la lujuria, o cualquier otro pecado que se albergue en el corazón sin intención de dejarlo. Cuanto más se ignora la convicción del Espíritu Santo, más se endurece el corazón, volviéndose rebelde e indiferente.
El corazón purificado por Dios
La buena noticia es que Dios no abandona al corazón quebrantado que se vuelve a Él. El salmista clamó: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí” (Salmo 51:10). Esta es la oración de un corazón que ha reconocido su pecado y busca restauración. Dios, en su misericordia, responde limpiando, sanando y renovando el corazón arrepentido.
Un corazón renovado nace con nuevos deseos, con una nueva voluntad, con una actitud inclinada hacia el bien y hacia la obediencia a Dios. Esta renovación no es un esfuerzo humano, sino una obra sobrenatural del Espíritu Santo. Dios nos da un corazón que desea hacer su voluntad, que anhela lo puro y rechaza el pecado. No es un corazón que nunca será tentado, sino uno que responde a la tentación buscando a Dios y no justificando el pecado.
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¿Cuándo se vuelve impuro el corazón?
El corazón no se contamina simplemente porque una tentación llegue a nuestra vida. La tentación es parte de nuestra experiencia como seres humanos. Jesús mismo fue tentado en todo, pero sin pecado (Hebreos 4:15). Lo que vuelve impuro al corazón es permitir que la tentación penetre, es decir, ceder a ella voluntariamente y sin arrepentimiento.
El pecado ocasional, si bien es grave, no define la condición final del corazón. Lo que realmente revela la pureza o impureza del corazón es nuestra reacción al pecado. Si caes, pero te duele, te arrepientes y clamas a Dios por perdón, eso muestra que tu corazón está vivo, sensible y abierto al Espíritu Santo. Pero si pecas y no te importa, si justificas tus acciones y sigues adelante sin arrepentimiento, entonces tu corazón se endurece. Es ahí donde comienza la verdadera impureza: cuando el corazón se cierra a Dios.
Por tanto, no se trata de ser perfectos, sino de tener un corazón humilde y contrito, dispuesto a reconocer sus fallos, pedir perdón y buscar a Dios de todo corazón.
Debemos guardar o cuidar nuestro corazón
Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida (Proverbios 4:23)
Este poderoso proverbio nos llama a una vigilancia constante sobre nuestro corazón. En otras palabras, debemos hacer todo lo posible por mantener puro nuestro corazón, porque en él se encuentra la fuente de nuestra vida espiritual. Nuestra manera de vivir, las decisiones que tomamos, nuestras reacciones, pensamientos, sentimientos, palabras y comportamientos —todo fluye desde el corazón. Por eso, cuidarlo es esencial, ya que su condición determina la dirección de nuestra vida y nuestra comunión con Dios.
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De la abundancia del corazón habla la boca… ¿Qué hay en tu corazón?
Jesús mismo lo dejó claro cuando dijo: «Porque de la abundancia del corazón habla la boca« (Mateo 12:34). Lo que albergamos dentro de nosotros inevitablemente se manifiesta. Si nuestro corazón está limpio, nuestras palabras y acciones reflejarán pureza. Pero si está contaminado, nuestras expresiones serán igualmente impuras. Jesús continuó diciendo:
“El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca buenas cosas; y el hombre malo, del mal tesoro saca malas cosas” (Mateo 12:35).
No solo nuestras palabras, sino también nuestros pensamientos, actitudes y decisiones están directamente influenciados por lo que reside en nuestro corazón. Por eso, la advertencia de Proverbios es tan contundente: “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón”. Porque lo que se cultiva en el corazón, con el tiempo, se convierte en la vida que vivimos.
¿Qué más nos dice las escrituras?
Lo que la Biblia revela sobre el corazón
Antes de examinar la condición del corazón humano, es importante señalar que la misma Escritura atribuye a Dios un «corazón». Dios tiene emociones, voluntad y deseos. Por eso, el ser humano —creado a Su imagen— también tiene un corazón.
La Biblia dice que David fue un hombre “conforme al corazón de Dios” (Hechos 13:22), y que el Señor levantará líderes que “hagan conforme a lo que hay en su corazón y en su alma” (1 Samuel 2:35; Jeremías 3:15). Nuestro corazón es un reflejo del diseño divino, aunque profundamente afectado por el pecado.
El corazón es engañoso
La Palabra de Dios nos revela una verdad contundente sobre el corazón humano: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿Quién lo conocerá?” (Jeremías 17:9). Esta declaración nos muestra cuán profundamente el pecado ha contaminado nuestra naturaleza.
Nuestros pensamientos, deseos y emociones no son confiables por sí mismos, porque están torcidos por la caída del hombre. Lo más alarmante es que muchas veces ni siquiera somos conscientes del nivel de corrupción que hay en nuestro interior.
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Dios escudriña lo más profundo del corazón
Aunque a menudo no comprendemos nuestro propio corazón, Dios sí lo conoce completamente.
“Él conoce los secretos del corazón” (Salmo 44:21). El apóstol Pablo confirma esta verdad cuando dice que Dios revela “los secretos del corazón” (1 Corintios 14:25).
Jesús no necesitaba que nadie le dijera nada sobre las personas, “pues Él sabía lo que había en el hombre” (Juan 2:24-25). Y basado en ese conocimiento absoluto, el Señor juzga con justicia: “Yo Jehová, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras” (Jeremías 17:10).
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El diagnóstico de Jesús sobre el corazón humano
Jesús describió con claridad la condición caída del corazón en Marcos 7:21-23:
“Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre.”
Estas palabras nos revelan que el verdadero problema del ser humano no está fuera, sino dentro de sí mismo. El corazón es el manantial del cual fluyen las conductas más destructivas, y por eso necesitamos no solo reformarlo, sino transformarlo por completo mediante la obra del Espíritu Santo.
Conclusión: El corazón en la Biblia es el centro de nuestro ser
Para que una persona sea verdaderamente salva, su corazón debe ser transformado. Esta transformación no es un cambio superficial, sino una obra profunda del poder de Dios en respuesta a la fe. Como afirma Romanos 10:10: “Con el corazón se cree para justicia”.
Solo Dios puede crear un corazón nuevo en nosotros: un corazón limpio, sensible a Su voz y dispuesto a obedecerle. El salmista clamó: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio” (Salmo 51:10), y el profeta Ezequiel profetizó que Dios “quitará el corazón de piedra y pondrá uno de carne” (Ezequiel 36:26).
Este milagro espiritual implica no solo una renovación interna, sino también una prueba de nuestras intenciones y motivaciones (Salmo 17:3; Deuteronomio 8:2), así como un llenado de nuevos pensamientos, sabiduría divina y deseos conformes a Su voluntad (Nehemías 7:5; 1 Reyes 10:24; 2 Corintios 8:16).
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El corazón es el núcleo mismo de nuestro ser
El corazón, según la Biblia, es el núcleo mismo de nuestro ser: allí nacen nuestras emociones, pensamientos, decisiones y anhelos. Por eso la Escritura nos exhorta con firmeza: “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida” (Proverbios 4:23). Esta no es una simple sugerencia, sino una advertencia urgente.
Si permitimos que el corazón se llene de maldad, toda nuestra vida se contamina; pero si lo cuidamos y lo alineamos con Dios, toda nuestra existencia reflejará Su luz y verdad.
Oro para que este artículo, «El corazón y la Biblia» (Prédicas y estudios que impactan el corazón), haya sido de bendición a tu vida, y te inspire a buscar a Dios con un corazón íntegro, renovado y totalmente entregado a Su voluntad.