Reflexión cristiana con moraleja: La lámpara apagada
En conexión con Dios
En esta reflexión sobre estar en conexión con Dios, meditaremos en la historia de la lámpara apagada. Una lámpara elegante que colgaba en una casa cualquiera. Su diseño era moderno, su estructura sólida, y sus materiales de alta calidad. Sin embargo, por más que se admirara su forma, había algo extraño en ella: nunca alumbraba.
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La lámpara estaba apagada, pero no estaba dañada, ni le faltaba bombilla. El único problema era que no la conectaban. Simplemente colgaba del techo, silenciosa, inerte, incapaz de cumplir su propósito.
Esta historia, aunque sencilla, es un poderoso espejo de nuestra vida espiritual. Somos como esa lámpara: hemos sido diseñados por Dios para brillar, para alumbrar en medio de la oscuridad de este mundo. Pero cuando no estamos conectados a la fuente de poder, que es Dios mismo, por medio de la oración, la lectura de Su Palabra y la comunión con Él, simplemente no brillamos. Estamos allí, colgando, con potencial, pero sin propósito realizado.
I. La lámpara apagada y el diseño divino
Dios nos creó con un propósito claro. La Biblia dice en Mateo 5:14-16 (RVR1960):
“Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.”
Aquí no solo se nos identifica como luz, sino que se nos da la instrucción de brillar, de no escondernos, de ser una fuente de iluminación espiritual y moral para quienes nos rodean. Pero al igual que una lámpara necesita electricidad para funcionar, nosotros necesitamos estar conectados a la fuente de luz: Dios.
Una lámpara sin corriente eléctrica no sirve de nada. Puede ser hermosa, costosa, decorativa, pero no cumple su propósito. Así también, podemos tener dones, talentos, inteligencia, buena reputación o formación religiosa, pero si no estamos conectados a Dios, nada de eso servirá para reflejar Su gloria.
II. Desconectados de la fuente: Sin conexión con Dios
La vida espiritual sin estar conectados a Dios es como intentar encender una lámpara sin corriente. Podemos intentar hacer buenas obras, ser personas morales o incluso asistir regularmente a la iglesia, pero si no hay una relación viva y constante con Dios, simplemente no brillaremos.
Jesús lo explicó claramente en Juan 15:4-5:
“Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer.”
La palabra clave aquí es «permanecer». Permanecer implica constancia, fidelidad, compromiso diario. Una lámpara no solo necesita estar conectada una vez, sino mantenerse conectada siempre. Del mismo modo, nuestra comunión con Dios no puede ser esporádica ni ocasional. Necesitamos una vida diaria de oración, de lectura y meditación en la Palabra, de obediencia y rendición.
III. ¿Por qué muchos cristianos están apagados?
Hay creyentes que, aunque nacidos de nuevo, viven una vida espiritual apagada. ¿Por qué sucede esto?
- Falta de oración: La oración es el cable que nos conecta al corazón de Dios. Sin oración, no hay dirección, no hay comunión, no hay poder espiritual. La oración no solo cambia las circunstancias; primero nos cambia a nosotros.
- Desconocimiento de la Palabra: La Biblia es lámpara a nuestros pies (Salmo 119:105). Cuando no la leemos, caminamos en oscuridad. Un creyente que no alimenta su alma con las Escrituras pronto se debilita y se apaga.
- Distracciones del mundo: Vivimos en un mundo que ofrece muchas “fuentes de luz” falsas: entretenimiento, filosofía humana, ambición, orgullo. Cuando nos desconectamos de la fuente verdadera, la luz de Cristo en nosotros disminuye.
- Pecado no confesado: El pecado es como polvo acumulado en una lámpara: bloquea la luz. Cuando hay pecado oculto o persistente, se interrumpe la comunión con Dios, y poco a poco dejamos de brillar.
- Religiosidad sin relación: Hay quienes asisten a la iglesia, cantan, incluso sirven, pero no tienen una relación real con Jesús. Son lámparas instaladas, pero no conectadas.
IV. El poder de una lámpara encendida: Con la conexión con Dios
Cuando estamos conectados a Dios, el cambio es evidente. Una lámpara encendida transforma la atmósfera de una habitación. Así también, un cristiano lleno del Espíritu Santo transforma su entorno. Su presencia lleva paz, esperanza, dirección, verdad. Su vida se convierte en una carta abierta que otros pueden leer.
En Filipenses 2:15 dice:
“…para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo.”
Este versículo es un llamado a ser luz en medio de un mundo oscuro, corrupto y confundido. Cuando vivimos conectados a Dios, nuestras palabras, actitudes, decisiones y acciones reflejan a Cristo. No necesitamos esforzarnos por brillar; simplemente lo hacemos, porque la luz que hay en nosotros no es nuestra, sino de Dios.
V. ¿Cómo mantener la conexión con Dios?
Como toda lámpara debe revisarse de vez en cuando para asegurar que esté funcionando bien, así también nosotros necesitamos hábitos espirituales constantes que nos mantengan conectados a Dios:
- Oración diaria: No como obligación, sino como relación. Hablar con Dios en la mañana, al caminar, al trabajar, antes de dormir. Una vida de oración es una vida de poder.
- Lectura y meditación bíblica: No se trata solo de leer, sino de dejar que la Palabra nos lea a nosotros. Escuchar la voz de Dios a través de las Escrituras es indispensable.
- Obediencia: No basta con oír; debemos hacer. Cada acto de obediencia es un paso más hacia una conexión más profunda con Dios.
- Congregarse: La comunión con otros creyentes nos fortalece, nos anima, y nos mantiene firmes. Una lámpara sola puede apagarse fácilmente, pero un grupo de lámparas encendidas alumbra una habitación entera.
- Evitar el pecado: Confesar, arrepentirse, buscar la santidad. La gracia de Dios no es excusa para vivir en desobediencia, sino el poder para vencer el pecado.
- Adoración constante: Adorar a Dios en espíritu y en verdad, no solo con cantos, sino con una vida entregada. La adoración nos conecta al corazón de Dios.
VI. Testimonios de lámparas encendidas
A lo largo de la historia, hombres y mujeres han brillado intensamente porque permanecieron conectados a Dios. Moisés, después de estar en la presencia de Dios, descendía del monte con el rostro resplandeciente (Éxodo 34:29). Pablo, a pesar de las prisiones y persecuciones, brilló con la luz de Cristo en cada ciudad donde predicó. Esteban, antes de morir apedreado, tenía el rostro como de ángel (Hechos 6:15), porque estaba lleno del Espíritu Santo.
Hoy también hay cristianos anónimos que brillan en hospitales, cárceles, escuelas, fábricas y oficinas. No necesitan púlpitos ni cámaras. Solo necesitan estar conectados a Dios para que su luz sea vista.
VII. La advertencia: lámparas sin aceite
En Mateo 25, Jesús contó la parábola de las diez vírgenes. Todas tenían lámparas, pero cinco eran prudentes y cinco insensatas. ¿Cuál fue la diferencia? Las prudentes tenían aceite (símbolo del Espíritu Santo), y las insensatas no. Cuando vino el esposo, solo las que tenían aceite pudieron entrar. Las otras, aunque tenían lámpara, quedaron fuera.
Esta parábola es una advertencia solemne. No basta con parecer cristianos. No basta con tener apariencia de piedad. Necesitamos tener aceite. Necesitamos estar encendidos. Cristo viene por una iglesia que brilla.
VIII. Moraleja: Brillamos si permanecemos conectados a Dios
La lámpara apagada es un llamado a la reflexión. ¿Estamos brillando? ¿O solo estamos decorando? ¿Estamos conectados a la fuente? ¿O estamos confiando en nuestras fuerzas? El Señor no quiere lámparas de adorno, sino lumbreras que cambien la oscuridad por luz.
Si sientes que tu luz se ha apagado, no es demasiado tarde. Hoy puedes reconectarte. Dios no rechaza un corazón quebrantado. Él está dispuesto a restaurar, a encender de nuevo tu vida, a usarte como canal de bendición.
Conclusión
No nacimos para estar apagados. Fuimos creados para alumbrar. Pero solo podemos hacerlo si estamos conectados a Dios. Que esta sencilla historia de una lámpara que no alumbraba nos inspire a revisar nuestra vida, a evaluar nuestra relación con Dios, y a buscar con sinceridad una conexión constante y profunda con nuestro Creador.
Porque, al final del día, una lámpara desconectada es solo un adorno más… pero una lámpara encendida puede cambiarlo todo.