Versículo: Encomienda a Jehová tu camino, y confía en Él; y Él hará (Salmo 37:5)
La vida cristiana está llena de decisiones, caminos y direcciones que debemos tomar cada día. Algunos pasos parecen claros, pero otros están cubiertos por la niebla de la incertidumbre. En esos momentos, las palabras del salmista David resuenan como una brújula divina: “Encomienda a Jehová tu camino, y confía en Él; y Él hará” (Salmo 37:5).
Este versículo, breve pero poderoso, encierra una verdad espiritual que transforma la manera en que enfrentamos la vida. En él se revela el secreto de una existencia guiada, sustentada y prosperada por Dios.
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1. Encomendar: entregar con plena confianza
La palabra “encomendar” en el hebreo original (galal) transmite la idea de rodar algo sobre alguien, como quien deja caer una carga pesada sobre un hombro más fuerte. La imagen es poderosa: el creyente rueda su camino, sus preocupaciones y su futuro sobre el Señor, porque sabe que sus hombros son más firmes que los suyos.
Encomendar, entonces, no es una simple oración ni un acto simbólico; es una transferencia real de confianza. Es decir: “Señor, ya no quiero sostener esto por mí mismo; lo dejo en tus manos porque sé que Tú puedes manejarlo mejor”.
Encomienda a Jehová tu camino: Es rendirse de verdad
Y es aquí donde muchos creyentes fallamos: decimos “te lo entrego, Señor”, pero seguimos preocupándonos, planificando y controlando como si nada hubiera cambiado. Encomendar a Jehová es rendirse de verdad.
David conocía bien esta verdad. A lo largo de su vida experimentó situaciones donde no podía hacer otra cosa más que confiar. En su huida de Saúl, en medio de guerras, traiciones y pérdidas personales, aprendió a soltar el control humano y confiar en el control divino. Cada vez que entregó su camino al Señor, vio la fidelidad de Dios sostenerlo. Cada vez que intentó resolver las cosas por su cuenta, las consecuencias fueron dolorosas.
Por eso, cuando escribió el Salmo 37:5, lo hizo con la autoridad de quien ha vivido la confianza.
Encomendar nuestro camino a Jehová es soltar el volante y dejar que Él dirija el rumbo, incluso cuando el camino parezca incierto. No es pasividad ni irresponsabilidad, sino una fe activa que dice: “Señor, guíame por donde Tú quieras, porque tus caminos son más altos que los míos”.
El apóstol Pedro retoma esta misma enseñanza siglos después:
“Echando toda vuestra ansiedad sobre Él, porque Él tiene cuidado de vosotros.” (1 Pedro 5:7)
Encomendar el camino y echar las ansiedades son acciones hermanas. Ambas implican reconocer que Dios está más capacitado para dirigir nuestra vida que nosotros mismos. El creyente maduro aprende que la entrega no es una derrota, sino una victoria espiritual. Solo cuando dejamos el control en las manos de Dios, encontramos la paz que el mundo no puede dar.
2. El camino representa toda tu vida
El salmista no dice: “Encomienda a Jehová tu día” o “tu necesidad”, sino “tu camino”. Esto revela que el acto de encomendar no es algo ocasional, sino una forma de vida.
El “camino” simboliza el curso completo de la existencia: nuestras metas, relaciones, decisiones, ministerio, salud, familia, emociones y futuro. Todo lo que somos y todo lo que hacemos debe quedar bajo la dirección de Dios.
Muchos creyentes confían a Dios solo ciertas áreas: oran por salud, pero no por sus finanzas; buscan dirección en su ministerio, pero no en su carácter; entregan sus problemas, pero no sus placeres.
Sin embargo, Dios no quiere ser un copiloto espiritual, sino el Señor absoluto del camino.
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Encomienda a Jehová tu camino significa poner todo en las manos de Dios
Encomendar el camino significa poner todo en manos de Aquel que nunca se equivoca.
Él ve más lejos que nosotros. Donde nosotros vemos una curva peligrosa, Él ve el destino final.
Donde nosotros vemos obstáculos, Él ve oportunidades para formar nuestro carácter y manifestar su gloria.
En la vida cristiana no hay caminos “parciales” o “separados”: todo forma parte del mismo viaje espiritual. El Señor no solo quiere dirigir los grandes hitos de tu vida, sino también tus pasos diarios. Como dice Proverbios 3:6:
“Reconócelo en todos tus caminos, y Él enderezará tus veredas.”
Cada paso que das, cada decisión que enfrentas, cada puerta que se abre o se cierra, tiene un propósito bajo el diseño divino. Por eso, encomendar tu camino a Jehová es vivir en dependencia constante, no solo en momentos de crisis.
Es decir: “Señor, quiero que Tú estés involucrado en todo: en mis sueños, mis estudios, mis relaciones, mi ministerio y mis decisiones”. Solo entonces el creyente puede decir, con seguridad y paz: “El Señor dirige mis pasos, y aunque no siempre entiendo su ruta, sé que me conduce al bien.”
3. Confiar en Jehová: la fe que descansa
Después de la orden de encomendar, David añade: “y confía en Él”. Esta frase es el alma del versículo. Puedes entregar algo, pero sin confianza verdadera, volverás a tomarlo. Confiar es lo que demuestra que tu entrega fue genuina.
El término “confiar” en hebreo (batach) implica sentirse seguro, protegido y sin miedo. Es como un niño que duerme tranquilo en brazos de su padre, sin preocuparse de lo que ocurre alrededor.
Así debe ser nuestra confianza en Dios: una fe que descansa, no una fe que desespera.
El problema de muchos cristianos no es la falta de oración, sino la falta de confianza. Oran, pero dudan. Entregan, pero temen. Y el temor cancela la fe. Jesús dijo:
“No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí.” (Juan 14:1)
Confiar en Dios es descansar en su carácter, no en las circunstancias. Las circunstancias cambian, pero Dios no. Cuando su Palabra dice “y Él hará”, significa que no hay fuerza humana ni obstáculo espiritual que pueda impedir el cumplimiento de su propósito.
A veces la fe no consiste en hacer algo, sino en esperar en silencio, sabiendo que Dios sigue obrando aunque nosotros no veamos nada. El Salmo 37 continúa diciendo en el versículo 7:
“Guarda silencio ante Jehová, y espera en Él.”
Esa es la fe madura: una fe que no se agita cuando Dios parece guardar silencio. Confía, porque el mismo Dios que te trajo hasta aquí, no te dejará a mitad del camino.
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4. “Y Él hará”: la promesa del obrar divino
Esta última frase es el sello de la promesa: “Y Él hará.” Es la garantía de que Dios no solo recibe tu camino, sino que actúa en él. Cuando entregas y confías, no te quedas con las manos vacías; te quedas con la certeza de que Dios mismo está obrando en tu favor.
Él no es un Dios indiferente ni distante. Es un Padre que trabaja en silencio, preparando escenarios, moviendo corazones, abriendo puertas, cerrando otras y obrando milagros invisibles. El Dios que dijo “y Él hará” nunca miente.
A veces nos impacientamos porque no vemos resultados inmediatos. Pero la Biblia enseña que Dios no trabaja según el reloj humano, sino según el calendario eterno. Él sabe cuándo intervenir, cuándo esperar, y cuándo moldearnos antes de concedernos lo que pedimos.
Romanos 8:28 lo resume magistralmente:
“A los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.”
Ese “Él hará” puede significar muchas cosas:
- Él hará justicia, cuando te sientas tratado injustamente.
- Él hará provisión, cuando te falte lo necesario.
- Él hará sanidad, cuando tu corazón esté herido.
- Él hará restauración, cuando todo parezca perdido.
- Él hará su propósito, aunque tú no entiendas el proceso.
A veces “Él hará” no significa que cambiará la situación, sino que te cambiará a ti dentro de la situación. Dios trabaja más en el corazón del creyente que en las circunstancias externas. Su propósito no es solo resolver, sino formar a Cristo en nosotros.
Por eso, el “Él hará” de este salmo no es un cheque en blanco para cumplir nuestros deseos, sino una promesa de que Dios actuará conforme a su perfecta voluntad, que siempre es buena, agradable y perfecta (Romanos 12:2).
Así que no temas si no ves todavía el resultado. Dios está obrando detrás del telón. Tu parte es encomendar y confiar. Su parte es obrar a su manera y en su tiempo perfecto. Y cuando Él actúe, verás que todo valió la pena.
5. El contexto del Salmo 37: confianza frente al mal
El Salmo 37 fue escrito por David en un tiempo donde la injusticia social y espiritual parecía prevalecer. Los malvados prosperaban, mientras los justos enfrentaban pruebas y aparentes derrotas. Esa tensión ha sido una constante en la historia humana: la sensación de que el mundo favorece al impío y olvida al que teme a Dios. Pero este salmo surge precisamente como un antídoto espiritual contra la impaciencia, la envidia y el desaliento.
David comienza diciendo:
“No te impacientes a causa de los malignos, ni tengas envidia de los que hacen iniquidad” (Salmo 37:1).
Es una advertencia sabia: la impaciencia puede robar la paz del creyente, y la envidia puede apagar la gratitud. El justo no debe medirse por los logros del mundo, sino por su comunión con Dios. Mientras el impío construye sobre arena, el justo edifica sobre roca.
Secuencia espiritual de actitudes para una vida estable
El salmista entonces presenta una secuencia espiritual de actitudes que conducen a una vida estable:
Confía en Jehová y haz el bien (v.3)
La fe verdadera no es pasiva; produce obras. Confiar en Dios no significa quedarnos inmóviles, sino seguir haciendo el bien, aun cuando otros hacen el mal. El creyente no se contamina con la injusticia del entorno, sino que persevera en la obediencia, sabiendo que Dios honra la fidelidad silenciosa.
Deléitate asimismo en Jehová (v.4)
El deleite en Dios cambia el enfoque de la vida. En vez de desear lo que otros tienen, aprendemos a disfrutar la presencia divina. Cuando el corazón se satisface en Dios, las circunstancias pierden poder. Esta es una invitación a cultivar una relación profunda y gozosa con Él, donde la adoración sustituye la preocupación.
Encomienda a Jehová tu camino, y confía en Él (v.5)
Encomendar el camino no es simplemente pedirle a Dios que bendiga nuestros planes, sino rendirle nuestros planes para que Él los dirija. Es colocar el volante de la vida en sus manos, aunque el destino parezca incierto.
David nos recuerda que la verdadera seguridad no está en lo que poseemos, sino en a quién pertenecemos. Mientras el impío confía en sus riquezas, influencias o fuerza, el justo descansa en la fidelidad de su Dios. La fe no se mide por resultados inmediatos, sino por una confianza firme en el carácter de Dios.
Por eso, el salmista declara que los planes humanos son pasajeros, pero los de Dios son eternos. Todo lo que se edifica fuera de la voluntad divina eventualmente se derrumba, pero lo que se construye sobre su dirección perdura. En otras palabras, vale más un paso guiado por el Señor que mil pasos tomados por impulso propio.
Cuando veas a los malvados prosperar, no permitas que tu corazón se contamine con comparación o quejas. La justicia de Dios puede parecer tardía, pero nunca falla. En el tiempo perfecto, Él vindicará a los suyos. Por tanto, persevera en el bien, aunque nadie lo aplauda. Dios no olvida al que le teme; sus ojos están sobre los justos y sus oídos atentos a su clamor (Salmo 34:15).
6. Cómo encomendar tu camino al Señor
Decir “confío en Dios” es fácil; vivirlo cada día es el verdadero desafío. Encomendar el camino al Señor es una práctica espiritual continua, una rendición diaria del corazón. Significa caminar por fe, no por vista; depender de Dios, no del propio entendimiento (Proverbios 3:5–6).
Veamos algunas formas prácticas y espirituales de hacerlo:
a) Ora antes de decidir
La oración es el primer paso para encomendar nuestro camino. Antes de tomar una decisión importante —ya sea laboral, sentimental o ministerial—, busca el consejo de Dios. Cuando oramos, reconocemos que Él tiene sabiduría que nosotros no tenemos.
El creyente maduro no se guía por impulsos, sino por la voz del Espíritu Santo. A veces la respuesta de Dios no será lo que esperábamos, pero siempre será lo mejor. La oración no solo cambia circunstancias; cambia nuestra perspectiva para alinearla con la voluntad divina.
Haz del altar de oración tu punto de partida cada día. No salgas a enfrentar decisiones sin haber consultado al Rey. Él promete dirigir tus pasos y enderezar tus sendas (Proverbios 3:6).
b) Alimenta tu mente con la Palabra
Cuanto más conoces a Dios a través de su Palabra, más natural se vuelve confiar en Él. La fe no nace de sentimientos, sino de escuchar la voz de Dios en las Escrituras. La Biblia se convierte en el mapa que orienta cada paso del creyente.
El que llena su mente de la Palabra, llena su alma de dirección. En cambio, quien se guía por emociones termina extraviado. Cada promesa, cada mandamiento y cada historia bíblica es una guía viva para los que desean caminar con Dios.
Lee la Biblia no solo para informarte, sino para transformarte. Deja que la Palabra sea la brújula de tus decisiones y el filtro de tus pensamientos. La dirección divina llega a través de corazones empapados en la Escritura.
c) Aprende a esperar
Esperar en Dios es una de las mayores pruebas de la fe. Muchas veces, el silencio divino nos inquieta, pero en ese silencio Dios está obrando de manera invisible. La demora no significa desinterés; significa propósito.
Cada espera purifica las motivaciones y fortalece la paciencia. El creyente que aprende a esperar con fe descubre que Dios nunca llega tarde, sino justo a tiempo.
No confundas demora con negación. Si aún no has visto el cumplimiento, sigue confiando. Dios prepara el escenario perfecto para cumplir lo que prometió. Mientras esperas, adora; mientras esperas, sigue sirviendo.
d) Obedece aunque no entiendas
La obediencia es la prueba suprema de confianza. Muchas veces Dios nos pide dar pasos que parecen ilógicos desde la perspectiva humana. Sin embargo, cada acto de fe abre un nuevo tramo del camino.
Abraham salió sin saber adónde iba, pero sabía quién lo guiaba. De igual forma, el creyente debe aprender a decir: “Señor, no entiendo todo, pero confío en Ti”. Cuando obedezcas sin comprender, estás diciendo con tus acciones: “Mi confianza no depende de mi entendimiento, sino de tu carácter”. Y Dios siempre honra a los que caminan por fe.
7. Cuando Dios toma el control
Cuando el creyente realmente entrega el camino al Señor, algo profundo sucede: la ansiedad se transforma en paz. Ya no vivimos atrapados en el “¿Qué pasará?”, sino descansando en el “Dios sabe lo que hace”. La confianza en Dios no elimina los problemas, pero cambia la manera de enfrentarlos.
En ese estado espiritual, la confianza reemplaza al temor, la fe sustituye la duda y el descanso vence la preocupación. Es el fruto de una relación viva con un Dios soberano que nunca pierde el control.
El Señor no necesita nuestra ayuda para cumplir sus planes; solo nuestra disposición para obedecer y esperar. Cuando le entregamos el control, Él endereza lo torcido, abre lo cerrado y transforma lo imposible.
Y aunque sus métodos parezcan misteriosos, sus resultados siempre son perfectos. El creyente que confía plenamente aprende que incluso los desvíos y las pruebas forman parte del plan maestro de Dios.
Aplícalo en tu vida:
- Si has entregado tu vida a Cristo, no temas el rumbo que tome tu camino. Aunque no veas todo el mapa, Dios ya conoce el destino.
- Si el presente parece incierto, recuerda que Él no improvisa: todo está bajo su sabiduría eterna.
- Y si sientes que perdiste el rumbo, no te desesperes; vuelve a encomendar tu camino al Señor. Dios no rechaza al que viene con corazón humilde y quebrantado.
Cada mañana es una nueva oportunidad para decir:
“Señor, guíame hoy. Mis decisiones, mis pensamientos y mis pasos son tuyos”.
Cuando Dios toma el control, la carga se aligera, el alma se sosiega y la vida recupera propósito. No hay mayor descanso que saber que el Creador del universo dirige nuestro destino.
8. Dios obrará a su manera y en su tiempo
Cuando el salmista declara “y Él hará” (Salmo 37:5), está pronunciando una verdad profunda: Dios actúa conforme a Su sabiduría, no según nuestras expectativas. Esto significa que, aunque el creyente encomiende su camino, no tiene el control del método ni del momento en que Dios obrará. Su tarea es confiar; la de Dios, actuar.
Muchos creyentes se frustran porque entregan sus caminos esperando que Dios los lleve exactamente por donde ellos quieren. Pero encomendar no es imponer condiciones; es rendir la voluntad. Cuando alguien dice “Señor, hágase tu voluntad”, debe estar dispuesto a aceptar tanto los sí como los no de Dios.
Dios no siempre responde como esperamos
La realidad es que Dios no siempre responde como esperamos, pero siempre responde de la manera que más nos conviene. A veces su obrar implica puertas cerradas para protegernos, demoras para madurarnos, o desvíos para enseñarnos dependencia. Lo que nosotros interpretamos como un obstáculo, muchas veces es una barrera de amor levantada por el Padre para evitar un daño mayor.
El apóstol Pablo comprendió esto profundamente cuando escribió:
“Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.” (Romanos 8:28)
Ese versículo no promete que todas las cosas serán buenas, sino que todas cooperan para un bien final, cuando se vive en amor y obediencia a Dios. La fe madura no se basa en entender el proceso, sino en confiar en el propósito.
Dios no es un sirviente sino el Señor soberano
Dios no es un sirviente de nuestros deseos, sino el Señor soberano que cumple su plan eterno. Él no gira alrededor de nuestros planes; nosotros giramos alrededor de su voluntad. Por eso, cuando oramos “Hágase tu voluntad”, estamos renunciando a controlar el rumbo, reconociendo que Él sabe lo que hace, incluso cuando nosotros no lo entendemos.
A veces Dios permite que nuestros planes se derrumben para que aprendamos a depender solo de Él. Puede quitar algo bueno para darnos algo mejor, o puede detener algo temporal para preparar algo eterno. Su manera de obrar no siempre será cómoda, pero siempre será perfecta.
Aplicación espiritual:
- Cuando enfrentes un retraso, no te desesperes: Dios no se ha olvidado de ti; está trabajando tras bambalinas.
- Si una puerta se cerró, no insistas con frustración: quizás esa puerta no te llevaba al propósito de Dios.
- Si tu oración aún no ha sido respondida, revisa si tu confianza está puesta en el resultado o en el Dios de los resultados.
Aprende a decir como el salmista:
“En el día que temo, yo en ti confío” (Salmo 56:3).
Confía en que Dios hará —a su manera y en su tiempo—, porque sus tiempos son justos y su fidelidad es eterna.
9. El fruto de una vida encomendada a Dios
Cuando un creyente aprende a vivir verdaderamente encomendando su camino al Señor, su vida comienza a reflejar un cambio interior profundo. No se trata solo de recibir dirección divina, sino de ser transformado por esa dirección.
El primer fruto visible es una paz interior que sobrepasa todo entendimiento (Filipenses 4:7). Esa paz no depende de las circunstancias, sino de la convicción de que Dios está en control. Mientras otros se agitan buscando soluciones humanas, el que confía en Dios reposa en su fidelidad. Esa paz es la señal de un corazón que ha aprendido a descansar en la soberanía divina.
El segundo fruto es la dirección espiritual constante. El Espíritu Santo guía paso a paso a quienes se someten a su voluntad. No necesariamente revela todo el futuro, pero ilumina lo suficiente para el día presente. Así como la columna de nube y de fuego guiaba a Israel en el desierto, el Espíritu guía hoy al creyente obediente en su caminar.
El tercer fruto es el carácter transformado. Encomendar el camino no solo cambia la ruta, sino al viajero. A través de la obediencia y la espera, Dios moldea el corazón, elimina el orgullo, purifica las intenciones y desarrolla virtudes espirituales. Pablo lo resumió diciendo:
“El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gálatas 5:22–23).
Cada una de esas virtudes florece cuando el creyente cede el control al Espíritu Santo. Cuanto más entregamos, más somos transformados. Cuanto más obedecemos, más nos parecemos a Cristo.
Aplicación espiritual:
- Si tu alma vive agitada, encomienda tus preocupaciones a Dios y experimentarás su paz.
- Si te sientes perdido, pide al Espíritu Santo que te muestre el siguiente paso. Él no revelará todo el mapa, pero te guiará con fidelidad.
- Si estás en medio de una prueba, entiende que Dios no solo está trabajando en lo que te rodea, sino en lo que eres. Está formando en ti el carácter de Cristo.
El creyente que confía en Dios no vive a merced del azar, sino bajo el gobierno del Creador. Su seguridad no está en las circunstancias, sino en la certeza de que su vida está en las manos de Aquel que nunca falla.
10. Conclusión: Encomienda a Jehová tu camino (Salmo 37:5)
Dios hará mucho más de lo que imaginas
El mensaje del Salmo 37:5 sigue resonando con fuerza en la vida de cada creyente: “Encomienda a Jehová tu camino, y confía en Él; y Él hará.” Esta promesa es más que una frase bonita; es un estilo de vida de fe y descanso. Nos invita a rendir nuestros caminos, planes y cargas, sabiendo que el Señor no solo escucha, sino que actúa con poder.
Cuando confías en Dios, no significa que todo saldrá como tú lo planeaste; significa que todo saldrá conforme a su propósito perfecto. Y el propósito de Dios siempre es mayor, más sabio y más glorioso que el nuestro.
Dios hará más de lo que imaginas. Tal vez no lo veas ahora, pero en retrospectiva descubrirás que cada paso, incluso los más inciertos, te estaban guiando hacia un propósito divino. Cada espera, cada lágrima y cada cambio de dirección fueron piezas de un plan mayor.
No camines solo
No lleves el peso del mañana sobre tus hombros. Rueda tu carga sobre el Señor (Salmo 55:22) y permite que Él trace el rumbo. Mientras tú confías, Él obra. Mientras tú esperas, Él prepara. Y mientras tú obedeces, Él cumple.
El creyente que encomienda su camino no vive con temor al futuro, sino con esperanza en el Dios que controla el futuro. Aunque los tiempos sean inciertos, el Señor sigue siendo fiel. Aunque el mundo cambie, Dios permanece el mismo.
Aplicación espiritual final:
- Si estás enfrentando una etapa de duda o confusión, recuerda que la fe no elimina la incertidumbre, pero te enseña a confiar en medio de ella.
- Si sientes que tus fuerzas se agotan, deja de luchar solo: Dios está listo para tomar el timón.
- Si has fallado, encomienda nuevamente tu camino al Señor. Él puede enderezar lo que parecía perdido, restaurar lo que fue dañado y abrir caminos donde no los hay.
Sus planes siempre son más altos, su tiempo siempre es perfecto, y su amor siempre es suficiente.
Por eso, entrega, confía y descansa… porque Dios hará.