Jesucristo es el mismo ayer hoy y por los siglos

Prédica escrita: Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por los siglos

Vivimos en un mundo que cambia constantemente: las personas fallan, las circunstancias se transforman, y lo que hoy parece seguro, mañana puede desmoronarse. En medio de tanta inestabilidad, hay una verdad gloriosa que permanece firme como una roca: Jesucristo no cambia. Él es el mismo ayer, hoy y por los siglos (Hebreos 13:8). Esta no es simplemente una frase poética o un pensamiento reconfortante; es una declaración poderosa, una promesa eterna que nos da esperanza, seguridad y consuelo en todo tiempo.

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Mientras todo a nuestro alrededor puede tambalear, el carácter de Cristo permanece constante, fiel e inmutable. A través de los siglos, Él ha demostrado ser digno de confianza, y cada página de la Biblia nos recuerda que su amor no cambia, su poder no disminuye y sus promesas siguen vigentes. En esta prédica escrita, exploraremos lo que significa realmente que Jesús es inmutable y cómo esta verdad transforma nuestra manera de vivir, de creer y de esperar.

¿Qué significa que Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por los siglos

En un mundo donde todo cambia constantemente —las circunstancias, las emociones, los gobiernos e incluso las personas—, hay una verdad gloriosa que permanece firme e inmutable: Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por los siglos (Hebreos 13:8). Esta declaración, más que una frase teológica, es una ancla espiritual para el alma del creyente. Nos habla de la fidelidad constante, el amor inquebrantable y el carácter perfecto de nuestro Señor.

Cuando el apóstol escribe esta poderosa afirmación en Hebreos 13, lo hace en el contexto de una exhortación a vivir con fe, obediencia y perseverancia. En esta prédica reflexionaremos sobre la inmutabilidad de Cristo y cómo esta verdad puede transformar nuestra fe, sostener nuestra confianza y renovar nuestra esperanza en medio de cualquier tempestad.

El Dios que no cambia

En los capítulos previos, el autor de Hebreos llama a los creyentes a fijar sus ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe (Hebreos 12:2). Solo con esa mirada constante hacia Él, se puede correr la carrera cristiana con perseverancia y vencer el desánimo (Hebreos 12:3).

Más adelante, en Hebreos 13:5, asegura que el Señor nunca nos dejará ni nos desamparará, y en el verso siguiente, nos anima a imitar la fe de quienes han confiado plenamente en Dios (Hebreos 13:6–7). Pero todas estas promesas y exhortaciones tienen valor únicamente si es cierto que Dios no cambia. Porque si el carácter de Dios fuera voluble o incierto, ¿Cómo podríamos tener verdadera confianza en Sus promesas?

Un Dios digno de plena confianza

La inmutabilidad de Dios es la base de nuestra seguridad espiritual. Si Dios pudiera cambiar arbitrariamente su carácter, entonces no habría garantía de que cumplirá Su Palabra. Pero porque Dios es inmutable, podemos descansar en la certeza de que lo que Él ha dicho, lo cumplirá. Cada promesa, cada palabra, cada acto de amor manifestado en Cristo, sigue siendo tan verdadero y vigente hoy como lo fue en el pasado, y lo será por toda la eternidad.

Una seguridad firme: Jesucristo no cambia

Hebreos 13:8 declara con poder: “Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por los siglos”. Esta verdad no solo debe ser conocida, sino abrazada con todo el corazón, porque en ella encontramos una seguridad maravillosa: la certeza de que Jesús no ha cambiado, no cambia y nunca cambiará. Su carácter, Su poder, Su amor y Su fidelidad permanecen inmutables a lo largo del tiempo.

Esta declaración nos permite mirar hacia el pasado con gratitud, vivir el presente con confianza, y esperar el futuro con esperanza. Si Jesús fue fiel con Su pueblo en la historia, si lo ha sido contigo hasta hoy, entonces también lo será en lo que viene. ¡Él es absolutamente confiable!

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Cristo no fue un líder temporal, sino el Dios eterno hecho carne

Jesús no fue simplemente un predicador carismático que apareció en un momento histórico y luego desapareció como una figura pasajera. Él es el Verbo eterno, que existía desde el principio con Dios y era Dios (Juan 1:1). Antes de Abraham, Él ya era (Juan 8:58). En el cumplimiento del tiempo, se manifestó en carne (1 Timoteo 3:16) para redimir a la humanidad con Su sangre preciosa (Filipenses 2:5–8; 1 Corintios 15:3–4).

Hoy, Jesús está vivo, sentado a la diestra del Padre, intercediendo por nosotros (Romanos 8:34) y preparando un lugar para los que le aman (Juan 14:1–3). No es una figura del pasado, sino el Señor resucitado que reina hoy y que regresará por Su iglesia.

Un plan eterno y fiel

Desde el principio, Jesucristo ha tenido un plan claro y consistente: reconciliar al mundo con Dios. Nada ha salido de Su control, ni una sola promesa ha fallado, y ni una sola palabra dejará de cumplirse. Un día, Él volverá en gloria, visible a todos (Colosenses 3:4), para establecer Su reino eterno y morar con Su pueblo por siempre (Apocalipsis 22:3–5).

Su fidelidad es tan sólida que podemos decir con certeza: «Jesús ha sido, es y será siempre digno de confianza». Su palabra no caduca, Su amor no se enfría, Su autoridad no disminuye.

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Dios no cambia, aunque todo a nuestro alrededor sí

El Salmo 102 describe con belleza la eternidad de Dios: Él existía antes de la creación, formó los cielos y la tierra, y aunque el universo pasará, Dios permanece inmutable (Salmo 102:24–27). Por eso, el salmista concluye con fe: “Los hijos de tus siervos habitarán seguros” (v. 28), porque el fundamento de nuestra seguridad no está en lo creado, sino en el Creador.

De igual manera, el profeta Samuel proclamó con autoridad:
“La Gloria de Israel no mentirá ni se arrepentirá, porque no es hombre para que se arrepienta” (1 Samuel 15:29). Jesús, aún cuando se encarnó y caminó entre nosotros como hombre, nunca se desvió del propósito eterno, ni alteró Su palabra, ni cambió Su carácter.

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Jesús fue y sigue siendo el ejemplo perfecto

En su ministerio terrenal, Jesús demostró fidelidad absoluta. En cada tentación, se aferró a la Palabra de Dios como su guía y defensa (Mateo 4:1–11), mostrándonos que Su confianza en las Escrituras era total. Él no solo predicó con autoridad, vivió lo que enseñó, y cumplió lo que prometió. Esa coherencia perfecta en Su vida es otra muestra clara de que Jesús es el mismo ayer, hoy y por los siglos.

¿Dios cambia de opinión? Una verdad mal entendida

En algunos pasajes de las Escrituras, encontramos expresiones que podrían parecer contradictorias con la inmutabilidad de Dios, como cuando se dice que “Dios cambió de parecer”. Sin embargo, una lectura cuidadosa del contexto revela que no se trata de un cambio en Su carácter ni en Sus promesas eternas, sino de una respuesta a cambios en las condiciones humanas.

Dios sigue siendo fiel a Su naturaleza: santo, justo, misericordioso y verdadero. Cuando las personas se arrepienten o interceden, Dios actúa en coherencia con su carácter. No es que Él se contradiga, sino que responde conforme a lo que ya ha prometido hacer en tales circunstancias.

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Ejemplos bíblicos que confirman su fidelidad

Génesis 6:6–7
Dios se entristeció profundamente al ver la corrupción de la humanidad antes del diluvio. Aunque ejecutó juicio, no anuló su promesa de redención. No destruyó a toda la humanidad, sino que preservó un remanente en Noé, confirmando que su plan de salvación no cambió, pues Él es el mismo ayer, hoy y por los siglos.

Éxodo 32:10–14
Dios le dice a Moisés que destruirá a Israel por su idolatría, pero Moisés intercede. En respuesta, Dios “cambia de parecer”, no porque haya variado Su carácter, sino para enseñar a Moisés y al pueblo que la intercesión tiene poder, y que Dios es fiel a Su promesa de mantener un linaje santo. Esta escena revela cómo Dios prueba a Sus siervos y cumple Su palabra, aún cuando parece que se apartará de ella.

Jeremías 26:13
Aquí, Dios declara que “cambiará su determinación” de castigar a Judá si el pueblo se arrepiente. Esto no refleja inconstancia divina, sino que confirma que Dios siempre ha ofrecido misericordia al corazón contrito y humillado. Sus advertencias son oportunidades de arrepentimiento, no decretos irrevocables de destrucción.

Amós 7:2–6
Amós ve visiones de juicio venidero, pero al interceder por el pueblo, Dios también “cambia de opinión”. De nuevo, no es un cambio de esencia, sino una manifestación de su misericordia, en armonía con su carácter eterno. Dios está enseñando a Amós que Él escucha la intercesión y mantiene Su fidelidad, aún cuando la justicia exige juicio.

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El Dios que permanece fiel

Todos estos casos revelan que Dios, aunque parece “cambiar de parecer”, lo hace conforme a su naturaleza inmutable. Él no cambia sus promesas, ni actúa por impulso. Sus respuestas están alineadas con lo que ya ha establecido en Su Palabra: que si el hombre se arrepiente, Él tendrá misericordia (Jeremías 18:7–10).

Dios no es hombre para mentir, ni hijo de hombre para arrepentirse de manera humana (Números 23:19). Su carácter permanece firme, y Su plan redentor sigue avanzando sin desviación. Él es el mismo Dios eterno, justo y misericordioso, ayer, hoy y por los siglos.

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Conclusión: Jesucristo, el Dios inmutable en quien podemos confiar plenamente

Jesucristo, siendo el mismo ayer, hoy y por los siglos, es la manifestación perfecta de la inmutabilidad divina. En Él encontramos un refugio seguro en medio de las incertidumbres de la vida. Nada ni nadie puede cambiar su amor, su fidelidad ni su compromiso con nosotros. Ni el pecado, ni la angustia, ni ninguna circunstancia adversa tienen el poder de separarnos de Su gracia y Su presencia.

Su amor es firme y poderoso, tan fuerte como la muerte (Cantares 8:6), y esta verdad nos llena de confianza y esperanza. Podemos descansar plenamente en la promesa que nos asegura que “el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Filipenses 1:6). No somos nosotros quienes mantenemos nuestra fe; es Él quien la sostiene y la lleva a plenitud.

La certeza de que Jesús permanece constante en medio del cambio es el ancla que fortalece nuestro espíritu para seguir adelante, sin temor ni dudas. Su poder, su amor y su fidelidad son inalterables, y cada palabra que ha pronunciado en Su Palabra es digna de confianza absoluta.

No importa cuán inciertas sean nuestras circunstancias ni cuán volátil sea el mundo que nos rodea, nuestro Señor sigue siendo el mismo, el Dios eterno que nunca falla, nunca cambia ni nos abandona. Por eso, aferrémonos firmemente a esta verdad, y vivamos cada día con la seguridad y la paz que sólo Él puede ofrecer, sabiendo que Él estará con nosotros por siempre.

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