Toma tu cruz y sígueme (Reflexión)

Prédica escrita: Toma tu cruz y sígueme

Seguir a Jesús no es simplemente admirarlo de lejos o aceptar sus enseñanzas como un buen consejo moral. Es un llamado radical a dejar atrás el ego, los planes personales y todo lo que compita con la voluntad de Dios. Jesús lo expresó de manera directa y sin suavizar el mensaje:

“Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz y sígame” (Mateo 16:24).

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Estas palabras, pronunciadas hace más de dos mil años, siguen retumbando hoy como un desafío para todo creyente. No son una invitación ligera, sino un compromiso que implica abnegación, entrega y disposición a pagar el precio del discipulado.

¿Qué significa “niéguese a sí mismo”? – Esencial en la vida cristiana

Para tomar la cruz y seguir a Cristo, lo primero es negarse a sí mismo. Esto implica renunciar a la tendencia natural hacia el egoísmo y someter nuestra vida a la voluntad de Dios. Jesús no solo enseñó este principio, sino que lo vivió (Juan 13:1–17), dando ejemplo de humildad y servicio.

El Diccionario de Temas Bíblicos define la abnegación como “la voluntad de negarse a sí mismo posesiones o estatus, para crecer en santidad y compromiso con Dios”. En otras palabras: primero negarse a sí mismo, luego seguir a Jesús.

Las palabras originales que Jesús usó para “niéguese a sí mismo” tienen un sentido fuerte, semejante a lo que Pablo declaró en Filipenses 3:7–8:

“Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo”.

Obedecer el llamado de Jesús a cargar la cruz y seguirle es la consecuencia de considerarlo todo como pérdida, para ganar lo más valioso: a Cristo mismo.

El propósito de esta abnegación es ser más como Jesús en santidad y obediencia. La renuncia no es un fin en sí mismo, sino el camino para que Él sea el centro de nuestra vida.

Negarse a sí mismo

Crucificando la carne con sus pasiones 

Negarse a sí mismo significa enfrentar y vencer las persistentes demandas carnales del cuerpo —también conocidas como el yo carnal o el hombre natural— y someterlas a la autoridad de la Palabra de Dios para no ceder al pecado. Tal como enseña la Escritura:

“Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos” (Gálatas 5:24).

Esta “crucifixión” no es literal, sino un acto espiritual continuo, en el que decidimos matar las inclinaciones pecaminosas y mantenernos firmes en obediencia a Cristo.

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Un llamado a renunciar al yo

La abnegación cristiana significa dejar de vivir con uno mismo como centro de la existencia y reconocer a Jesucristo como nuestro único y verdadero Señor. Esto contradice la inclinación natural de la voluntad humana, que busca constantemente la autoafirmación. Negarse a sí mismo es aceptar que el viejo hombre está muerto y que nuestra nueva vida está escondida con Cristo en Dios (Colosenses 3:3–5).

No es simplemente privarnos de algo, sino cambiar el trono de nuestra vida: dejar que Cristo lo ocupe, y nosotros tomar el lugar de siervos.

Un ejercicio diario de obediencia

Desde el momento en que nacemos de nuevo, negarse a sí mismo se convierte en una disciplina diaria que nos acompañará durante toda nuestra vida terrenal (1 Pedro 4:1-2).

Ahora que el Espíritu Santo mora en nosotros, experimentamos un conflicto constante: el Espíritu de Dios contra el yo carnal. Pablo describe esta lucha en Romanos 7:14–25, mostrando que aunque el deseo de obedecer está presente, la carne se resiste. Sin embargo, la voz de Jesús sigue firme: “Toma tu cruz y sígueme”.

Solo por gracia y por el Espíritu

Negarse a sí mismo no es algo que podamos lograr con fuerza de voluntad humana; solo es posible por la gracia de Dios y el poder del Espíritu Santo. Como enseña Tito 2:11–13:

“Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo”.

El crecimiento que produce la muerte al yo

Cuando negamos nuestro yo y crucificamos la carne, nuestra vida espiritual se fortalece y crece. Cristo se convierte en nuestra verdadera vida, hasta que podamos decir como Pablo:

“Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gálatas 2:20; ver también Romanos 6:1–11).

El teólogo Dietrich Bonhoeffer lo expresó con fuerza: “Cuando Cristo llama a un hombre, le ordena que venga y muera”.

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Esto significa que un verdadero discípulo debe estar dispuesto a perderlo todo, incluso su vida, si el camino del discipulado lo lleva hasta allí. Vivir para Cristo implica morir al yo, a la autosuficiencia y a todo aquello que impida que Él sea el Señor absoluto de nuestro corazón.

Algunas formas de negarse a sí mismo

Prácticas que fortalecen la abnegación

La abnegación no es solo una idea teórica, sino un estilo de vida que se expresa en acciones concretas. La Biblia nos presenta diversas disciplinas que nos ayudan a negar el yo para agradar a Dios:

  • El ayuno: una disciplina espiritual que Jesús mismo practicó (Mateo 4:1–2), donde renunciamos voluntariamente a la comida u otras comodidades para buscar más de Dios.
  • Dar a los pobres y necesitados: un acto de desprendimiento que Jesús alentó (Mateo 5:42; Lucas 11:41), recordándonos que todo lo que tenemos es de Dios.
  • Velar en oración: negarse al descanso para interceder y servir a Dios, como lo hizo Jesús en repetidas ocasiones (Mateo 14:23; 26:41).
  • Vivir con modestia: evitar el lujo excesivo y la ostentación, eligiendo un estilo de vida sencillo que refleje nuestro compromiso con el reino (Mateo 8:20; 10:10; 1 Timoteo 2:9).

¿Cómo amamos y estimamos a los demás?

La forma más profunda de abnegación se refleja en cómo tratamos a nuestros hermanos y hermanas en Cristo. Negarse a sí mismo es la base del compañerismo cristiano y del servicio en la iglesia. Pablo lo resume así:

“No mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús…” (Filipenses 2:4–8).

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Jesús, siendo Dios, no se aferró a sus privilegios, sino que se despojó, tomó forma de siervo y obedeció hasta la muerte de cruz. Esa es la medida de amor y humildad que se nos pide imitar.

Buscar el bien de los demás primero

La Escritura nos llama a poner las necesidades ajenas antes que las nuestras (1 Corintios 10:24). Ejemplos bíblicos lo ilustran:

  • Rut, quien dejó su tierra y futuro por cuidar a Noemí (Rut 2:11).
  • Ester, que arriesgó su vida para salvar a su pueblo (Ester 4:16).

Estas mujeres reflejaron que amar es renunciar, y que el verdadero valor está en el servicio y el sacrificio.

Negarse por causa de los débiles en la fe

La abnegación también implica limitar nuestra libertad personal para no ser tropiezo a los que tienen una fe más débil (Romanos 14:21; 15:1–3; 1 Corintios 8:13; 9:23).

Esto puede significar sacrificar tiempo, energía, derechos, posición, reputación, privilegios, comodidades e incluso la propia vida por causa de Cristo. Así cumplimos la enseñanza de Jesús:

“El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará” (Mateo 10:39; ver también Juan 12:24–26; 2 Corintios 6:4–5).

Negarse a sí mismo no nos empobrece; por el contrario, nos enriquece espiritualmente y nos acerca al corazón de Dios.

¿Qué quiso decir Jesús cuando dijo: “Toma tu cruz y sígueme”?

Lo que Jesús NO quiso decir

Muchas personas piensan que “llevar la cruz” significa soportar una carga personal: una relación difícil, un trabajo ingrato o una enfermedad. Con cierto aire de autocompasión dicen: “Esa es mi cruz”. Pero esa interpretación no es lo que Jesús enseñó.

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En el primer siglo, la palabra “cruz” no evocaba la imagen de un collar, un símbolo de fe o un recordatorio de amor. Para cualquier persona de la época, la cruz representaba un solo significado: la muerte más dolorosa, humillante y pública que existía. Los romanos obligaban a los condenados a llevar su propio instrumento de ejecución mientras soportaban el escarnio del pueblo, camino al lugar donde serían crucificados.

Hoy, los cristianos vemos la cruz como símbolo de expiación, perdón, gracia y amor, pero en los días de Jesús era un recordatorio vivo de sufrimiento y muerte.

Morir a uno mismo

Tomar la cruz significa estar dispuesto a morir a uno mismo para seguir a Jesús. Es un llamado a una entrega absoluta. Después de dar esta orden, Jesús añadió:

“Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, este la salvará. Pues ¿qué aprovecha al hombre, si gana todo el mundo, y se destruye o se pierde a sí mismo?” (Lucas 9:24–25).

Aunque es un llamado radical y exigente, la recompensa es eterna e incomparable.

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Expectativas humanas vs. el verdadero plan de Dios

Dondequiera que iba Jesús, las multitudes lo seguían. Muchos lo veían como el Mesías que restauraría el reino de Israel y los libraría del dominio romano. Incluso sus discípulos más cercanos creían que el reino vendría pronto (Lucas 19:11).

Pero cuando Jesús comenzó a enseñar que sería entregado, sufriría y moriría (Lucas 9:22), su popularidad cayó. Muchos lo abandonaron porque no estaban dispuestos a renunciar a sus propias ideas, planes y ambiciones para abrazar el plan de Dios.

El discipulado exige sacrificio

Seguir a Jesús es sencillo cuando todo va bien; el verdadero compromiso se prueba en medio de las dificultades. Jesús nunca ocultó que el discipulado tendría un precio:

“En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33).

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En Lucas 9:57–62, tres personas parecían dispuestas a seguirlo, pero su compromiso se desvaneció cuando Jesús les mostró el costo real. Ninguno estuvo dispuesto a crucificar sus propios intereses en la cruz.

Jesús no suavizó su mensaje para retenerlos; de hecho, pareció disuadirlos. Esto contrasta con muchas presentaciones modernas del Evangelio. Si hoy un llamado al altar dijera: “Ven y sigue a Jesús, y podrías perder amigos, familia, reputación, carrera e incluso la vida”, el número de falsos conversos se reduciría drásticamente.

Preguntas para quien está dispuesto a tomar la cruz

Si estás listo para seguir a Cristo sin reservas, considera:

  • ¿Estás dispuesto a obedecer, aunque pierdas a tus amigos más cercanos?
  • ¿Estás dispuesto a obedecer, aunque eso signifique distanciarte de tu familia?
  • ¿Estás dispuesto a obedecer, aunque pierdas tu reputación?
  • ¿Estás dispuesto a obedecer, aunque pierdas tu sustento?
  • ¿Estás dispuesto a obedecer, aunque pierdas tu vida?

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En algunas regiones del mundo, estas consecuencias no son hipotéticas, sino realidades diarias. Jesús no promete que todas te sucederán, pero sí pregunta: ¿Estás dispuesto?

Haz compromiso con Dios: Toma tu cruz y sígueme

Comprometerse con Cristo no es un acto superficial, es un pacto de entrega total. Significa tomar tu cruz diariamente, negarte a ti mismo y estar dispuesto a renunciar a tus esperanzas, sueños, posesiones e incluso a tu propia vida si fuera necesario, todo por amor a Él y por la causa del Evangelio. Jesús fue claro: “El que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo” (Lucas 14:27).

Tomar la cruz implica aceptar voluntariamente el camino del sacrificio y la obediencia, confiando en que la recompensa eterna vale infinitamente más que cualquier pérdida temporal.

Jesús complementó este llamado radical a morir al yo con la promesa de vida verdadera:

“Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará” (Mateo 16:25-26).

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En otras palabras, solo cuando dejamos de aferrarnos a nuestra vida según el mundo, podemos recibir la vida abundante que Él ofrece. El compromiso con Cristo no es una carga sin sentido, es la llave que abre la puerta a una relación íntima con Él y a un propósito eterno.

Conclusión: Toma tu cruz y sígueme

Seguir a Cristo no es un camino de comodidad, sino de rendición total. Tomar la cruz significa abrazar la voluntad de Dios por encima de la nuestra, incluso cuando eso implique renunciar a lo que más amamos. Sin embargo, en ese acto de entrega encontramos la verdadera libertad y la vida que no se marchita.

Jesús no llama a medias tintas ni a compromisos a conveniencia; Él demanda todo, porque Él lo entregó todo por nosotros. Quien está dispuesto a perderlo todo por amor a Cristo, gana lo que el mundo jamás podrá ofrecer: la salvación eterna y una comunión inquebrantable con el Señor.

Hoy es el día para decidir si solo seguimos a Jesús de palabra, o si estamos dispuestos a cargar la cruz y caminar tras sus pasos, con la mirada fija en la gloria que nos espera. Recuerda la voz que dice: «Toma tu cruz y sígueme».

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