Muchas son las aflicciones del justo
El Salmo 34:19 declara: «Muchas son las aflicciones del justo, pero de todas ellas le librará Jehová.» Esta afirmación bíblica nos revela que incluso quienes caminan en justicia delante de Dios no están exentos de enfrentar adversidades. Las aflicciones pueden manifestarse de diversas maneras: pruebas dolorosas, carencias económicas, persecuciones por causa de la fe, angustias emocionales, cargas familiares, tribulaciones espirituales y tentaciones persistentes. Todas ellas forman parte del camino del creyente comprometido con Cristo.
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¿Cuáles son las muchas aflicciones del justo según el Salmo 34:19?
Es importante destacar que estas aflicciones no se deben confundir con los sufrimientos vividos antes de conocer al Señor. Muchas personas han crecido en entornos disfuncionales, marcados por el alcoholismo, las drogas y el desamor, lo cual deja profundas heridas emocionales y físicas.
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Aunque estas situaciones parecen imposibles de superar por medios naturales, hay esperanza en Cristo. Él tiene el poder para liberar y restaurar completamente al ser humano. Cuando alguien entrega su vida a Jesús, comienza un proceso de sanidad interior, que puede fortalecerse a través del acompañamiento pastoral, la oración ferviente y períodos de ayuno guiado (Isaías 58:5-11).
El creyente puede supera el dolor del pasado
Aunque muchas sean las aflicciones del justo, la Biblia nos asegura que es posible sobreponerse. El dolor del pasado no tiene por qué definir el presente de un creyente. A medida que la luz de Cristo penetra en el corazón, las heridas se sanan y las cadenas del ayer se rompen. Pero es necesario un acto de rendición: permitir que la vida de Cristo transforme las áreas más profundas del alma.
Aceptar la cruz de Cristo no solo implica soportar el presente, sino también soltar voluntariamente las cargas del pasado. Es entonces cuando entendemos la verdadera esencia de las palabras de Jesús: “Mi yugo es fácil y ligera mi carga” (Mateo 11:28-30).
Él nos llama no solo a caminar con Él, sino a intercambiar nuestras cargas por su descanso. Solo así el creyente puede experimentar una paz que sobrepasa todo entendimiento.
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Isaías 53:5 nos recuerda el fundamento de esta sanidad: “Mas él fue herido por nuestras rebeliones, molido por nuestras iniquidades; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por sus llagas fuimos nosotros curados.”
Jesús llevó sobre sí no solo nuestros pecados, sino también nuestras dolencias, traumas, angustias y el peso de toda aflicción. En la cruz del Calvario se trató de raíz todo aquello que atormenta al alma humana.
Muchas son las aflicciones del justo, pero Jesús nos hará descansar
La invitación de Cristo sigue vigente hoy: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.” (Mateo 11:28). Él no ofrece una religión pesada ni una lista de deberes sin fin, sino descanso para el alma. Su mansedumbre y humildad son el refugio perfecto para quien ha sido herido por la vida.
El Salmo 34:19-20 lo reafirma: “Muchas son las aflicciones del justo, pero de todas ellas le librará Jehová. Él guarda todos sus huesos; ninguno de ellos será quebrantado.” Solo Jesús tiene el poder de restaurar lo que ha sido roto y de renovar lo que ha sido desgastado. Solo en Él encontramos descanso verdadero y duradero.
Por tanto, recordemos y abracemos estas verdades: el pasado ya no tiene poder sobre nosotros, porque Cristo llevó nuestras cargas, y en Él hay esperanza, consuelo y victoria.
Las aflicciones son soportadas en oración
En tiempos de aflicción, la respuesta más poderosa del creyente no es la queja ni la desesperanza, sino la oración. Santiago 5:13 lo expresa con sencillez pero con profunda sabiduría: “¿Está alguno entre vosotros afligido? Haga oración. ¿Está alguno alegre? Cante alabanzas.”
La oración no es solo un acto devocional, sino una herramienta vital en medio del sufrimiento. Es el canal directo por el cual el creyente descarga su alma ante Dios, encuentra consuelo, recibe fortaleza y se llena de esperanza. Santiago continúa exhortando a la iglesia a orar unos por otros, especialmente en tiempos de enfermedad o necesidad, reconociendo que el poder está en el nombre del Señor (Santiago 5:14).
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Pablo también instruyó a Timoteo con firmeza: “Soporta las aflicciones, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio.” (2 Timoteo 4:5).
No se trataba simplemente de resistir por orgullo o por deber, sino de permanecer firme mediante una vida de comunión con Dios. La oración constante fortalece el corazón y permite al siervo de Dios cumplir fielmente su llamado, aun en medio del dolor. Pablo mismo, consciente de que su partida estaba cercana, se mantuvo firme hasta el final, confiando en el Señor.
Aprendamos, entonces, a enfrentar cada aflicción con oración perseverante y fe inquebrantable. En medio de la tormenta, la oración nos ancla a la paz de Dios.
Pablo experimentó aflicción
El apóstol Pablo fue un ejemplo vivo de cómo un siervo de Dios puede atravesar múltiples aflicciones sin apartarse del propósito divino. Es importante aclarar que no todas las aflicciones deben entenderse como enfermedades físicas, ni tampoco debemos aceptar pasivamente cualquier enfermedad como si fuera voluntad de Dios. Las Escrituras hacen una distinción clara entre la aflicción, la enfermedad y la disciplina divina.
Hebreos 12:6-8 nos enseña que la disciplina es una señal del amor de Dios hacia sus hijos:
“Porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo… Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos.”
La corrección divina no es un castigo arbitrario, sino un proceso formativo que confirma nuestra identidad como hijos de Dios.
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Pablo lo expresa de la siguiente manera:
Pablo mismo describe cómo se aprobó como ministro de Dios en medio de todo tipo de circunstancias adversas: “En mucha paciencia, en aflicciones, en necesidades, en angustias, en azotes, en cárceles, en tumultos, en trabajos, en vigilias, en ayunos…” (2 Corintios 6:4-10)
En estos versículos, Pablo no se presenta como una víctima, sino como un siervo perseverante. Su sufrimiento no lo debilitó, sino que lo validó como auténtico ministro del Evangelio. A través de honra y deshonra, de buena y mala fama, Pablo siguió adelante, sabiendo que Dios estaba con él y que su fortaleza provenía del Espíritu Santo.
El sufrimiento como parte del llamado
Desde el principio, el sufrimiento fue parte del llamado de Pablo. Cuando Dios lo escogió, le dijo claramente: “Porque yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre.” (Hechos 9:16). Pablo experimentaría en carne propia que muchas son las aflicciones del justo.
El caminar del apóstol Pablo estuvo marcado por pruebas constantes, pero también por una convicción firme: cada dolor tenía propósito, y cada aflicción venía acompañada de la gracia de Dios.
El profeta Isaías también habló del sufrimiento de Cristo, quien llevó nuestros dolores y fue afligido en nuestro lugar: “Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores…” (Isaías 53:4)
Después de la aflicción viene la restauración
El sufrimiento del justo no es el fin, sino el medio por el cual Dios lo perfecciona. Así lo afirma el apóstol Pedro: “Pero el Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria eterna en Cristo Jesús, después que hayáis padecido un poco de tiempo, él mismo os perfeccionará, afirmará, fortalecerá y establecerá.” (1 Pedro 5:10)
Este versículo nos recuerda que el sufrimiento es temporal, pero los frutos que produce son eternos. Muchas son las aflicciones del justo, pero moldean el carácter, profundizan la fe y preparan al creyente para mayores responsabilidades en el Reino de Dios.
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Así como Pablo experimentó aflicción y fue sustentado por Dios, nosotros también podemos confiar en que el mismo Dios que permitió la prueba, es fiel para darnos la victoria. Él no nos deja solos en medio del valle, sino que nos acompaña, nos forma y, al final, nos levanta.
Gocémonos cuando es por causa de su nombre
En el libro de los Hechos se nos narra un poderoso ejemplo de cómo los primeros cristianos enfrentaban la persecución con gozo. Hechos 5:41 dice: «Y ellos salieron de la presencia del concilio, gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre». Este versículo refleja una actitud que trasciende el dolor: un gozo profundo por ser partícipes de los padecimientos de Cristo. No era masoquismo, sino una comprensión espiritual de que sufrir por causa del Señor es un honor, no una desdicha.
A pesar de que muchas son las aflicciones del justo, el apóstol Pedro también anima a los creyentes a regocijarse en medio de las pruebas. En 1 Pedro 1:6-7 leemos:
«En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo». Aquí se destaca que la fe purificada en el fuego de la aflicción tiene un valor eterno. Dios no permite las pruebas sin propósito; cada una de ellas tiene el fin de refinar nuestra fe y prepararnos para Su gloria.
Pedro continúa afirmando que si sufrimos por causa de la justicia, no debemos temer: “¿Y quién es aquel que os podrá hacer daño si vosotros seguís el bien? Pero también si alguna cosa padecéis por causa de la justicia, bienaventurados sois. Por tanto, no os amedrentéis por temor de ellos, ni os conturbéis” (1 Pedro 3:13-14). Sufrir por hacer lo correcto es señal de que estamos caminando conforme al corazón de Dios. No hay por qué turbarnos ni temer.
Cristo también padeció… y estamos llamados a seguir sus pisadas
El padecimiento no es ajeno a la vida cristiana. El mismo Cristo lo vivió en carne propia, y nosotros debemos tener esa misma actitud. “Puesto que Cristo ha padecido por nosotros en la carne, vosotros también armaos del mismo pensamiento; pues quien ha padecido en la carne, terminó con el pecado” (1 Pedro 4:1). Aquí Pedro nos invita a tener la mentalidad de Cristo: no huir del sufrimiento cuando este viene como consecuencia de una vida santa, sino abrazarlo como parte del proceso de santificación.
Las pruebas de fuego, una oportunidad para glorificar a Dios
En 1 Pedro 4:12-14, el apóstol escribe con ternura y claridad: «Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese; antes bien gozaos, por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría. Si sois vituperados por el nombre de Cristo, sois bienaventurados; porque el glorioso Espíritu de Dios reposa sobre vosotros. Ciertamente, de parte de ellos, él es blasfemado, pero por vosotros es glorificado.»
Este pasaje es clave para comprender el valor espiritual de nuestras pruebas. Pedro no niega la dificultad, pues muchas son las aflicciones del justo, pero enfoca el sufrimiento como una vía de identificación con Cristo y una oportunidad para experimentar el reposo del Espíritu Santo. Incluso en la persecución, el creyente es bienaventurado.
El apóstol también advierte que el sufrimiento cristiano debe ser por motivos justos: «Así que, ninguno de vosotros padezca como homicida, o ladrón, o malhechor, o por entremeterse en lo ajeno; pero si alguno padece como cristiano, no se avergüence, sino glorifique a Dios por ello.» (1 Pedro 4:15-16). No todo dolor honra a Dios. Pero si es por causa de nuestra fidelidad a Él, debemos sentirnos honrados de llevar ese padecimiento con gozo.
El juicio que empieza por la casa de Dios
Pedro concluye con una solemne advertencia: «Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios; y si primero comienza por nosotros, ¿cuál será el fin de aquellos que no obedecen al evangelio de Dios? Y: Si el justo con dificultad se salva, ¿en dónde aparecerá el impío y el pecador?» (1 Pedro 4:17-18). Aquí se recuerda que el sufrimiento también puede ser parte del juicio purificador que Dios ejecuta sobre Su pueblo, para santificarlo y prepararlo.
Finalmente, Pedro nos exhorta con esperanza: «De modo que los que padecen según la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, y hagan el bien.» (1 Pedro 4:19). No se trata solo de resistir el dolor, sino de confiar plenamente en Dios mientras seguimos haciendo el bien. Esa es la verdadera fortaleza espiritual: permanecer fieles y obedientes, incluso en medio de la adversidad.
Jesucristo también tuvo sufrimiento
El sufrimiento no es ajeno a la vida cristiana, y el ejemplo más alto de aflicción lo encontramos en nuestro Señor Jesucristo. Él no solo predicó el consuelo y la sanidad, sino que llevó sobre sí mismo nuestras dolencias y padecimientos. Así lo declara Mateo 8:17:
“Para que se cumpliese lo que fue dicho por el profeta Isaías, cuando dijo: Él mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias.”
Esto cumple lo anunciado por Isaías muchos siglos antes, en una de las profecías mesiánicas más profundas y conmovedoras de toda la Escritura.
Profecía mesiánica en Isaías
Isaías 53:2-8:
«Subirá cual renuevo delante de él, y como raíz de tierra seca; no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos.
Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos.
Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido.
Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados.
Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.
Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca.
Por cárcel y por juicio fue quitado; y su generación, ¿quién la contará? Porque fue cortado de la tierra de los vivientes, y por la rebelión de mi pueblo fue herido.»
Jesús, sin haber enfermado jamás, llevó sobre sí mismo no solo nuestros pecados, sino también nuestras debilidades físicas y emocionales. Fue el varón de dolores por excelencia, el que asumió en la cruz nuestras angustias y quebrantos. Como reafirma el apóstol Pedro:
1 Pedro 2:24: «Quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados.»
Muchas son las aflicciones del justo pero debemos tener fe en su Palabra
Frente al dolor y la incertidumbre, el creyente encuentra fortaleza en la infalible Palabra de Dios. Cada promesa pronunciada por el Señor es segura, firme e inmutable. Tener fe en su Palabra es vital para mantenernos firmes durante las tribulaciones.
Ezequiel 12:25: «Porque yo soy Jehová; hablaré, y se cumplirá la palabra que hable; no se tardará más, sino que en vuestros días, oh casa rebelde, diré palabra y la cumpliré, dice Jehová el Señor.»
Ezequiel 12:28: «Por tanto, diles: Así ha dicho Jehová el Señor: No se tardará más ninguna de mis palabras, sino que la palabra que yo hable se cumplirá, dice Jehová el Señor.»
2 Corintios 1:20: «Porque todas las promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén, por medio de nosotros, para la gloria de Dios.»
Cada promesa es una ancla en medio de la tormenta, una luz que guía en medio de la oscuridad. Las pruebas pueden venir, pero la fidelidad de Dios permanece. Su Palabra jamás falla.
Mantengamos nuestra confianza en Dios
El apóstol Pablo, con gran humildad y madurez espiritual, entendía que él no era dueño de la fe de nadie. Su rol como líder espiritual era el de colaborar con el crecimiento y gozo de los creyentes, pero la firmeza en la fe debía ser una convicción personal de cada uno.
2 Corintios 1:24: «No que nos enseñoreemos de vuestra fe, sino que colaboramos para vuestro gozo; porque por la fe estáis firmes.»
Confiar en Dios implica descansar en Su fidelidad. Así lo reconoció el rey Salomón al concluir la construcción del templo, cuando exclamó:
1 Reyes 8:56: «Bendito sea Jehová, que ha dado paz a su pueblo Israel, conforme a todo lo que él había dicho; ninguna palabra de todas sus promesas, que expresó por Moisés su siervo, ha faltado.»
La confianza plena en Dios es el escudo que protege al cristiano en tiempos difíciles. Recordar que Cristo ya padeció por nosotros, que llevó nuestras aflicciones y venció, nos debe inspirar a no desmayar y a permanecer firmes, sabiendo que, a pesar de que muchas son las aflicciones del justo, cada sufrimiento tiene un propósito eterno en el plan redentor de Dios.
Conclusión de la Reflexión: Muchas son las aflicciones del justo
En nuestra caminata con Cristo, aunque muchas son las aflicciones del justo, no son señales de abandono, sino oportunidades para fortalecer nuestra fe y depender completamente de Dios. La Biblia nos muestra que tanto los profetas, los apóstoles como nuestro Señor Jesucristo experimentaron sufrimiento, pero en cada prueba, la gracia y el poder de Dios estuvieron presentes.
Aunque enfrentemos dificultades, debemos recordar la promesa inmutable de Dios: «Muchas son las aflicciones del justo, pero de todas ellas le librará Jehová» (Salmo 34:19). No estamos solos en la batalla, pues el Señor nos da descanso, nos fortalece y nos perfecciona a través de cada proceso.
Por tanto, sigamos firmes, confiando en que, aunque atravesemos pruebas y tribulaciones, Dios tiene el control y nos dará la victoria. En oración, en fe y con perseverancia, aprendamos a soportar las aflicciones sabiendo que después de haber padecido por un tiempo, Él nos afirmará, fortalecerá y establecerá (1 Pedro 5:10). Muchas son las aflicciones del justo, pero ¡Ánimo, porque en Cristo somos más que vencedores!