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Con Dios todo es posible

Hay frases que, por repetidas, corren el riesgo de quedarse en la superficie; el oído las oye pero el corazón no siempre las recibe. Sin embargo, algunas afirmaciones no envejecen porque no nacen del pensamiento humano: nacen de la revelación divina. “Con Dios todo es posible” es una de esas verdades. No es un eslogan motivacional, ni exclusivamente un consuelo pasajero; es una declaración teológica que transforma la manera en que entendemos la realidad, la esperanza y la acción cristiana.

Cuando Jesús dijo: “Para los hombres esto es imposible, mas para Dios todo es posible” (Mateo 19:26), no estaba pronunciando una idea etérea, sino señalando la dinámica central del Reino: aquello que la naturaleza humana no puede producir, Dios lo otorgará por su gracia. Esa es la tensión que sostiene la vida cristiana: el reconocimiento de nuestra limitación acompañado de la confianza en la omnipotencia y la fidelidad de Dios.

Orígenes bíblicos: Dos textos que sostienen una verdad

Las Escrituras presentan esta afirmación en al menos dos momentos significativos. En Mateo 19:26, Jesús responde a la inquietud de sus discípulos sobre la salvación después de hablar con el joven rico: “¿Quién podrá ser salvo?” —preguntaron—, y Jesús declara la imposibilidad humana y la posibilidad divina. Es una enseñanza que desactiva la confianza en los propios méritos y sitúa la esperanza en la obra de Dios.

En Lucas 1:37, el ángel transmite a María la misma certeza: “Porque nada hay imposible para Dios”. Allí la frase adquiere un matiz de promesa creativa: Dios obra lo que parece humanamente inviable. En ambos textos se entrecruzan dos verdades: la incapacidad humana y la capacidad divina. Reconocer la una sin la otra conduce al fatalismo o a la autosuficiencia; mantenerlas juntas produce humildad y confianza dinámica.

¿Qué quiso decir Jesús con “Para los hombres esto es imposible”?

Cuando Jesús afirmó que para los hombres era imposible entrar al Reino por sus propios medios, estaba señalando una realidad teológica: la salvación no se compra ni se gana; se recibe. El pecado, la ceguera espiritual y la tendencia a la autosuficiencia hacen que el ser humano no tenga recursos para reconciliarse con Dios por esfuerzo propio. La Escritura lo hace claro en pasajes como Efesios 2:8-9 y Tito 3:4-7: la salvación es don de Dios, acto de su misericordia.

Pero la frase de Jesús va más allá de la salvación. Es un principio general: hay límites humanos que no pueden ser traspasados por la mera voluntad o habilidad humana. La vida presenta imposibles: una carrera truncada por la enfermedad, un matrimonio que parecía irremediable, una deuda que estrangula, una injusticia que pesa. En todos esos casos la declaración de Jesús no es resignación, sino puerta abierta: si lo humano ha llegado a su extremo, allí puede entrar lo divino.

La fe: el puente entre lo que no puedo y lo que Dios puede

Fe no es un recurso nebuloso. Fe es la actitud que reconoce la imposibilidad humana y abre la mano para recibir la acción de Dios. Fe es más que creencia intelectual: es confianza activa. Es decidir moverse en la dirección de Dios aun cuando la lógica y las fuerzas propias digan lo contrario.

La fe es el medio por el cual lo imposible se hace posible. No porque la fe misma tenga poder mágico, sino porque une nuestro corazón a la obra de Dios y nos coloca en correspondencia con su gracia. Fe y obediencia van juntas: creer sin obedecer es pereza espiritual; obedecer sin fe es sacrificio sin esperanza.

Los ejemplos bíblicos (Abraham caminando hacia una promesa, la mujer con flujo que tocó el borde del manto de Jesús) muestran que la fe se acompaña de acción, aun cuando la acción sea simplemente acercarse a Dios con humildad.

Superación de límites humanos: historias que enseñan

La Biblia está llena de testimonios que ilustran la transformación del imposible en posible por obra de Dios. Pensar en Ana, que oró con angustia y obtuvo un hijo; en Abraham y Sara, que tuvieron descendencia a edad avanzada; en Lázaro, a quien Jesús levantó de la tumba; en la hija de Jairo, restituida a la vida por la fe de su padre; en el ciego Bartimeo, que recuperó la vista porque se atrevió a gritar a Jesús. En cada caso, la intervención divina respondió a una necesidad que no tenía solución humana.

Estos relatos no son meros relatos de milagros aislados: son modelos para entender cómo Dios actúa hoy. No todos los desafíos se resuelven de la misma manera, pero la verdad persistente es que Dios puede intervenir donde nosotros llegamos a un callejón sin salida. El reconocimiento de lo imposible nos hace depender no de nuestras capacidades, sino de la promesa divina.

Apoyo en la adversidad: cómo la certeza de la posibilidad divina consuela y sostiene

Saber que para Dios no hay imposibles no elimina la adversidad, pero transforma la manera de vivirla. En el sufrimiento, esta verdad ofrece consuelo y coraje. En lugar de culpar a Dios o vivir en la desesperanza, aprendemos a clamar a Él y a esperar su acción.

Practicar esta confianza en la adversidad implica varias actitudes concretas: orar con persistencia, buscar la comunión de la iglesia, recibir consejo sabio, mantener la esperanza activa mediante la Palabra y el recuerdo de la fidelidad pasada de Dios. La comunidad cristiana es un tabernáculo donde la fe se alimenta: testimonios, palabras de la Escritura y oraciones compartidas renuevan la confianza. Nadie está llamado a confrontar lo imposible en soledad.

Un llamado a la acción responsable: no confundir fe con pasividad

Decir “con Dios todo es posible” no es licencia para la inactividad ni para esperar resultados sin involucrarnos. La fe bíblica trabaja con la responsabilidad humana. Jesús llamó a la mujer a presentar su necesidad; llamó a los discípulos a remar cuando la tormenta los azotaba; llamó a los creyentes a orar y a velar. Dios obra a menudo en y a través de nuestras decisiones responsables.

La fe exige corresponsabilidad: orar, buscar, obrar con integridad, esforzarse en lo posible y confiar a Dios lo imposible. No se trata de “haz lo que puedas y Dios hará lo que falta” en un sentido simplista, sino de una colaboración humilde entre la gracia divina y la diligencia humana. Esto evita dos trampas: el activismo desenfrenado (que no distingue la soberanía de Dios) y la pasividad irracional (que usa a Dios como comodín).

Cómo cultivar una fe que espera lo imposible

Una fe madura no nace de la suerte: se cultiva. Algunas prácticas que fortalecen la fe incluyen:

  1. Leer y meditar la Escritura: la Palabra testimonia la fidelidad de Dios. Conocer la historia redentora y los testimonios de la fe nutre la confianza.
  2. Oración persistente y sincera: orar no es recitar deseos, es dialogar con Dios, abrir el corazón y permanecer en su presencia aun sin ver respuesta inmediata.
  3. Memoria de la gracia: recordar cómo Dios actuó en tu vida o en la vida de otros renueva la esperanza.
  4. Obediencia práctica: la obediencia demuestra que la fe es real; pequeñas obediencias forman la capacidad de confiar en lo grande.
  5. Comunidad cristiana: participar en la iglesia, recibir y dar testimonio, fortalecer a otros con la propia historia de fe.

Cultivar la fe también implica enfrentarse a las dudas con honestidad. La duda no necesariamente es pecado; puede ser puerta hacia una fe más madura cuando se lleva a la oración y al estudio de la Palabra.

Obstáculos reales: orgullo, autosuficiencia y miedo

Existen enemigos que impiden que la realidad de la posibilidad divina transforme nuestra vida. Entre ellos sobresalen el orgullo y la autosuficiencia. El joven rico del Evangelio fue un ejemplo: su confianza en las posesiones le cerró la entrada al Reino. Las riquezas o cualquier otra forma de seguridad (estatus, control, talento) pueden seducir al corazón y desplazar la dependencia de Dios.

El miedo y la vergüenza también entorpecen la acción de Dios. Muchas veces no pedimos por temor a no ser escuchados o por vergüenza de mostrar nuestras limitaciones. Pero el cristiano es llamado a la humildad confesional: traer las necesidades ante Dios y ante la iglesia.

Finalmente, la incredulidad —cuando se arraiga— hace que la persona viva siempre por lógica humana y niegue la obra sobrenatural. Esta incredulidad se remedia volviéndose a la Escritura, recordando testimonios y practicando la obediencia.

Testimonio práctico: aplicar la verdad en la vida cotidiana

¿Cómo se vive esto en lo práctico? Aquí algunas aplicaciones concretas:

  • Cuando la enfermedad se presenta, clama a Dios, busca al médico y confía en la providencia divina. Oración y medicina no se excluyen; se complementan.
  • En problemas económicos, actúa con sabiduría financiera, busca ayuda comunitaria y ora por provisión; confía en la fidelidad de Dios para abrir puertas.
  • En relaciones rotas, practica el perdón, pide la intervención de Dios y cultiva la paciencia. La restauración puede tomar tiempo, pero Dios es especialista en reconciliaciones imposibles.
  • En decisiones vocacionales, ora, consulta con sabiduría y pon en manos de Dios el resultado; a veces Él abre caminos inesperados.

En todas las áreas, la clave es la unión de fe y responsabilidad.

Conclusión: Con Dios todo es posible

Vivir con la convicción que transforma

Decir “Con Dios todo es posible” no es un estribillo fácil; es una doctrina que cambia la mirada. Nos obliga a mirar nuestras limitaciones con honestidad y a mirar a Dios con audacia. Nos libera de la falsa confianza en nuestras fuerzas y nos invita a una dependencia activa y obediente.

Recordemos que lo más grande que Dios hizo por nosotros fue darnos vida y reconciliación mediante Cristo —acto que demuestra que no hay imposibles para Él. Si Dios pudo hacer eso por nosotros, ninguna circunstancia de nuestra vida queda fuera de su alcance. Por eso hoy, en tus dudas, angustias, planes y fracasos, puedes afirmar con humildad y confianza: lo que yo no puedo, Dios lo puede; lo que es imposible para mí, para Él no lo es.

Que esta verdad te lleve a orar con mayor sinceridad, a actuar con mayor valentía y a caminar con mayor libertad. No te quedes en la lógica humana: levanta los ojos, cree y actúa, porque el Dios que te llama es soberano, fiel y capaz de transformar tus imposibles en historia de su gracia.

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