Dios Siempre Tiene la Última Palabra
Vivimos en un mundo lleno de incertidumbres, malas noticias, enfermedades, conflictos y decisiones humanas que parecen ser definitivas. Con frecuencia nos encontramos ante situaciones que parecen sin solución, momentos en los que todo parece estar perdido y no hay esperanza a la vista. Es precisamente en esos momentos que debemos recordar una verdad fundamental: Dios tiene la última palabra.
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Esta declaración no es simplemente una frase para animarnos; es una convicción basada en las Escrituras y en la revelación del carácter soberano de Dios. La Biblia está llena de ejemplos donde todo parecía terminado, pero Dios intervino y transformó el resultado. Cuando los hombres dicen “no se puede”, Dios dice “yo haré”. Si el mundo sentencia derrota, Dios proclama victoria. Cuando la muerte parece tener la última palabra, Dios declara vida.
A lo largo de esta prédica, veremos cómo esta verdad se manifiesta en las Escrituras, cómo se aplica a nuestra vida diaria y cómo debe moldear nuestra fe y nuestra esperanza en cada circunstancia.
I. La Soberanía de Dios sobre todas las cosas
Uno de los pilares de la fe cristiana es la soberanía absoluta de Dios. Él no solo creó todas las cosas, sino que también las gobierna con poder y sabiduría.
Isaías 46:10 dice:
“Que anuncio lo por venir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho; que digo: Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero.”
Dios no está sujeto a las circunstancias. Él no reacciona como lo hace el hombre; Él ordena, declara, decreta. El futuro no es incierto para Dios porque Él ya lo conoce y lo controla. Cuando entendemos esto, podemos descansar en que, aunque las cosas parezcan desordenadas a nuestros ojos, están bajo el dominio de Aquel que tiene la última palabra.
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II. Cuando los hombres dicen «no», Dios dice «sí»
Un claro ejemplo lo encontramos en la historia de Abraham y Sara. Humanamente, era imposible que tuvieran un hijo. Sara era estéril y ambos eran de edad avanzada. Pero Dios había dado una promesa, y cuando Dios promete, no hay obstáculo que pueda impedir su cumplimiento.
Romanos 4:19-21 declara:
“Y no se debilitó en la fe al considerar su cuerpo, que estaba ya como muerto… tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios, plenamente convencido de que era también poderoso para hacer todo lo que había prometido.”
Dios tuvo la última palabra en esa historia. Isaac nació, contra todo pronóstico humano. Así también, cuando los médicos, abogados, empleadores o familiares digan que algo es imposible, recordemos que si Dios ha hablado lo contrario, Su palabra tiene el poder de cambiar cualquier realidad.
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III. Jesús frente a la muerte: la última palabra es vida
La muerte es el enemigo final, y muchas veces pensamos que es definitiva. Pero Jesucristo demostró que ni siquiera la muerte tiene la última palabra.
En Juan 11, leemos la historia de Lázaro. Ya llevaba cuatro días muerto, y su familia pensaba que Jesús había llegado tarde. Pero Jesús les dijo:
Juan 11:25-26: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá.”
Ante la tumba, cuando todo parecía acabado, Jesús dijo: “¡Lázaro, ven fuera!” (Juan 11:43). Y el muerto resucitó. ¿Qué nos enseña esto? Que no importa cuán muerto esté un sueño, una relación, un propósito, o incluso una persona… si Dios quiere levantarlo, lo hará.
En la cruz del Calvario, Jesús fue crucificado. El mundo pensó que era el fin. El enemigo creyó que había vencido. Pero el tercer día, Jesús resucitó, venciendo la muerte y demostrando que Dios siempre tiene la última palabra.
IV. Cuando las autoridades humanas emiten veredictos, Dios puede revertirlos
Vivimos en una sociedad gobernada por sistemas humanos que, aunque necesarios, son limitados, falibles y, muchas veces, injustos. Los tribunales, diagnósticos médicos, sentencias políticas, decisiones empresariales o incluso las opiniones de figuras de autoridad en nuestra vida pueden llegar a parecer veredictos finales, sentencias definitivas que determinan nuestro futuro. Pero el pueblo de Dios debe recordar una verdad: ningún decreto humano es más alto que el decreto divino. Dios siempre tiene la última palabra, incluso sobre lo que parece irreversible.
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La naturaleza limitada del juicio humano
El juicio humano está limitado por la información, por los prejuicios, por la falta de visión eterna. Un juez puede equivocarse. Un médico puede errar en su diagnóstico. Un jefe puede actuar con injusticia. Pero Dios no se equivoca, no se deja influenciar, y su visión no está restringida por el tiempo ni por las circunstancias.
La Escritura es clara al respecto:
Proverbios 21:1: “Como los repartimientos de las aguas, así está el corazón del rey en la mano de Jehová; a todo lo que quiere lo inclina.”
Esto significa que incluso las decisiones de los reyes, presidentes, gobiernos, autoridades o líderes están sujetas al gobierno soberano de Dios. Él puede inclinar sus decisiones, anular sus planes y deshacer sus decretos si así lo desea.
El caso de Daniel: una sentencia que parecía definitiva
En Daniel capítulo 6, se nos presenta un escenario donde un decreto real ponía literalmente la vida de un siervo de Dios en peligro. Daniel fue condenado a muerte no por haber cometido algún crimen, sino por ser fiel a su Dios.
El rey Darío, engañado por sus oficiales, firmó una ley irrevocable que prohibía a cualquiera orar a otro dios que no fuera el rey por 30 días. Daniel, sin temor y con fidelidad, siguió orando tres veces al día como siempre lo había hecho. Sabía el precio de su obediencia: el foso de los leones.
El texto dice que el rey trató de salvar a Daniel, pero la ley de los medos y persas no podía ser revocada (Daniel 6:14-15). Era una sentencia final. El sistema legal humano había hablado. El decreto fue ejecutado: Daniel fue arrojado al foso.
Pero ahí es donde entra en acción la última palabra de Dios.
“Mi Dios envió su ángel, el cual cerró la boca de los leones, para que no me hiciesen daño…”
(Daniel 6:22)
El decreto humano decía muerte, pero Dios dijo vida. La sentencia decía destrucción, pero Dios decretó liberación. El ángel del Señor descendió al foso, y la historia cambió.
Resultado: el mismo rey cambió su veredicto
Dios no solo libró a Daniel, sino que cambió el corazón del mismo rey Darío, quien reconoció públicamente el poder del Dios de Israel:
Daniel 6:26-27: “De parte mía es puesta esta ordenanza: Que en todo el dominio de mi reino todos teman y tiemblen ante la presencia del Dios de Daniel; porque él es el Dios viviente y permanece por todos los siglos… él salva y libra, y hace señales y maravillas en el cielo y en la tierra; él ha librado a Daniel del poder de los leones.”
¡Qué testimonio más poderoso! Dios no solo salvó a su siervo, sino que transformó una sentencia de muerte en una plataforma de testimonio para toda una nación. Lo que parecía el fin, se convirtió en un principio glorioso. Esto es lo que ocurre cuando Dios interviene: el foso se transforma en un púlpito, y el decreto de muerte se convierte en proclamación de vida.
Otros ejemplos bíblicos de reversión de veredictos
1. Ester: el edicto de muerte sobre el pueblo judío
En el libro de Ester, el malvado Amán manipuló al rey Asuero para emitir un edicto que autorizaba la destrucción de todo el pueblo judío. Era una sentencia real, sellada con el anillo del rey, lo que en esa cultura era irrevocable.
Pero Dios usó a Ester y Mardoqueo para interceder ante el rey. Y aunque el edicto no podía ser anulado, se emitió otro edicto que facultaba a los judíos a defenderse, lo cual resultó en su preservación y victoria.
Ester 9:1: “…el día en que los enemigos de los judíos esperaban enseñorearse de ellos, sucedió lo contrario, porque los judíos se enseñorearon de los que los aborrecían.”
¡“Sucedió lo contrario” porque Dios intervino! No importa cuán poderoso sea el veredicto humano, Dios puede cambiar el rumbo con un solo movimiento.
2. José: de esclavo y prisionero a gobernador
José fue vendido como esclavo, injustamente acusado por la esposa de Potifar, y encarcelado durante años. A ojos humanos, su historia estaba sellada: esclavitud y olvido. Pero Dios, en su soberanía, movió todas las piezas del ajedrez divino para que José fuera elevado al segundo puesto más alto de Egipto.
Génesis 50:20: “Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien…”
El veredicto humano decía fracaso; el plan divino decía propósito.
No subestimes el poder de un Dios que puede revertir cualquier sentencia, cambiar cualquier historia, y transformar cualquier situación. Cuando todo esté dicho, cuando las puertas parezcan cerradas, cuando los jueces hayan hablado, cuando los médicos hayan agotado los tratamientos, levanta tu mirada al cielo, porque ahí hay un trono que aún no ha dado su último dictamen. Dios puede cambiar tu historia en un instante. Él tiene la última palabra.
V. La palabra de Dios frente al fracaso y al pecado
Muchos cargan con culpas del pasado. El enemigo les susurra que no tienen redención, que están acabados. Pero Dios tiene la última palabra también sobre el pecado.
En Juan 8, una mujer sorprendida en adulterio fue llevada ante Jesús. Los fariseos querían apedrearla según la Ley. Jesús escribió en tierra, y luego dijo: “El que de vosotros esté sin pecado, sea el primero en arrojar la piedra.” Cuando todos se fueron, Jesús le dijo:
“Ni yo te condeno; vete, y no peques más.” (Juan 8:11)
El juicio humano decía “condena”. Pero la misericordia divina dijo “perdón”. Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia. Cristo vino a salvar, no a destruir. Y en Él hay esperanza para el peor de los pecadores.
VI. Dios tiene la última palabra sobre tu vida
Muchos han escuchado palabras de derrota: “Tú no sirves”, “Nunca vas a cambiar”, “Estás acabado”, “No hay esperanza para ti”. Pero ninguna de esas voces tiene la autoridad suprema. Dios es el que tiene la última palabra sobre quién eres, qué puedes ser, y qué hará contigo. Jeremías 29:11 nos recuerda:
“Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis.”
El enemigo quiere dictarte un destino de destrucción, pero Dios tiene un futuro de esperanza para ti.
VII. La fe que cree en la última palabra de Dios
Creer que Dios tiene la última palabra requiere más que entusiasmo momentáneo: requiere una fe firme, perseverante y fundamentada en la Palabra. No se trata de un sentimiento pasajero o una ilusión emocional. Es una convicción profunda que se sostiene incluso cuando todo lo visible parece contradecir lo que Dios ha dicho.
Hebreos 11:1: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.”
Esta fe es la que ve más allá de la realidad presente, y elige confiar en lo invisible, simplemente porque Dios lo ha dicho. Es la fe que espera el cumplimiento de una promesa aunque no haya señales visibles. Esa fe de Noé que construyó un arca sin haber visto llover. Es la fe de Abraham que salió sin saber a dónde iba, y que ofreció a su hijo creyendo que Dios podía resucitarlo (Hebreos 11:17-19).
La fe que cree que Dios tiene la última palabra es:
- Obediente, incluso cuando no entiende.
- Paciente, incluso cuando tarda la respuesta.
- Activa, incluso cuando no ve resultados.
- Valiente, incluso cuando otros dudan o se burlan.
Es fe como la de la mujer sirofenicia (Mateo 15:21-28), que, a pesar de recibir una aparente negativa de Jesús, no se rindió y terminó escuchando: “¡Oh mujer, grande es tu fe!”
Cuando creemos de verdad que Dios tiene la última palabra, podemos adorar antes de ver el milagro, podemos testificar antes de tener la respuesta, y podemos seguir caminando aun cuando el terreno sea incierto. Esa es la fe que honra a Dios… y esa es la fe que Él recompensa.
Hebreos 11:6: “Pero sin fe es imposible agradar a Dios…”
Por tanto, no pongas tu fe en lo que ves o sientes, sino en lo que Dios ha dicho. Si Él ha hablado, puedes estar seguro: Su palabra no volverá vacía, sino que cumplirá todo aquello para lo que fue enviada (Isaías 55:11). Cree. Espera. Confía. La última palabra es Suya.
VIII. Testimonios en la vida cristiana
Decir que Dios tiene la última palabra no es solo una afirmación teológica o doctrinal, sino una realidad comprobada en la vida de muchos creyentes a lo largo del tiempo. Los testimonios son evidencias vivas de que Dios sigue hablando, obrando y cambiando historias.
Cada creyente tiene, al menos, un testimonio donde algo parecía perdido, terminado o sin salida… pero Dios intervino. Quizás era una enfermedad incurable, una familia al borde del divorcio, una puerta cerrada durante años, una crisis económica sin solución, una vida destruida por el pecado. Pero cuando Dios habló, todo cambió.
Salmo 40:1-3: “Pacientemente esperé a Jehová, y se inclinó a mí, y oyó mi clamor… Puso luego en mi boca cántico nuevo…”
Los testimonios no solo glorifican a Dios, también fortalecen la fe de los demás. Escuchar que Dios sanó, restauró, proveyó o transformó, le recuerda a otros que Él aún tiene el poder para hacerlo otra vez.
Incluso en nuestras propias pruebas, mientras aún no vemos el milagro, recordar lo que Dios ya ha hecho en el pasado nos anima a seguir creyendo. El mismo Dios que lo hizo ayer, puede hacerlo hoy, y lo hará mañana, si así lo determina su voluntad perfecta.
Así que, cuando sientas que todo se está cerrando, mira hacia atrás y recuerda: Dios ya ha tenido la última palabra en tu vida antes… y lo volverá a hacer.
Apocalipsis 12:11: “Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos…”
IX. Esperar en el tiempo de Dios
Una de las pruebas más difíciles para nuestra fe no es simplemente creer, sino esperar. Vivimos en una cultura de inmediatez donde todo se quiere rápido: respuestas, soluciones, milagros. Pero Dios no trabaja con el reloj humano. Él tiene su propio tiempo, perfecto e intachable, y aprender a confiar en ese tiempo es parte esencial del crecimiento espiritual.
Eclesiastés 3:11: “Todo lo hizo hermoso en su tiempo…”
El hecho de que algo no haya ocurrido aún no significa que Dios haya dicho “no”, sino que quizá está diciendo “todavía no”. Hay bendiciones que llegan solo cuando nuestro carácter está preparado. Hay puertas que se abren cuando entendemos cómo caminar por ellas sin tropezar. Dios no tarda, Él madura los procesos.
Miremos a José: trece años pasaron entre el sueño y el cumplimiento. David fue ungido como rey, pero esperó años antes de ocupar el trono. Abraham esperó décadas por el hijo prometido. Y aun Jesús esperó 30 años para comenzar su ministerio público. En todos los casos, el cumplimiento llegó cuando el tiempo de Dios se cumplió.
Gálatas 4:4: “Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo…”
Mientras esperas, no desesperes. Sigue orando, sigue obedeciendo, sigue confiando. Porque aunque no veas nada moverse, Dios ya está obrando en lo invisible. Y cuando su tiempo llegue, nada podrá detener lo que Él ha decretado.
Recuerda: lo que llega en el tiempo de Dios no solo es mejor… es perfecto.
X. La última palabra de Dios será eterna
Mientras atravesamos situaciones en esta vida, muchas veces nos enfocamos únicamente en lo temporal. Pero la realidad más trascendental que debemos tener presente es que la última palabra de Dios no es solo para este tiempo… sino para la eternidad.
Los juicios, las decisiones humanas, los sufrimientos y logros de este mundo son pasajeros. Pero lo que Dios ha decretado para la eternidad es inmutable y definitivo.
Mateo 24:35: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.”
Esto significa que cuando todo lo demás desaparezca, la palabra de Dios permanecerá firme. Y esa palabra nos asegura que los que están en Cristo tienen un destino glorioso: vida eterna en Su presencia. No importa cuán incierto sea el presente, nuestro futuro eterno está garantizado por Aquel que venció la muerte y prometió regresar.
Apocalipsis 21:4-5: “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos… Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas.”
Esto es más que esperanza: es certeza eterna. Dios tendrá la última palabra sobre toda injusticia, sobre todo sufrimiento, sobre toda enfermedad, y sobre toda obra del maligno. Al final de los tiempos, no hablarán los gobiernos, ni los poderosos, ni el enemigo… hablará el Cordero sentado en el trono, y Su palabra sellará el destino final de todas las cosas.
Por eso, como creyentes, no vivimos solo para este mundo. Nuestra mirada está puesta en lo eterno. Y mientras tanto, caminamos con confianza, sabiendo que lo mejor está por venir, porque la última palabra, la definitiva y gloriosa, la tiene Dios… y Él ha prometido hacernos parte de su reino eterno.
Conclusión
Hoy puedes estar atravesando momentos oscuros. Puedes sentir que todo está perdido. Pero quiero decirte, con plena convicción y basada en la Palabra de Dios: Él tiene la última palabra sobre tu vida, tu familia, tu salud, tu llamado, y tu eternidad.
No escuches las voces que proclaman derrota. Tampoco aceptes como definitivo lo que solo es temporal. No tomes como absoluto lo que los hombres dicen cuando Dios aún no ha hablado.
Aquel que abrió el Mar Rojo, que hizo llover maná del cielo, que resucitó muertos, que sanó leprosos, que perdonó pecadores, que venció la tumba… ese mismo Dios es el que hoy te dice:
“Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Yo tengo la última palabra.”
Cree, espera, confía. Aún no termina. Dios todavía no ha hablado por última vez. Y cuando Él hable, todo cambiará.