El evangelio es poder de Dios (Estudio Bíblico)

Introducción: una afirmación que cambia todo

Cuando Pablo declara: No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación” (Romanos 1:16), no está haciendo una exaltación emotiva ni una publicidad religiosa: está condensando una convicción teológica que explica cómo y por qué la obra de Cristo salva, transforma y gobierna la vida de la iglesia.

Este estudio se propone desmenuzar esa afirmación, devolviéndola a su contexto bíblico y teológico, analizando sus palabras clave, su base cristológica y pneumatológica, y las consecuencias prácticas y eclesiológicas de creer que el Evangelio es, en efecto, dýnamis —poder divino— y no mera información moral o filosofía humanista.

1. Contexto literario y verbal: ¿qué quiso decir Pablo?

El texto de Romanos 1:16–17 es el pórtico teológico de toda la epístola. Aquí, Pablo introduce los temas que desarrollará a lo largo de los capítulos: el poder salvador de Dios, la justicia divina revelada y la respuesta de la fe.

Pablo escribe a una comunidad mixta de creyentes —judíos y gentiles— en Roma, una ciudad donde convivían la arrogancia cultural del imperio, el racionalismo grecorromano y el legalismo religioso judío. En ese contexto, afirmar que un mensaje centrado en un Mesías crucificado era “poder de Dios” resultaba contracultural y hasta ofensivo.

La declaración de Pablo tiene entonces tres dimensiones:

  • Apologética: defiende el Evangelio frente al desprecio del mundo intelectual y religioso.
  • Pastoral: anima a los creyentes a no avergonzarse de su fe, aun en medio de persecuciones.
  • Doctrinal: define el Evangelio como la agencia divina mediante la cual Dios obra eficazmente la salvación.

La palabra griega que Pablo utiliza, δύναμις (dýnamis), denota capacidad efectiva, poder en acción. No se trata de mera fuerza potencial, sino de una energía divina que realiza lo que anuncia. En el Nuevo Testamento, dýnamis se usa para describir las obras milagrosas de Cristo (Mateo 11:20; Marcos 6:2), pero también la eficacia espiritual del mensaje que transforma (1 Tesalonicenses 1:5).

Así, cuando Pablo dice que el Evangelio “es poder de Dios”, está contrastando la eficacia divina con la impotencia humana. La sabiduría del mundo, la retórica filosófica o la disciplina moral no pueden cambiar el corazón; solo el Evangelio tiene poder para justificar, regenerar y santificar.

El apóstol no está describiendo una teoría religiosa ni una técnica espiritual; está afirmando que el Evangelio es el medio real por el cual Dios interviene sobrenaturalmente en la historia humana. Donde se predica con fe y se recibe con humildad, Dios actúa con poder creador, redentor y transformador.

2. Fundamento cristológico: el Evangelio descansa en la persona de Cristo

El Evangelio no es una filosofía, ni un sistema de valores; tiene un centro personal: Jesucristo. Su contenido, su poder y su eficacia se derivan de lo que Cristo es y de lo que ha hecho.

“Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios (1 Corintios 1:18).

En Cristo convergen todas las dimensiones del poder divino:

  • Su encarnación revela el poder de Dios para acercarse al hombre.
  • Su vida sin pecado demuestra la victoria sobre la corrupción humana.
  • Su muerte vicaria manifiesta la justicia y el amor de Dios en su máxima expresión.
  • Su resurrección valida la eficacia redentora y garantiza la victoria sobre la muerte.
  • Su exaltación muestra la autoridad soberana del único Dios manifestado en carne.

Dios mismo se manifestó en Cristo (1 Timoteo 3:16) para ejecutar Su plan redentor. Por tanto, el Evangelio no es simplemente el relato de lo que hizo Jesús, sino la revelación del poder de Dios actuando en Él y a través de Él.

Teológicamente, este fundamento cristológico implica dos verdades inseparables:

  1. El carácter sustitutorio del sacrificio de Cristo.
    La cruz no fue un accidente ni una injusticia sin propósito. Fue el acto central del plan divino, donde Dios satisfizo Su justicia castigando el pecado en la humanidad de Cristo, y al mismo tiempo ofreció perdón al culpable. “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:21).
  2. La realidad de la resurrección.
    La resurrección no es un adorno doctrinal, sino la validación divina de la obra redentora. Es la confirmación de que la cruz tuvo eficacia real, y la garantía de que ese mismo poder opera hoy en los creyentes. “El cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación (Romanos 4:25).

Por tanto, el poder del Evangelio no reside en la elocuencia del predicador ni en la belleza del mensaje, sino en la eficacia objetiva de la obra de Cristo, confirmada por Su resurrección y aplicada al creyente por el Espíritu Santo.

El Evangelio es poder porque Cristo mismo es el poder de Dios en acción, revelando Su justicia, venciendo el pecado y otorgando nueva vida.

3. Justificación por fe: la primera manifestación del poder salvador

Pablo continúa afirmando que “en el Evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe (Romanos 1:17). Esta frase es clave para comprender cómo actúa el poder del Evangelio. La “justicia de Dios” no se refiere aquí a Su atributo moral, sino a Su acción de hacer justos a los pecadores. Es la justicia que Dios otorga, no la que el hombre produce.

En la teología paulina, la justificación por la fe es el primer acto visible del poder salvador del Evangelio. Es un acto judicial y declarativo, no una moralización progresiva. Dios, como juez justo, declara inocente al culpable sobre la base de la obra de Cristo, no por méritos humanos.

Exposición doctrinal:

  • Objeto del acto: la justicia imputada de Cristo. El creyente es revestido con la justicia del Hijo de Dios (Filipenses 3:9).
  • Medio del acto: la fe. No se trata de obras humanas, sino de confiar totalmente en la gracia de Dios (Romanos 3:28).
  • Autor del acto: Dios mismo, que por Su poder ejecuta el decreto de justificación (Romanos 8:33).

En este punto se revela un aspecto esencial del dýnamis divino: el Evangelio tiene poder para cambiar la posición legal del ser humano ante Dios. Ninguna reforma ética, religión o disciplina puede lograrlo. Solo el poder del Evangelio puede trasladar a alguien del estado de condenado al estado de justificado.

Así, la justificación es el primer fruto del poder del Evangelio, el inicio de una relación nueva, segura y permanente con Dios.

4. Regeneración y santificación: el poder que transforma lo interior

Si la justificación cambia el estatus judicial, la regeneración cambia la naturaleza espiritual. El poder del Evangelio no se limita a perdonar, sino que crea vida nueva.

“El que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (Juan 3:5).

La regeneración es una obra soberana del Espíritu Santo mediante la cual el pecador recibe una nueva naturaleza y pasa de muerte a vida (Efesios 2:5). Este nuevo nacimiento es la evidencia interna de que el poder del Evangelio ha actuado eficazmente en el corazón humano.

Dos verdades expositivas fundamentales:

  1. La obra del Espíritu es inseparable del Evangelio.
    La Palabra es el medio, pero el Espíritu es quien garantiza la eficacia. “Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida” (Juan 6:63). Cuando el Evangelio es proclamado, el Espíritu lo acompaña con convicción, revelación y poder vivificador (1 Tesalonicenses 1:5; Hebreos 4:12).
  2. La santificación es progresiva, pero nace del poder inicial del Evangelio.
    El creyente no se transforma por esfuerzo moral, sino por la acción continua del Espíritu que aplica la obra de Cristo. “Mas todos nosotros, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Corintios 3:18).

El Evangelio, entonces, no solo cambia el destino eterno del hombre, sino también su realidad presente. Regenera lo interior, reforma los afectos, renueva la mente y produce frutos de justicia (Romanos 8:10–11; Gálatas 5:22–23).

Por eso Pablo pudo decir:

“Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gálatas 2:20).

El poder del Evangelio no es solo perdonador, sino creador. Es la fuerza divina que da vida donde hay muerte, que santifica donde había impureza y que conforma al creyente a la imagen de Cristo.

5. La cruz y la gloria: justicia revelada y esperanza garantizada

En el corazón de la teología paulina se encuentra la afirmación de que la cruz no es un fracaso, sino la máxima demostración del poder y la justicia de Dios. En Romanos 3:25-26, el apóstol declara que Dios exhibió públicamente a Cristo como “propiciación” por medio de la fe en su sangre, “para demostrar su justicia”. Dicho en otras palabras, el Calvario es el lugar donde convergen la ira santa de Dios contra el pecado y su misericordia infinita hacia el pecador arrepentido.

Pablo percibe en la cruz un acto judicial y revelacional. Judicial, porque en ella Dios condena el pecado en la carne de Jesús (Romanos 8:3); revelacional, porque allí Dios se da a conocer como justo y como el que justifica (Romanos 3:26). Esto resuelve una tensión teológica que atraviesa toda la Escritura: ¿Cómo puede un Dios santo perdonar al culpable sin traicionar su justicia? La respuesta paulina es clara: en la cruz, el mismo Dios que exige justicia la satisface, no descargándola sobre el hombre, sino sobre sí mismo encarnado.

De este modo, el Evangelio no trivializa el pecado; lo toma con tal seriedad que demanda la muerte del Hijo de Dios, es decir, Dios hecho carne. Pero, al mismo tiempo, el Evangelio no deja al hombre en su culpa, sino que ofrece una justicia imputada, otorgada gratuitamente a todo aquel que cree (Romanos 4:5).

Resurrección de Cristo: Confirmación y garantía de que su obra fue suficiente

La resurrección de Cristo, por su parte, no es simplemente el epílogo de la redención, sino su confirmación y garantía. Pablo afirma que Cristo “fue entregado por nuestras transgresiones y resucitado para nuestra justificación” (Romanos 4:25). La resurrección es la ratificación divina del sacrificio: Dios da testimonio público de que la obra de Cristo fue suficiente. Por eso, la resurrección convierte la cruz en gloria; no la niega, sino que la vindica.

El poder de Dios se manifiesta, entonces, no en la eliminación del sufrimiento, sino en la transformación del sufrimiento en victoria redentora. Así como la cruz reveló la justicia, la resurrección revela la esperanza: la misma potencia (dýnamis) que levantó a Cristo de los muertos obrará también en los creyentes, vivificando sus cuerpos mortales (Romanos 8:11). En esta unión entre cruz y gloria se despliega la plenitud del Evangelio: un poder que juzga el pecado, justifica al pecador y anticipa la victoria definitiva sobre la muerte.

6. ¿Por qué ofende el Evangelio? Una explicación teológica

La afirmación de Pablo en 1 Corintios 1:18–25 de que el Evangelio es “locura” para los que se pierden y “poder de Dios” para los salvos es una observación profunda sobre la naturaleza espiritual del mensaje cristiano. El Evangelio ofende porque subvierte los valores del mundo: el mundo exalta la autosuficiencia, la fuerza y la sabiduría humana; el Evangelio proclama la dependencia, la debilidad y la fe.

En la cultura grecorromana, la noción de un Dios crucificado era absurda. Para los judíos, la cruz era símbolo de maldición (Deuteronomio 21:23); para los griegos, representaba debilidad y derrota. Pero precisamente ahí se revela el misterio: la debilidad de Dios es más fuerte que la fuerza de los hombres (1 Corintios 1:25). La cruz desmantela toda pretensión de mérito, sabiduría o poder humano.

La salvación se obtiene en un acto de fe y gracia

El escándalo del Evangelio consiste en que la salvación no se obtiene por logros ni rituales, sino por fe en un acto de gracia. Esto hiere el orgullo humano, porque exige renunciar a toda autoconfianza. No hay espacio para la jactancia: “¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el escriba? ¿Dónde el disputador de este siglo?” (1 Corintios 1:20). La justificación por fe sola implica una rendición total ante la soberanía de Dios, reconociendo que el hombre no puede salvarse a sí mismo.

Teológicamente, esta ofensa es una evidencia de la procedencia divina del Evangelio. Si el mensaje fuera producto de la razón humana, no confrontaría tan radicalmente las estructuras del orgullo y del pecado. Su poder transformador y su rechazo por parte del mundo revelan su origen celestial. El Evangelio divide las aguas: revela el corazón humano, mostrando quién busca la verdad de Dios y quién persiste en la autosuficiencia espiritual.

En suma, el Evangelio no se acomoda a la lógica del mundo; la contradice. Por eso, ser fiel a su mensaje implica aceptar el escándalo y la incomodidad que produce. El poder del Evangelio no se mide por su aceptación cultural, sino por su capacidad de humillar al hombre y exaltar a Cristo.

7. La proclamación y la misión: del poder a la práctica pastoral

Si el Evangelio es el poder de Dios para salvación, su proclamación es el medio por el cual ese poder entra en acción. Predicar no es un acto meramente informativo; es una operación espiritual en la que Dios actúa por medio de su Palabra viva y eficaz (Hebreos 4:12).

Cuando Pablo exhorta a Timoteo: “No te avergüences del testimonio de nuestro Señor” (2 Timoteo 1:8), está recordándole que la fidelidad a la verdad puede implicar sufrimiento. El Evangelio no necesita defensores que lo adapten para hacerlo aceptable, sino testigos que lo proclamen con convicción, aun a costa del rechazo. La fuerza del mensaje no reside en la elocuencia del predicador, sino en la presencia del Espíritu Santo que confirma la Palabra con poder (1 Corintios 2:4).

En la práctica pastoral, esto implica tres principios esenciales:

  1. La proclamación debe ser cristocéntrica. El poder del Evangelio no está en los métodos ni en las estrategias, sino en el contenido: Cristo crucificado y resucitado.
  2. El predicador debe vivir lo que predica. No basta transmitir información doctrinal; se requiere una vida que evidencie la realidad transformadora del mensaje.
  3. La iglesia debe medir su eficacia espiritual no por el aplauso del mundo, sino por su fidelidad al Evangelio.

La fe viene por el oír

Pablo recuerda que “la fe viene por el oír, y el oír por la palabra de Dios” (Romanos 10:17). Cada vez que el Evangelio es proclamado fielmente, el poder de Dios se despliega, convenciendo, regenerando y santificando. La tarea misionera, por tanto, no es una labor de propaganda, sino la extensión del poder divino en la historia humana.

La iglesia contemporánea debe resistir la tentación de sustituir el mensaje por técnicas motivacionales o discursos de bienestar. El poder que salva no está en la retórica humana, sino en el contenido eterno de la cruz. Cuando la iglesia proclama con valentía ese mensaje, el poder de Dios se hace presente, los corazones son transformados y la gloria de Cristo es manifestada en medio de la debilidad humana.

8. Dimensiones escatológicas: el Evangelio y la consumación final

El poder del Evangelio no se agota en la experiencia presente de salvación; se extiende hacia el futuro escatológico. Pablo conecta la fidelidad al Evangelio con la promesa de que Cristo no se avergonzará de los que lo confesaron (Lucas 9:26). Esto revela una dimensión futura: la proclamación del Evangelio hoy prepara al creyente para la manifestación gloriosa del Señor.

El Evangelio no solo nos salva del pasado de culpa ni del presente de condenación, sino también del juicio venidero. En 2 Corintios 4:14, Pablo expresa su confianza en que “el que resucitó al Señor Jesús, también nos resucitará con Jesús”. La resurrección de Cristo es la primicia de una cosecha mayor: la victoria definitiva sobre la muerte que se manifestará en la resurrección de los santos.

Por eso, predicar el Evangelio es un acto escatológico: cada conversión inaugura un pedazo del reino venidero, y cada vida transformada anticipa la renovación total de la creación. El Evangelio no solo anuncia salvación personal, sino también la restauración cósmica donde “toda la creación será libertada de la esclavitud de corrupción” (Romanos 8:21).

El creyente vive entre dos realidades: la justificación ya recibida y la gloria aún esperada. Este “ya, pero todavía no” define la esperanza cristiana. El poder del Evangelio actúa ahora en regeneración y santificación, pero alcanzará su plenitud cuando Cristo regrese y transforme nuestros cuerpos de humillación en cuerpos glorificados (Filipenses 3:21).

Así, la historia humana se mueve entre la cruz y la gloria: la cruz fue el acto inaugural del poder salvador; la gloria será su consumación. La fidelidad en la proclamación del Evangelio hoy es la semilla de la victoria futura. Los que ahora no se avergüenzan del Evangelio participarán un día de la manifestación gloriosa del Señor.

9. Límites del “poder” humano y los peligros del sincretismo

El apóstol Pablo fue claro al afirmar que “la fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios (1 Corintios 2:5). Este texto establece una frontera espiritual innegociable: el poder del Evangelio no proviene de los recursos humanos, sino de la presencia y operación del Espíritu.

A lo largo de la historia, la iglesia ha enfrentado la tentación de “ayudar” a Dios mediante métodos persuasivos, estrategias psicológicas o adaptaciones culturales excesivas. Pero cada vez que el mensaje se ha diluido en nombre de la eficacia, se ha perdido su esencia transformadora. Lo que comienza como un intento de contextualización termina, muchas veces, en sincretismo: la mezcla del mensaje santo con los patrones del mundo (Romanos 12:2).

Sincretismo doctrinal

El sincretismo doctrinal ocurre cuando se introduce en la predicación o la teología elementos que distorsionan la revelación apostólica, sustituyendo la dependencia del Espíritu por la confianza en métodos humanos. De ahí que Pablo advierta: “Si alguno anuncia otro evangelio distinto del que habéis recibido, sea anatema” (Gálatas 1:8-9). El Evangelio no necesita ser “mejorado”; ya es perfecto porque proviene del Dios perfecto.

Expositivamente, este punto enseña que la fidelidad doctrinal es un acto de humildad espiritual. Reconocer los límites del poder humano es reconocer que la obra de la conversión, la santificación y la edificación del cuerpo de Cristo pertenece exclusivamente a Dios (1 Corintios 3:6-7). Las técnicas, los recursos y las formas pueden servir al mensaje, pero nunca sustituir su fuente: el Espíritu Santo.

El peligro de apoyarse en recursos humanos es doble: produce resultados superficiales y genera una falsa sensación de éxito espiritual. Por eso, el verdadero poder del Evangelio se mide no por la cantidad de seguidores o la sofisticación del método, sino por la profundidad de la transformación espiritual que produce.

10. Evidencias prácticas del poder del Evangelio en la vida del creyente

El Evangelio no solo informa, sino que transforma. Su poder no es teórico, sino vivencial. Las Escrituras presentan signos concretos que evidencian que el Evangelio está obrando eficazmente en una persona o comunidad.

Signos que evidencian que el evangelio está obrando

1. Nueva identidad:

En Cristo, el creyente deja de ser lo que era. Pablo declara: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17). Esta renovación no es mera mejora moral, sino una recreación espiritual: el Espíritu imparte una nueva naturaleza, un nuevo corazón y nuevos deseos (Ezequiel 36:26-27).

2. Cambio de conducta:

La santificación es la manifestación visible del poder interno del Evangelio. Romanos 6:1-14 enseña que el creyente ya no vive bajo el dominio del pecado porque ha sido unido a la muerte y resurrección de Cristo. La obediencia deja de ser obligación y se convierte en fruto natural de una vida regenerada.

3. Libertad del poder del pecado:

Romanos 8:1-2 revela que “la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús” libera del dominio del pecado y de la muerte. La libertad no consiste en hacer lo que uno quiere, sino en ser capacitado por el Espíritu para hacer la voluntad de Dios. Esa es la verdadera victoria: no la ausencia de tentación, sino el dominio del Espíritu sobre la carne.

4. Esperanza y perseverancia:

El Evangelio engendra una fe que resiste la prueba. Como Pablo afirma en 2 Corintios 4:8-12, el creyente puede estar atribulado, pero no destruido; abatido, pero no desesperado. La esperanza escatológica —saber que la gloria venidera supera toda tribulación presente— es el motor que sostiene la perseverancia.

5. Frutos comunitarios:

El poder del Evangelio también se manifiesta en la comunión cristiana: amor sacrificial, unidad en el Espíritu y pasión misionera. La iglesia primitiva vivía “unánimes” y “tenían todas las cosas en común” (Hechos 2:44-47), porque el Espíritu obraba no solo individualmente, sino colectivamente.

En resumen, la verdadera evidencia del poder del Evangelio no está en emociones temporales, sino en vidas santas, perseverantes y transformadas. Donde el Espíritu gobierna, hay fruto que permanece (Juan 15:16).

11. Respondiendo a las objeciones contemporáneas (breve defensa expositiva)

Vivimos en una era que cuestiona la exclusividad y relevancia del Evangelio. Sin embargo, las objeciones modernas no son nuevas; son repeticiones del escepticismo antiguo con nuevos ropajes culturales.

1. “El Evangelio es anticuado.”
El Evangelio no es una ideología del pasado, sino la verdad eterna que trasciende el tiempo. Es la revelación del Dios encarnado (Juan 1:14), y por lo tanto, no envejece. Su vigencia se debe a que trata con lo más actual del ser humano: el pecado, la necesidad de sentido y la esperanza de vida eterna.

2. “Es solo una religión entre otras.”
El Evangelio no es un sistema religioso más; es un acontecimiento histórico y teológico: Dios se manifestó en carne, murió y resucitó (1 Timoteo 3:16). Por tanto, su singularidad no radica en su ética, sino en su persona central: Jesucristo. La salvación no es una idea, sino una persona viva (Hechos 4:12).

3. “No transforma realmente.”
El poder transformador del Evangelio no es instantáneo ni superficial. La regeneración es obra del Espíritu (Tito 3:5), y su fruto se desarrolla progresivamente. La lentitud del cambio no niega su realidad, del mismo modo que una semilla no deja de ser viva porque crece despacio. La transformación espiritual genuina es profunda, irreversible y eterna.

Expositivamente, estas objeciones ofrecen oportunidades apologéticas: el contraste entre el Evangelio y la sabiduría del mundo revela su origen divino (1 Corintios 1:18-25). Si el mensaje no escandalizara al orgullo humano, no sería el Evangelio de la cruz.

12. Conclusión: implicaciones para la predicación, la teología y la vida cristiana

Confesar que “el Evangelio es poder de Dios para salvación” (Romanos 1:16) transforma toda la visión del ministerio y de la vida cristiana. No se trata de un lema, sino de una convicción teológica que determina cómo predicamos, cómo servimos y cómo vivimos.

1. Predicar con audacia y humildad.
Audacia, porque el mensaje tiene poder inherente para salvar, liberar y restaurar. Humildad, porque el predicador no es la fuente del poder, sino su mensajero. Como dice Pablo: “Tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros” (2 Corintios 4:7).

2. Formar una iglesia doctrinalmente firme y espiritualmente viva.
Una iglesia fiel no depende de técnicas, sino de doctrina sólida y del fuego del Espíritu. El conocimiento de la verdad protege del error; la llenura del Espíritu preserva del formalismo. Ambas dimensiones son inseparables: palabra y poder, doctrina y experiencia.

3. Vivir con la certeza de la resurrección.
La misma potencia que levantó a Cristo de los muertos obra en nosotros ahora (Efesios 1:19-20). Esta conciencia escatológica infunde esperanza, valor y fidelidad. El creyente no teme el futuro porque su destino está asegurado en el Cristo resucitado.

En suma, el Evangelio no es solo un mensaje para creer, sino una realidad para experimentar. Su poder crea, libera, transforma y glorifica. Es la revelación de la justicia de Dios y la demostración de su amor redentor. Por eso, predicarlo, vivirlo y preservarlo con fidelidad es el deber supremo y el privilegio más alto de la iglesia.

Puntos clave (resumen expositivo)

  • El Evangelio es poder (dýnamis) porque es la eficacia de la obra redentora de Cristo.
  • La justicia de Dios se revela y se aplica por fe: justificación es un acto divino, no mérito humano.
  • Regeneración y santificación son efectos del mismo poder salvador, obra del Espíritu.
  • La proclamación fiel es el medio por el que ese poder entra al mundo; por ello, los heraldos no deben avergonzarse.
  • El Evangelio ofende al mundo precisamente porque su poder no es comparable al poder humano; esto confirma su carácter divino.

Lecturas y versículos para el estudio adicional

Romanos 1–8; 1 Corintios 1; 2 Corintios 3–5; Hebreos 4; Tito 3; Juan 3; Filipenses 3:9; Gálatas 2–3; 1 Corintios 15.

Cierre final

Que esta exposición sirva para reafirmar una convicción: el Evangelio no es una propuesta moral más; es la manifestación del poder de Dios para salvar. No temamos proclamarlo con claridad ni vivir sus consecuencias con integridad. Cuando el mundo rechace la cruz, recordemos que su rechazo no anula la obra; la confirma como divina. Y cuando el creyente experimente la transformación, glorifiquemos al único que obra: Dios.

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