¿Qué es la pascua y qué significa en la Biblia?
Introducción
La Pascua es una de las festividades más antiguas y significativas de la Biblia. Su origen se remonta al Antiguo Testamento, en el libro del Éxodo, y tiene un profundo significado teológico que se extiende hasta el Nuevo Testamento en la persona de Jesucristo. Comprenderla es entender el corazón del plan redentor de Dios, una historia que comienza con la liberación del pueblo de Israel de la esclavitud en Egipto y culmina en la victoria sobre el pecado y la muerte en la cruz del Calvario.
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Este estudio busca explorar los fundamentos bíblicos de la Pascua, su desarrollo a lo largo de la historia bíblica, su cumplimiento en Jesucristo y su relevancia espiritual para el creyente hoy.
I. La Pascua en el Antiguo Testamento
A. El contexto histórico de la primera Pascua
La primera mención de la Pascua se encuentra en Éxodo 12, cuando Dios se prepara para liberar a los israelitas de la esclavitud en Egipto. Después de nueve plagas devastadoras, Dios anuncia la décima y definitiva: la muerte de los primogénitos. Pero antes de ejecutar este juicio, Dios instruye a Moisés sobre una celebración que marcaría este acto de liberación:
“Y hablaréis así: Este sacrificio de la Pascua es para Jehová, el cual pasó por alto las casas de los hijos de Israel en Egipto, cuando hirió a los egipcios, y libró nuestras casas…” (Éxodo 12:27, RVR1960)
Dios ordena a cada familia tomar un cordero sin defecto, sacrificarlo, untar su sangre en los postes y dinteles de la puerta, y asarlo para comerlo con hierbas amargas y pan sin levadura. Esa noche, el ángel del Señor pasaría por todo Egipto, pero al ver la sangre en las casas de los israelitas, «pasaría por alto» (de ahí el nombre «Pascua») y no entraría a herir a los primogénitos de Israel.
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B. Elementos simbólicos de la Pascua
La celebración de la Pascua (Pésaj, en hebreo) es una de las fiestas más significativas en la historia del pueblo de Israel, no solo por su dimensión histórica, sino también por su profundo simbolismo espiritual.
Instituida por Dios en el contexto de la liberación de Israel de la esclavitud en Egipto (Éxodo 12), cada uno de sus elementos tiene un propósito que va más allá de lo ritual y lo cultural. Son señales proféticas, sombras del cumplimiento pleno en Jesucristo, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Juan 1:29).
Exploraremos el significado espiritual de los principales elementos simbólicos de la Pascua, entendiendo cómo cada uno anuncia de forma poderosa el plan de redención de Dios para la humanidad.
1. El cordero sin defecto: El sacrificio perfecto
“El animal será sin defecto, macho de un año; lo tomaréis de las ovejas o de las cabras” (Éxodo 12:5, RVR1960).
En el corazón de la Pascua se encuentra el cordero pascual, un animal sin mancha ni defecto, seleccionado cuidadosamente para ser sacrificado. Su sangre sería aplicada en los postes y dinteles de las puertas como señal para que el ángel de la muerte «pasara por alto» esas casas.
Este cordero representa, proféticamente, a Jesucristo, quien sería ofrecido como un sacrificio sin mancha por los pecados del mundo. El apóstol Pedro lo afirma con claridad:
“…fuisteis rescatados… con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación” (1 Pedro 1:18-19).
El cordero sin defecto simboliza la pureza, perfección y suficiencia del sacrificio de Cristo. No era posible ofrecer cualquier animal. Del mismo modo, no cualquier hombre podía redimir a la humanidad. Solo Jesús, sin pecado alguno, pudo cargar con nuestras iniquidades. Su vida intachable lo convirtió en el sacrificio aceptable ante Dios.
2. La sangre en los postes: Señal de protección y redención
“Y tomarán de la sangre, y la pondrán en los dos postes y en el dintel de las casas… y veré la sangre y pasaré de vosotros” (Éxodo 12:7,13).
La sangre del cordero aplicada en los postes y dinteles de las puertas era una marca visible de salvación. Cuando Dios ejecutó juicio sobre Egipto, solo las casas cubiertas con sangre fueron libradas de la muerte del primogénito.
Este acto profético encuentra su cumplimiento en la obra redentora de Cristo en la cruz. Su sangre no solo nos protege del juicio, sino que nos limpia, nos redime y nos reconcilia con Dios.
“Y casi todo es purificado, según la ley, con sangre; y sin derramamiento de sangre no se hace remisión” (Hebreos 9:22).
“Estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira” (Romanos 5:9).
La sangre aplicada en los postes nos recuerda que la salvación no está basada en nuestras obras, sino en la fe en el sacrificio de Jesús. La sangre nos cubre, nos identifica como suyos y nos libra del juicio venidero.
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3. El pan sin levadura: Santidad y separación del pecado
“Y aquella noche comerán la carne asada al fuego, y panes sin levadura…” (Éxodo 12:8).
La levadura, en la Biblia, a menudo representa el pecado, la corrupción o la falsa doctrina. En la Pascua, Dios ordenó que durante siete días no se comiera pan con levadura y que incluso esta fuera removida de las casas (Éxodo 12:15). Esto señalaba una limpieza espiritual, un llamado a vivir separados del pecado.
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El pan sin levadura representa la vida sin contaminación, la sinceridad y la verdad. En el contexto del Nuevo Testamento, Pablo exhorta:
“Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois; porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros” (1 Corintios 5:7).
La comunión con Cristo, el verdadero Cordero Pascual, nos llama a una vida de pureza y santidad. Comer el pan sin levadura es un acto simbólico de dejar atrás el viejo estilo de vida y abrazar la transformación que proviene de la obra del Espíritu Santo.
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4. Las hierbas amargas: El recuerdo del dolor y la esclavitud
“Y la comerán con hierbas amargas” (Éxodo 12:8).
Las hierbas amargas servían como un recordatorio tangible del sufrimiento, la esclavitud y la opresión que el pueblo de Israel vivió en Egipto. Su sabor áspero evocaba la amargura de aquellos años de aflicción, trabajo forzado y desesperanza.
Espiritualmente, este elemento nos lleva a reflexionar en nuestra condición antes de Cristo, cuando éramos esclavos del pecado, sin esperanza y sin Dios en el mundo (Efesios 2:12). Nos recuerda que la redención no puede ser comprendida plenamente si no reconocemos de qué hemos sido rescatados.
“Pero ahora, en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo” (Efesios 2:13).
Las hierbas amargas también nos enseñan que no debemos olvidar nuestro pasado, no para vivir en culpa, sino para valorar la gracia y la libertad que ahora tenemos en Cristo. Recordar el dolor del ayer da más valor a la alegría del presente.
5. Un acto de memoria y proclamación profética
La Pascua no era simplemente un rito o una costumbre cultural. Dios instituyó esta celebración como una memoria perpetua y como una proclamación profética de lo que habría de venir.
“Y este día os será en memoria, y lo celebraréis como fiesta solemne para Jehová durante vuestras generaciones” (Éxodo 12:14).
Jesús mismo instituyó la Cena del Señor durante la celebración de la Pascua (Mateo 26:17-30). Él tomó el pan y el vino, y les dio un nuevo significado: su cuerpo entregado y su sangre derramada por el perdón de los pecados. Desde entonces, se transformó en la proclamación del nuevo pacto en su sangre.
“Así, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga” (1 Corintios 11:26).
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Cada vez que recordamos los elementos de la Pascua, proclamamos una verdad eterna: la redención es posible solo a través del sacrificio de Jesucristo. Él es el cumplimiento de cada símbolo, la realidad detrás de cada sombra.
C. La Pascua como revelación del evangelio
Los elementos simbólicos de la Pascua no son meras tradiciones del pasado. Son señales vivas del carácter de Dios, de su fidelidad, de su justicia y, sobre todo, de su amor redentor.
- El cordero sin defecto apunta a Cristo como el sacrificio perfecto.
- La sangre en los postes nos recuerda la protección y la redención por medio de su sangre.
- El pan sin levadura nos llama a la santidad y a dejar atrás el pecado.
- Las hierbas amargas nos invitan a recordar nuestra esclavitud pasada y a valorar la libertad que tenemos en Él.
La Pascua, lejos de ser una ceremonia vacía, es una escuela espiritual que enseña el evangelio desde los días del Éxodo. En ella vemos a un Dios que rescata, que salva, que redime y que cumple sus promesas. Cada símbolo es un eco de la cruz, una invitación a la fe, y una llamada a vivir como pueblo santo, libre y consagrado para Dios.
II. La Pascua en la historia de Israel
A. Establecimiento como fiesta perpetua
Dios establece la Pascua como una conmemoración perpetua:
“Y este día os será en memoria, y lo celebraréis como fiesta solemne para Jehová durante vuestras generaciones; por estatuto perpetuo lo celebraréis.” (Éxodo 12:14)
Cada año, los israelitas debían celebrar la Pascua para recordar su liberación. Esta celebración fortalecía la identidad nacional y espiritual de Israel, recordándoles que eran un pueblo redimido por Dios.
B. Celebraciones significativas
- Josué 5:10-12 – Al entrar en la tierra prometida, los israelitas la celebran en Gilgal, reafirmando su pacto con Dios.
- 2 Crónicas 30 – El rey Ezequías la restaura en tiempos de apostasía.
- 2 Crónicas 35 – El rey Josías celebra una de las Pascuas más solemnes de la historia de Israel.
- Esdras 6:19-22 – Tras el exilio, el pueblo la celebra con gozo, renovando su esperanza en Dios.
Estas celebraciones reflejan cómo la Pascua era más que una tradición; era una llamada al arrepentimiento, renovación y comunión con Dios.
III. La Pascua y su cumplimiento en Cristo
El verdadero y más profundo significado de la pascua se revela en la persona y obra de Jesucristo. En Él, encuentra su cumplimiento perfecto. A través de su sacrificio, la historia de redención que comenzó con Israel se amplía para incluir a toda la humanidad.
Reflexionemos sobre aspectos fundamentales que revelan cómo Cristo es el cumplimiento pleno de la Pascua: Jesús como el Cordero Pascual, la Última Cena como una Pascua redefinida, y su sacrificio como el acto definitivo de redención.
A. Jesús, el Cordero Pascual
La Pascua original requería que cada familia israelita sacrificara un cordero sin defecto y untara su sangre en los dinteles de sus puertas. Esta sangre serviría como señal para que el ángel de la muerte “pasara por alto” aquellas casas durante la décima plaga (Éxodo 12). El cordero era inocente, sin mancha, y su sangre tenía un poder protector, no por sí misma, sino por la obediencia a la Palabra de Dios.
En el Nuevo Testamento, esta figura del cordero encuentra su cumplimiento en Jesucristo. Juan el Bautista no duda en identificar a Jesús de manera directa y profética:
“He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.” (Juan 1:29)
Este título no es meramente simbólico; es una declaración teológica profunda. Jesús es presentado como el verdadero Cordero, aquel que no solo protege del juicio, sino que quita el pecado. Su sacrificio no es anual ni repetitivo, sino único y eterno.
El apóstol Pablo también reafirma esta verdad de manera contundente:
“Porque nuestra Pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros.” (1 Corintios 5:7)
En otras palabras, la Pascua no es solo un recuerdo del pasado; es una realidad presente en Cristo. Él fue ofrecido como sacrificio, no solo por una nación, sino por todos los que creen en su nombre. Ya no es necesaria la sangre de un animal, porque la sangre de Cristo, el Hijo de Dios, tiene poder suficiente para limpiar, restaurar y dar vida eterna.
El cordero pascual del Antiguo Testamento debía ser sin defecto (Éxodo 12:5). Así también, Cristo fue sin pecado (Hebreos 4:15). Su perfección moral y espiritual lo calificó como el único capaz de llevar sobre sí el pecado del mundo. Al morir en la cruz, Jesús ofreció su vida como un sustituto, cumpliendo cabalmente la tipología del cordero pascual.
B. La Última Cena: La Pascua Redefinida
La noche antes de su crucifixión, Jesús celebró la Pascua con sus discípulos. Este momento, registrado en los evangelios sinópticos, no fue una simple cena de despedida, sino un evento cargado de significado teológico. En Mateo 26:17-30, encontramos la narración de cómo Jesús toma los elementos tradicionales de la Pascua y les da un nuevo significado.
“Tomad, comed; esto es mi cuerpo… Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados.” (Mateo 26:26-28)
Con estas palabras, Jesús redefine la Pascua. El pan, que recordaba el pan sin levadura comido en Egipto, ahora representa su cuerpo entregado. El vino, símbolo de alegría y celebración, ahora representa su sangre derramada en la cruz.
Aquí se establece el nuevo pacto anunciado por los profetas, particularmente Jeremías:
“Este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón… porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado.” (Jeremías 31:33-34)
Jesús establece un nuevo orden: ya no es necesario celebrar la Pascua como un recuerdo de la liberación de Egipto, porque una liberación mayor ha ocurrido: la liberación del pecado y de la muerte eterna. La Cena del Señor (o Santa Cena) es, por tanto, la continuación espiritual de la Pascua, pero ahora centrada en Cristo.
Cada vez que participamos de la Cena del Señor, no solo recordamos su muerte, sino que proclamamos su victoria y esperamos su regreso (1 Corintios 11:26). Es un acto de comunión, de fe, de memoria y de esperanza. Así, la Pascua ya no es una fiesta exclusiva del calendario judío, sino una celebración viva del corazón cristiano, centrada en Cristo.
C. El sacrificio definitivo
La crucifixión de Jesús no fue un accidente ni una coincidencia histórica. Ocurrió durante la festividad de la Pascua, un detalle que revela la soberanía de Dios sobre los tiempos y las estaciones. Mientras los corderos eran sacrificados en el templo, Jesús, el verdadero Cordero, colgaba en una cruz en las afueras de Jerusalén. La sincronía no es casual, es divina.
El autor de Hebreos nos ayuda a comprender la magnitud de este sacrificio:
“Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios.” (Hebreos 10:12)
El sacrificio de Jesús no necesita repetirse. A diferencia de los sacrificios levíticos, que debían ofrecerse continuamente, el sacrificio de Cristo es único y suficiente. Su muerte es el clímax de la historia de la redención. Lo que comenzó en Egipto con la sangre de un cordero en los dinteles, culmina en el Calvario con la sangre del Hijo de Dios derramada por nosotros.
Su resurrección al tercer día confirma la eficacia de su sacrificio. La muerte no pudo retenerlo, y su victoria garantiza la nuestra. Ahora, todos los que creen en Él tienen acceso a una redención eterna, no basada en rituales, sino en una relación viva con el Salvador resucitado.
La Pascua, entonces, no es solo una fecha litúrgica, sino una verdad viva: Cristo murió, resucitó y vive para siempre.
D. Vivamos la Pascua en Cristo
La Pascua no es únicamente un evento histórico ni una costumbre religiosa. Es una proclamación del evangelio: Dios provee un Cordero, y ese Cordero es Jesucristo. En Él se cumple la promesa de redención. En Él somos libres del pecado. En Él tenemos vida eterna.
Cuando celebramos la Pascua como cristianos, no nos limitamos a recordar el éxodo físico de Egipto, sino que exaltamos la gran liberación espiritual que Cristo nos ha otorgado. Su cuerpo fue entregado, su sangre fue derramada, y ahora somos parte del nuevo pacto, sellado por su gracia.
Vivamos cada día a la luz de esta verdad. Participemos con gratitud de la Cena del Señor, no como un rito vacío, sino como una proclamación poderosa de nuestra fe. Recordemos que el Cordero fue inmolado por nosotros, y que su sacrificio nos llama a vivir en santidad, en comunión y en misión.
IV. Aplicación espiritual para el creyente hoy
La Pascua no es solamente un evento histórico del Antiguo Testamento ni una festividad reservada al calendario litúrgico. Es, ante todo, una poderosa figura profética y espiritual que encuentra su cumplimiento pleno en Jesucristo, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Juan 1:29). Para el creyente actual, representa una vivencia continua, una proclamación de libertad, una invitación a la santidad, una fuente de poder redentor y una esperanza gloriosa de redención futura.
A. Liberación del pecado y de la muerte
Así como el pueblo de Israel fue sacado con mano fuerte de la esclavitud de Egipto, el creyente ha sido rescatado del dominio del pecado y la muerte mediante el sacrificio de Cristo. La esclavitud egipcia es símbolo de la condición humana sin Dios: oprimida, dominada y sin esperanza. Pero la Pascua fue el principio de una nueva historia, de una jornada hacia la libertad. En la misma línea, la obra de Cristo en la cruz nos introduce en una nueva dimensión de vida.
Jesús mismo dijo:
“De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado… Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres.” (Juan 8:34, 36)
Cristo es nuestra verdadera Pascua (1 Corintios 5:7), y en Él se hace realidad la liberación interior. Su sangre no solo nos cubre, sino que nos transforma y rompe toda cadena. El pecado ya no tiene poder legal sobre aquellos que han sido lavados por el Cordero. Celebrarla es, entonces, vivir cada día conscientes de esta victoria espiritual.
B. Llamados a vivir en santidad
Durante la Pascua, Dios ordenó a los israelitas comer pan sin levadura durante siete días. La levadura, en la simbología bíblica, representa el pecado, la corrupción interna y la malicia. El apóstol Pablo retoma esta imagen para exhortar a los creyentes de Corinto a una vida de pureza:
“Echad fuera la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois; porque nuestra Pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros. Así que celebremos la fiesta, no con la vieja levadura, ni con la levadura de malicia y de maldad, sino con panes sin levadura, de sinceridad y de verdad.” (1 Corintios 5:7-8)
Este llamado no es meramente moral, sino profundamente espiritual: si hemos sido redimidos, nuestra vida debe reflejar esa redención. La Pascua nos invita a una autoevaluación sincera, a despojarnos de toda impureza, a limpiar nuestra “casa espiritual”, como hicieron los israelitas antes de la salida de Egipto. La santidad no es una opción para el redimido, es el resultado natural de haber sido marcado por la sangre del Cordero.
C. El poder de la sangre
Uno de los elementos más significativos de la Pascua fue la sangre del cordero rociada en los dinteles de las casas. Esa sangre señalaba a Dios que allí vivía un pueblo obediente, cubierto y protegido del juicio. No era la sangre misma la que tenía poder, sino lo que representaba: obediencia, fe y sustitución. En el Nuevo Pacto, la sangre de Cristo tiene un poder infinitamente superior.
“Y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado.” (1 Juan 1:7)
No se trata de un mero símbolo, sino de una realidad espiritual poderosa y activa. La sangre de Cristo no solo limpia, también protege, intercede, justifica, redime y da acceso libre a la presencia del Padre (Hebreos 10:19-22). Hoy más que nunca, el creyente necesita apropiarse por fe del poder de esa sangre: para vencer la acusación del enemigo, para vivir sin culpa, para recibir sanidad, y para entrar confiadamente al trono de la gracia.
Celebrar la Pascua es reconocer que vivimos bajo la cobertura del Cordero, que no hay condenación para los que están en Cristo Jesús (Romanos 8:1), y que su sangre habla cosas mejores que la de Abel (Hebreos 12:24).
D. La esperanza de una redención futura
La Pascua no solo miraba hacia atrás, hacia la liberación de Egipto, sino que también apuntaba hacia adelante, hacia la tierra prometida. De la misma manera, la redención de Cristo no solo nos libera del pasado, sino que nos prepara para el futuro glorioso que nos espera. La Cena del Señor, como su continuación espiritual, es un acto de memoria y de anticipación:
“Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga.” (1 Corintios 11:26)
Cada vez que celebramos la Cena, proclamamos que la Pascua aún no ha terminado. El Cordero inmolado también es el León de la tribu de Judá, que viene en gloria. La redención final está en camino. La Pascua nos recuerda que somos peregrinos, en tránsito hacia la Canaán celestial. Nos anima a mantener la mirada en la eternidad, a vivir en esperanza activa y a preparar nuestras lámparas como vírgenes prudentes que aguardan al esposo.
E. Vivir la Pascua hoy
La Pascua no es un rito antiguo sin relevancia. Es una proclamación viva del evangelio en acción. Cristo es nuestra Pascua. En Él encontramos libertad, santidad, protección y esperanza. Vivir la Pascua es caminar cada día bajo la sombra del Cordero, con un corazón agradecido, una vida consagrada y una mirada levantada hacia su gloriosa venida.
V. Conclusión
La Pascua no es solo una festividad judía ni una tradición religiosa. Es el corazón del Evangelio, una revelación progresiva del plan redentor de Dios desde Éxodo hasta Apocalipsis. En ella vemos la justicia y la misericordia de Dios, la necesidad del sacrificio, el poder de la sangre, y la promesa de libertad.
Para el creyente en Cristo, la Pascua es una llamada a:
- Recordar con gratitud la obra de Jesús.
- Vivir en santidad y obediencia.
- Confiar en el poder de la sangre redentora.
- Esperar con gozo la venida del Rey.
Hoy, más que nunca, debemos celebrar la Pascua no solo con palabras, sino con una vida transformada. Porque Cristo, nuestra Pascua, fue sacrificado por nosotros. Y eso cambia todo.