Reflexión de la tercera palabra de Jesús en la cruz: He ahí tu hijo, he ahí tu madre
Texto base: Juan 19:26-27 (Reina-Valera 1960)
«Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo. Después dijo al discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa.»
La cruz del Calvario fue el lugar donde convergieron el dolor humano más profundo y el amor divino más sublime. Desde ese madero, Jesús pronunció siete palabras —siete frases cargadas de significado teológico, espiritual y humano. Estas palabras, conocidas como «las siete palabras de Jesús en la cruz«, han sido objeto de profunda reflexión a lo largo de la historia de la Iglesia. En esta ocasión, nos detendremos a hacer una reflexión sobre la tercera palabra de Jesús en la cruz: «Mujer, he ahí tu hijo… He ahí tu madre«.
Meditando en la tercera palabra de Jesús en la cruz
Este momento íntimo entre Jesús, su madre María y el discípulo amado —identificado tradicionalmente como Juan— nos revela una dimensión profunda del carácter de Cristo: su sensibilidad, su humanidad, su sentido de responsabilidad y, por encima de todo, su amor. Esta palabra no solo refleja un acto filial de cuidado, sino que encierra también una enseñanza espiritual para la Iglesia hoy. A través de esta meditación, exploraremos el contexto, el significado profundo, y la aplicación de esta palabra en nuestra vida cristiana.
1. El contexto del dolor: un hijo crucificado, una madre doliente
Pongámonos por un momento en la escena del Calvario. Jesús, tras ser traicionado, abandonado, torturado y clavado en la cruz, está en las últimas horas de su vida terrenal. Alrededor de la cruz, no hay multitudes celebrando milagros ni discípulos proclamando su fe. Solo un pequeño grupo de personas permanece fielmente con Él. Entre ellos, María, su madre, y Juan, el discípulo amado.
María está viendo morir a su hijo de la forma más cruel y humillante posible. La profecía de Simeón en el templo (Lucas 2:35), donde le advirtió que «una espada traspasaría su alma«, se cumple en este momento de manera desgarradora. El corazón de una madre está siendo atravesado por el dolor, no solo del sufrimiento físico de su hijo, sino por la incomprensión de aquellos que no ven al Salvador en el crucificado.
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Y Jesús, en medio de su agonía, no es indiferente a ese dolor. Esta palabra es un acto de ternura en medio del tormento. No se centra en sí mismo, sino que mira a su madre y se preocupa por su bienestar futuro. Es un amor que no se detiene ante el sufrimiento, sino que lo trasciende.
2. «Mujer»: una palabra cargada de dignidad
Puede parecer extraño a nuestros oídos modernos que Jesús se dirija a su madre con el término «Mujer» en lugar de «madre». Pero este vocablo, lejos de ser una expresión fría o distante, en el contexto cultural y lingüístico de la época, era una forma respetuosa y dignificada de dirigirse a una mujer. Jesús no está siendo indiferente o insensible. Al contrario, le está hablando con honor, reconociendo su valor y su rol en la historia de la redención.
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Este término también tiene una connotación teológica. Recordemos que Jesús utilizó la misma palabra en las bodas de Caná (Juan 2:4): «Mujer, ¿qué tienes conmigo? Aún no ha venido mi hora«. En ambos casos, hay una referencia velada a la misión mesiánica de Jesús y al papel que María juega dentro del plan divino. Al llamarla «Mujer», Jesús está relacionando a María con la «mujer» mencionada en Génesis 3:15, aquella cuya simiente aplastaría la cabeza de la serpiente. En la cruz, esa promesa se está cumpliendo.
3. «He ahí tu hijo»: La transferencia del cuidado
Jesús, al ver a su madre, dice: «Mujer, he ahí tu hijo». Y luego, mirando al discípulo amado, le dice: «He ahí tu madre». Este es un acto de provisión, de responsabilidad y de amor. Jesús está asegurándose de que María no quedará sola.
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Recordemos que, en aquel tiempo, una mujer viuda sin hijos varones quedaba completamente desprotegida social y económicamente. José, esposo de María, ya no estaba en escena, y Jesús, su primogénito, estaba muriendo. Así que Él, como hijo responsable, encarga a su discípulo más cercano que cuide de su madre.
Pero más allá del acto práctico de asignar un protector humano, esta palabra tiene un alcance simbólico más profundo. Jesús está formando un nuevo tipo de familia, no basada en la sangre, sino en la fe y el amor. En la cruz, se empieza a gestar la comunidad cristiana, una familia espiritual donde los lazos del Reino son más fuertes que los vínculos naturales.
4. Juan, el discípulo amado: modelo de fidelidad y responsabilidad
Juan, el discípulo a quien Jesús amaba, es el único de los Doce que permanece al pie de la cruz. Mientras los demás huyeron, él permanece junto a su Maestro. Su presencia allí es testimonio de amor, valentía y lealtad. Jesús, reconociendo esa fidelidad, le confía a su madre.
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Esto nos enseña que la cercanía con Cristo conlleva responsabilidad. Cuanto más cerca estamos del Señor, más compromisos recibimos. Juan recibe una nueva misión: cuidar de María como si fuera su propia madre. A partir de ese momento, Juan la recibió en su casa, y la tradición dice que la cuidó hasta el final de sus días.
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¿Estamos dispuestos nosotros, como Juan, a asumir las responsabilidades que conlleva ser discípulos de Cristo? ¿Estamos dispuestos a cuidar de los «otros» que Jesús nos encomienda, a amar más allá de nuestras propias fuerzas?
5. María, la madre del Salvador: modelo de fe y entrega
María, la madre del Salvador, representa un modelo sublime de fe y entrega incondicional a la voluntad de Dios. Desde el momento en que el ángel Gabriel le anunció que sería la madre del Mesías, su respuesta —»He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra» (Lucas 1:38)— reveló una fe profunda y una disposición total a obedecer, aun sin comprender del todo las implicaciones de su misión.
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La de María, no fue una aceptación pasiva, sino una decisión valiente de confiar en el plan divino, a pesar de las posibles consecuencias sociales, emocionales y espirituales que vendrían al ser madre de Jesús en un contexto de incertidumbre y oposición.
A lo largo de la vida de Jesús, María permaneció firme, acompañándolo silenciosamente, incluso en los momentos más dolorosos, como en la cruz, donde se cumplió la profecía de que una espada traspasaría su alma (Lucas 2:35). Su entrega no fue momentánea, sino constante, fiel hasta el final.
La figura de María trasciende su rol maternal y se convierte en inspiración para todo creyente: Una mujer que, con humildad y obediencia, se convirtió en colaboradora activa en el plan redentor de Dios. Su vida nos enseña que la verdadera fe implica confianza total, perseverancia en medio del dolor y una entrega sin reservas al propósito de Dios.
6. La nueva familia del Reino: Más allá de la carne
Una de las enseñanzas más potentes de esta palabra es la formación de una nueva familia espiritual. Jesús está redefiniendo los lazos familiares. En Mateo 12:48-50, cuando le dicen que su madre y sus hermanos lo buscan, Jesús responde:
“¿Quién es mi madre, y quiénes son mis hermanos?” Y extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: “He aquí mi madre y mis hermanos. Porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano, y hermana, y madre.”
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Desde la cruz, Jesús sella esa enseñanza. María y Juan, unidos por la fe en Él, ahora son madre e hijo. Esto nos recuerda que la Iglesia es una familia donde nadie debe sentirse solo. El cuidado mutuo, la responsabilidad compartida y el amor fraternal son parte esencial del llamado cristiano.
7. Aplicaciones prácticas para el creyente hoy
a) Cuidar de nuestras familias: Jesús, aun en su agonía, no se desentiende de su madre. Nos enseña la importancia de honrar y cuidar a nuestros seres queridos, especialmente en tiempos de crisis. La fe no nos exime de nuestras responsabilidades familiares; al contrario, las santifica.
b) Asumir la responsabilidad en la comunidad de fe: Como Juan, todos somos llamados a cuidar unos de otros. La Iglesia es una comunidad de fe, pero también debe ser una comunidad de cuidado. ¿Estamos atentos a las necesidades de nuestros hermanos? ¿Estamos abiertos a recibir y cuidar de aquellos que el Señor nos encomienda?
c) Reconocer a María como figura de fe, no como objeto de adoración: La tercera palabra también nos invita a valorar a María por lo que fue: una mujer de fe, obediente, valiente, llena de gracia. Sin necesidad de idolatrarla, podemos aprender mucho de su testimonio de entrega y devoción.
d) Recordar que en el dolor, Dios sigue cuidando de nosotros: En el momento más oscuro de María, Jesús seguía pendiente de ella. En nuestras propias noches oscuras, cuando todo parece perdido, recordemos que el amor de Dios no se apaga. Él cuida de los suyos, incluso desde la cruz.
Conclusión
La tercera palabra de Jesús en la cruz, «Mujer, he ahí tu hijo… He ahí tu madre», es una joya preciosa en el tesoro del evangelio. En medio del dolor más profundo, Jesús nos muestra el rostro más humano de Dios: uno que se preocupa, que provee, que forma comunidad, que dignifica, que ama hasta el fin.
Esta palabra es una invitación a la ternura, a la responsabilidad, a la creación de vínculos más allá de la sangre, a la formación de una verdadera familia espiritual. Es una llamada a amar con ese amor que no se detiene ante el sufrimiento, sino que lo transforma en redención.
Que, al meditar en esta palabra, podamos ser más como María en su entrega, más como Juan en su fidelidad, y más como Jesús en su amor incondicional.