Los diez leprosos y Jesús en la Biblia, (Estudio Bíblico, Reflexión)
Jesús sana a los diez leprosos (Prédica escrita, explicación)
La historia de los diez leprosos sanados por Jesús, narrada en Lucas 17:12-19, es mucho más que un relato de sanidad física; es una profunda enseñanza sobre la misericordia divina, la obediencia, la fe y, sobre todo, el agradecimiento. La lepra, en el contexto bíblico, no solo representaba una enfermedad terrible, sino que también simbolizaba el estado de contaminación espiritual del ser humano a causa del pecado.
(También te puede interesar: Jesucristo es nuestro pariente próximo y redentor)
Este estudio reflexivo nos invita a mirar más allá del milagro físico, para considerar el mensaje espiritual que Jesús quiere transmitir: solo Él puede limpiarnos por completo, y espera de nosotros una respuesta sincera, humilde y agradecida. Así como los diez leprosos clamaron por misericordia, también nosotros necesitamos reconocer nuestra condición delante de Dios y volvernos a Él con fe y gratitud.
¿Qué representa la lepra en la Biblia?
En la actualidad, la lepra es conocida como enfermedad de Hansen, causada por una bacteria llamada Mycobacterium leprae. Esta enfermedad crónica afecta principalmente la piel, los nervios periféricos, los ojos y otras partes del cuerpo, provocando lesiones, nódulos y pérdida de sensibilidad, especialmente en las manos y los pies.
Sin embargo, más allá de su aspecto médico, la Biblia utiliza la lepra como una figura del pecado. La lepra contaminaba al ser humano física y ritualmente, obligando a quien la padecía a vivir aislado, separado de la comunidad, del templo y de su familia. Esta condición representa espiritualmente cómo el pecado separa al hombre de Dios, lo contamina y lo deja excluido de la vida espiritual.
«Y el leproso en quien hubiere llaga llevará vestidos rasgados y su cabeza descubierta, y embozado pregonará: ¡Inmundo! ¡Inmundo!»
(Levítico 13:45)
Separación total: fuera del campamento
Los leprosos debían habitar fuera del campamento y vivir completamente aislados. La Ley mosaica especificaba que mientras durara la llaga, la persona era considerada impura y no podía convivir con los demás. Esto tipifica cómo el pecado, sin arrepentimiento ni limpieza, mantiene al ser humano alejado de la presencia de Dios.
«Todo el tiempo que la llaga estuviere en él, será inmundo; estará impuro, y habitará solo; fuera del campamento será su morada.» (Levítico 13:46)
(Te puede interesar: El valor de un alma)
«Y el sacerdote mirará la llaga en la piel del cuerpo; si el pelo en la llaga se ha vuelto blanco, y pareciera la llaga más profunda que la piel de la carne, llaga de lepra es; y el sacerdote le reconocerá, y le declarará inmundo.» (Levítico 13:3)
Ejemplos de lepra causada por el pecado:
La lepra, más allá de ser una enfermedad física, fue utilizada en la Biblia como una manifestación visible del juicio divino ante ciertas actitudes pecaminosas. Estos casos no solo nos muestran el poder de Dios para disciplinar, sino también su deseo de que reconozcamos nuestras faltas y volvamos a Él con arrepentimiento. A continuación, veremos tres ejemplos clave:
1. María, la hermana de Moisés: lepra por murmuración
En Números 12:1-10, María y Aarón hablaron contra Moisés a causa de la mujer cusita que había tomado por esposa. En su orgullo, cuestionaron la autoridad que Dios había dado a su hermano, diciendo: “¿Solamente por Moisés ha hablado Jehová? ¿No ha hablado también por nosotros?” (v.2). Esta murmuración no pasó desapercibida para Dios. Como castigo, la nube que representaba la presencia divina se apartó del tabernáculo, y María quedó leprosa, “blanca como la nieve” (v.10).
Lección espiritual: La murmuración, el orgullo y la rebelión contra la autoridad establecida por Dios pueden tener consecuencias graves. María fue apartada siete días fuera del campamento hasta ser restaurada, mostrando cómo el pecado puede contaminar y excluirnos, y cómo solo la intervención divina puede restaurarnos.
(También puedes leer: La salvación en el nuevo testamento)
2. Giezi, siervo de Eliseo: lepra por codicia y mentira
En 2 Reyes 5, después de que Naamán, general del ejército sirio, fue sanado de su lepra por medio del profeta Eliseo, este rehusó aceptar cualquier regalo. Sin embargo, Giezi, su siervo, codició los presentes y, mintiendo, fue tras Naamán para obtener lo que Eliseo había rechazado.
Cuando volvió, Eliseo le confrontó por su acción, y le dijo:
“¿Es tiempo de tomar plata, y de tomar vestidos, olivares, viñas, ovejas, bueyes, siervos y siervas? Por tanto, la lepra de Naamán se te pegará a ti y a tu descendencia para siempre” (2 Reyes 5:26-27).
Lección espiritual: La codicia y la mentira no solo traen juicio personal, sino que pueden afectar a generaciones. Giezi quedó leproso, y su descendencia también. El pecado no confesado y encubierto tiene un alto precio.
3. El rey Uzías: lepra por usurpar funciones sacerdotales
Uzías fue un rey próspero y bendecido, pero cuando se enalteció su corazón, quiso hacer lo que no le correspondía: entrar en el templo a ofrecer incienso, una función exclusiva de los sacerdotes. A pesar de que fue reprendido por los ministros del templo, persistió en su error.
“Y se pusieron contra el rey Uzías, y le dijeron: No te corresponde a ti… Sal del santuario, porque has prevaricado…” (2 Crónicas 26:18)
Como consecuencia inmediata de su desobediencia, Dios lo hirió con lepra:
“Así el rey Uzías fue leproso hasta el día de su muerte, y habitó leproso en una casa apartada, por lo cual fue excluido de la casa de Jehová” (2 Crónicas 26:21)
Lección espiritual: La arrogancia espiritual y la desobediencia a los límites establecidos por Dios pueden alejarnos de su presencia. Uzías comenzó bien, pero terminó aislado, leproso y excluido del templo por su pecado.
Jesús vino a buscar y a salvar lo que se había perdido
El Señor Jesús dijo:
“No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento” (Lucas 5:32).
No es que haya personas verdaderamente justas por sí mismas, sino que hay quienes se justifican a sí mismos y no reconocen su necesidad de salvación. Jesús vino a sanar a los enfermos del alma, a limpiar la lepra espiritual del pecado.
(Te puede interesar: Jesús y Zaqueo)
En nuestros días, aún hay muchos que piensan que no necesitan a Dios: personas moralistas que se consideran buenas, que no son adúlteros, ni ladrones, ni mal hablados. Pero la Escritura es clara:
“No hay justo, ni aun uno” (Romanos 3:10), “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23).
Y también añade:
“Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23).
Reconocer nuestra condición es el primer paso
Jesús contó una parábola para confrontar a quienes se justificaban a sí mismos. El fariseo oraba jactanciosamente, comparándose con otros y creyéndose mejor. Pero el publicano, humillado, decía:
“Dios, sé propicio a mí, pecador” (Lucas 18:13).
Jesús dijo que este volvió a su casa justificado, no el fariseo. ¿Por qué? Porque reconoció su necesidad, mientras el otro confiaba en su propia justicia.
Jesús puede limpiarnos de toda lepra espiritual
En Lucas 5:12-13, un hombre lleno de lepra se postró ante Jesús y le dijo:
“Señor, si quieres, puedes limpiarme”. Jesús le respondió: “Quiero; sé limpio”.
(También puedes leer: La justicia necesitada por los hombres)
Lo más poderoso de este encuentro no fue solo el milagro físico, sino la disposición del hombre a postrarse, clamar y reconocer su necesidad. Lo mismo ocurre con el pecado: Dios quiere limpiarnos, pero necesitamos humillarnos, arrepentirnos y tener fe en su poder salvador.
“Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados” (Efesios 2:1)
Necesitamos un encuentro con Dios
Los diez leprosos tuvieron que oír hablar de Jesús, porque la fe no nace de la nada, sino que «la fe viene por el oír, y el oír por la palabra de Dios» (Romanos 10:17). En algún momento escucharon que Jesús sanaba a los enfermos y hacía milagros. Ese mensaje despertó fe en sus corazones, y por eso se acercaron clamando por misericordia.
Naamán activó su fe al escuchar el testimonio de Dios
En el caso de Naamán, su esposa escuchó de una sierva israelita que había un profeta en Israel que podía sanar a su esposo de la lepra. Al oír estas palabras, Naamán activó su fe, y con ella nació la esperanza de ser sano. Fue ese testimonio lo que impulsó su búsqueda.
Necesitamos escuchar de las maravillas de Dios para que la fe nazca en el corazón. Por eso es vital que compartamos lo que Dios ha hecho en nuestras vidas, para que otros también puedan creer y deseen tener un encuentro personal con Jesucristo.
Las necesidades nos empujan a buscar a Dios
La desesperante condición de los diez leprosos los movió a buscar a Jesús. Naamán, humillado por su enfermedad, viajó a Israel en busca de ayuda divina. La mujer del flujo de sangre, después de doce años sin hallar cura, se abrió paso entre la multitud y tocó el manto de Jesús con fe.
Así como ellos, hay momentos en nuestra vida donde solo Dios puede hacer algo. Cuando ya no nos ayuda el psicólogo, el consejero matrimonial, el centro de rehabilitación, o los amigos. Incluso cuando la medicina falla, Dios sigue siendo nuestra única esperanza.
Estas situaciones límite nos empujan a buscar a Dios, pero no debería ser solamente por una necesidad física, sino también por una necesidad espiritual: la de ser limpiados del pecado y transformados por su poder.
No solo por sanidad, sino por el deseo de conocerle
Un ejemplo profundo es el de Zaqueo, quien no estaba enfermo, ni poseído, ni afligido físicamente, pero tenía una necesidad interna: «procuraba ver quién era Jesús» (Lucas 19:3). Su búsqueda fue genuina y determinada, y como resultado, Jesús le dijo:
“Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa… Hoy ha venido la salvación a esta casa” (Lucas 19:5,9).
Quizás muchos se acercan a Jesús por curiosidad, pero todo aquel que tenga un verdadero encuentro con Él y lo busque con sinceridad, experimentará una transformación total. Porque Él «vino a buscar y a salvar lo que se había perdido» (Lucas 19:10).
La lepra del pecado nos separa de Dios
Desde el huerto del Edén, el pecado trajo consecuencias devastadoras para la humanidad. El hombre perdió la comunión con Dios, y esa separación espiritual continúa afectando a toda persona que vive alejada de Él. El pecado abrió la puerta para que Satanás ejerciera un dominio legal sobre el ser humano, por eso la Escritura declara:
«El que practica el pecado es del diablo» (1 Juan 3:8).
En el Antiguo Testamento, el perdón de los pecados requería el derramamiento de sangre animal, conforme a la ley de Moisés:
«Casi todo es purificado, según la ley, con sangre; y sin derramamiento de sangre no se hace remisión» (Hebreos 9:22).
(Te puede interesar: La doctrina del pecado)
Sin embargo, estos sacrificios eran solo una figura temporal, ya que:
«La sangre de los toros y de los machos cabríos no pueden quitar los pecados» (Hebreos 10:4).
Por eso, Dios proveyó un sacrificio superior. La Biblia dice:
«Por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo» (Hebreos 2:14).
Jesús quiere limpiarnos del pecado y lavarnos con su sangre
Nuestro Dios, tomó forma humana en Jesucristo, y vino al mundo para redimirnos. Juan el Bautista lo identificó con estas palabras:
«He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Juan 1:29).
Aunque 1 Juan 3:8 afirma que “el que practica el pecado es del diablo”, también proclama una gloriosa esperanza:
«Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo.»
Jesucristo vino a romper las cadenas del pecado, a rescatar a la humanidad de su condición caída. Nos redimió,
«no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación» (1 Pedro 1:18-19).
El apóstol Juan lo resume con palabras de adoración en Apocalipsis 1:5-6:
«…Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén.»
Los 10 leprosos alzaron la voz para hablar con Jesús
Estos hombres, a pesar de su condición de inmundos y marginados, alzaron su voz con fe y esperanza clamando por misericordia. Su enfermedad no fue un obstáculo para acercarse a Jesús y pedir su ayuda. De igual manera, nuestra condición de pecadores no debe impedirnos reconocer nuestra necesidad y clamar a Dios por su misericordia. Así como ellos, nada nos debe detener para levantar nuestra voz y buscar a Dios.
Un ejemplo inspirador es Zaqueo, quien nada dejó que le impidiera conocer a Jesús y tener un encuentro transformador con Él. Ni su condición de publicano ni su mala reputación social fueron barreras para acercarse al Salvador. Muchas personas hoy sienten que sus pecados son tan grandes que no pueden acercarse a Dios, pero tal como estos hombres inmundos por la lepra, todos podemos acercarnos a Dios y buscar su perdón y restauración.
Notros también podemos clamar
Existen quienes creen que sus pecados son demasiado grandes para que Dios los escuche, que su clamor jamás llegará al cielo. Sin embargo, la Palabra dice claramente que:
«Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás, oh Dios» (Salmo 51:17).
Cuando realmente deseamos algo de Dios, clamamos con todo nuestro corazón y perseveramos. Así lo hizo el ciego Bartimeo, quien a pesar de ser reprendido, no dejó de clamar con fe hasta obtener su sanidad. De igual manera, los diez hombres con lepra clamaron sin cesar.
Es fundamental que busquemos la misericordia del Señor con un corazón arrepentido, sin importar la gravedad de nuestro pecado. Si reconocemos nuestra condición, nos arrepentimos y buscamos la presencia de Dios, podemos estar seguros de que encontraremos la bendición del perdón y la restauración que Él ofrece.
Los 10 leprosos obedecieron a Dios
Jesucristo les dijo: «Id, mostraos a los sacerdotes» (Lucas 17:14). Esta instrucción pudo haberles parecido extraña, ya que eran justamente esos mismos sacerdotes quienes los habían declarado inmundos y excluidos de la comunidad. Sin embargo, Jesús les pidió que fueran en esa condición, sin esperar a ser sanados primero.
Probablemente pensaron que Jesús primero los sanaría para luego presentarse ante los sacerdotes, pero a veces Dios actúa de manera diferente a lo que nosotros imaginamos. Su forma de obrar no siempre sigue nuestro razonamiento humano.
(También puedes visitar la sección de Estudios y predicas evangelísticas)
Ejemplo de Naamán y la obediencia
Un caso parecido lo encontramos en la historia de Naamán, el general sirio, quien esperaba que el profeta Eliseo hiciera una gran demostración para sanarlo de la lepra. Él pensaba:
“Saldrá él, y estando en pie invocará el nombre de Jehová, y alzará su mano y tocará el lugar y sanará la lepra” (2 Reyes 5:11).
Sin embargo, Eliseo no salió ni hizo ningún gesto espectacular, sino que simplemente le ordenó:
“Lávate siete veces en el Jordán” (2 Reyes 5:10).
Naamán dudó y se resistió al principio, pero cuando obedeció, recibió su sanidad. Esto nos enseña que Dios tiene su propia manera de actuar con cada uno de nosotros, y no siempre conforme a nuestras expectativas.
La sanidad vino mientras obedecían
Lo asombroso de la historia de los diez leprosos es que, mientras iban obedeciendo la orden de Jesús, fueron limpiados (Lucas 17:14). La sanidad no fue inmediata ni visible al momento de recibir la instrucción, sino que vino en el camino, a medida que caminaban hacia la obediencia.
Muchas veces, nosotros queremos primero ver el milagro, la sanidad o la solución antes de dar el paso. Pero la Palabra nos muestra que primero debemos obedecer, porque Dios no siempre actúa como pensamos; muchas veces quiere ver nuestra obediencia antes de manifestar el milagro.
No pongamos condiciones a Dios
Existen personas que le dicen a Dios: «Si me sanas o me haces un milagro, entonces te serviré». Pero la voluntad de Dios es que obedezcamos primero, sin ponerle condiciones. Él puede conceder milagros de inmediato a algunos, pero a otros les pide que primero demuestren obediencia y fe activa.
Debemos entender que la obediencia es la llave que abre el camino para ver el milagro en nuestras vidas. Estamos esperando nuestra bendición, pero no la veremos manifestada plenamente hasta que caminemos en obediencia, de la mano de Dios, siguiendo su palabra.
Dios tiene una expectativa
Dios limpió a los diez leprosos, pero solo uno volvió a Jesús para dar gloria a Dios. Entonces, Jesús preguntó con asombro: “¿Y los nueve, dónde están?” (Lucas 17:17). Esto revela que Jesús esperaba que los diez regresaran para honrar y agradecer al Señor por su sanidad.
¿Cuántos hoy han recibido milagros o bendiciones de Dios, pero no le dan la gloria? Muchos simplemente reciben el favor divino y luego se olvidan de reconocer lo que Dios hizo por ellos, olvidan agradecer y exaltar Su nombre.
El que volvió era samaritano
Curiosamente, el único que regresó a dar gracias fue un samaritano. En tiempos bíblicos, judíos y samaritanos tenían una relación tensa y casi no se trataban entre sí. Sin embargo, a pesar de esta división cultural, el samaritano no solo obedeció la orden de ir al sacerdote, sino que en el camino, al darse cuenta de que había sido sanado, regresó para glorificar a Dios y expresar su gratitud.
(Te puede interesar: Lo que el agradecimiento provoca)
El valor del agradecimiento
Este ejemplo nos enseña que necesitamos demostrar nuestro agradecimiento a Dios no solo con palabras, sino también con acciones, acercándonos más a Él y glorificándolo en todo momento. El verdadero encuentro con Dios se manifiesta en un corazón que reconoce su misericordia y responde con gratitud sincera.
El samaritano tuvo un encuentro más cercano con Jesús
Dios desea que nos acerquemos a Él con un corazón sincero y agradecido. Los diez leprosos, por su condición, se mantuvieron a distancia, pero tuvieron la fe suficiente para alzar la voz y clamar por misericordia. Cuando uno de ellos fue sanado, no solo se alejó; regresó para dar gloria a Dios y se postró a los pies de Jesús, mostrando un encuentro mucho más profundo y personal.
Este samaritano recibió un reconocimiento especial de parte de Jesús: “Tu fe te ha salvado” (Lucas 17:19). Los otros nueve solo fueron limpiados físicamente, pero no se les habló de salvación. Esto nos hace preguntar: ¿de qué sirve recibir sanidad o milagros si nuestra alma permanece perdida? La sanidad física es importante, pero más aún lo es la salvación y la restauración espiritual.
Este pasaje nos enseña que es necesario buscar a Dios con fe, clamar con sinceridad, obedecer su palabra y acercarnos a Él para recibir la verdadera salvación.
Conclusión: La enseñanza de los diez leproso
La historia de los diez leprosos nos recuerda que Dios no solo tiene el poder de sanar nuestras dolencias físicas, sino que también espera de nosotros una respuesta de gratitud y transformación interior. Nueve se fueron sin mirar atrás, pero uno regresó para dar gloria y honra a Dios.
Este relato nos desafía a reflexionar: ¿nos acercamos a Dios solo en momentos de necesidad o también le buscamos con un corazón agradecido y dispuesto a vivir para Él? Así como la lepra separaba a las personas de la comunidad, el pecado nos separa de Dios. Pero en Cristo encontramos redención, perdón y restauración completa.
Hoy, Jesús sigue extendiendo su mano para limpiarnos, sanarnos y darnos una nueva vida. ¿Cómo responderemos a su gracia y misericordia? ¿Estaremos dispuestos a acercarnos, dar gracias y vivir transformados?