Bienaventurados los pobres de espíritu

Mateo 5 versículo 3: «Bienaventurados los pobres de espíritu»

“Bienaventurados los pobres de espíritu” (Mateo 5:3). Estas palabras pronunciadas por Jesús en el Sermón del Monte no solo capturan nuestra atención, sino que también nos desafían a examinar nuestra vida más profundamente. ¿Qué significa ser verdaderamente feliz? ¿Dónde se encuentra la dicha que todos buscamos en lo más profundo de nuestro corazón?

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Para muchos, la respuesta, a las preguntas anteriores, parece estar en la acumulación de riquezas, logros, reconocimiento o placeres efímeros. Sin embargo, la Biblia nos presenta un camino sorprendente y contrario a la sabiduría del mundo: la verdadera felicidad no depende de lo que poseemos ni de nuestras circunstancias, sino del espíritu con el que vivimos.

¿Pobres o Ricos?

Supongamos que alguien le preguntara cuál es su deseo más profundo en la vida. Es probable que su primera respuesta sea la felicidad, esa sensación de satisfacción y paz interior que todos anhelamos.

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El mundo ha recorrido caminos innumerables para encontrar la felicidad: algunos buscan el poder, otros el reconocimiento social, y muchos intentan llenar sus vidas con placeres temporales. Pero en la Biblia, encontramos un ejemplo que revela la insuficiencia de todo esfuerzo humano por alcanzar la verdadera dicha: el rey Salomón.

Salomón buscó la felicidad a través de la sabiduría del mundo. Se esforzó por conocer y entender todo: ciencia, filosofía, entretenimiento y los placeres más refinados de la vida. Reflexionó sobre su experiencia y declaró:

“He aquí yo me he engrandecido, y he crecido en sabiduría sobre todos los que fueron antes de mí en Jerusalén; y mi corazón ha percibido mucha sabiduría y ciencia. Y dediqué mi corazón a conocer la sabiduría, y también a entender las locuras y los desvaríos; conocí que aun esto era aflicción de espíritu. Porque en la mucha sabiduría hay mucha molestia; y quien añade ciencia, añade dolor” (Eclesiastés 1:16–18).

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Aun con toda la riqueza, el poder y la sabiduría acumulada, Salomón reconoció que todo era vanidad y aflicción de espíritu. Probó todas las diversiones imaginables: vino, mujeres, música y banquetes abundantes. Su riqueza era tal que la plata y el oro perdían valor ante sus ojos. Sin embargo, ninguna de estas cosas le dio la satisfacción que buscaba:

“… he aquí, todo era vanidad y aflicción de espíritu” (Eclesiastés 2:11).

La lección es clara: la verdadera felicidad no se encuentra en los caminos equivocados ni en la autosuficiencia, y menos aún en lo que el mundo llama éxito. Aquellos que no estén dispuestos a reconocer su necesidad espiritual y a someterse al plan divino nunca alcanzarán la dicha plena.

Es aquí donde comienza nuestro estudio de Mateo 5:3–12. En estos versículos, Jesús revela el secreto de la felicidad genuina a través de las Bienaventuranzas, comenzando con esta primera declaración sorprendente: “Bienaventurados los pobres de espíritu”. Esta frase no solo redefine el concepto de felicidad, sino que también establece la clave para participar en el reino de los cielos.

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Las Bienaventuranzas: El Secreto de la Felicidad Verdadera

¿Qué significa bienaventurados los pobres de espíritu?

En el Sermón del Monte, cada bienaventuranza comienza con la palabra “bienaventurados”, una traducción del griego “makarios”, que implica mucho más que simplemente “feliz”. Makarios describe a aquellos que son bendecidos y llenos de gozo, pero no un gozo superficial ni condicionado por las circunstancias externas. En algunos contextos, podríamos traducirlo como “felices de manera profunda y duradera”, tal como lo refleja la traducción de Phillips:

“¡Qué felices son los de humilde actitud, porque el reino de los cielos les pertenece!
¡Qué felices son los que saben lo que significa el dolor, porque recibirán valor y consuelo!
¡Qué felices son los que no piden nada, porque toda la tierra les pertenece!
¡Qué felices son los que tienen hambre y sed de bondad, porque quedarán totalmente satisfechos!
¡Felices los misericordiosos, porque se les mostrará misericordia!
¡Felices son los totalmente sinceros, porque verán a Dios!
¡Felices los que procuran la paz, porque serán conocidos como hijos de Dios!
¡Felices son los que han sufrido persecución por causa de la bondad, porque el reino de los cielos les pertenece!”.

Es importante destacar que esta felicidad no se define como el mundo la entiende. El gozo mundano depende de situaciones externas: dinero, éxito, relaciones o reconocimiento social. Por el contrario, en el Nuevo Testamento, makarios se refiere al gozo profundo que proviene de participar del reino de Dios, un gozo que trasciende cualquier circunstancia temporal.

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Makarios: La Felicidad Suprema que Proviene de Dios

Makarios describe la felicidad verdadera, aquella que no se ve afectada por las dificultades, los fracasos o las pérdidas. Es una alegría interna, un contentamiento que nace de la relación con Dios y de la conciencia de Su gracia y misericordia.

Podemos decir que ser verdaderamente feliz requiere reconocer nuestra necesidad espiritual, nuestra dependencia absoluta de Dios y nuestra disposición a vivir conforme a Sus valores eternos. La felicidad suprema solo se alcanza cuando nos humillamos, nos reconocemos pobres en espíritu y dejamos que Dios reine en nuestra vida.

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El Requisito para la Felicidad Verdadera: Ser Pobres en Espíritu

Jesús nos revela que el primer paso hacia la felicidad auténtica es ser verdaderamente pobres en espíritu. No se trata de riqueza o pobreza material, ni de lograr metas humanas; se trata de reconocer nuestra indigencia espiritual y depender completamente de Dios.

“Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mateo 5:3).

Solo quienes aceptan esta condición de humildad y dependencia recibirán las bendiciones del reino de Dios y experimentarán la felicidad que permanece aún en medio de las dificultades de la vida.

Ejemplos Bíblicos de Pobres en Espíritu

La Biblia nos ofrece ejemplos claros de lo que significa ser pobre en espíritu:

  1. El publicano en la parábola de Lucas 18:9–14: Mientras el fariseo se consideraba justo y autosuficiente, el publicano reconoció su pecado y clamó: “Dios, sé propicio a mí, pecador”.
    Jesús declaró que este hombre descendió a su casa justificado, mostrando que la humildad y el reconocimiento de necesidad espiritual son superiores a la autosuficiencia moral.
  2. David, el rey y siervo de Dios, quien escribió: “Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” (Salmos 51:17).
    Aun en medio de rituales y sacrificios, Dios valoró su humildad y corazón quebrantado más que la acción en sí.
  3. Isaías, el profeta, quien al contemplar la santidad de Dios exclamó: “¡Ay de mí! que soy muerto; porque [soy] hombre inmundo de labios” (Isaías 6:5). Reconocer nuestra propia insuficiencia frente a la perfección divina es el espíritu que Dios busca en sus hijos.

Estos ejemplos nos muestran que ser pobres en espíritu significa reconocer nuestra necesidad espiritual absoluta y depender únicamente de Dios, no de nuestra fuerza, sabiduría o recursos.

Aplicación Práctica: Cómo Vivir como Pobres en Espíritu

  1. Reconocer nuestra insuficiencia: Admitir que, por nosotros mismos, no podemos agradar plenamente a Dios ni alcanzar la salvación.
  2. Depender totalmente de Dios: Entregar nuestras decisiones, acciones y deseos a Su voluntad.
  3. Mantener un corazón humilde y enseñable: Estar dispuestos a ser corregidos y guiados por la Palabra de Dios.
  4. Buscar la gracia más que el reconocimiento: Valorar la aceptación divina sobre la aprobación humana.

Cuando aplicamos estos principios, experimentamos una felicidad profunda y duradera, porque sabemos que el reino de los cielos nos pertenece y que Dios nos guía y sostiene en todo momento.

El Sermón del Monte: Un Llamado que Transformó Corazones 

Aunque muchos de nosotros estamos familiarizados con el Sermón del Monte, pocas veces reflexionamos sobre el impacto revolucionario que debió tener para quienes lo escucharon por primera vez. Cada palabra de Jesús rompía con esquemas establecidos, cuestionaba tradiciones y desafiaba la sabiduría humana. Tan profundas eran Sus enseñanzas, que seguramente tuvo que hacer pausas para que la multitud procesara cada idea antes de continuar.

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Bienaventurados los Pobres de Espíritu: La Primera Clave del Reino

Jesús inició el Sermón del Monte con una declaración que sacudió los conceptos de éxito y valor de su tiempo:

“Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mateo 5:3).

Casi todas las enseñanzas de Cristo contradecían la sabiduría del mundo y las expectativas religiosas del pueblo judío. Mientras la sociedad valoraba la riqueza, el poder y el prestigio, Jesús exalta a aquellos que reconocen su dependencia total de Dios y su humildad espiritual.

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Contraste con la Sabiduría del Mundo y la Tradición

En cuanto a la sabiduría del mundo, esta bienaventuranza desafía la idea de que “para salir adelante” y “ser alguien” se necesita poder, recursos o influencia. Jesús nos enseña que el verdadero éxito se mide por nuestra relación con Dios, no por logros terrenales.

Desde la perspectiva del pensamiento judío de la época, su mensaje era igualmente revolucionario. El orgullo y la autosuficiencia eran valores profundamente arraigados en la cultura, y sentirse orgulloso de ser parte del pueblo elegido era común. Jesús, sin embargo, volteó esa lógica, diciendo que la verdadera bendición pertenece a los que son espiritualmente humildes y conscientes de su necesidad de Dios.

Lo que Realmente No Significa Ser Pobres de Espíritu  

Cuando Jesús dijo:

“Bienaventurados los pobres de espíritu…”

muchos podrían pensar inmediatamente en carencia material, pero es fundamental entender que Él no estaba hablando de “los pobres de bolsillo”, sino de una actitud interior frente a Dios.

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No se Trata de Riqueza o Pobreza Material

Es cierto que quienes carecen de recursos materiales pueden tender a reconocer su dependencia de Dios más fácilmente (véase 1 Corintios 1:26–29 y 1 Timoteo 6:9). Sin embargo, ser pobre en espíritu no depende de la situación económica. Es posible ser humilde y dependiente de Dios incluso estando bendecido económicamente, así como también es posible ser pobre y mantener un espíritu orgulloso y autosuficiente.

Dios no juzga automáticamente la riqueza ni bendice la pobreza por sí sola; lo que realmente importa es el corazón y la relación con Él.

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El Valor Verdadero Está en la Humildad Espiritual

Los escritores bíblicos inspirados a menudo se describen a sí mismos como “nada” frente a Dios, reconociendo su insuficiencia y dependencia total de Su gracia. Esta conciencia de humildad es la esencia de ser pobres de espíritu. Comparados con un Dios santo, somos nada, pero a los ojos de un Dios amoroso, valemos inmensamente.

No Confundir Humildad con Autodesprecio

Algunos creen erróneamente que ser pobres en espíritu significa no amarse a uno mismo o despreciarse. Esta es una percepción equivocada. La Biblia enseña que cada alma tiene un valor incalculable ante Dios (Mateo 16:26), y la verdadera humildad no destruye nuestra identidad, sino que nos coloca bajo la guía de Dios, reconociendo nuestra necesidad de Su misericordia y gracia.

Lo que sí significa ser pobres en espíritu según Mateo 5:3 

Cuando Jesús dijo:

“Bienaventurados los pobres de espíritu…”

no se refería a carencia económica, sino a un estado de dependencia espiritual total. Comprender este concepto es clave para acceder al reino de los cielos.

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Pobres en Espíritu: Más que Carencia Material

La palabra que Jesús utilizó para “pobres” es “ptochos”, que no significa simplemente tener poco, sino estar sumido en la indigencia, reducido a la necesidad absoluta. Según un diccionario expositivo de palabras bíblicas, proviene de una raíz que significa “encogerse u ocultarse por miedo”, reflejando vulnerabilidad total.

Se refiere a una “pobreza que deja a las personas mendigando”, como se ve en el caso de Lázaro:

“Había también un mendigo llamado Lázaro, que estaba echado a la puerta del rico, lleno de llagas, y ansiaba saciarse de las migajas que caían de la mesa del rico; y aun los perros venían y le lamían las llagas” (Lucas 16:20-21).

En tiempos bíblicos, la sociedad estaba claramente dividida: ricos y pobres, los que “tienen” y los que “no tienen”. Jesús emplea esta imagen extrema para describir la necesidad espiritual absoluta.

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Bienaventurados los Mendigos Espirituales

En Mateo 5:3, ptochos no se refiere a quienes tienen poco, sino a quienes no tienen nada espiritualmente. Evoca la imagen de un mendigo que depende completamente de la misericordia de otros, sabiendo que si nadie le ayuda, morirá.

Así también, nosotros debemos convertirnos en mendigos espirituales, reconociendo nuestra indigencia ante Dios. Dios siempre ha valorado a quienes reconocen su necesidad espiritual, como lo expresó David:

“Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” (Salmos 51:17).

Incluso en el Antiguo Testamento, los sacrificios externos solo tenían valor cuando provenían de un corazón contrito y humillado (1 Reyes 8:5-10).

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El Espíritu que Dios Desea: Humildad y Reconocimiento de Nuestra Nada

Isaías nos muestra el tipo de actitud interior que agrada a Dios:

“¡Ay de mí! que soy muerto; porque soy hombre inmundo de labios, y habito en medio de pueblo que tiene labios inmundos” (Isaías 6:5). “Todas nuestras justicias son como trapo de inmundicia” (Isaías 64:6).

Al igual que Isaías, debemos reconocer que sin Dios somos nada, y que nuestra justicia propia es insuficiente ante la santidad divina.

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Ejemplo Práctico: El Fariseo y el Publicano

La parábola del fariseo y el publicano ilustra claramente lo que significa ser pobre en espíritu (Lucas 18:9-14).

  • El fariseo se consideraba justo, confiaba en sus virtudes y no sentía necesidad de Dios. Su orgullo espiritual lo separó del favor divino.
  • El publicano, por el contrario, reconoció su pecado y necesidad de misericordia, orando: “Dios, sé propicio a mí, pecador” (Lucas 18:13).

Jesús concluyó que el publicano descendió a su casa justificado antes que el otro. Este ejemplo demuestra que la pureza moral y la generosidad no sustituyen la humildad espiritual; solo quienes reconocen su necesidad absoluta de Dios entran en el reino de los cielos.

«… Porque de ellos es el reino de los cielos» 

De los Pobres en Espíritu es el Reino de los Cielos

Habiendo comprendido lo que significa ser “pobres en espíritu”, surge la pregunta: “¿Qué relación tiene este estado espiritual con la felicidad verdadera y duradera?”.

Ser pobre en espíritu nos permite encontrar una felicidad profunda, porque el que reconoce su necesidad espiritual se ve honestamente a sí mismo y, como consecuencia, pone su confianza en Dios y no en sus propias fuerzas. Aquellos que confían en el Señor nunca serán defraudados. La razón principal por la que los pobres en espíritu pueden experimentar una felicidad genuina se encuentra en la promesa que Jesús les da:

“… de ellos es el reino de los cielos”.

Esta promesa los sostiene y consuela, sin importar las circunstancias externas o las dificultades de la vida.

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¿Qué es el “Reino de los Cielos”?

Al leer este texto, surge otra pregunta fundamental: “¿Qué es el reino de los cielos y cómo lo reciben los pobres en espíritu?”.

Algunas promesas de las bienaventuranzas parecen referirse a bendiciones presentes, mientras que otras apuntan al cumplimiento eterno. Todas las promesas, sin embargo, tienen un cumplimiento parcial en esta vida y pleno en la vida venidera. Esto no contradice la felicidad presente; el hijo de Dios puede experimentar alegría verdadera ahora, aunque acompañada de pruebas y sufrimiento debido a un mundo corrompido por el pecado. La felicidad completa, pura y sin dilución, se disfrutará en la eternidad.

La palabra traducida como “reino” es “basileia”, que significa soberanía, poder real, dominio. Como figura retórica, también denota el territorio o pueblo sobre el que gobierna un rey (Vine).

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El Reino de Dios: Presente y Futuro

El reino de Dios representa el reinado activo de Dios. En el Nuevo Testamento, se identifica principalmente de dos formas:

  1. Como la comunidad de creyentes sobre la que Dios y Cristo ejercen autoridad, es decir, la iglesia. Jesús a veces utiliza los términos “reino” e “iglesia” de manera intercambiable (Mateo 16:18-19). Cuando una persona es salvada de sus pecados, Dios la incorpora a Su iglesia (Hechos 2:47), lo que equivale a decir que entra en el reino de Su amado Hijo (Colosenses 1:13). Aunque ya somos ciudadanos de este reino, debemos permitir que el Señor reine cada vez más en nuestros corazones.
  2. Como la esfera celestial gobernada por Dios y Cristo, que llamamos sencillamente “el cielo” (2 Timoteo 4:18). Aquí se concentra la esperanza eterna del creyente.

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Esperanza y Felicidad de los Pobres en Espíritu

El texto de Mateo 5:3 nos enseña que solo los que son pobres en espíritu están calificados para ser miembros de la iglesia y, por lo tanto, solo ellos pueden esperar el cielo. Esta doble promesa —participar en la iglesia de Dios ahora y anticipar las bendiciones eternas— fortalece la felicidad del creyente, pues se basa en la seguridad del reino presente y futuro.

Ser pobre en espíritu no significa desesperanza; significa reconocer nuestra dependencia de Dios y encontrar en Él la fuente de verdadera alegría y satisfacción. Quien vive así puede caminar con confianza y gozo, sabiendo que el reino de los cielos le pertenece.

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Ser «pobres en espíritu» y cómo esto nos abre la puerta al reino de los cielos 

El vínculo entre humildad y el reinado de Dios

La expresión “reino de los cielos” se refiere al reinado soberano de Dios en la vida de una persona. Nadie puede poner a Dios en el trono de su corazón sin antes descender de ese trono y reconocer su necesidad de Él.

En el Nuevo Testamento, la palabra reino se aplica tanto a la iglesia (la comunidad de los redimidos en la tierra) como al cielo (la morada eterna con Dios).

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1. La pobreza espiritual como requisito para entrar en la iglesia

La iglesia está compuesta por aquellos que han sido lavados por la sangre de Cristo (Efesios 5:23, 25). Para ser parte de ella, la Biblia enseña que debemos oír, creer, arrepentirnos, confesar y ser bautizados.

Pero este camino empieza reconociendo que somos indigentes espirituales.

  • Oír el evangelio (Romanos 10:17) requiere admitir que estamos perdidos sin Cristo.
  • Creer y confesar la fe (Juan 3:16; Romanos 10:9-10) es imposible mientras dependamos de nuestra propia justicia.
  • Arrepentirse demanda reconocer que hay algo de lo cual necesitamos volvernos. El autosuficiente nunca lo verá necesario.
  • Ser bautizados (Hechos 2:38, 41, 47) solo tiene sentido para quien sabe que depende completamente de la misericordia divina. Bautizarse por imitación o presión social no es obediencia genuina.

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2. Obedecer con humildad, no con confianza propia

A veces se dice: “Es una buena persona, solo le falta bautizarse”. Pero la salvación no es un complemento moral, sino el reconocimiento profundo de que, sin Cristo, no tenemos nada que ofrecer a Dios. Solo cuando una persona se vacía de sí misma puede venir al Señor en sumisión y fe.

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3. Perseverar para heredar el cielo

El segundo uso principal de la palabra reino en el Nuevo Testamento es la vida eterna. Jesús prometió:

“Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida” (Apocalipsis 2:10).

Nadie puede vivir una vida cristiana constante y fiel sin ser pobre en espíritu. La iglesia de Laodicea es un ejemplo de lo opuesto:

“Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo” (Apocalipsis 3:17).

Su problema no era la falta de recursos, sino la autosuficiencia que los cegaba a su verdadera necesidad de Dios.

Ser pobre en espíritu es el primer paso para que Cristo reine en nosotros aquí y para siempre. El orgulloso no entra; el humilde recibe el reino.

Características de los pobres de espíritu

A continuación, exploraremos las características de aquellos que son reconocidos como pobres de espíritu según las Escrituras.

Aquí tienes 5 Características de los pobres de espíritu

1. Reconocen su necesidad espiritual

Los pobres de espíritu son aquellos que reconocen que, por sí mismos, no tienen nada que ofrecerle a Dios. Son conscientes de su profunda necesidad de la gracia y la misericordia divina. En Salmos 34:18 se dice:

“Cercano está Jehová a los quebrantados de corazón; y salva a los contritos de espíritu”.

Este reconocimiento de la propia insuficiencia es la puerta para recibir la plenitud de Dios.

2. Son humildes y dependientes de Dios

La pobreza de espíritu implica una actitud de humildad. No se trata de pensar menos de uno mismo, sino de pensar menos en uno mismo y más en Dios. En Isaías 57:15, el Señor dice:

“Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados”.

Esta dependencia total de Dios se refleja en una vida de oración y adoración.

3. Reconocen el valor de la gracia

Quienes son pobres en espíritu entienden que todo lo que tienen y todo lo que son proviene de Dios. Esto les lleva a vivir con gratitud y con corazones llenos de alabanza. Efesios 2:8-9 nos recuerda que la salvación es por gracia, no por obras, para que nadie se gloríe. Esta verdad está profundamente arraigada en el corazón de los pobres de espíritu.

4. Tienen un corazón enseñable

Otra característica importante es la docilidad y el deseo de aprender de Dios. Los pobres en espíritu reconocen que necesitan ser guiados y corregidos. En Proverbios 3:5-6 se nos anima:

“Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócele en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas”.

5. Se identifican con los valores del reino de Dios

Finalmente, los pobres en espíritu viven con la perspectiva del reino de los cielos. Sus prioridades están alineadas con los valores eternos, no con los temporales. Su tesoro está en el cielo (Mateo 6:19-21), y su gozo no depende de las circunstancias terrenales, sino de su relación con Dios.

Conclusión: Bienaventurados los pobres de espíritu 

Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. Ser bienaventurado es disfrutar de las bendiciones de Dios y, como consecuencia, ser verdadera y profundamente felices, independientemente de las circunstancias externas. 

Ser “pobres en espíritu” es darse cuenta de que estamos espiritualmente indigentes, un mendigo espiritual depende totalmente de la gracia y misericordia de Dios. “El reino de los cielos” se refiere al reinado de Dios, en la iglesia y en el cielo. 

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¿Cuál es la única conclusión a la que podemos llegar? Si deseamos ser felices y disfrutar de las bendiciones de Dios, ahora y en la eternidad, tenemos que ser “pobres en espíritu”. 

¿Soy pobre en espíritu?

La pregunta que cada uno de nosotros tenemos que hacernos es “¿Soy pobre en espíritu?”. Lo contrario de ser pobre en espíritu es ser “ricos en espíritu”, esto es, ser (como decimos) “engreídos”, sentirnos autosuficientes y estar satisfechos de nosotros mismos. 

En Lucas 6, Jesús dio otra versión de esta bienaventuranza, que incluye tanto lo positivo y lo negativo.

“Bienaventurados vosotros los pobres, porque vuestro es el reino de Dios”, “Mas ¡ay de vosotros, ricos! porque ya tenéis vuestro consuelo” (versos 20 y 24).

Puede que Jesús haya estado haciendo alguna referencia al hecho de que Él era más fácilmente recibido por los económicamente pobres (vea Marcos 12:37), sin embargo, la aplicación más amplia de Sus palabras corresponde a la bienaventuranza de Mateo. 

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Algunos son espiritualmente «pobres» según opinan de ellos mismos, mientras que muchos son «ricos». Los que son ricos en espíritu ya han recibido «todo su consuelo» en esta vida y no tienen nada qué esperar en la eternidad. ¡Qué triste! 

Hagamos el orgullo a un lado

A algunos de nosotros no nos agrada admitir que no podemos hacer todo por sí solos, que necesitamos ayuda. Mi mente se remonta a eventos desastrosos en mi infancia, desastres que se produjeron porque me daba vergüenza admitir que no sabía cómo hacer lo que se me había dicho hacer, así que no pedí ayuda. 

Le ruego, por favor, no se pierda por ser demasiado orgulloso para admitir que no puede ser salvo sin la ayuda de Dios, sin Su gracia ni Su misericordia. Reconozca su miseria espiritual y venga humildemente a Su Señor. Si usted tiene necesidad del amor de Dios, le pido que venga a Él —hoy si es posible.

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