¿Cuál es su nombre y el nombre de su Hijo si sabes? Proverbios 30:4

¿Qué quiere decir o qué significa Proverbios 30:4)

A lo largo de la historia bíblica, una de las preguntas más profundas y trascendentales que el ser humano ha formulado es: ¿Cuál es el nombre de Dios?. En Proverbios 30:4 encontramos una interrogante que nos conduce directamente al corazón de la revelación divina: “¿Quién subió al cielo y descendió? ¿Quién encerró los vientos en sus puños? ¿Quién ató las aguas en un paño? ¿Quién afirmó todos los términos de la tierra? ¿Cuál es su nombre, y el nombre de su Hijo, si lo sabes?”.

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Este pasaje no es una mera pregunta poética. Encierra un misterio eterno que va más allá de simples letras o sonidos: el nombre de Dios representa su carácter, su identidad y su manifestación hacia la humanidad. La Escritura revela que conocer su nombre es conocerle a Él, y que recibir la revelación de ese nombre es entrar en una relación de pacto con el Dios vivo.

En este artículo, exploraremos de manera profunda el trasfondo bíblico, teológico e histórico de esta pregunta. Analizaremos cómo Dios reveló progresivamente su nombre en el Antiguo Testamento, cómo esa revelación alcanzó su plenitud en Jesucristo, y por qué el nombre de Jesús es la respuesta definitiva a Proverbios 30:4.

El significado del nombre en la Biblia

En los tiempos bíblicos, el nombre no era un simple rótulo o etiqueta como lo entendemos hoy. El nombre de una persona estaba estrechamente ligado a su carácter, destino y propósito. Cambiar el nombre de alguien era cambiar su identidad espiritual.

  • A Abram se le cambió el nombre a Abraham, porque Dios lo estableció como “padre de multitudes” (Génesis 17:5).
  • A Jacob se le cambió el nombre a Israel, porque luchó con Dios y prevaleció (Génesis 32:28).
  • El nombre de Moisés significaba “sacado de las aguas”, reflejando el inicio de su misión (Éxodo 2:10).

De la misma manera, el nombre de Dios revelaba quién era Él en esencia. No se trataba únicamente de fonética, sino de una manifestación de su carácter eterno. Por eso Moisés entendió que, si iba a presentarse ante Israel como enviado de Dios, debía conocer su nombre:

“He aquí que llego yo a los hijos de Israel y les digo: El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros. Si ellos me preguntaren: ¿Cuál es su nombre?, ¿Qué les responderé?” (Éxodo 3:13).

La revelación a Moisés: “YO SOY EL QUE SOY”

La respuesta de Dios a Moisés es una de las más enigmáticas y profundas en toda la Escritura:

“YO SOY EL QUE SOY. Y añadió: Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me envió a vosotros” (Éxodo 3:14).

Este nombre expresa que Dios es autoexistente, eterno, inmutable, absoluto y suficiente en sí mismo. Él no depende de nadie ni de nada; Él es el fundamento de todo lo que existe. En hebreo, esta revelación se expresa con el Tetragrámaton: YHWH.

Posteriormente, Dios le aclaró a Moisés que, aunque se había manifestado a los patriarcas como “El Shaddai” (Dios Todopoderoso), no se había dado a conocer por su nombre YHWH de manera plena (Éxodo 6:3). Aquí vemos la idea de una revelación progresiva, que alcanzaría su plenitud en la venida del Mesías.

El profeta Isaías lo reafirma:

“Yo Jehová (YHWH); este es mi nombre; y a otro no daré mi gloria, ni mi alabanza a esculturas” (Isaías 42:8).

La reverencia judía y la pérdida de la pronunciación original

Cuando Dios reveló su nombre a Moisés en Éxodo 3:14-15, ese nombre fue recibido con profunda reverencia. Con el paso del tiempo, el pueblo de Israel entendió que el nombre de Dios no debía ser usado de manera ligera ni profana. El tercer mandamiento decía con firmeza:

No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano; porque no dará por inocente Jehová al que tomare su nombre en vano” (Éxodo 20:7).

La nación de Israel desarrolló un profundo temor reverente en torno a este mandamiento. No solo evitaban jurar falsamente en el nombre de Dios, sino que incluso optaron por no pronunciar directamente el Tetragrámaton (YHWH), para no correr el riesgo de usarlo de manera indebida.

En su lugar, comenzaron a reemplazarlo por títulos como:

  • Adonai, que significa “Señor”.
  • HaShem, que literalmente se traduce como “El Nombre”.

De esta forma, cada vez que en la lectura de las Escrituras se encontraban con las cuatro consonantes sagradas (יהוה – YHWH), decían en voz alta “Adonai” en lugar de pronunciar el nombre revelado.

La consecuencia de esta práctica

Aunque esta costumbre nació como un acto de reverencia, con el paso de los siglos tuvo una consecuencia inesperada: la pronunciación original del nombre de Dios se perdió. El hebreo antiguo se escribía sin vocales, y al dejar de pronunciar el nombre, se fue olvidando cómo debía vocalizarse.

Hacia el siglo VI d.C., los escribas conocidos como masoretas añadieron un sistema de puntos vocálicos al texto hebreo para preservar la pronunciación. Fue entonces cuando, al combinar las consonantes del Tetragrámaton (YHWH) con las vocales de Adonai, surgió la forma híbrida que conocemos como Yahweh, y en la versión castellana, Jehová.

Lo esencial no era la fonética

A pesar de las controversias actuales sobre si debe decirse Yahweh, Jehová u otra variante, la Escritura enfatiza que lo realmente importante no es la fonética exacta, sino la realidad espiritual que el nombre representa: el Dios eterno, autoexistente, inmutable y fiel que se da a conocer progresivamente a su pueblo.

Por eso Isaías proclama con claridad:

“Yo Jehová; este es mi nombre; y a otro no daré mi gloria, ni mi alabanza a esculturas” (Isaías 42:8).

El nombre revelado a Moisés expresaba la eternidad y autoexistencia de Dios, pero también anunciaba que en el futuro ese nombre alcanzaría su cumplimiento en una revelación aún mayor: la encarnación de Dios en Jesucristo.

Los nombres compuestos de Jehová: una revelación progresiva

La revelación de Dios en el Antiguo Testamento no fue estática, sino progresiva. Cada circunstancia difícil, cada encuentro con el pueblo, fue una oportunidad en la que Dios mostró un aspecto de su carácter mediante su nombre.

El principio de la revelación progresiva

Los teólogos llaman a esto la revelación progresiva: Dios no mostró toda su naturaleza en un solo instante, sino que fue revelando gradualmente quién es Él a lo largo de la historia bíblica.

Los nombres compuestos de Jehová son ejemplos claros de esto. Cada uno de ellos surge en un contexto específico y revela un atributo particular del carácter de Dios. Pero lo fascinante es que, juntos, apuntan hacia una revelación completa y final en la persona de Jesucristo.

Ejemplos de los nombres compuestos

  1. Jehová-Sabaoth – “Jehová de los ejércitos” (1 Samuel 1:3; Isaías 1:9). Este título muestra a Dios como Señor de los ejércitos celestiales y terrenales, soberano en la batalla. Señala a Cristo como el Capitán de nuestra salvación (Hebreos 2:10).
  2. Jehová-Jireh – “Jehová proveerá” (Génesis 22:13-14). Abraham llamó así al lugar donde Dios proveyó un carnero en lugar de Isaac. Esto apuntaba proféticamente a Jesucristo, la provisión perfecta de Dios para nuestra redención (Juan 1:29).
  3. Jehová-Rafa – “Jehová tu sanador” (Éxodo 15:26). Dios se reveló como sanador de su pueblo. En Jesús vemos el cumplimiento cuando sanaba a los enfermos, mostrando que Él es el mismo Jehová-Rafa hecho carne (Mateo 8:16-17).
  4. Jehová-Nisi – “Jehová es mi bandera” (Éxodo 17:15). Después de la victoria sobre Amalec, Moisés levantó un altar con este nombre. Esto apunta a Cristo, nuestra victoria y estandarte en la batalla espiritual (Colosenses 2:15).
  5. Jehová-Shalom – “Jehová es paz” (Jueces 6:24). Dios dio paz a Gedeón en medio del temor. En Jesucristo se cumple plenamente: Él es nuestra paz que derribó la pared intermedia de separación (Efesios 2:14).
  6. Jehová-Raah – “Jehová es mi pastor” (Salmo 23:1). David reconoció a Dios como su pastor personal. Jesús se identificó como el cumplimiento de esta revelación al decir: Yo soy el buen pastor (Juan 10:11).
  7. Jehová-Tsidkenu – “Jehová justicia nuestra” (Jeremías 23:6). Dios prometió que levantaría un renuevo justo cuyo nombre sería precisamente este. En Jesús, se cumple esta promesa porque Él es nuestra justificación (Romanos 3:24).
  8. Jehová-Sama – “Jehová está presente” (Ezequiel 48:35). El nombre profético de la ciudad futura era “Jehová está allí”. Esto encuentra plenitud en Cristo, de quien se dijo: “He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros” (Mateo 1:23).

La unidad de todos estos nombres en Jesús

Cada uno de estos nombres compuestos no es una identidad diferente de Dios, sino una manifestación parcial de su carácter en situaciones concretas. Pero en Jesús hallamos la plenitud de todos ellos.

  • Jesús es nuestro Sanador, Proveedor, Pastor, Justicia, Paz, Victoria y Presencia.
  • En Él se concentran todos los atributos revelados en el Antiguo Testamento.
  • Por eso el apóstol Pablo afirma: “Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Colosenses 2:9).

Así, lo que antes se conocía en fragmentos, en títulos parciales, en momentos específicos de la historia, ahora se ha revelado de manera total y definitiva en la persona y en el nombre glorioso de Jesucristo.

Proverbios 30:4 y la profecía del Hijo

Exégesis, trasfondo y alcance cristológico

1) Contexto literario y teológico de Proverbios 30

Proverbios 30 se atribuye a Agur, hijo de Jaqué (Pr 30:1). Sus dichos se caracterizan por una humildad radical (“ciertamente soy el más torpe de los hombres”, 30:2-3) y por una serie de interrogantes retóricas que resaltan los límites del conocimiento humano frente a la grandeza de Dios. Dentro de esa dinámica, el versículo 4 aparece como el clímax de una cadena de preguntas que aluden a obras exclusivas del Creador:

“¿Quién subió al cielo y descendió?
¿Quién recogió los vientos en sus puños?
¿Quién ató las aguas en un paño?
¿Quién afirmó todos los términos de la tierra?
¿Cuál es su nombre, y el nombre de su Hijo, si lo sabes?”

Estas preguntas no piden información sino reverencia. Su objetivo es situarnos ante el Dios trascendente que gobierna la creación (cf. Job 38–41). El remate: “¿Cuál es su nombre, y el nombre de su Hijo?” no trivializa la deidad; la intensifica. Poner la cuestión del nombre al final subraya que conocer a Dios es un asunto de revelación, no de especulación.

Clave exegética: la expresión “si lo sabes” (אִם־תֵּדָע) enfatiza la limitación humana para acceder por sí misma al misterio divino. La respuesta a esa pregunta solo puede venir por iniciativa de Dios, no por curiosidad humana.

2) El lenguaje de “subir” y “bajar”: ecos intertextuales

  • “¿Quién subió al cielo y descendió?” conecta con la afirmación divina de soberanía absoluta (cf. Dt 30:12-14), y crea un puente con Juan 3:13, donde Jesús declara: “Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del Hombre…”.
  • “¿Quién recogió los vientos… ató las aguas… afirmó los términos…?” replica la poética cósmica de Job 38:8-11 y Salmo 104, presentando las fuerzas naturales como sujetas a la mano del Creador.

El efecto literario: Agur acumula evidencias para que el lector reconozca que el único que se ajusta a estas descripciones es YHWH, el Dios de Israel.

3) “¿Cuál es su nombre?”: el nombre como presencia, autoridad y pacto

En la Biblia, el nombre (שֵׁם, shem) no es mero sonido; es identidad, carácter y autoridad. “Poner su nombre” sobre un lugar o sobre un pueblo (Dt 12:5; Nm 6:27) equivale a habitar con y reclamar. Por eso Moisés no pidió un dato, sino una autoidentificación divina que respaldara su misión (Éx 3:13-15). La respuesta “Yo Soy” (ehyé asher ehyé) revela autoexistencia, fidelidad y presencia.

Idea-fuerza: Conocer el nombre de Dios es entrar en su esfera de alianza y misión. Esa lógica atraviesa toda la Escritura y desemboca en el Nuevo Testamento.

4) “¿…y el nombre de su Hijo?”: mapas de lectura y la opción mesiánica

Existen varias lecturas históricas de “su Hijo” en Proverbios 30:4:

  1. Lectura representacional: “Hijo” como figura del rey davídico adoptado por Dios (cf. 2 Sam 7:14; Sal 2:7). El “hijo” porta la autoridad del Padre y gobierna en su nombre.
  2. Lectura sapiencial: conexión con la Sabiduría personificada (Pr 8), que, sin ser una persona divina separada, es la expresión activa del consejo eterno de Dios en la creación.
  3. Lectura mesiánica (cristiana): el “Hijo” apunta proféticamente al Mesías, en quien Dios se hace presente para salvar.

La lectura mesiánica no propone dos personas eternas en la Deidad, sino la autorrevelación del único Dios en naturaleza humana (1 Tim 3:16). El “Hijo” es la manifestación histórica del Dios eterno. Así, YHWH se hace conocer en el Hijo, y eso incluye la revelación de su Nombre.

5) Puentes veterotestamentarios hacia el “Hijo” y el Nombre

  • Isaías 52:6: “Mi pueblo conocerá mi nombreyo mismo que hablo, he aquí estaré presente”. Esperanza de una autopresentación divina.
  • Jeremías 23:5-6: el Rey justo davídico llevará como designación “YHWH, justicia nuestra”, un título que impregna al ungido con el Nombre y la justicia del Señor.
  • Zacarías 14:9: “YHWH será uno y uno su nombre”. Visión escatológica de unicidad en la realeza y en el Nombre.
  • Éxodo 23:20-21: el Enviado de YHWH tiene “mi nombre en él”. Tipológicamente, apunta al portador definitivo del Nombre.

Proverbios 30:4 no es un acertijo aislado; es un nodo profético que recoge hilos de la teología del Nombre, la realeza davídica y la Sabiduría divina, anticipando la revelación culminante del Nombre en el Mesías.

Jesús: la revelación del Nombre de Dios

Cristología del Nombre y su impacto en la vida de la Iglesia

1) Jesús y el “Nombre” en los Evangelios

Jesús declara: “He manifestado tu nombre a los hombres…” (Jn 17:6) y “Yo he venido en nombre de mi Padre” (Jn 5:43). En Juan 17:26 repite: “Les he dado a conocer tu Nombre, y lo daré a conocer aún”. En clave bíblica, “manifestar el Nombre” no es solo pronunciar una palabra; es encarnar el carácter, la presencia y la autoridad del Padre.

  • Juan 17:11: “Padre santo, guárdalos en tu Nombre, el que me has dado” (según muchas traducciones). Aquí, el Nombre es don del Padre al Hijo; Jesús porta el Nombre como su representante supremo y como revelación definitiva de Dios.

Punto central: Jesús no trae un nombre distinto del Padre; revela el Nombre del Padre en plenitud, y lo hace de manera salvadora.

2) El significado del nombre “Jesús”: YHWH salva

“Jesús” (Yeshuá/ Yehoshúa) significa literalmente “YHWH salva” (Mt 1:21). No es una coincidencia fonética; es programa teológico. En Jesús, Dios cumple lo que había prometido: dar a conocer su Nombre en clave de salvación (Is 52:6).

  • El Nombre del Padre se hace oír y se hace operativo en la historia a través del Nombre de Jesús. El Dios único se autoidentifica en el Hijo encarnado para salvar.

3) “Nombre sobre todo nombre”: identificación con YHWH

Filipenses 2:9-11 afirma que Dios exaltó a Jesús y le dio “el Nombre que es sobre todo nombre”, de modo que “toda rodilla se doble… y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor”. Este lenguaje eco Isaías 45:23 (“a mí se doblará toda rodilla, y jurará toda lengua”). Pablo está aplicando a Jesús una prerrogativa exclusiva de YHWH.

  • Hebreos 1:4: Jesús “heredó un nombre más excelente que los ángeles”. “Heredar” no sugiere subordinación ontológica de una persona divina a otra, sino la posesión oficial del Nombre en su misión mesiánica y su exaltación como Señor.

Síntesis: Confesar a Jesús como “Señor” (Kyrios) no es una cortesía, es reconocer en Él el Nombre y la autoridad de YHWH.

4) El Nombre y la praxis apostólica

En Hechos, el Nombre de Jesús estructura la vida y misión de la Iglesia:

  • Predicación y autoridad: Hechos 4:12 — “no hay otro Nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.”
  • Sanidad y señales: Hechos 3:6 — “en el Nombre de Jesucristo… levántate y anda.”
  • Bautismo: Hechos 2:38; 10:48; 19:5; 22:16 — el bautismo en el Nombre de Jesucristo expresa invocación, identificación y autoridad del Dios salvador.
  • Persecución por el Nombre: Hechos 5:40 — se prohíbe hablar “en ese Nombre”, confirmando que el conflicto espiritual se centra en la revelación del Nombre.

Verdad clave para la práctica: La Iglesia primitiva oraba, predicaba, sanaba y bautizaba “en el Nombre de Jesús” porque veía en ese Nombre la presencia activa del Dios del pacto.

5) Mateo 28:19 y Hechos: el singular del “Nombre”

Mateo 28:19 manda bautizar “en el Nombre (singular) del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”. El “Nombre” está en singular, y pregunta: ¿cuál es ese Nombre singular que revela al Padre, se manifiesta en el Hijo y obra por el Espíritu? La praxis apostólica en Hechos contesta consistentemente: Jesús.

No se trata de contraponer Mateo a Hechos, sino de leer Mateo a la luz de Hechos: los apóstoles obedecen a Jesús bautizando en el Nombre que Él reveló y en el cual el Padre se dio a conocer — el Nombre de Jesús.

6) El “Ángel de YHWH” y “Mi Nombre está en Él”

Éxodo 23:20-21 habla de un Enviado ante Israel, advirtiendo: “mi Nombre está en él”. Esta figura, que porta la autoridad y la presencia del Señor, actúa con prerrogativas divinas. Tipológicamente, converge en Cristo, quien es el portador definitivo del Nombre. De nuevo, no se postulan dos deidades, sino la única Deidad autoexpresándose enviada para redención.

7) Sabiduría, Verbo, Hijo

Proverbios 8 personifica la Sabiduría presente en la creación. Juan 1 identifica al Logos (Verbo) con Dios y afirma que ese Verbo se hizo carne en Jesús. No hay “otra persona” junto a Dios en la eternidad, sino que la Palabra/Sabiduría de Dios —su consejo eternose encarna. Así, el Hijo no es un “segundo Dios”, sino Dios manifestado en carne (1 Tim 3:16), revelando el Nombre.

8) Objeciones frecuentes y respuesta

  • “Si hay Padre e Hijo, ¿No hay dos personas divinas?” La Escritura presenta al Padre como la Deidad eterna e invisible, y al Hijo como Dios manifestado en naturaleza humana para redención. No son “dos dioses” ni “dos centros de conciencia divina”, ni dos personas, sino un solo Dios en dos esferas: eterna (Padre) e histórica (Hijo).
  • “¿El Hijo preexiste como persona distinta?” Preexiste el Verbo (la autoexpresión de Dios, que es Dios mismo, Jn 1:1); el Hijo como tal es el Verbo hecho carne (Jn 1:14). El lenguaje de “descender/subir” expresa misión y autoridad, no la existencia de una segunda persona divina.

9) Zacarías 14:9 y la unicidad del Nombre en la era mesiánica

“En aquel día YHWH será uno, y uno su Nombre.” Esta visión escatológica armoniza con la confesión cristiana primitiva: “Jesús es Señor”. En Él, la unicidad de Dios y la unicidad del Nombre convergen de forma consumada. Por eso toda rodilla se dobla ante Jesús (Flp 2:10-11), cumpliendo el juramento de YHWH en Isaías 45:23.

10) Implicaciones espirituales y pastorales del Nombre

  • Adoración cristocéntrica: Adorar “en el Nombre de Jesús” es reconocer en Él la presencia del Padre.
  • Oración y misión: “Todo lo que pidiereis en mi Nombre” (Jn 14:13-14). Orar en ese Nombre no es fórmula mágica; es alineación con el carácter y la voluntad del Dios revelado en Cristo.
  • Identidad bautismal: El bautismo “en el Nombre de Jesucristo” sella a la Iglesia como pueblo del Nombre (cf. Hch 15:14; 22:16).
  • Santidad práctica: Llevar el Nombre implica vivir conforme a ese Nombre (2 Tim 2:19). El Nombre no solo nos salva; nos configura.

Resumen doctrinal: En Jesús, el único Dios se ha dado a conocer con su Nombre para salvar. Por eso la Iglesia apostólica pentecostal ora, predica y bautiza en el Nombre de Jesucristo.

Proverbios 30:4 plantea una pregunta que solo Dios puede responder: “¿Cuál es su nombre, y el nombre de su Hijo?” A la luz de toda la Escritura, la respuesta resuena con claridad:

  • El Nombre revelado a Moisés como YHWH encuentra su plena manifestación en Jesús — “YHWH salva”.
  • El Hijo no introduce a “otro Dios”, sino que es la revelación histórica del único Dios en carne para nuestra redención.
  • La Iglesia, reconociendo esta verdad, vive, sirve y proclama en el Nombre sobre todo nombre.

Proverbios 30:4 no fragmenta a Dios; lo revela. Y lo revela en Jesús, donde el Nombre eterno se hace salvación presente.

El significado del nombre Jesús

El nombre Jesús proviene del griego Iesous, traducción del hebreo Yeshúa, forma abreviada de Yehoshúa. Ambas expresiones significan: “YHWH es salvación” o “Jehová salva”.

Esto no es un simple título religioso, sino la revelación del propósito eterno de Dios manifestado en carne. El ángel le dijo a José con claridad:

“Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mateo 1:21).

El nombre no fue escogido por María o José, sino designado desde el cielo. Cada letra está impregnada de un mensaje: en Cristo, Dios mismo desciende para ejecutar el plan de redención.

En Jesús, todos los nombres compuestos de Jehová en el Antiguo Testamento encuentran su plenitud y cumplimiento:

  • Él es nuestro Pastor (Juan 10:11).
  • Él es nuestra Paz (Efesios 2:14).
  • Él es nuestra Justicia (1 Corintios 1:30).
  • Él es Dios con nosotros (Mateo 1:23).

Esto muestra que el nombre de Jesús no es uno más entre muchos, sino la síntesis de toda la revelación divina. Allí converge lo que Jehová había mostrado progresivamente a Israel y lo que ahora revela en plenitud a su iglesia.

El rechazo del nombre de Jesús

Aunque Jesús manifestó y reveló el nombre del Padre (Juan 17:6), los líderes religiosos de su tiempo lo rechazaron abiertamente. En lugar de reconocerlo como cumplimiento de las profecías, se aferraron a sus tradiciones y sistemas religiosos.

  • Prohibieron a los apóstoles predicar en su nombre (Hechos 4:18).
  • Los azotaron por hablar en ese nombre (Hechos 5:40).
  • Pero los discípulos respondieron con firmeza: “No podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído” (Hechos 4:20).

Desde entonces, el nombre de Jesús ha sido centro de oposición, persecución y controversia. A lo largo de la historia, emperadores, religiones y sistemas ideológicos han intentado silenciarlo, porque en ese nombre se concentra la autoridad de Dios.

Y, paradójicamente, mientras más ha sido atacado, más ha brillado su poder. Para millones de creyentes alrededor del mundo, el nombre de Jesús sigue siendo fuente de salvación, poder, milagros y esperanza. Su rechazo por parte del mundo solo confirma que en Él hay una verdad que incomoda, pero que a la vez transforma.

El nombre sobre todo nombre

El apóstol Pedro lo expresó con contundencia:

“En ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12).

Aquí no se habla de un nombre más en una lista de opciones espirituales, sino de la exclusividad del nombre de Jesús como medio de redención. No hay atajos, no hay sustitutos, no hay equivalentes.

El nombre de Jesús es el cumplimiento del Tetragrámaton en el Nuevo Pacto. En el Antiguo Testamento, YHWH se reveló progresivamente con títulos como Jehová Jireh (Proveedor), Jehová Shalom (Paz), Jehová Tsidkenu (Justicia). Pero en el Nuevo Pacto, todo eso se concentra y se revela plenamente en un solo nombre: Jesús.

Por eso la iglesia primitiva oraba, sanaba, bautizaba y predicaba en el nombre de Jesús. Ese nombre era la marca de identidad de la fe apostólica y el poder que los distinguía de cualquier religión o sistema humano. Y hoy, dos mil años después, sigue siendo el mismo mandato y la misma autoridad para el pueblo de Dios.

En Cristo, YHWH se manifestó como Salvador absoluto y definitivo. El nombre de Jesús es la máxima revelación de Dios y la garantía de nuestra salvación.

(También puedes visitar la sección de Doctrina Pentecostal)

Conclusión: Jesús es su nombre

La pregunta de Proverbios 30:4 nos lleva a un descubrimiento eterno: el nombre de Dios no es un misterio escondido, sino una revelación gloriosa cumplida en Jesucristo.

El Dios del Antiguo Testamento, el que “encerró los vientos en sus puños” y “afirmó todos los términos de la tierra”, se manifestó en carne y dio a conocer su nombre para salvación. Ese nombre no es otro que Jesús, que significa “Jehová salva”.

Hoy proclamamos con convicción que:

  • Jesús es el nombre sobre todo nombre (Filipenses 2:9).
  • Jesús es el único nombre para salvación (Hechos 4:12).
  • Jesús es la plenitud de la Deidad corporalmente (Colosenses 2:9).
  • Jesús es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos (Romanos 9:5).

Así que, a la pregunta: ¿Cuál es su nombre y el nombre de su Hijo, si lo sabes? — la respuesta resuena clara en las páginas de la Escritura:

¡Su nombre es JESÚS!

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