SEMBRANDO CON EL ENTENDIMIENTO

Por: Wilfer García

«Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán. Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla; mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas» (Salmo 126: 5-6).

NUESTRA VIDA PUEDE COMPARARSE AL CAMPO DONDE SEMBRAMOS

Muy a menudo nos decepcionamos con los  pocos resultados que generan nuestros esfuerzos humanos. Nosotros, por naturaleza, esperamos un gran resultado como recompensa de poco esfuerzo, pero Dios rechaza esta actitud.

(También te puede interesar: Evangelismo Efectivo)

«Los que sembraron con lágrimas» implica gran esfuerzo y preocupación y la actitud de que la tarea se va a hacer bien, aunque requiera mucho sacrificio y entrega personal. Dios nos ha llamado a ser personas esforzadas, que seamos fuertes a través de él: «Él da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ninguna» (Isaías 40:29).

«Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla», implica que aunque el camino sea largo y duro, nuestro mandato de parte de Dios es continuar, seguir luchando, porque llevamos «la preciosa semilla». Es de gran valor lo que Dios ha hecho en nosotros, pues somos «pueblo de Dios», y «linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido» (1 Pedro 2:9-10)

El Señor también nos da promesas inmutables sobre el esfuerzo que hagamos. Él nos dice que «con regocijo segaremos» y que vendremos «con regocijo, trayendo sus gavillas». El apóstol Pablo también nos insta a que «no nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos» (Gálatas 6:9). Dios está de parte de los esforzados, de los que hacen el bien, y nos promete que ese esfuerzo será recompensado.

Nuestra vida puede compararse al campo donde se siembra. No todo el terreno está listo para ser sembrado, ni tampoco se siembra cualquier cosa en buena tierra. De igual manera, nosotros tenemos áreas en nuestra vida que necesitan ser preparadas o adiestradas para que podamos ser útiles. Cada terreno de nuestra vida puede ser utilizado de una manera especial por Dios, para dar bastante fruto.

Pero, ¿Cómo hemos de esforzarnos? ¿Cómo hemos de vivir para Dios, de tal manera que él se agrade de nuestra forma de vivir, que sintamos que Dios está de parte nuestra y que estamos viviendo y sembrando de acuerdo a su voluntad? 

NO TE APOYES EN TU PROPIA PRUDENCIA (Proverbios 3:5)

Recuerda que nuestra tendencia es hacer lo menos que tengamos que hacer. Si el Señor dice «orad sin cesar» (1 Tesalonicenses 5:17), no ore cuando le sea conveniente, o cuando se acuerde que tiene que hacerlo, o porque le está yendo mal, o para cumplir por el mandamiento del Señor, o para dar la impresión de que es espiritual.

Ore porque la paz de su alma, la salud de su hogar, la bendición de Dios sobre su vida, la fortaleza de Dios para que permanezca firme en espera de la esperanza bienaventurada, dependiendo de una buena comunicación con Dios. (También te invito a leer: El Poder de la Oración)

Si mira a través de los ojos de Dios, se dará cuenta que la oración es alimento a su vida, que a través de ella uno llega directamente a la presencia de Dios: «Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto» (Santiago 1:17)

El pensar en todas las responsabilidades que tenemos, a veces nos abruma y nos hace sentir insuficientes. Pero, a través de la oración, recibimos esa fortaleza en Dios que nos hace «más que vencedores, por medio de aquel que nos amó» (Romanos 8:37)

La oración es un acto de fe que resulta en obras convincentes de parte de Dios, que él está a nuestro favor. ¿Cuántas veces hemos orado a Dios por una necesidad que a nuestro parecer solo él puede solucionar, y cuando menos lo esperamos, Dios hace una obra maravillosa que solo él podía hacer?

La oración nos abre los ojos al mundo espiritual de Dios, para que veamos a través de sus ojos. Es un hecho que entre más alto suba uno, más pequeño se mira abajo. Esto fácilmente se puede verificar cuando al viajar en avión, miramos por la ventanilla hacia abajo: ¡Todo se ve pequeño!. 

De igual manera, cuando oramos y subimos a la presencia de Dios, miramos que los problemas realmente sí son insignificantes para Dios, que él tiene toda potestad, y que estamos seguros en sus manos gloriosas. Así que, la oración nos facilita el sembrar con diligencia una dependencia única en el Señor Jesús, que pese al costo personal, redundará en regocijo eternal.

Cuando el Señor Jesús dice «escudriñad las escrituras» (Juan 5:39), también nos atestigua que su palabra es nuestra guía hacia la eternidad. A veces nos fiamos en nuestro intelecto, en nuestra idiosincrasia, o en nuestra teología para trazar nuestros caminos personales, hogareños o espirituales.

Pensamos que nuestros métodos son los correctos, que no necesitamos ser enseñados, que somos como somos y no podemos cambiar, pero ¿Qué dice el Señor en su palabra? «Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas» (Proverbios 3:6)

Su palabra nos reconviene, y nos aclara el camino a tomar en todas las esferas de nuestra vida. Él nos promete que si filtramos nuestra manera de vivir, a través de su palabra, él enderezará nuestros caminos para que vivamos con éxito y en rectitud.

Esto requiere que nos olvidemos del yo personal, y nos sujetemos a lo que su palabra nos dice. Esto requiere que escuchemos la voz de Dios a través de aquellos que trazan su palabra, y la pongamos por obra. (Quizás te puede interesar: Los Beneficios de la Sabiduría)

«No todo el que me dice Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi padre que está en los cielos» (Mateo 7:21). Por último, esto requiere que busquemos consejo sabio y bíblico para enfrentar esas situaciones en las que nos vemos falto de entendimiento.

Hay aquellos que prestan oído y hasta obedecen lo que una persona hace o dice, con el fin de manipularles, porque usa el disfraz que es profeta de Dios. A menudo, esto resulta porque es la única manera que la otra persona puede lograr sus objetivos personales. 

También hay personas que quieren tener respuestas a todas sus preguntas, y quieren oír la voz de Dios en los asuntos de sus vidas. Si alguien viene en el nombre del Señor y le profetiza sobre sus negocios personales, tenga cuidado.

LA FUENTE PARA ENTENDER LA VOLUNTAD DE DIOS ES SU PALABRA

Solo hay una fuente para entender la voluntad de Dios sobre su vida: La palabra de Dios. No hay otro fundamento, sino el de Cristo. Tampoco hay profetas personales que solo hablan a una persona. No se fije en su propia prudencia, porque puede caer en un grave error.

Por esto es que la palabra de Dios dice: «Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios» (1 Juan 4:1). El Señor Jesús también dijo: «Por sus frutos los conoceréis» (Mateo 3:8). El probar los espíritus implica que se va a usar la palabra de Dios como la medida oficial, y no la de nuestro intelecto o antojo.

Hay que acomodar lo espiritual a lo espiritual. Nuestros frutos dan a conocer qué es lo que nos motiva. ¿Estaremos obrando de acuerdo a la voluntad de Dios, o será que nuestra carne no quiere ceder a la voluntad de Dios? (También te invito a leer: ¿Cómo Puedo Conocer la Voluntad de Dios?)

Por último, la palabra de Dios trae convicción a nuestras vidas. A través de su palabra, el Señor Jesús pone «el querer como el hacer por su buena voluntad». De allí que, «ya no vivo yo, mas Cristo vive en mí» (Gálatas 2:20). Cuando nos sujetamos a su palabra, ella nos abre los ojos del entendimiento para que nuestros pasos sean de acuerdo a la voluntad de Dios.

PARA SEMBRAR CON EFICACIA, HACEDLO TODO PARA LA GLORIA DE DIOS 

Para sembrar con eficacia necesitamos tomar en cuenta que Dios es nuestro Señor. Por él es que vivimos y estamos en pie. Nosotros no vivimos por voluntad de hombre, sino de Dios. Así que todo lo que hacemos debemos hacerlo para Dios, no para nuestra propia ganancia y no tocando trompeta, como si del hombre recibiremos alguna recompensa.

¿No nos basta saber que vivimos para el autor y consumador de nuestra fe, el creador del universo, el que ha subido al cielo, a preparar lugar para nosotros, y quien vendrá otra vez, como dice: «Y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis» (Juan 14:3). Cuando nos aferramos a esta gran verdad, somos libres de nosotros mismos.

Cuando vivimos para Cristo, hacemos lo mejor por agradar, por demostrarle que estamos enamorados de él, que de nuestro corazón fluye su inmensa paz y un agradecimiento genuino por la obra redentora que él ha hecho en nosotros.

Cuando nos damos cuenta que él nos «amó con amor eterno», comenzamos a proyectar ese amor hacia los demás. Ya no vemos nuestro prójimo, nuestro cónyugue, nuestros hijos o nuestros hermanos en la fe como un estorbo o como una carga; más queremos agradar a Dios al amarles de verdad; queremos dar lo mejor de nosotros, lo que Dios ha depositado en nosotros.

Nos negamos a nosotros mismos, y no nos importa sufrir por la causa de Cristo. Cuando entendemos que el sacrificio que nuestro Señor Jesucristo hizo por nosotros fue completo, entonces empezamos a obrar para perfeccionarnos en él. No nos conformamos con un poquito. (Si lo deseas, puedes leer: Aprendiendo a Discernir La Voz de Dios)

Por último, el agradar a Dios resulta en una cosecha espiritual. Nuestros esfuerzos humanos son multiplicados, porque Dios los usa para avanzar sus propósitos a través de nosotros. Ya no es necesario engañar, o buscar nuestra propia gloria para sentirnos bien.

Ya hemos dejado la pereza y la vanagloria de la vida. Y ya somos libres para levantar manos limpias y tener una conciencia pura que agrada a Dios. Ya el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones.

Esta web utiliza cookies propias y de terceros para su correcto funcionamiento. Al hacer clic en Aceptar, aceptas el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos.   
Privacidad