Si confiesas con tu boca (Prédica Escrita)

Reflexión Cristiana: Si confiesas con tu boca

Basado en Romanos 10:9–10

En Romanos 10 es donde encontramos el versículo que dice si confiesas con tu boca. A continuación el texto:

“Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación.” (Romanos 10:9–10)

(También te puede interesar: La mies es mucha y los obreros pocos)

Introducción: La confesión que transforma la eternidad

En la historia del evangelio, muchas palabras han sido pronunciadas, pero pocas tienen el poder de transformar el destino eterno de una persona. Una de ellas es la confesión de fe. El apóstol Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, nos presenta una verdad espiritual profunda: la salvación no es un ritual externo, sino una respuesta interna que se expresa externamente.

Romanos 10:9–10 es uno de los textos más citados en la predicación del evangelio. Sin embargo, es también uno de los más malinterpretados. Algunos lo toman como una fórmula superficial —una simple declaración verbal—, pero Pablo está hablando de algo mucho más grande: una confesión que nace de una fe viva, una fe que obedece, una fe que transforma.

Esta predicación busca abrir el corazón del lector para comprender lo que realmente significa confesar con la boca que Jesús es el Señor, creer en el corazón, y experimentar la verdadera salvación conforme a la verdad apostólica.

(Puede que te interese: Escudriñad las escrituras)

1. Contexto de Romanos 10: La justicia que proviene de la fe

Para entender la fuerza de este pasaje, debemos recordar el contexto en que fue escrito. Pablo está contrastando dos tipos de justicia:

  • La justicia basada en la ley, que depende del esfuerzo humano.
  • La justicia que es por la fe, que proviene de creer en la obra redentora de Cristo.

Israel, al buscar establecer su propia justicia por medio de la ley, no se sometió a la justicia de Dios (Romanos 10:3). Pero Cristo vino a cumplir la ley y ofrecer un camino nuevo: la justicia por la fe en Él.

La ley decía: “El que hiciere estas cosas vivirá por ellas” (Levítico 18:5). Pero el evangelio dice: “Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo” (Hechos 16:31). Sin embargo, creer no significa solo aceptar un hecho mentalmente, sino rendirse completamente a Jesús, confesarlo como el único Señor, y obedecerle con todo el corazón.

(Podría interesarte: Temas evangelísticos)

2. Confesar con la boca: Más que palabras

La palabra “confesar” en griego es homologeo, que significa literalmente “decir lo mismo”, “estar de acuerdo” o “declarar abiertamente”. En otras palabras, confesar con la boca a Jesús como Señor no es repetir una oración vacía; es alinear nuestra declaración con la verdad de quién es Él.

Confesar a Jesús como Señor implica:

  • Reconocer que Él es Dios manifestado en carne (1 Timoteo 3:16).
  • Reconocer que no hay otro Señor fuera de Él (Isaías 45:5).
  • Someterse a Su autoridad y permitir que gobierne toda nuestra vida.

No basta decir “Jesús es el Señor” si no le permitimos ser el Señor de nuestra conducta, nuestras decisiones y nuestro corazón.

Jesús mismo dijo:

“¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” (Lucas 6:46)

La verdadera confesión no se limita a los labios; se demuestra con la obediencia. Cuando alguien verdaderamente confiesa que Jesús es el Señor, se arrepiente, se bautiza en Su nombre, y busca vivir en santidad bajo la guía del Espíritu Santo.

3. Creer en el corazón: La fe que obedece

Pablo continúa: “y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo.”
Creer con el corazón significa más que aceptar una doctrina. En la Biblia, el corazón representa la totalidad del ser humano —mente, voluntad y emociones—. Por lo tanto, creer en el corazón es confiar plenamente, rendirse totalmente, y depender completamente de Cristo.

Pero esa fe no puede quedarse en un sentimiento. Santiago lo explica claramente:

La fe sin obras es muerta” (Santiago 2:17).

La fe genuina produce obediencia. Por eso, los primeros creyentes no solo creyeron, sino que fueron bautizados en el nombre de Jesús (Hechos 2:38), recibieron el Espíritu Santo (Hechos 10:44–48), y vivieron una nueva vida conforme al evangelio.

Así, la confesión con la boca y la fe del corazón no son actos separados, sino dos expresiones de una misma experiencia: el nuevo nacimiento del creyente en Cristo Jesús.

4. Jesús es el Señor

Cuando Pablo dice “Jesús es el Señor”, está usando un título profundamente teológico. En el contexto del Antiguo Testamento, el término “Señor” (Kyrios en griego) es la traducción de YHWH, el nombre de Dios.

Los judíos, por respeto, evitaban pronunciar el nombre sagrado YHWH, reemplazándolo por Adonai (“Señor”), y esta práctica fue adoptada también en la traducción al griego.Por tanto, confesar que Jesús es el Señor es confesar que Jesús es el mismo Dios de Israel manifestado en carne.

Esta declaración es poderosa:

“Nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo” (1 Corintios 12:3).

El verdadero reconocimiento de Jesús como Señor no surge del intelecto humano, sino de una revelación divina. Por eso, Pedro pudo decir:

“Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.” Y Jesús le respondió: “No te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mateo 16:16–17).

Confesar a Jesús como Señor es confesar que Él es el único Dios verdadero. El apóstol Tomás, cuando vio al Cristo resucitado, exclamó:

¡Señor mío, y Dios mío!” (Juan 20:28).

Esa es la confesión que salva: reconocer a Jesús no solo como Salvador, sino como el único Dios encarnado, el Todopoderoso que venció la muerte.

5. La confesión apostólica: del corazón a la acción

La iglesia primitiva entendió que la confesión de fe debía manifestarse públicamente en obediencia. Por eso, en el día de Pentecostés, cuando los oyentes creyeron en el mensaje de Pedro, no se les dijo que solo confesaran con la boca, sino que se arrepintieran y fueran bautizados en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados (Hechos 2:38).

Esa fue la confesión práctica de su fe. Su boca declaró que Jesús era el Señor, y su obediencia lo confirmó al bautizarse en Su nombre. Así, el bautismo en el nombre de Jesús no es un acto ritual, sino la proclamación más poderosa de que Jesucristo es el Señor y Salvador personal.

Cada creyente que desciende a las aguas en el nombre de Jesús está proclamando al mundo espiritual:

“He muerto con Cristo, he resucitado con Cristo, y ahora vivo para Su gloria.”

Esa es la confesión con poder, la que produce salvación.

6. Con el corazón se cree para justicia

Pablo dice: “Con el corazón se cree para justicia”. La justicia aquí no es la nuestra, sino la justicia de Cristo imputada a nosotros por medio de la fe.

Creer para justicia significa aceptar que nuestra rectitud no puede venir de obras, sino de la gracia de Dios manifestada en Jesús. Cuando creemos, somos justificados. Cuando obedecemos, esa justificación se evidencia en una vida transformada.

El corazón que cree produce frutos de justicia: amor, humildad, obediencia y santidad. No se trata de una fe teórica, sino de una relación viva con el Dios que nos salvó.

7. Con la boca se confiesa para salvación

La confesión es el eco visible de la fe invisible. Cuando el corazón está lleno de fe, la boca no puede callar.

De la abundancia del corazón habla la boca” (Mateo 12:34).

Confesar con la boca implica testificar, proclamar y no avergonzarse del evangelio. Por eso Pablo también dijo:

No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación” (Romanos 1:16).

El creyente que ha nacido de nuevo no teme declarar públicamente que Jesús es el único Señor, porque sabe que en Él hay salvación, vida y poder.

Confesar a Cristo es identificarse con Él, incluso en medio de la oposición, la burla o la persecución. Es decirle al mundo: “Yo pertenezco a Jesús, y Él es mi Señor y mi Dios”.

8. La confesión y la obediencia: dos caras de una misma moneda

Hay quienes profesan creer, pero su vida no lo demuestra. Jesús advirtió que muchos le dirían en aquel día:

“Señor, Señor, ¿No profetizamos en tu nombre?” Pero Él les dirá: “Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.” (Mateo 7:22–23).

La confesión verdadera no es una fórmula verbal, sino una rendición total. No basta con decir que Jesús es el Señor; hay que vivir bajo Su señorío. El verdadero creyente confiesa con sus palabras, pero también con sus hechos:

Esa es la confesión que tiene poder para salvar.

9. La obra del Espíritu en la confesión

Nadie puede confesar a Jesús verdaderamente sin el Espíritu Santo. Es el Espíritu quien da testimonio de Jesús, quien nos convence de pecado, y quien nos guía a toda verdad.

Cuando alguien recibe el Espíritu Santo, su boca se llena de alabanza, de confesión (Hechos 10:45-46). El Espíritu en nosotros confirma que Jesús es el Señor y nos capacita para proclamarlo con autoridad y convicción.

El bautismo del Espíritu Santo no solo nos sella, sino que nos impulsa a confesar a Cristo con poder.
Cada creyente lleno del Espíritu se convierte en un testigo vivo del Señorío de Jesús.

10. La confesión continua del creyente

La confesión de fe no es un evento aislado del pasado; es un estilo de vida. Cada día debemos confesar a Cristo:

  • Cuando oramos, confesamos que dependemos de Él.
  • Cuando adoramos, confesamos Su grandeza.
  • Cuando obedecemos, confesamos Su autoridad.
  • Cuando testificamos, confesamos Su nombre ante el mundo.

Jesús prometió:

“A cualquiera que me confesare delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos.” (Mateo 10:32).

La confesión constante mantiene viva nuestra fe. El silencio espiritual, en cambio, es señal de un corazón apagado. Por eso el creyente lleno del Espíritu no puede dejar de hablar de lo que ha visto y oído (Hechos 4:20).

11. La confesión que vence al enemigo

La confesión del nombre de Jesús no solo salva, sino que vence al enemigo. En Apocalipsis 12:11 leemos:

“Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra de su testimonio.”

Cuando confesamos el nombre de Jesús, proclamamos Su victoria sobre el pecado, la muerte y Satanás. El infierno tiembla cuando un creyente proclama con fe: “Jesucristo es el Señor.”
Porque esa confesión recuerda al enemigo que su derrota fue sellada en la cruz y que el poder del Nombre de Jesús está por encima de todo nombre (Filipenses 2:10-11).

12. Aplicaciones prácticas: viviendo bajo la confesión

Confesar con la boca que Jesús es el Señor no es un acto único, sino un compromiso permanente.
Por eso, esta verdad debe reflejarse en cada área de nuestra vida:

  • En el hogar: reconociendo a Jesús como el centro del matrimonio y la familia.
  • En el trabajo: siendo íntegros y justos, mostrando el carácter de Cristo.
  • En la iglesia: sirviendo con humildad y amor.
  • En el testimonio público: no avergonzándonos del evangelio.

Cada palabra, cada acción y cada decisión deben decirle al mundo:

“Jesús es mi Señor.”

13. Llamado pastoral: una confesión viva hoy

Querido lector, este texto no fue escrito para generar una emoción momentánea, sino para despertar una fe viva. Dios te está llamando hoy a algo más que una religión; te está llamando a una relación con Él.

No se trata de repetir una oración, sino de rendirte completamente. De abrir tu corazón, creer con todo tu ser, y confesar con tus labios que Jesús es el único Señor, obedeciendo Su evangelio como lo enseñaron los apóstoles.

Si aún no has sido bautizado en el nombre de Jesús, este es el momento. Esa es la confesión pública más poderosa que un ser humano puede hacer. Y si ya lo has hecho, vive cada día proclamando con tus palabras y tus hechos que Él sigue siendo tu Señor y Salvador.

Conclusión: Si confiesas con tu boca

La confesión que salva, la fe que obedece

La salvación no se obtiene por fórmulas, sino por una fe obediente que confiesa a Cristo con toda el alma. Romanos 10:9–10 no nos llama a una religión superficial, sino a una entrega total.

Con el corazón se cree para justicia, y con la boca se confiesa para salvación. Ambos aspectos son inseparables: el corazón cree, la boca confiesa, y la vida obedece.

Por tanto, confiesa hoy con convicción:

“Jesús es el Señor.”

Pero no solo lo digas; vívelo, proclámalo y demuéstralo. Porque cada vez que tu corazón late por Él y tu boca lo exalta, el cielo sonríe y la eternidad se asegura.

Esta web utiliza cookies propias y de terceros para su correcto funcionamiento. Al hacer clic en Aceptar, aceptas el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos.    Más información
Privacidad