Bienaventurados los mansos

Bienaventurados los mansos: El poder oculto de la mansedumbre

En un mundo donde la fuerza, la astucia y la autosuficiencia son altamente valoradas, las palabras de Jesús en el Sermón del Monte resultan desafiantes: “Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra” (Mateo 5:5).

Para muchos, la mansedumbre es sinónimo de debilidad, pasividad o falta de carácter. Sin embargo, en la Biblia se presenta como una virtud esencial, una fuerza silenciosa y poderosa que nace de la confianza en Dios, del dominio propio y de la humildad del corazón.

La promesa de “heredar la tierra” no es un simple consuelo espiritual, sino una declaración profunda de esperanza presente y futura. Para comprenderlo, debemos explorar qué significa la mansedumbre, cómo se vive en la práctica y por qué Jesús la colocó como una de las bienaventuranzas.

¿Qué significa ser manso según la Biblia?

El término griego usado en Mateo 5:5 es praus, palabra que en la cultura griega describía a un animal salvaje que había sido domesticado y sometido al control de su amo. La idea no es pérdida de fuerza, sino dirección y propósito. Un caballo indomable puede ser peligroso, pero una vez controlado se convierte en un instrumento útil. De la misma manera, un cristiano sin mansedumbre puede tener dones, talentos e incluso celo, pero sin disciplina espiritual puede causar daño; mientras que cuando el Espíritu Santo gobierna su carácter, toda esa fuerza se convierte en bendición para otros.

Mansedumbre no es debilidad

El mundo confunde mansedumbre con pasividad, sumisión ciega o falta de carácter. Sin embargo, la Biblia presenta a los mansos como hombres y mujeres valientes, con fortaleza interior suficiente para no dejarse dominar por la ira ni por la soberbia. Ser manso es tener la capacidad de responder con suavidad aun cuando se tenga la razón o la fuerza para actuar de otra manera.

Moisés fue llamado “el hombre más manso sobre la tierra” (Números 12:3), y sin embargo, fue el mismo líder que enfrentó a Faraón, sacó a Israel de Egipto y guio a una nación entera en el desierto. Su mansedumbre no era debilidad, era un corazón enseñable y dispuesto a dejar que Dios dirigiera su vida.

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Componentes de la mansedumbre

  1. Poder controlado: Es la renuncia a usar la fuerza para defenderse a sí mismo, confiando en que Dios hará justicia en su tiempo. Proverbios 16:32 afirma: “Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte; y el que se enseñorea de su espíritu, que el que toma una ciudad”.
  2. Gentileza y humildad: La mansedumbre se refleja en palabras suaves, en actos de bondad, en no buscar el primer lugar. No se trata de pensar menos de uno mismo, sino de pensar en los demás más que en uno mismo.
  3. Confianza en Dios: La mansedumbre nace de la convicción de que Dios es soberano. Por eso el manso no se desespera ni responde con violencia, porque sabe que el Señor es su defensor (Salmo 37:5-11).
  4. Fortaleza interior: Solo una persona fuerte puede dominarse a sí misma. La mansedumbre es fruto de un espíritu fortalecido por la gracia de Dios (Gálatas 5:22-23).

La mansedumbre no es el resultado de un temperamento suave ni de una personalidad pasiva; es la evidencia de una vida transformada por Dios, en la cual las pasiones humanas han sido sometidas a la autoridad de Cristo.

Jesús: el modelo perfecto de mansedumbre

Jesús es la máxima expresión de mansedumbre. Él dijo:

“Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mateo 11:29).

Su vida muestra que la mansedumbre no es falta de poder, sino la decisión de someter ese poder a la voluntad del Padre.

  • En su ministerio, habló con autoridad y confrontó la hipocresía de los fariseos, pero siempre con un propósito redentor.
  • En la cruz, soportó burlas, golpes y escarnio sin devolver mal por mal. Isaías 53:7 lo describe como “cordero llevado al matadero, que no abrió su boca”.
  • En el templo, expulsó a los cambistas con celo santo, demostrando que la mansedumbre no es permisividad, sino actuar con firmeza bajo la dirección divina.

En Cristo aprendemos que ser manso no significa ser débil, sino tener el coraje de confiar en Dios incluso cuando se podría usar la fuerza propia.

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Las Bienaventuranzas como camino progresivo

Las Bienaventuranzas siguen un orden espiritual que revela cómo el corazón del creyente es moldeado por Dios:

  1. Pobres en espíritu: Reconocer que somos totalmente dependientes de Dios.
  2. Los que lloran: Lamentar el pecado y sus consecuencias en el mundo y en nuestra vida.
  3. Los mansos: Haber pasado por el quebranto nos prepara para rendir nuestro carácter al Señor y dejar que Él gobierne nuestras emociones y decisiones.

Es como un proceso de construcción: la pobreza espiritual nos vacía, el llanto nos purifica, y la mansedumbre nos coloca bajo la dirección del Espíritu Santo, listos para heredar las promesas de Dios.

La promesa: Bienaventurados los mansos…“heredarán la tierra”

Cuando Jesús declaró en Mateo 5:5:“Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra”, no estaba hablando de una recompensa ligera ni de un consuelo pasajero. Sus palabras encierran una verdad espiritual, una misión presente y una esperanza eterna.

1. Un presente espiritual: la verdadera posesión

El mundo corre tras riquezas, poder y dominio, pero la mayoría vive en ansiedad y conflictos. En cambio, los mansos poseen desde ya una tierra interior, un estado de paz y estabilidad que ningún dinero puede comprar.

  • Paz interior: Filipenses 4:7 afirma que la paz de Dios sobrepasa todo entendimiento y guarda nuestros corazones. Esta paz es herencia de los mansos porque ellos no confían en su fuerza, sino en la soberanía de Dios.
  • Armonía con los demás: la mansedumbre evita pleitos innecesarios y facilita el perdón. Alguien manso no necesita imponerse, sino que busca la reconciliación. Eso es ya una tierra conquistada: la tierra de las relaciones sanas.
  • Gozo en la obediencia: los mansos disfrutan de estar bajo la voluntad de Dios, y ese gozo interior es una posesión más valiosa que cualquier herencia material.

En este sentido, la tierra que heredan los mansos comienza dentro de ellos mismos: un corazón gobernado por la paz de Cristo.

2. Una misión transformadora: conquistar corazones

El que es manso no busca conquistar territorios, sino personas. Su arma no es la violencia, sino el amor, la paciencia y la bondad.

  • Pablo lo enseña: “La sierva del Señor no debe ser contenciosa, sino amable para con todos, apta para enseñar, sufrida” (2 Timoteo 2:24-25). La mansedumbre es una herramienta evangelizadora que derriba barreras y abre corazones al mensaje del evangelio.
  • Jesús lo demostró: ganó a publicanos, prostitutas y pecadores no con dureza, sino con una mansedumbre que los llevó al arrepentimiento.
  • Los mansos restauran: cuando hay conflictos, son los mansos quienes pueden traer reconciliación, porque no buscan tener la razón, sino que anhelan la paz de Dios.

En un mundo marcado por guerras, divisiones y pleitos, la mansedumbre es una misión de conquista pacífica que transforma familias, iglesias y comunidades enteras.

3. Una herencia futura: la restauración del mundo

La promesa de “heredar la tierra” no se limita al presente espiritual ni a la influencia moral. También apunta a una herencia futura en el Reino de Dios.

  • Un nuevo cielo y una nueva tierra: Apocalipsis 21:1 describe la restauración final, donde la justicia y la paz reinarán para siempre. Esa tierra renovada pertenece a los que han vivido con mansedumbre y fidelidad.
  • Salmo 37:11: “Los mansos heredarán la tierra, y se recrearán con abundancia de paz”. Este versículo profético conecta directamente con la bienaventuranza de Jesús, mostrando que los mansos son los verdaderos herederos de las promesas divinas.
  • Romanos 8:17: los que son hijos de Dios son herederos con Cristo. Esa herencia incluye no solo la vida eterna, sino la participación en el gobierno del Reino venidero.

En el futuro, los mansos no serán marginados ni despreciados, sino que reinarán junto a Cristo sobre una tierra transformada (2 Timoteo 2:12).

Mansedumbre frente a la cultura del poder

Vivimos en una cultura que glorifica la autosuficiencia, el dominio y la competencia. El lema del mundo es: “la tierra pertenece a los fuertes”. Pero Jesús contradice esa lógica:

  • El mundo dice: “Sobrevive el más fuerte”. Jesús dice: “Hereda el más manso”.
  • El mundo dice: “Toma lo que quieras por la fuerza”. Jesús dice: “Confía en que Dios te lo dará en su tiempo perfecto”.
  • El mundo dice: “Si no gritas, no existes”. Jesús dice: “Calla y espera en el Señor”.

La verdadera victoria no está en ganar batallas humanas, sino en esperar en Dios y confiar en su justicia (Salmo 37:9-11). Quien actúa con violencia quizá logre conquistas temporales, pero solo los mansos disfrutarán de una herencia eterna.

La mansedumbre en el Antiguo Testamento

La mansedumbre no es una virtud nueva introducida en el Nuevo Testamento, sino un principio divino que Dios siempre ha demandado de su pueblo. En las Escrituras hebreas se observa cómo la mansedumbre fue un distintivo de los grandes hombres de fe que marcaron la historia del plan perfecto de Dios.

  • Moisés, llamado “el hombre más manso de la tierra” (Números 12:3), nos enseña que la mansedumbre no es debilidad, sino fortaleza bajo control. A pesar de ser líder de una multitud rebelde y de tener la autoridad respaldada por milagros, él prefirió interceder por el pueblo en lugar de pedir juicio inmediato. Esta actitud nos muestra que el verdadero liderazgo espiritual no se mide por el poder, sino por la disposición de amar y soportar a los demás.
  • David es otro claro ejemplo. Aun teniendo la oportunidad de vengarse de Saúl —quien lo perseguía injustamente para matarlo— decidió esperar en el tiempo de Dios: “Jehová juzgue entre tú y yo, y véngame de ti Jehová; pero mi mano no será contra ti” (1 Samuel 24:12). David entendía que la mansedumbre consiste en confiar en la justicia de Dios y no en nuestras propias manos.
  • Los Salmos enfatizan la recompensa de los mansos: “Encaminará a los humildes por el juicio, y enseñará a los mansos su carrera (Salmo 25:9). Los mansos heredarán la tierra, y se recrearán con abundancia de paz” (Salmo 37:11). Estos pasajes revelan que la mansedumbre no es solo una actitud humana, sino una condición espiritual que abre la puerta a la guía, la paz y la herencia eterna.

En el Antiguo Testamento, la mansedumbre aparece como una virtud indispensable para aquellos que desean vivir bajo el favor y la dirección de Dios.

La mansedumbre como fruto del Espíritu

En el Nuevo Testamento, la mansedumbre adquiere una dimensión más profunda, pues ya no depende de la fuerza de carácter del hombre, sino de la obra del Espíritu Santo en el corazón del creyente. El apóstol Pablo la incluye dentro del fruto del Espíritu (Gálatas 5:22-23), lo que significa que es un resultado inevitable en quienes se rinden a la guía divina.

Ser manso no significa pasividad ni indiferencia, sino:

  • Responder con paciencia en lugar de ira. El hombre natural tiende a reaccionar con enojo, pero el Espíritu produce en nosotros un corazón que sabe esperar, soportar y confiar.
  • Corregir con amor en lugar de condenar. Pablo enseña: “Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre” (Gálatas 6:1). La mansedumbre restaura, no destruye.
  • Servir con humildad en lugar de buscar reconocimiento. Jesús mismo dijo: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mateo 11:29). La verdadera grandeza del creyente no está en su posición, sino en su disposición a servir.

Además, la mansedumbre es una de las armas espirituales más poderosas. Pablo escribió: “La mansedumbre de Cristo” (2 Corintios 10:1) como un recurso para ejercer autoridad sin violencia ni imposición, mostrando que el poder de Dios se perfecciona en la humildad.

La mansedumbre como fruto del Espíritu transforma nuestras relaciones, nuestro servicio y nuestra manera de enfrentar las pruebas, haciéndonos reflejar el carácter de Cristo.

Cómo cultivar la mansedumbre en la vida cristiana

La mansedumbre no es un rasgo natural del ser humano, sino una virtud espiritual que se va desarrollando a medida que el creyente se somete al Espíritu Santo y aprende de Cristo. No basta con desear ser manso, es necesario caminar en obediencia y disciplina espiritual.

Puntos a tener en cuenta para cultivar la mansedumbre

1. Orar constantemente

La oración es el taller donde Dios moldea nuestro carácter. Jesús en Getsemaní mostró el espíritu de mansedumbre al decir: “No se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42). La oración no solo fortalece, sino que nos enseña a rendirnos al propósito de Dios, incluso cuando va en contra de nuestros deseos.

2. Recordar el ejemplo de Cristo

El Señor Jesús es el mayor modelo de mansedumbre. A pesar de ser inocente, fue llevado como cordero al matadero y no abrió su boca (Isaías 53:7). Al mirar su ejemplo en los evangelios, comprendemos que la mansedumbre no es cobardía, sino fuerza contenida, disposición a sufrir injusticia confiando en la justicia de Dios.

3. Aceptar las pruebas como formación

Santiago 1:2-4 nos enseña que las pruebas producen paciencia y perfeccionan nuestra fe. Cada situación difícil que enfrentamos es una oportunidad para aprender a dominar la carne y depender más del Espíritu. La mansedumbre se forja como el oro en el fuego: con procesos que pulen nuestro carácter.

4. Practicar la humildad

La mansedumbre está profundamente ligada a la humildad. Filipenses 2:5-7 nos recuerda que Cristo, siendo Dios, se despojó de su gloria y tomó forma de siervo. Reconocer que todo lo que somos y tenemos proviene de Dios nos libra del orgullo y nos ayuda a tratar a los demás con respeto y dignidad.

5. Controlar la lengua y las emociones

Proverbios 15:1 dice: “La blanda respuesta quita la ira; mas la palabra áspera hace subir el furor”. La mansedumbre se evidencia cuando sabemos refrenar palabras hirientes y reaccionar con calma en momentos de provocación. Este dominio no viene de la carne, sino del Espíritu Santo que transforma nuestro interior.

La mansedumbre en las relaciones humanas

La mansedumbre no es solo una virtud interna, sino que se manifiesta de manera visible en nuestras relaciones diarias. Un corazón manso se refleja en palabras, actitudes y decisiones que buscan edificar y no destruir.

La mansedumbre se manifiesta en nuestras relaciones diarias

En la familia

La familia es el primer lugar donde se prueba la mansedumbre. Un esposo manso no impone, sino que guía con amor; una esposa mansa no hiere con palabras, sino que edifica con respeto; unos hijos mansos aprenden a obedecer sin rebeldía. Efesios 4:2 nos exhorta a vivir con toda humildad y mansedumbre, soportándonos con paciencia unos a otros en amor.

En la iglesia

La comunidad de fe debe ser un espacio donde la mansedumbre brille. El apóstol Pablo aconseja: “Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación… con toda humildad y mansedumbre (Efesios 4:1-2). La mansedumbre evita pleitos, rivalidades y divisiones, y fomenta un espíritu de unidad y servicio mutuo.

En la sociedad

Vivir en mansedumbre en un mundo hostil es un verdadero reto. Sin embargo, 1 Pedro 3:15 nos enseña a defender nuestra fe con mansedumbre y reverencia. Esto implica responder con respeto incluso a quienes nos atacan, mostrando el carácter de Cristo en medio de un ambiente de intolerancia. Un cristiano manso no busca ganar discusiones, sino ganar almas para el Reino de Dios.

Como testimonio ante el mundo

La mansedumbre es un poderoso testimonio del evangelio. En una sociedad marcada por la violencia verbal, la agresividad y el egoísmo, un creyente que responde con calma, paciencia y amor refleja la luz de Cristo. Esa actitud puede abrir puertas para predicar y transformar corazones endurecidos.

La mansedumbre no es un simple consejo moral, sino una evidencia de la obra del Espíritu Santo en nosotros. Es cultivada con oración, humildad y obediencia, y se demuestra en la familia, en la iglesia y en la sociedad como una señal viva de Cristo en nosotros.

La mansedumbre como liderazgo espiritual

El concepto de liderazgo en el Reino de Dios rompe con los parámetros humanos. Mientras en el mundo el liderazgo suele estar asociado al poder, al dominio y al control sobre otros, en el Reino de Dios se fundamenta en el servicio, el sacrificio y la mansedumbre.

Jesús mismo corrigió la mentalidad de sus discípulos cuando discutían sobre quién sería el mayor en el Reino. Él les dijo: “Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor (Mateo 20:25-26). Con estas palabras, Cristo estableció un modelo de liderazgo contrario al del mundo.

Un líder manso:

  • Inspira con su ejemplo antes que con sus órdenes. Pablo exhortaba a los corintios diciendo: “Os ruego por la mansedumbre y ternura de Cristo” (2 Corintios 10:1). Su autoridad apostólica no estaba basada en el temor que pudiera infundir, sino en el carácter de Cristo reflejado en él.
  • Corrige con amor y paciencia. 2 Timoteo 2:24-25 enseña que el siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable con todos, apto para enseñar, sufrido, y que con mansedumbre corrija a los que se oponen. Esto muestra que la mansedumbre no significa ignorar los errores, sino corregirlos de manera que produzcan restauración y no destrucción.
  • Guía sin manipular ni imponer. Un verdadero líder espiritual no domina la fe de otros, sino que colabora para el gozo de los creyentes (2 Corintios 1:24). La mansedumbre se convierte en el equilibrio perfecto entre autoridad y amor, entre firmeza y ternura.

La historia de la iglesia confirma que los líderes más recordados no son los más autoritarios, sino los que mostraron el carácter de Cristo en medio de las pruebas. La mansedumbre, lejos de debilitar el liderazgo, lo fortalece, porque hace que las personas sigan al líder no por obligación, sino por inspiración.

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Desafíos modernos para vivir la mansedumbre

En nuestra época, vivir la mansedumbre es quizás más desafiante que en otros tiempos. La sociedad moderna está marcada por la competencia, la confrontación y el orgullo personal.

  • Las redes sociales han creado un espacio donde cualquiera puede expresar su opinión de manera agresiva, sin filtros ni consecuencias inmediatas. Muchos cristianos caen en la trampa de responder con la misma hostilidad, olvidando que nuestro llamado es a responder con mansedumbre y reverencia (1 Pedro 3:15).
  • Los debates políticos y culturales generan divisiones que muchas veces arrastran incluso a la iglesia. Aquí la mansedumbre es necesaria para mostrar que nuestro Reino no es de este mundo y que, aunque tengamos convicciones firmes, las defendemos sin caer en pleitos carnales.
  • La violencia cotidiana y el orgullo personal son exaltados como señales de éxito y fortaleza. En contraste, un cristiano manso parece débil a los ojos del mundo. Sin embargo, la mansedumbre es una fuerza espiritual poderosa, porque refleja el carácter de Cristo, quien venció no con espadas ni con ejércitos, sino con el amor sacrificial de la cruz.

La mansedumbre hoy es, por tanto, un testimonio contracultural. Cuando un creyente responde con calma ante la provocación, cuando elige perdonar en lugar de vengarse, cuando muestra paciencia en lugar de ira, el mundo ve en él algo diferente: la vida de Cristo.

La práctica de la mansedumbre en tiempos modernos se convierte en un arma espiritual, porque no solo protege el corazón del creyente de la amargura y el enojo, sino que también abre puertas para predicar el evangelio. Muchos no se acercarán a Cristo por un sermón elocuente, pero sí por ver a un cristiano que refleja paz y dominio propio en medio de un mundo violento.

La mansedumbre en el liderazgo espiritual da autoridad genuina y duradera, y en el contexto moderno es una de las más grandes evidencias del poder transformador del Espíritu Santo. No es debilidad, es fuerza bajo control. No es pasividad, es sabiduría divina que responde con amor donde otros solo responden con ira.

Beneficios espirituales de la mansedumbre

Protege el corazón del orgullo y la ira
La mansedumbre actúa como una muralla espiritual que evita que el creyente se contamine con el enojo, la soberbia o el deseo de venganza. Proverbios 16:32 declara: “Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte; y el que se enseñorea de su espíritu, que el que toma una ciudad.” El mundo admira a quienes conquistan territorios, pero Dios valora más a quien gobierna su propio corazón. La mansedumbre, al ser un fruto del Espíritu (Gálatas 5:22-23), protege al cristiano de la autodestrucción interna que produce el orgullo y la ira descontrolada.

Trae paz interior y armonía en las relaciones
Jesús prometió descanso a los que aprenden de Él porque es “manso y humilde de corazón” (Mateo 11:29). La mansedumbre calma las tormentas internas y también evita conflictos innecesarios con otros. Santiago 3:18 asegura: “Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz.” Así, la mansedumbre no solo pacifica el alma, sino que es semilla de paz en las relaciones familiares, ministeriales y sociales.

Abre puertas y conquista corazones
La mansedumbre tiene un poder persuasivo mayor que la fuerza bruta. Proverbios 25:15 enseña: “Con larga paciencia se aplaca el príncipe, y la lengua blanda quebranta los huesos.” Una respuesta mansa puede desarmar la dureza del más obstinado. El creyente que vive con mansedumbre se convierte en un testimonio vivo del carácter de Cristo y gana la confianza de quienes le rodean. De hecho, Pedro exhorta a defender la fe “con mansedumbre y reverencia” (1 Pedro 3:15), mostrando que un espíritu manso abre más puertas que mil argumentos agresivos.

Fortalece la fe y la confianza en Dios
La mansedumbre está directamente ligada a la confianza en el Señor. El Salmo 37:11 declara: “Pero los mansos heredarán la tierra, y se recrearán con abundancia de paz.” Esta promesa se encuentra en un contexto donde los impíos prosperan temporalmente, pero los mansos esperan en Dios. La fe del manso no se basa en lo que ve, sino en lo que Dios ha dicho. Por eso, lejos de ser pasivo, el manso demuestra una fe activa, segura y firme en el poder de Dios.

Garantiza la herencia eterna
La promesa de Jesús no es retórica: “Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra” (Mateo 5:5). Esta herencia tiene dos dimensiones: una espiritual y presente, al vivir en la paz y justicia del Reino de Dios aquí y ahora; y una futura y eterna, cuando Cristo restaure todas las cosas y la tierra sea renovada. Los mansos son herederos juntamente con Cristo (Romanos 8:17), y esta herencia no es solo terrenal, sino cósmica: la plenitud del Reino en los cielos nuevos y la tierra nueva (Apocalipsis 21:1).

Conclusión: Bienaventurados los mansos

La mansedumbre es uno de los secretos más profundos del Sermón del Monte. El mundo celebra al fuerte, al arrogante y al que se impone, pero el Reino de Dios exalta al manso, al humilde y al que confía en el Señor. Lo que el mundo considera debilidad, Dios lo llama poder bajo control.

Ser manso significa someter nuestra fuerza, voluntad y emociones a Dios. Es tener el carácter de Cristo en medio de un mundo que exalta lo contrario. Es caminar con paciencia cuando todos corren con prisa; es responder con amor cuando otros responden con odio; es dejar que Dios pelee nuestras batallas en lugar de pelear con nuestras propias armas.

Jesús es el ejemplo supremo:

  • En su mansedumbre soportó insultos, golpes y la cruz (Isaías 53:7).
  • En su mansedumbre conquistó corazones y atrajo multitudes sin usar violencia.
  • En su mansedumbre reveló que el verdadero poder no es destruir, sino salvar.

El secreto es que los mansos no pierden, sino que ganan. Ellos no son pisoteados, sino levantados por Dios. No heredan migajas, sino la plenitud de la tierra y del Reino eterno.

Por eso, cultivar la mansedumbre no es opcional: es la señal de los verdaderos hijos de Dios. Los mansos son los que reflejan al Padre, los que viven en paz, los que tienen dominio propio, los que esperan con fe, los que heredan el Reino.

Hoy más que nunca, en una generación marcada por la violencia, el orgullo y la soberbia, necesitamos volver a las palabras de Jesús: “Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra.”

Esta bienaventuranza no es solo una promesa, es una invitación: a vivir con un corazón rendido a Cristo, lleno de paz, firmeza y amor. Ese es el secreto de los verdaderos herederos.

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