Dios no tiene límites
Adaptado de sermón de Elías Limones (Prédica Escrita)
Visión sin límite: “Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite” (Isaías 9:7). Estas palabras proféticas de Isaías no solo hablan del reinado de Cristo, sino también de la naturaleza ilimitada del Dios que servimos.
Nuestro Señor no está restringido por fronteras, ni por tiempo, ni por imposibilidades humanas. Él opera en lo infinito, y su propósito se extiende mucho más allá de lo que nuestros ojos pueden ver o nuestra mente puede imaginar.
La Nueva Versión Internacional traduce 2 Corintios 4:18 de una manera profundamente reveladora:
“Porque no nos fijamos en lo visible, sino en lo invisible, ya que lo que se ve es temporal, pero lo que no se ve es eterno.”
El mundo visible está lleno de límites. Límites de espacio, de fuerza, de capacidad. Pero el reino espiritual en el que camina el creyente está libre de esos muros. Y si Dios es ilimitado, ¿Por qué vivir confinados en un círculo de imposibilidades?
Hoy quiero hablarte de una visión sin límite: la que nace en el corazón de Dios, la que nos impulsa a conquistar lo imposible, y la que transforma vidas, ministerios y naciones.
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1. El poder invisible que rompe los límites
Un “límite” es una línea real o imaginaria que indica hasta dónde se puede llegar. Los países tienen fronteras, las leyes establecen normas, el cuerpo humano tiene sus restricciones físicas.
Y es cierto: los límites son necesarios. Sin límites, habría caos; sin disciplina, no habría orden. Pero en el ámbito espiritual, los límites mentales y emocionales pueden convertirse en prisiones que detienen el propósito de Dios en nuestras vidas.
El enemigo sabe que no puede destruir el plan de Dios, pero intenta convencerte de que no puedes avanzar más allá de cierto punto. Te susurra que ya hiciste suficiente, que tu tiempo pasó, que tu ministerio no puede crecer más. Sin embargo, lo que Dios ha determinado para ti no tiene barreras. Él no creó a su pueblo para ser dominado por sus circunstancias, sino para reinar sobre ellas.
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2. El peligro de acostumbrarse a las cadenas
Hay una realidad inquietante: el ser humano puede acostumbrarse a vivir limitado, incluso cuando ya fue liberado.
Se cuenta la historia de un elefante que fue atado desde pequeño con una cadena de solo 20 pies. Pasaron los años y aquel animal, ahora de varias toneladas, podía haber roto fácilmente esa cadena, pero no lo hacía. Su mente estaba condicionada. Había aprendido a no intentar ir más allá. De igual manera, muchos creyentes viven espiritualmente como ese elefante, creyendo que hay una distancia que no pueden superar, un nivel que no pueden alcanzar o una promesa que no pueden obtener.
Otro ejemplo ocurre con los saltamontes. Si los colocas en un frasco cerrado, pronto aprenden a saltar solo hasta cierta altura para no golpearse con la tapa. Y cuando los liberas, aunque el cielo esté abierto sobre ellos, siguen saltando bajo. Así también hay cristianos que, aunque Dios ya les quitó la tapa de los temores, la culpa o el pasado, viven como si siguieran encerrados.
Pero hoy el Señor te dice: “Rompe tus límites. Mira más allá. Sueña más alto. Yo te hice libre.”
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3. Los límites que el hombre acepta, Dios los rompe
Los diez espías que Moisés envió a la tierra prometida vieron gigantes, murallas y ciudades fortificadas. Y aunque Dios ya había prometido la victoria, su mentalidad fue de derrota. Dijeron: “No podemos”.
No podían ver con los ojos del espíritu; su visión era terrenal, limitada, condicionada por el miedo. Solo Josué y Caleb vieron sin límite, porque miraron con fe. Ellos no negaron la realidad, pero creyeron en una realidad mayor: el poder de Dios.
Muchos creyentes hoy repiten el error de esos espías. Dicen: “No puedo orar más”, “mi iglesia no puede crecer”, “mi familia no cambiará”, “mi situación no tiene solución”. Pero Dios está buscando hombres y mujeres que se atrevan a creer que su promesa no tiene fronteras.
“El Dios que abrió el Mar Rojo no ha perdido su poder. El Dios que detuvo el sol en Gabaón sigue obrando hoy. Y el Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos puede romper cualquier límite en tu vida.”
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4. Una iglesia diseñada para lo ilimitado
La iglesia del Nombre, la iglesia del Dios vivo, no fue creada para vivir confinada a un edificio, a una ciudad o a una cultura. Jesús dijo: “Y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8).
Eso es una visión sin límite. El Señor no dijo: “prediquen solo donde sea fácil” ni “quédense donde se sientan cómodos”. La iglesia del primer siglo entendió esto: no hay límites de idioma, de raza, ni de frontera para el Evangelio. Por eso, con solo un puñado de creyentes llenos del Espíritu Santo, el mensaje del nombre de Jesús alcanzó el mundo conocido.
Hoy, esa misma comisión sigue vigente. No podemos conformarnos con tener templos llenos, sino naciones transformadas. No podemos contentarnos con eventos, sino con avivamientos genuinos.
No podemos limitarnos a una adoración rutinaria, sino buscar una presencia que nos sacuda y nos impulse hacia lo eterno.
5. Cuando los límites se vuelven mentales
A veces el problema no está en lo que nos rodea, sino en lo que pensamos. El límite más grande no es físico, ni financiero, ni ministerial: es mental. El enemigo no teme a un creyente que ora, si su mente sigue siendo esclava. Pero cuando una mente se renueva en Cristo, el enemigo pierde territorio.
Pablo lo expresó con claridad: “Transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Romanos 12:2).
Eso significa que tu avance espiritual depende de tu mentalidad. Si piensas pequeño, vivirás pequeño. Pero si crees en grande, verás cosas grandes. El Espíritu Santo te impulsa a soñar más allá de tu experiencia.
Si en tu ciudad nadie ha visto un avivamiento, sé el primero. Si en tu familia nadie ha sido salvo, rompe el patrón. Si en tu ministerio nadie ha alcanzado multitudes, sé tú quien rompa el límite.
6. Dios no diseñó a su pueblo para lo imposible, sino para lo sobrenatural
Job dijo que Dios estableció límites al mar y a la vida del hombre (Job 14:5), pero nunca puso límites a la fe. La fe es el canal que conecta lo finito con lo infinito. Y cuando un creyente camina por fe, entra en la dimensión donde los límites dejan de existir.
Dios no te llamó para vivir atado al miedo o a la rutina espiritual. Él te diseñó para andar sobre las aguas, no para hundirte en ellas. Te formó para resistir el fuego sin quemarte, no para retroceder ante las pruebas. Y prometió que ni las puertas del Hades prevalecerán contra su iglesia (Mateo 16:18).
Cada vez que eliges obedecer a Dios más allá de tu lógica, rompes una barrera espiritual. Cada vez que decides seguir creyendo cuando todo parece perdido, te mueves al terreno de lo ilimitado.
7. Ejemplos de hombres con visión sin límite
Moisés: el que subió más allá de la frontera
Moisés era tartamudo, inseguro y limitado en su capacidad humana. Pero tenía algo que lo llevó más lejos que a cualquier otro hombre: un deseo inquebrantable de ver la gloria de Dios.
Cuando Dios puso límites en el monte, Moisés los cruzó porque tenía hambre de Su presencia. Por eso pudo decir: “Muéstrame tu gloria” (Éxodo 33:18). Dios no lo reprendió; lo honró, porque quien tiene visión sin límite se atreve a subir más alto de lo permitido por los hombres, pero siempre dentro de la obediencia divina.
David: el que vio caer al gigante antes de lanzar la piedra
David no tenía experiencia militar ni una armadura reluciente. Pero tenía una visión mayor que su enemigo. Cuando todos vieron un gigante invencible, David vio una oportunidad para que el nombre de Dios fuera glorificado. Él no peleó con armas humanas, sino con fe, y eso cambió la historia.
“Tú vienes a mí con espada y lanza, pero yo vengo a ti en el nombre de Jehová de los ejércitos.” (1 Samuel 17:45)
Una visión sin límite no se mide por el tamaño de tus recursos, sino por la grandeza del Dios que te respalda.
Elías: el que corrió más rápido que los caballos
El profeta Elías corrió delante del carro de Acab por la fuerza del Espíritu. Era un hombre sujeto a pasiones humanas, pero con un corazón encendido. Eso nos enseña que no es la condición física, sino la unción, la que te impulsa a correr más allá de lo natural.
Imagina la escena de un viejo maquinista en una tarde nublada. Con las manos firmes en el mando de la locomotora, el silbato del tren corta el aire como un grito de advertencia. De pronto, a lo lejos, divisa una pequeña figura en medio de las vías: una niña que juega ajena al peligro. El corazón del maquinista se detiene por un segundo; el rugido del motor se vuelve un eco distante. Sin pensarlo, acciona los frenos, salta de la máquina en movimiento y corre con todas sus fuerzas. El vapor le quema el rostro, el viento le corta la respiración, pero no se detiene. Cada zancada es una oración desesperada: “¡Dios, que llegue a tiempo!”.
Y lo logra. En el último instante, alcanza a la niña y la aparta justo antes de que el tren pase rugiendo a pocos metros. El maquinista cae exhausto, con lágrimas y el pecho agitado, pero con la certeza de haber hecho lo imposible.
Si un hombre puede romper sus límites físicos por salvar una vida —como aquel maquinista que corrió más rápido que su tren para salvar a una niña—, cuánto más el creyente lleno del Espíritu Santo puede romper sus límites espirituales por amor a las almas. Porque cuando el Espíritu de Dios toma el control, las fuerzas humanas ya no son la medida, y la fe se convierte en el motor que nos impulsa a correr con visión, pasión y propósito.
8. Rompiendo los límites del conformismo
Muchos viven en zonas de confort espiritual. Han aprendido a sobrevivir, pero no a avanzar. Tienen rutinas, programas, agendas… pero no crecimiento. Dios no llamó a su iglesia a mantener el fuego, sino a expandirlo. No nos llamó a sostener una lámpara, sino a alumbrar al mundo entero.
Cuando la iglesia se conforma con poco, renuncia al poder ilimitado que le fue otorgado. El Espíritu Santo no fue dado solo para emocionarnos, sino para empoderarnos. Y cuando la iglesia entiende eso, deja de ser espectadora y se convierte en conquistadora.
9. Una visión sin límite mira lo invisible y alcanza lo inalcanzable
La visión espiritual no depende de los ojos, sino del corazón. Donde otros ven obstáculos, el hombre o la mujer de fe ve oportunidades. Donde otros ven desierto, el creyente con visión sin límite ve una tierra prometida.
Una visión sin límite:
- Alcanza lo inalcanzable.
- Mira lo invisible.
- Oye lo inaudible.
Porque el que tiene visión espiritual no se guía por lo que siente, sino por lo que Dios dijo.
10. Conclusión: Camina hacia una visión sin límite
El Dios que servimos no conoce fronteras. Su poder no tiene final. Su amor no se agota. Y su plan para tu vida no termina donde tú crees que acaba.
Quizá el enemigo ha querido encerrarte en una jaula de pensamientos negativos, de fracasos pasados o de dudas. Pero hoy el Señor te llama a romper esa cadena mental y espiritual. No te conformes con lo que ya has visto. No digas “hasta aquí llegué”. Porque el Espíritu Santo te dice:
“Apenas he comenzado a mostrarte mi gloria.”
Así como Moisés, atrévete a pedir más. Así como David, mira a tu gigante como algo ya vencido. Así como Elías, corre más rápido que tus circunstancias. Y así como la iglesia del primer siglo, no te limites a tu Jerusalén: ve hasta lo último de la tierra.
Llamado final
Levanta tu mirada. Dios no terminó contigo. No pongas punto final donde Dios solo puso una coma.
Hay más territorio que conquistar, más almas que alcanzar, más gloria que experimentar. Visión sin límite no es solo un tema: es una forma de vivir. Es caminar sabiendo que el Reino de Dios avanza sin fronteras, y tú eres parte de ese avance.
Hoy, abre tu corazón a esa visión. Dile al Señor:
“Muéstrame lo que no he visto. Llévame donde nunca he ido. Y hazme soñar con lo que solo Tú puedes cumplir.”
Porque el imperio de Cristo no tiene límites, y si somos parte de su Reino, entonces nosotros tampoco los tenemos. Camina en esa verdad… y vive con una visión sin límite.