Como ladrón en la noche (Estudio bíblico Explicación)

Jesús describió su regreso diciendo: «Como ladrón en la noche»

El regreso de Jesucristo es uno de los temas más esperanzadores y solemnes de toda la Escritura. A lo largo del Nuevo Testamento, los apóstoles y el mismo Señor Jesús hablaron de su venida con una mezcla de consuelo, advertencia y urgencia. Sin embargo, una de las expresiones más impactantes en la Biblia con la que Jesús describió Su regreso fue esta: “como ladrón en la noche”.

¿Qué quiso decir con eso? ¿Por qué comparó su regreso con la llegada inesperada de un ladrón? En este estudio bíblico reflexionaremos sobre el verdadero significado de esta metáfora, la preparación espiritual que implica y cómo mantenernos alertas hasta el día glorioso en que Cristo vuelva por su iglesia.

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1. El origen de la expresión “como ladrón en la noche”

La frase “como ladrón en la noche” fue utilizada por el mismo Señor Jesús para describir la naturaleza inesperada de su regreso. En Mateo 24:43-44, Él dijo:

“Pero sabed esto, que si el padre de familia supiese a qué hora el ladrón habría de venir, velaría, y no dejaría minar su casa. Por tanto, también vosotros estad preparados; porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que no pensáis.”

Jesús usó esta figura para ilustrar la necesidad de vigilancia continua. Un ladrón no avisa antes de entrar; su llegada es sorpresiva, repentina y sin previo aviso. Así también será la venida del Hijo del Hombre: un acontecimiento que interrumpirá la rutina del mundo y tomará desprevenidos a los que viven sin fe ni preparación espiritual.

Es importante entender que Cristo no se compara moralmente con un ladrón, sino en la manera en que su venida sorprenderá a muchos. Su carácter es santo, justo y fiel; pero la imagen de un ladrón enfatiza lo imprevisible del evento. Jesús usa un lenguaje cotidiano para transmitir una verdad eterna: nadie sabrá el momento exacto.

Los apóstoles lo repitieron en sus escritos

Este mensaje fue tan significativo que los apóstoles lo repitieron en sus escritos. Pablo escribió en 1 Tesalonicenses 5:2:

“Porque vosotros sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá así como ladrón en la noche.”

Y Pedro reafirmó el mismo principio en 2 Pedro 3:10:

“Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con gran estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas.”

Ambos apóstoles enfatizan que el regreso del Señor no será un suceso gradual o anunciado, sino súbito y transformador. El día del Señor romperá con la normalidad del mundo tal como lo conocemos. En un instante, la historia humana pasará de lo temporal a lo eterno.

La humanidad ha recibido una advertencia clara: Jesús regresará sin previo aviso. Por eso, la exhortación no es a especular sobre fechas, sino a permanecer alertas y fieles.

Vivir en vigilancia no significa vivir en temor, sino en expectativa gozosa. Para los creyentes fieles, su venida no será una sorpresa desagradable, sino la consumación de su esperanza. Pero para quienes lo ignoran o lo rechazan, será un momento de confusión y juicio.

Así como un ladrón revela la vulnerabilidad de una casa descuidada, el regreso del Señor revelará quiénes han descuidado su relación con Dios y quiénes han mantenido encendida la lámpara de su fe.

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2. Nadie sabe el día ni la hora

Uno de los pasajes más contundentes sobre la incertidumbre del regreso de Cristo se encuentra en Mateo 24:36:

“Pero del día y la hora nadie sabe, ni aun los ángeles de los cielos, sino solo mi Padre.”

Esta declaración fue una respuesta directa a la curiosidad humana. Desde los tiempos de los discípulos, los creyentes han querido conocer el momento exacto del retorno del Señor. Sin embargo, Jesús dejó claro que ese conocimiento pertenece únicamente al Padre.

A lo largo de la historia, muchas personas y movimientos religiosos han intentado predecir fechas para el fin del mundo o el arrebatamiento. Algunos lo hicieron con buenas intenciones, otros con fines manipuladores. Pero todos han fallado, porque Jesús fue explícito: “nadie sabe el día ni la hora.”

Dios quiere que su pueblo esté preparado

Dios ha mantenido en secreto ese momento por una razón espiritual profunda: Él quiere que su pueblo viva preparado siempre. Si los creyentes supieran el día exacto, muchos se enfriarían en su fe y esperarían hasta el último instante para arrepentirse. Pero al mantener el momento oculto, el Señor nos enseña a vivir en santidad continua, no por miedo, sino por amor y fidelidad.

Jesús lo ilustró con ejemplos de la vida cotidiana:

Como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre. Porque como en los días antes del diluvio estaban comiendo y bebiendo, casándose y dando en casamiento, hasta el día en que Noé entró en el arca, y no entendieron hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos, así será también la venida del Hijo del Hombre.” (Mateo 24:37-39)

La generación de Noé no estaba preparada, no porque no hubiera sido advertida, sino porque ignoró el mensaje de Dios. De igual manera, el mundo moderno vive ocupado en sus propios intereses, entretenido, indiferente al mensaje del evangelio. Pero el día llegará, y muchos serán sorprendidos.

Jesús también dijo:

“Velad, pues, porque no sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor.” (Mateo 24:42)

El mandato es claro: velad. Velar significa estar despiertos espiritualmente, discernir los tiempos, cuidar el corazón y mantener la fe activa. No se trata de obsesionarse con señales proféticas o temores apocalípticos, sino de cultivar una relación viva con Cristo.

Dios no busca curiosos que calculen fechas, sino fieles que permanezcan listos. Cada día que despertamos puede ser el día en que el Señor regrese. Y aunque no sepamos el cuándo, sí podemos estar seguros de que Él cumplirá su promesa.

3. El arrebatamiento: el cumplimiento repentino

Dentro de la escatología cristiana, el evento que se asocia con esta venida repentina de Cristo es conocido como el arrebatamiento de la iglesia. Aunque el término “rapto” no se encuentra literalmente en la Biblia, su concepto está claramente expresado en las Escrituras.

La palabra “arrebatamiento” viene del griego harpazo, que significa “tomar con fuerza, arrebatar o levantar de repente”. El apóstol Pablo utiliza este término en 1 Tesalonicenses 4:16-17 para describir el momento glorioso en que Cristo vendrá a buscar a su pueblo:

“Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor.”

Este pasaje es una de las descripciones más sublimes de toda la Biblia. Pablo revela que Jesús no enviará un mensajero, sino que Él mismo descenderá para encontrarse con su iglesia. Será un acto personal, amoroso y poderoso.

Los muertos en Cristo resucitarán y los creyentes vivos serán transformados

El sonido de la trompeta de Dios marcará el inicio de un suceso que cambiará la historia de la humanidad: los muertos en Cristo resucitarán y los creyentes vivos serán transformados. En un abrir y cerrar de ojos, seremos arrebatados para encontrarnos con el Señor en las nubes.

Pablo complementa esta enseñanza en 1 Corintios 15:51-52:

“He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta…”

Este evento será repentino, sin previo aviso y universalmente visible en sus efectos. Ningún ser humano podrá detenerlo o ignorarlo. Será la manifestación gloriosa del poder de Dios sobre la muerte y sobre el tiempo.

Para los creyentes fieles, el arrebatamiento será la culminación de su esperanza; para los que han rechazado a Cristo, será el inicio de una gran tribulación espiritual y mundial.

El arrebatamiento también refleja el amor y la fidelidad de Cristo hacia su iglesia. En Juan 14:2-3, Jesús prometió:

“En la casa de mi Padre muchas moradas hay… voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis.”

Esta es la esencia del arrebatamiento: Cristo viene a buscar a los suyos, a cumplir su palabra, a llevarlos a su presencia eterna.

Por eso, el creyente no debe temer, sino esperar con gozo. El llamado de las Escrituras no es a vivir con ansiedad, sino con esperanza activa. Pablo concluye su enseñanza sobre el arrebatamiento diciendo:

“Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras.” (1 Tesalonicenses 4:18)

Estas no son palabras de terror, sino de consuelo. Saber que Jesús vendrá por nosotros es motivo de alabanza, gratitud y compromiso. El regreso de Cristo no es una amenaza para los fieles, sino una promesa de gloria eterna.

4. Una advertencia a los dormidos espiritualmente

El apóstol Pablo escribe en 1 Tesalonicenses 5:4-6 una de las exhortaciones más claras para la iglesia en cuanto a la vigilancia espiritual:

“Mas vosotros, hermanos, no estáis en tinieblas, para que aquel día os sorprenda como ladrón. Porque todos vosotros sois hijos de luz e hijos del día; no somos de la noche ni de las tinieblas. Por tanto, no durmamos como los demás, sino velemos y seamos sobrios.”

En estos versículos, Pablo establece una distinción radical entre dos tipos de personas: los que viven en la luz y los que permanecen en las tinieblas. Los primeros representan a los creyentes que viven en comunión con Cristo, atentos a su voz y obedientes a su Palabra; los segundos simbolizan a aquellos que viven indiferentes a Dios, atrapados por el pecado o la comodidad espiritual.

El contraste es profundo. Los hijos de la luz no deberían ser sorprendidos por el regreso del Señor, porque viven preparados. Pero los que habitan en tinieblas serán tomados desprevenidos, como una casa que no vela contra el ladrón. El problema, por tanto, no radica en que Cristo venga inesperadamente, sino en que muchos no estarán listos cuando Él venga.

Una advertencia contra la apatía espiritual

Pablo usa la expresión “no durmamos como los demás” para advertir contra la apatía espiritual. Dormir, en este contexto, no se refiere al descanso físico, sino a una condición del alma: un estado de insensibilidad, de falta de discernimiento, de distracción frente a las realidades espirituales.

Hoy más que nunca, muchos creyentes están espiritualmente adormecidos. Han dejado de orar con fervor, han descuidado la lectura de la Palabra, o han permitido que el amor por Dios se enfríe. Las ocupaciones, el entretenimiento, las preocupaciones y los placeres del mundo han anestesiado su fe. Sin embargo, la voz de Dios sigue resonando: “Velad y orad, para que no entréis en tentación” (Mateo 26:41).

Jesús ya había advertido que su venida sería similar a los días de Noé (Mateo 24:37-39):

“Porque como en los días antes del diluvio estaban comiendo y bebiendo, casándose y dando en casamiento, hasta el día en que Noé entró en el arca, y no entendieron hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos, así será también la venida del Hijo del Hombre.”

El pueblo de los días de Noé no era ignorante en cuanto al mensaje del juicio, sino indiferente. Noé predicó por años, pero nadie escuchó. La rutina los atrapó. Su error fue vivir sin discernir el tiempo en el que estaban. De igual forma, muchos hoy viven sin reconocer las señales de los tiempos: el aumento del mal, la frialdad espiritual, las guerras, los engaños, la indiferencia hacia el evangelio.

La advertencia de Pablo sigue siendo actual: “no durmamos como los demás”. El creyente debe vivir en sobriedad y vigilancia, discerniendo, orando y permaneciendo firme. Los dormidos serán sorprendidos, pero los despiertos se alegrarán al oír la trompeta del Señor.

Vivir despiertos espiritualmente no significa vivir con ansiedad, sino con propósito. Significa que cada día, cada decisión y cada paso se toman conscientes de que Cristo puede venir en cualquier momento.

5. Estar preparados: el llamado de Jesús

Después de enseñar sobre la naturaleza repentina de su regreso, Jesús concluyó con una exhortación que atraviesa los siglos:

“Por tanto, también vosotros estad preparados; porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que no pensáis.” (Mateo 24:44)

Esta frase resume el corazón del mensaje profético de Cristo. Él no busca asustar, sino motivar a su pueblo a vivir en fidelidad constante. Estar preparados no es vivir en temor, sino en obediencia. Es mantener encendida la lámpara de la fe, alimentada por el aceite del Espíritu Santo y sostenida por una vida de comunión con Dios.

Jesús ilustró esta verdad con la parábola de las diez vírgenes en Mateo 25:1-13. Todas eran vírgenes, todas esperaban al esposo, todas tenían lámparas; pero solo cinco tenían aceite suficiente. Cuando el esposo tardó, todas cabecearon y se durmieron, pero a la medianoche se oyó el clamor: “¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle!” (v.6). Las prudentes encendieron sus lámparas, pero las insensatas descubrieron que su aceite se había agotado. Salieron a comprar, pero era demasiado tarde: “Y las que estaban preparadas entraron con él a las bodas; y se cerró la puerta.” (v.10).

Esta parábola refleja una verdad espiritual profunda: no todos los que profesan esperar al Señor están realmente preparados para su venida. La diferencia no está en las palabras, sino en la preparación interior. El aceite simboliza la comunión viva con el Espíritu Santo, la perseverancia, la santidad y la fe activa.

Jesús concluye diciendo:

“Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir.” (Mateo 25:13).

La preparación no se improvisa

El mensaje es contundente: la preparación no se improvisa. Nadie puede obtener una fe madura o una comunión genuina en el último momento. Es una vida de relación continua con Cristo la que mantiene el corazón listo.

Estar preparados significa vivir cada día como si fuera el último, no con desesperación, sino con devoción. Implica tener cuentas claras con Dios, amar al prójimo, perdonar, servir, y no permitir que el pecado o la tibieza apaguen la llama de la fe.

Jesús vendrá por una iglesia despierta, no dormida; pura, no contaminada; fiel, no distraída. Por eso, el llamado a “estar preparados” es un llamado a vivir en santidad, dependencia y expectativa. El cristiano que vive preparado no teme la venida de Cristo, la anhela. No vive contando los días, sino aprovechando cada día para amar y servir mejor al Señor.

6. La armadura de Dios: protección para el creyente

Esperar el regreso de Cristo no significa permanecer pasivos. La vida cristiana es una batalla espiritual, y mientras aguardamos al Señor, debemos mantenernos firmes contra las fuerzas del mal.

El apóstol Pablo enseña en Efesios 6:13-18:

“Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes.”

El enemigo no descansa. Mientras los hijos de Dios esperan, Satanás intenta distraerlos, desanimarlos y enfriar su fe. Pero el Señor no nos ha dejado indefensos: nos ha provisto de toda la armadura espiritual necesaria para resistir.

Pablo describe cada pieza de la armadura de Dios con un significado profundo:

  • El cinturón de la verdad: representa la sinceridad y la integridad del creyente. La verdad de Cristo debe rodear y sostener toda nuestra vida, evitando la hipocresía y el engaño.
  • La coraza de justicia: simboliza la vida recta que protege el corazón del creyente. No nuestra justicia propia, sino la justicia que proviene de Dios.
  • El calzado del evangelio de la paz: nos da firmeza para avanzar y compartir el mensaje de salvación, incluso en medio de la oposición.
  • El escudo de la fe: apaga los dardos del enemigo —las dudas, los temores, las tentaciones—, recordándonos que Dios sigue siendo fiel.
  • El yelmo de la salvación: protege la mente del creyente, afirmando su identidad en Cristo y su esperanza eterna.
  • La espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios: el arma ofensiva que derrota las mentiras del diablo. Jesús mismo la usó en el desierto, diciendo: “Escrito está.”

Pablo cierra diciendo:

“Orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu…” (v.18).

La oración es el aliento del alma, la comunicación constante que mantiene viva la conexión con Dios. Sin oración, la armadura pierde fuerza.

Vestirse con la armadura de Dios no es un acto simbólico, sino una actitud diaria. Es decidir caminar en la verdad, guardar el corazón, mantener la fe, aferrarse a la Palabra y depender del Espíritu Santo en todo momento.

Mientras el mundo se sumerge en la oscuridad espiritual, los hijos de Dios deben permanecer vigilantes, firmes y fortalecidos en el Señor. No basta con resistir; hay que permanecer encendidos, activos y comprometidos con el Reino.

El cristiano preparado no solo espera la venida de Cristo, sino que vive para agradarle mientras llega.

7. Para el mundo: sorpresa y juicio; para los creyentes: esperanza y gloria

Cuando Cristo venga, el impacto será doble, y su manifestación dividirá a la humanidad en dos grupos: los que lo esperan con gozo y los que lo enfrentarán con terror. Para el mundo incrédulo, será un día de confusión, miedo y juicio, porque verán desaparecer a millones de creyentes sin explicación humana. Las palabras de Jesús en Mateo 24:40-41 lo anticipan con claridad:

“Entonces estarán dos en el campo; el uno será tomado, y el otro será dejado. Dos mujeres estarán moliendo en un molino; la una será tomada, y la otra será dejada.”

El arrebatamiento tomará por sorpresa a los que han despreciado el evangelio. Aquellos que se burlaron del mensaje de salvación, que endurecieron su corazón o que vivieron indiferentes al llamado de Dios, experimentarán el inicio de un tiempo de tribulación y desesperanza. Será un tiempo donde el Espíritu Santo dejará de obrar como hoy lo hace en la gracia, y donde la oscuridad espiritual cubrirá la tierra (2 Tesalonicenses 2:7-12).

Muchos podrían pensar que este será el momento de reconocer lo que ignoraron durante toda su vida. Pero ya no habrá oportunidad de escapar del juicio. Sin embargo, para los hijos de Dios, ese día será el cumplimiento de la promesa más gloriosa de toda la historia. Pablo lo expresó con gozo en Tito 2:13:

“Aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo.”

Esa “esperanza bienaventurada” no es una ilusión, sino una realidad futura que sostiene el alma del creyente. Los cristianos no esperan la condenación, sino la reunión con su Salvador. Jesús prometió en Juan 14:2-3:

“En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis.”

Para los fieles, la venida de Cristo no será un día de temor, sino un encuentro de amor eterno. El cielo se abrirá, las trompetas sonarán, y la iglesia será levantada en gloria. Los cuerpos mortales serán transformados, la muerte será vencida, y el gozo será completo. ¡Qué día tan glorioso será aquel!

8. Vivir preparados hoy

Cada generación de creyentes ha esperado el regreso de Cristo. Los apóstoles, los mártires, los reformadores y los cristianos de todas las épocas han compartido esa misma esperanza. Aunque nadie sabe el día ni la hora, el llamado del evangelio sigue siendo el mismo: vivir preparados hoy.

Vivir preparados no significa encerrarse con miedo ni tratar de calcular fechas, sino vivir con propósito, fidelidad y santidad. Significa estar ocupados en la obra de Dios, no ansiosos, sino expectantes; no paralizados por el temor, sino encendidos por el amor al Señor.

Jesús lo enseñó en Lucas 12:35-37:

“Estén ceñidos vuestros lomos, y vuestras lámparas encendidas; y vosotros sed semejantes a hombres que aguardan a que su señor regrese de las bodas, para que cuando llegue y llame, le abran en seguida. Bienaventurados aquellos siervos a los cuales su señor, cuando venga, halle velando.”

Este pasaje nos muestra que la verdadera preparación se demuestra en la obediencia diaria. No es una emoción pasajera, sino una disciplina espiritual constante. Jesús elogió a los siervos que estaban listos, no a los que sabían que Él venía, sino a los que vivían como si fuera a venir hoy.

¿Cómo podemos vivir preparados?

  1. Guardando una vida de oración constante.
    La oración mantiene el alma despierta y el corazón sensible a la voz del Espíritu Santo. Un creyente que ora no será sorprendido, porque su comunión con Dios lo mantiene alerta. Jesús dijo: “Velad y orad, para que no entréis en tentación.” (Mateo 26:41)
  2. Permaneciendo firmes en la fe.
    En tiempos de duda y apostasía, el creyente debe aferrarse a la Palabra de Dios. La fe no es un sentimiento, sino una confianza firme en las promesas divinas. “Pero el justo vivirá por la fe.” (Romanos 1:17)
  3. Sirviendo a Dios con fidelidad.
    No basta con creer; hay que servir. El siervo fiel es aquel que trabaja en el campo del Señor aun cuando su amo parece tardar. “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré.” (Mateo 25:23)
  4. Apartándose del pecado y del mundo.
    La santidad no es una opción para el creyente, es una señal de que su corazón pertenece a Cristo. “Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro.” (1 Juan 3:3)
  5. Compartiendo el evangelio con otros.
    Vivir preparado también implica ayudar a otros a prepararse. La iglesia no fue llamada a esconderse, sino a iluminar. “Vosotros sois la luz del mundo.” (Mateo 5:14)

Cada día debe vivirse como si fuera el último antes del regreso del Señor. Esa conciencia no produce angustia, sino determinación. Nos motiva a perdonar, a servir, a reconciliarnos y a vivir con el corazón limpio. Vivir preparados es vivir con esperanza, sabiendo que lo mejor está por venir.

9. La esperanza que nos sostiene

El regreso de Cristo no solo es una advertencia, sino también una esperanza viva que sostiene al creyente en medio de las pruebas. El apóstol Pablo lo expresó con ternura en Filipenses 3:20-21:

“Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya…”

Esta esperanza nos recuerda que no pertenecemos definitivamente a este mundo. Somos peregrinos y extranjeros, caminando hacia una patria celestial. Mientras el mundo se llena de oscuridad, los hijos de Dios miran al cielo con fe, sabiendo que pronto oirán la voz del Amado diciendo: “Sube acá” (Apocalipsis 4:1).

Esa esperanza nos da consuelo cuando todo parece perdido. Nos recuerda que cada lágrima será enjugada, que cada sufrimiento tiene un propósito y que ningún sacrificio hecho por amor a Cristo será en vano. Pablo lo declaró con convicción:

“Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria.” (2 Corintios 4:17)

Por eso, mientras el mundo teme el futuro, el creyente lo espera con confianza. La esperanza cristiana no se basa en el azar ni en los acontecimientos políticos, sino en la fidelidad del Dios que prometió volver.

Un día, las trompetas sonarán, los sepulcros se abrirán, y los redimidos de todas las naciones levantarán su voz en adoración al Cordero. Ese será el día cuando la fe se convierta en vista, la oración en alabanza, y la esperanza en gloria eterna.

Conclusión: Cristo viene como ladrón en la noche

Velad, porque el Hijo del Hombre viene

El Señor Jesús vendrá como ladrón en la noche, en el momento menos esperado. Para unos será sorpresa; para otros, será recompensa. La diferencia no está en el evento, sino en la preparación del corazón.

La pregunta más importante no es cuándo vendrá, sino cómo nos encontrará. ¿Estás preparado? ¿Vive tu corazón en obediencia a Cristo? ¿Tu lámpara tiene aceite? Hoy es el tiempo de velar, de fortalecer la fe y de vivir en santidad. No sabemos el día ni la hora, pero sí sabemos una cosa: Él viene pronto.

“He aquí, yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra.” (Apocalipsis 22:12)

Que el Señor nos halle fieles, vigilantes y con el corazón encendido en amor por Él. Que no seamos sorprendidos por la noche, sino encontrados como hijos de luz, listos para recibir al Rey que regresa en gloria.

“Amén; sí, ven, Señor Jesús.” (Apocalipsis 22:20)

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